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| HISTORIAS VATICANAS El Postiguet- V.I.P.
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por El Postiguet Sáb Feb 18, 2017 6:55 pm Si en algún lugar del mundo las luchas por el poder, la venganza y la ambición, han destacado más, es en El Vaticano sin lugar a dudas, por el gran poder que este lugar tuvo durante muchos siglos.
De todas las luchas y de todas las ambiciones que allí han gobernado, la más incomprensible fue la pantomima de juzgar a un Papa, Formoso I, después de muerto, no teniendo miramientos para sentar en el banquillo a su cadáver. Esto ocurrió a finales del siglo IX.
Para aquellos tiempos tan tenebrosos dentro de El Vaticano, Formoso I podríamos decir fue un hombre ecuánime, virtuoso y capaz de ordenar un poco el desorden y los vicios del lugar, lo cual, como era de esperar, produjo mucha inquietud entre los príncipes de la iglesia católica. No sé si catalogarlo como al papa Francisco de hoy, pero algo así más o menos salvando las distancias.
En un lugar lleno de intereses, poder, corrupción y vicio, un hombre como Formoso I no pudo ganarse las simpatías de su entorno, como por ejemplo los Spoleto, familia romana muy poderosa, quienes al descubrir una insignificante irregularidad de este papa fue atacado inmisericorde, en un lugar donde se dice que la misericordia es la reina. Abrumado por las intrigas palaciegas moría Formoso I, tras cinco años de papado, en el año 896.
Le sucedió en el trono Bonifacio, quien a los quince días de ser nombrado Papa, moría. Tras esta muerte algo extraña, le sucede Esteban VI, apoyado por los Spoleto, quienes dominan a este Papa a su antojo y ven la manera de vengarse y desacreditar a Formoso, y con su beneplácito se forma la esperpéntica pantomima del juicio.
El pequeño error que descubren en Formoso es que para ser Papa se ha de ser Obispo de Roma, y Formoso seguía siendo Obispo de otra diócesis, no permitiendo la Curia esa dualidad. Este argumento, ridículo, sirvió para montar el gran espectáculo de aquellos tiempos: juzgar a un Papa después de muerto por la propia Curia romana. Se juzgaba a un cadáver. Pero, lo más significativo, es que Formoso fue exhumado, y su cadáver, putrefacto, fue sentando en el banquillo, como sí se puede ver en un cuadro que aún se conserva de la época, y, para que el cadáver se mantuviera erguido, fue atado al sillón donde lo mantuvieron mientras el juicio durase. Se le vistió con ropa papal, de la cual fue despojado al ser nombrado culpable, y dejándolo completamente desnudo, esto es, en los puros huesos.
Según los datos escritos que se conservan, el abogado defensor, nombrado de oficio, preguntaba al cadáver y se respondía él mismo imitando los gestos y voz de Formoso, así como también hizo el abogado de la acusación. Una vez declarado culpable le cortaron los tres dedos de la mano derecha con que solía bendecir a las gentes, siendo arrojados al río al Tíber. Su cuerpo fue enterrado fuera del palacio del Vaticano, aunque años más tarde, por decisión de otro Papa, se le desenterró y allí fue trasladado.
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por Patotroll Miér Feb 22, 2017 2:29 am El Postiguet escribió:Si en algún lugar del mundo las luchas por el poder, la venganza y la ambición, han destacado más, es en El Vaticano sin lugar a dudas, por el gran poder que este lugar tuvo durante muchos siglos. De todas las luchas y de todas las ambiciones que allí han gobernado, la más incomprensible fue la pantomima de juzgar a un Papa, Formoso I, después de muerto, no teniendo miramientos para sentar en el banquillo a su cadáver. Esto ocurrió a finales del siglo IX. Para aquellos tiempos tan tenebrosos dentro de El Vaticano, Formoso I podríamos decir fue un hombre ecuánime, virtuoso y capaz de ordenar un poco el desorden y los vicios del lugar, lo cual, como era de esperar, produjo mucha inquietud entre los príncipes de la iglesia católica. No sé si catalogarlo como al papa Francisco de hoy, pero algo así más o menos salvando las distancias. En un lugar lleno de intereses, poder, corrupción y vicio, un hombre como Formoso I no pudo ganarse las simpatías de su entorno, como por ejemplo los Spoleto, familia romana muy poderosa, quienes al descubrir una insignificante irregularidad de este papa fue atacado inmisericorde, en un lugar donde se dice que la misericordia es la reina. Abrumado por las intrigas palaciegas moría Formoso I, tras cinco años de papado, en el año 896. Le sucedió en el trono Bonifacio, quien a los quince días de ser nombrado Papa, moría. Tras esta muerte algo extraña, le sucede Esteban VI, apoyado por los Spoleto, quienes dominan a este Papa a su antojo y ven la manera de vengarse y desacreditar a Formoso, y con su beneplácito se forma la esperpéntica pantomima del juicio. El pequeño error que descubren en Formoso es que para ser Papa se ha de ser Obispo de Roma, y Formoso seguía siendo Obispo de otra diócesis, no permitiendo la Curia esa dualidad. Este argumento, ridículo, sirvió para montar el gran espectáculo de aquellos tiempos: juzgar a un Papa después de muerto por la propia Curia romana. Se juzgaba a un cadáver. Pero, lo más significativo, es que Formoso fue exhumado, y su cadáver, putrefacto, fue sentando en el banquillo, como sí se puede ver en un cuadro que aún se conserva de la época, y, para que el cadáver se mantuviera erguido, fue atado al sillón donde lo mantuvieron mientras el juicio durase. Se le vistió con ropa papal, de la cual fue despojado al ser nombrado culpable, y dejándolo completamente desnudo, esto es, en los puros huesos. Según los datos escritos que se conservan, el abogado defensor, nombrado de oficio, preguntaba al cadáver y se respondía él mismo imitando los gestos y voz de Formoso, así como también hizo el abogado de la acusación. Una vez declarado culpable le cortaron los tres dedos de la mano derecha con que solía bendecir a las gentes, siendo arrojados al río al Tíber. Su cuerpo fue enterrado fuera del palacio del Vaticano, aunque años más tarde, por decisión de otro Papa, se le desenterró y allí fue trasladado. El P©stiguet El Postiguet escribió:Si en algún lugar del mundo las luchas por el poder, la venganza y la ambición, han destacado más, es en El Vaticano sin lugar a dudas, por el gran poder que este lugar tuvo durante muchos siglos. De todas las luchas y de todas las ambiciones que allí han gobernado, la más incomprensible fue la pantomima de juzgar a un Papa, Formoso I, después de muerto, no teniendo miramientos para sentar en el banquillo a su cadáver. Esto ocurrió a finales del siglo IX. Para aquellos tiempos tan tenebrosos dentro de El Vaticano, Formoso I podríamos decir fue un hombre ecuánime, virtuoso y capaz de ordenar un poco el desorden y los vicios del lugar, lo cual, como era de esperar, produjo mucha inquietud entre los príncipes de la iglesia católica. No sé si catalogarlo como al papa Francisco de hoy, pero algo así más o menos salvando las distancias. En un lugar lleno de intereses, poder, corrupción y vicio, un hombre como Formoso I no pudo ganarse las simpatías de su entorno, como por ejemplo los Spoleto, familia romana muy poderosa, quienes al descubrir una insignificante irregularidad de este papa fue atacado inmisericorde, en un lugar donde se dice que la misericordia es la reina. Abrumado por las intrigas palaciegas moría Formoso I, tras cinco años de papado, en el año 896. Le sucedió en el trono Bonifacio, quien a los quince días de ser nombrado Papa, moría. Tras esta muerte algo extraña, le sucede Esteban VI, apoyado por los Spoleto, quienes dominan a este Papa a su antojo y ven la manera de vengarse y desacreditar a Formoso, y con su beneplácito se forma la esperpéntica pantomima del juicio. El pequeño error que descubren en Formoso es que para ser Papa se ha de ser Obispo de Roma, y Formoso seguía siendo Obispo de otra diócesis, no permitiendo la Curia esa dualidad. Este argumento, ridículo, sirvió para montar el gran espectáculo de aquellos tiempos: juzgar a un Papa después de muerto por la propia Curia romana. Se juzgaba a un cadáver. Pero, lo más significativo, es que Formoso fue exhumado, y su cadáver, putrefacto, fue sentando en el banquillo, como sí se puede ver en un cuadro que aún se conserva de la época, y, para que el cadáver se mantuviera erguido, fue atado al sillón donde lo mantuvieron mientras el juicio durase. Se le vistió con ropa papal, de la cual fue despojado al ser nombrado culpable, y dejándolo completamente desnudo, esto es, en los puros huesos. Según los datos escritos que se conservan, el abogado defensor, nombrado de oficio, preguntaba al cadáver y se respondía él mismo imitando los gestos y voz de Formoso, así como también hizo el abogado de la acusación. Una vez declarado culpable le cortaron los tres dedos de la mano derecha con que solía bendecir a las gentes, siendo arrojados al río al Tíber. Su cuerpo fue enterrado fuera del palacio del Vaticano, aunque años más tarde, por decisión de otro Papa, se le desenterró y allí fue trasladado. El P©stiguet El Postiguet escribió:Si en algún lugar del mundo las luchas por el poder, la venganza y la ambición, han destacado más, es en El Vaticano sin lugar a dudas, por el gran poder que este lugar tuvo durante muchos siglos.
De todas las luchas y de todas las ambiciones que allí han gobernado, la más incomprensible fue la pantomima de juzgar a un Papa, Formoso I, después de muerto, no teniendo miramientos para sentar en el banquillo a su cadáver. Esto ocurrió a finales del siglo IX.
Para aquellos tiempos tan tenebrosos dentro de El Vaticano, Formoso I podríamos decir fue un hombre ecuánime, virtuoso y capaz de ordenar un poco el desorden y los vicios del lugar, lo cual, como era de esperar, produjo mucha inquietud entre los príncipes de la iglesia católica. No sé si catalogarlo como al papa Francisco de hoy, pero algo así más o menos salvando las distancias.
En un lugar lleno de intereses, poder, corrupción y vicio, un hombre como Formoso I no pudo ganarse las simpatías de su entorno, como por ejemplo los Spoleto, familia romana muy poderosa, quienes al descubrir una insignificante irregularidad de este papa fue atacado inmisericorde, en un lugar donde se dice que la misericordia es la reina. Abrumado por las intrigas palaciegas moría Formoso I, tras cinco años de papado, en el año 896.
Le sucedió en el trono Bonifacio, quien a los quince días de ser nombrado Papa, moría. Tras esta muerte algo extraña, le sucede Esteban VI, apoyado por los Spoleto, quienes dominan a este Papa a su antojo y ven la manera de vengarse y desacreditar a Formoso, y con su beneplácito se forma la esperpéntica pantomima del juicio.
El pequeño error que descubren en Formoso es que para ser Papa se ha de ser Obispo de Roma, y Formoso seguía siendo Obispo de otra diócesis, no permitiendo la Curia esa dualidad. Este argumento, ridículo, sirvió para montar el gran espectáculo de aquellos tiempos: juzgar a un Papa después de muerto por la propia Curia romana. Se juzgaba a un cadáver. Pero, lo más significativo, es que Formoso fue exhumado, y su cadáver, putrefacto, fue sentando en el banquillo, como sí se puede ver en un cuadro que aún se conserva de la época, y, para que el cadáver se mantuviera erguido, fue atado al sillón donde lo mantuvieron mientras el juicio durase. Se le vistió con ropa papal, de la cual fue despojado al ser nombrado culpable, y dejándolo completamente desnudo, esto es, en los puros huesos.
Según los datos escritos que se conservan, el abogado defensor, nombrado de oficio, preguntaba al cadáver y se respondía él mismo imitando los gestos y voz de Formoso, así como también hizo el abogado de la acusación. Una vez declarado culpable le cortaron los tres dedos de la mano derecha con que solía bendecir a las gentes, siendo arrojados al río al Tíber. Su cuerpo fue enterrado fuera del palacio del Vaticano, aunque años más tarde, por decisión de otro Papa, se le desenterró y allí fue trasladado.
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