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Estimada Pur, aunque en cine, como en tantas otras cosas no coincidimos, lo cual me hace admirarla pues nuestras discrepancias nunca son objeto de enemistad, ahora, y con el deseo de que puede usted “ser capaz” de llegar hasta el final de mi escrito (y ya sé que ante el teclado soy un plasta) voy a sincerarme del por qué ciertos gustos míos ante el cine.
Soy persona que nunca dirá “cualquier pasado fue mejor” porque soy más de mañana que de ayer; pero el ayer es el que nos moldea, o como en la fragua se da forma al hierro a base de calor y golpes.
No soy para mi tristeza, que no para mi desgracia, hombre ilustrado. No pasé de los estudios primarios porque nacido en tiempos muy difíciles en España me vi en la obligación de aportar dinero a casa desde casi niño, pero interesado por todo al ser muy curioso e inquieto, estudié bajo mi criterio, en los libros que encontraba y compraba (hoy poseo más de 3.000) y en la Universidad de la Vida, que no es poco, y de verdad se lo digo.
¿Y por qué le hago esta confesión a usted en particular? Pues por decirme que el cine en blanco y negro no le gusta, y, para un servidor, por mis años y los tiempos convulsos y humildes vividos en mi juventud, son mejor ejemplo plasmado de la vida real que el cine actual.
Hoy, en el apartado de cine, comento una película que no sé si usted la conoce: Las noches de Cabiria. Mire usted, una vez alcanzada mi ambición a industrial, tenía que mantener relaciones con personas semejantes y de alto nivel empresarial, pero en realidad donde yo me encontraba más feliz era entre mis propios trabajadores, ya que yo siempre me consideré un trabajador que, al propio tiempo, era “dueño de las máquinas”. En mi vida privada, y sobre todo en mi juventud, años 50/60 en España, presumo de haber tenido amigos humildes, y algún que otro pequeño delincuente, como puede ser un descuidero o carterista; eran esas “profesiones” una manera de poder vivir mucha gente de aquellos barrios pobres y tiempos difíciles. Por motivos de una expropiación fascista, años después solventada a favor de mi familia, tuve que pasar mi juventud en ese ambiente.
Muy cerca de mi casa, al estar frente al puerto comercial, habían cabarets y clubes nocturnos, y aun casi chiquillo entraba a visitarlos con mis amigos para tomarnos alguna copa, y créame que he conocido a más de una “Cabiria”. Eran mujeres simplonas, buenas, cariñosas, honestas, que por las circunstancias de la posguerra y sus necesidades, estaban tras la barra de un bar para lo que fuera. Ese es el cine que me gusta, el que trata de la vida real, de las alegrías humanas y de sus tristezas, también de las ambiciones y frustraciones, de dramas humanos en definitiva, pero exijo que se lleve al celuloide de tal manera artística, honesta, con buena dirección, mejor interpretación, buena música o excelente fotografía, que, al final te hacen ver al ser humano tal como es. Ya sé que hay “pretty womans” en el mundo, pero sus vidas me son menos interesantes que las de las “cabirias” y lo que las rodean. Todas ellas son humanas, pero éstas últimas para mí lo son más.
Puede que usted me diga que el cine actual también lo consigue, cosa que no dudo, pero al conocer la crudeza real de otros tiempos, el neorrealismo italiano y muchas películas del Holliwood de antaño, a mi modesto entender lo sabían plasmar con más realidad. Las miradas de Giulietta Masina, en este caso, o sus silencios, o sus muecas de triste felicidad, llegan a los más profundo del alma del espectador, son incomparables, artísticamente, con ciertas estrellas de hoy en día, más estrellas que actrices, a las que quíteles usted glamour, vestimenta y aderezos, teta, silicona y culo, y posiblemente no quede nada.
Perdone mi largura, pero no sé decir la suma de dos y dos en cuatro palabras.
El P©stiguet
Estimada Pur, aunque en cine, como en tantas otras cosas no coincidimos, lo cual me hace admirarla pues nuestras discrepancias nunca son objeto de enemistad, ahora, y con el deseo de que puede usted “ser capaz” de llegar hasta el final de mi escrito (y ya sé que ante el teclado soy un plasta) voy a sincerarme del por qué ciertos gustos míos ante el cine.
Soy persona que nunca dirá “cualquier pasado fue mejor” porque soy más de mañana que de ayer; pero el ayer es el que nos moldea, o como en la fragua se da forma al hierro a base de calor y golpes.
No soy para mi tristeza, que no para mi desgracia, hombre ilustrado. No pasé de los estudios primarios porque nacido en tiempos muy difíciles en España me vi en la obligación de aportar dinero a casa desde casi niño, pero interesado por todo al ser muy curioso e inquieto, estudié bajo mi criterio, en los libros que encontraba y compraba (hoy poseo más de 3.000) y en la Universidad de la Vida, que no es poco, y de verdad se lo digo.
¿Y por qué le hago esta confesión a usted en particular? Pues por decirme que el cine en blanco y negro no le gusta, y, para un servidor, por mis años y los tiempos convulsos y humildes vividos en mi juventud, son mejor ejemplo plasmado de la vida real que el cine actual.
Hoy, en el apartado de cine, comento una película que no sé si usted la conoce: Las noches de Cabiria. Mire usted, una vez alcanzada mi ambición a industrial, tenía que mantener relaciones con personas semejantes y de alto nivel empresarial, pero en realidad donde yo me encontraba más feliz era entre mis propios trabajadores, ya que yo siempre me consideré un trabajador que, al propio tiempo, era “dueño de las máquinas”. En mi vida privada, y sobre todo en mi juventud, años 50/60 en España, presumo de haber tenido amigos humildes, y algún que otro pequeño delincuente, como puede ser un descuidero o carterista; eran esas “profesiones” una manera de poder vivir mucha gente de aquellos barrios pobres y tiempos difíciles. Por motivos de una expropiación fascista, años después solventada a favor de mi familia, tuve que pasar mi juventud en ese ambiente.
Muy cerca de mi casa, al estar frente al puerto comercial, habían cabarets y clubes nocturnos, y aun casi chiquillo entraba a visitarlos con mis amigos para tomarnos alguna copa, y créame que he conocido a más de una “Cabiria”. Eran mujeres simplonas, buenas, cariñosas, honestas, que por las circunstancias de la posguerra y sus necesidades, estaban tras la barra de un bar para lo que fuera. Ese es el cine que me gusta, el que trata de la vida real, de las alegrías humanas y de sus tristezas, también de las ambiciones y frustraciones, de dramas humanos en definitiva, pero exijo que se lleve al celuloide de tal manera artística, honesta, con buena dirección, mejor interpretación, buena música o excelente fotografía, que, al final te hacen ver al ser humano tal como es. Ya sé que hay “pretty womans” en el mundo, pero sus vidas me son menos interesantes que las de las “cabirias” y lo que las rodean. Todas ellas son humanas, pero éstas últimas para mí lo son más.
Puede que usted me diga que el cine actual también lo consigue, cosa que no dudo, pero al conocer la crudeza real de otros tiempos, el neorrealismo italiano y muchas películas del Holliwood de antaño, a mi modesto entender lo sabían plasmar con más realidad. Las miradas de Giulietta Masina, en este caso, o sus silencios, o sus muecas de triste felicidad, llegan a los más profundo del alma del espectador, son incomparables, artísticamente, con ciertas estrellas de hoy en día, más estrellas que actrices, a las que quíteles usted glamour, vestimenta y aderezos, teta, silicona y culo, y posiblemente no quede nada.
Perdone mi largura, pero no sé decir la suma de dos y dos en cuatro palabras.
El P©stiguet
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