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En tiempos del rey Ben-Hadlem había en Bagdad un joven llamado Antiso, nacido con un buen temperamento fortalecido por la educación. Aunque dueño de grandes riquezas y joven, y dueño y señor de un espléndido ático-atalaya desde el cual se divisaba toda la ciudad, sabía dominar sus pasiones; no era nada afectado, jamás pretendía poseer la razón y sabía respetar la debilidad de los hombres. Todos sus conciudadanos se sorprendían al ver que, pese a todo su gran ingenio, nunca se burlaba de esas expresiones vagas, incoherentes y atropelladas, de esas maledicencias aventureras, de esas decisiones iletradas, de esas chocarrerías resabiadas, de ese vano ruido de palabras sin sentido a la que se le llama conversación en Bagdad y en tantas partes.
Había aprendido, ya en su primera lectura, que el amor propio es un balón lleno de viento, del que originan, cuando se le pincha, grandes borrascas. Antiso jamás se pavoneaba de despreciar a las mujeres y de sojuzgarlas. Era de temperamento generoso, nadie le vio dudar a la hora de beneficiar a ingratos, siguiendo ese gran precepto que dice “cuando comas, da de comer a los perros, aunque puedan morderte”. Era tan sabio como sabio se puede ser; ya que toda su obsesión era vivir entre los sabios. De las ciencias de los antiguos, fuertemente instruido, conocía a la perfección los principios físicos de la naturaleza, tal como de ellos se sabía en aquellos lejanos tiempos, y conocía de la metafísica lo que se ha sabido en todas las edades, o sea, muy poco o nada. Firmemente persuadido estaba Antiso de que el año tenía trescientos sesenta y cinco días y un cuarto, como también de que el sol estaba en el centro del mundo. Cuando en cierta ocasión los magos de su tiempo le indicaron, con provocativa altivez, que tenía malos sentimientos y que creer que el sol giraba sobre sí mismo era ser enemigo de los gobernantes tanto como decir que el año tenía doce meses, se calló sin ira ni desdén.
En próximos capítulos sabremos más de nuestro héroe.
El P©stiguet
ANTISO, EL HÉROE DE BAGDAD
Capítulo I
Capítulo I
En tiempos del rey Ben-Hadlem había en Bagdad un joven llamado Antiso, nacido con un buen temperamento fortalecido por la educación. Aunque dueño de grandes riquezas y joven, y dueño y señor de un espléndido ático-atalaya desde el cual se divisaba toda la ciudad, sabía dominar sus pasiones; no era nada afectado, jamás pretendía poseer la razón y sabía respetar la debilidad de los hombres. Todos sus conciudadanos se sorprendían al ver que, pese a todo su gran ingenio, nunca se burlaba de esas expresiones vagas, incoherentes y atropelladas, de esas maledicencias aventureras, de esas decisiones iletradas, de esas chocarrerías resabiadas, de ese vano ruido de palabras sin sentido a la que se le llama conversación en Bagdad y en tantas partes.
Había aprendido, ya en su primera lectura, que el amor propio es un balón lleno de viento, del que originan, cuando se le pincha, grandes borrascas. Antiso jamás se pavoneaba de despreciar a las mujeres y de sojuzgarlas. Era de temperamento generoso, nadie le vio dudar a la hora de beneficiar a ingratos, siguiendo ese gran precepto que dice “cuando comas, da de comer a los perros, aunque puedan morderte”. Era tan sabio como sabio se puede ser; ya que toda su obsesión era vivir entre los sabios. De las ciencias de los antiguos, fuertemente instruido, conocía a la perfección los principios físicos de la naturaleza, tal como de ellos se sabía en aquellos lejanos tiempos, y conocía de la metafísica lo que se ha sabido en todas las edades, o sea, muy poco o nada. Firmemente persuadido estaba Antiso de que el año tenía trescientos sesenta y cinco días y un cuarto, como también de que el sol estaba en el centro del mundo. Cuando en cierta ocasión los magos de su tiempo le indicaron, con provocativa altivez, que tenía malos sentimientos y que creer que el sol giraba sobre sí mismo era ser enemigo de los gobernantes tanto como decir que el año tenía doce meses, se calló sin ira ni desdén.
En próximos capítulos sabremos más de nuestro héroe.
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