En al edición impresa de ayer en la contraportada, de situaciones de crisis, autores de libros, nazis y judios pasamos a la advertencia, que no hace falta interpretar mucho a qué se refiere aunque no lo explique y no escriba España.
Las sociedades de transición son instructivas. Domina en ellas con fuerza todo lo que las ha conducido a la ruina, pero todavía no se divisa lo que va a sustituirlo. Ejemplo clásico fue la República de Weimar, periodo de entreguerras en el que Alemania se hundió en el caos y del que emergió disparada por la tiranía nacional socialista.
En esos periodos de naufragio y corrupción suelen darse escritores de gran interés: han de ser testigos del horror y mantener, sin embargo, la dignidad de la escritura. No hay caso mayor de lucidez en medio del caos que el atormentado Joseph Roth, el más radical de aquella pléyade de artistas centroeuropeos, muchos de ellos judíos, hoy casi olvidados. Murió en 1939, en su exilio parisiense, a los cuarenta y cinco años de edad, destruido por la desesperación, el agotamiento y el alcohol.
A pesar de que la sociedad germana estaba pidiendo a gritos el panfleto, el libelo, una escritura al servicio de la política inmediata, nunca abdicó. Sabía que la literatura política carece de raíces y no tiene recorrido. Sólo la leen los fanáticos y los ignorantes. Sus novelas son un prodigio de exactitud moral sin renunciar un ápice al gran estilo. Por eso hoy las leemos como si fueran actuales. De hecho, son actuales.
Su traductor habitual, el excelente escritor Eduardo Gil Bera, ha editado una biografía de Roth, “Esta canalla de literatura”, que es también una antología de su mejor prosa en aquellos años durante los cuales trató de respirar y se ahogó en alcohol. Años en los que ni siquiera se engañaba sobre sus hermanos: “Los judíos ricos alemanes pensaron, al principio, que Hitler sólo se refería a nosotros, los judíos orientales”. Es decir, a los pobres. Los nazis no matizaron: Roth tenía parientes ricos. Todos fueron asesinados. Conviene leer a Roth ahora que algunos exigen una nueva transición.
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Las sociedades de transición son instructivas. Domina en ellas con fuerza todo lo que las ha conducido a la ruina, pero todavía no se divisa lo que va a sustituirlo. Ejemplo clásico fue la República de Weimar, periodo de entreguerras en el que Alemania se hundió en el caos y del que emergió disparada por la tiranía nacional socialista.
En esos periodos de naufragio y corrupción suelen darse escritores de gran interés: han de ser testigos del horror y mantener, sin embargo, la dignidad de la escritura. No hay caso mayor de lucidez en medio del caos que el atormentado Joseph Roth, el más radical de aquella pléyade de artistas centroeuropeos, muchos de ellos judíos, hoy casi olvidados. Murió en 1939, en su exilio parisiense, a los cuarenta y cinco años de edad, destruido por la desesperación, el agotamiento y el alcohol.
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