El buenismo
GERARDO TECÉ
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Según los más prestigiosos analistas de traje gris, España vendría sufriendo en los últimos tiempos una terrible plaga llamada buenismo. Un buenista, si usted no está familiarizado con el término, sería aquella persona que vive instalada en un mundo de unicornios, piruletas de colores y mariposas. En lo económico, un buenista es fácil de detectar. Sería aquel que, sin ser él muy de Keynes ni de Friedman, abraza con convencimiento la teoría económica que dice por favor, dejad de robarnos y trabajad un poco para el país. Cada vez que un buenista abre la boca lanzando al aire sus mariposas, alguien con los pies en la tierra, una persona sensata, tiene que agarrarlo de la solapa para explicarle que, además de utópico, su punto de vista es erróneo. En el catálogo de la mano invisible que mece la economía de un país como España, hay una amplia gama de posibilidades legales que, aunque se parezcan bastante a un robo, tenemos que aceptar como válidas: privatizaciones, adjudicaciones millonarias a amiguetes o uso del dinero público para sanear empresas que, ya en beneficios, vuelven a manos privadas. Son operaciones impecables desde el punto de vista legal, nos explican los avispados analistas de la realidad inevitable.
Si en lo económico el buenista es previsible, en lo social ni siquiera haría falta presentarlo. Qué espécimen más pesado. Todos tenemos en mente a alguien que, así por las buenas, saca los pies del tiesto y defiende que se cumpla la ley internacional que obliga a dar asilo a los refugiados, por ejemplo. O a quien pide alegremente que se respeten los derechos humanos en las fronteras de nuestro país. Así, sin ton ni son. Como si estas cosas fuesen tan sencillas. Cada vez que un buenista da la nota en el ámbito social, de nuevo la moderación y la cordura tienen que salir a la palestra a preguntar lo de si los vas a meter en tu casa o a explicar que las utopías no sirven para nada. El pasado sábado, en el interior de un avión a punto de despegar desde el aeropuerto de Barcelona con destino Dakar, un joven senegalés maniatado y escoltado por dos policías pedía ayuda a gritos. “Estoy enfermo”, gritaba el joven, que hizo que el buenismo presente en aquel vuelo comercial despertase. Vaya por dios. Un grupo de personas protestó ante la tripulación por la situación en la que se hallaba este chico, retrasando así la salida del vuelo. El joven ilegal fue finalmente expulsado y quienes se amotinaron en el avión se podrían enfrentar a grandes penas y multas económicas, explicaba en el telediario Pedro Piqueras. Les puede salir caro, decía enfundado en un traje gris, poniendo algo de cordura ante la dantesca situación creada por el buenismo de ese grupo de personas. Lección aprendida.
El buenismo no sirve para nada. El buenismo, esa forma infantil de ver la vida que consiste en pedir lo justo o en ponerte en la piel del otro, no trae más que frustraciones y problemas, como nos explican a diario los avispados y el telediario. Descartado el buenismo, seamos responsables: dejémonos llevar. No pensemos, no pongamos en duda lo que nos venden como inevitable. Veamos al diferente como una amenaza y al dirigente que nos vacía la cartera como un compañero de viaje. Pidámosle a Rosa Parks que se deje de numeritos, acepte la ley y se siente en su sitio. Las cosas son como son. Sigamos siendo sensatos hasta que no podamos más. Hasta que todo reviente de moderación o hasta que nos toque personalmente sufrir en nuestras carnes el malismo. Un concepto que, si la gente sensata, moderada y avispada que nos rodea nunca usa, será porque tal cosa no existe. Dantesco.
GERARDO TECÉ
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Según los más prestigiosos analistas de traje gris, España vendría sufriendo en los últimos tiempos una terrible plaga llamada buenismo. Un buenista, si usted no está familiarizado con el término, sería aquella persona que vive instalada en un mundo de unicornios, piruletas de colores y mariposas. En lo económico, un buenista es fácil de detectar. Sería aquel que, sin ser él muy de Keynes ni de Friedman, abraza con convencimiento la teoría económica que dice por favor, dejad de robarnos y trabajad un poco para el país. Cada vez que un buenista abre la boca lanzando al aire sus mariposas, alguien con los pies en la tierra, una persona sensata, tiene que agarrarlo de la solapa para explicarle que, además de utópico, su punto de vista es erróneo. En el catálogo de la mano invisible que mece la economía de un país como España, hay una amplia gama de posibilidades legales que, aunque se parezcan bastante a un robo, tenemos que aceptar como válidas: privatizaciones, adjudicaciones millonarias a amiguetes o uso del dinero público para sanear empresas que, ya en beneficios, vuelven a manos privadas. Son operaciones impecables desde el punto de vista legal, nos explican los avispados analistas de la realidad inevitable.
Si en lo económico el buenista es previsible, en lo social ni siquiera haría falta presentarlo. Qué espécimen más pesado. Todos tenemos en mente a alguien que, así por las buenas, saca los pies del tiesto y defiende que se cumpla la ley internacional que obliga a dar asilo a los refugiados, por ejemplo. O a quien pide alegremente que se respeten los derechos humanos en las fronteras de nuestro país. Así, sin ton ni son. Como si estas cosas fuesen tan sencillas. Cada vez que un buenista da la nota en el ámbito social, de nuevo la moderación y la cordura tienen que salir a la palestra a preguntar lo de si los vas a meter en tu casa o a explicar que las utopías no sirven para nada. El pasado sábado, en el interior de un avión a punto de despegar desde el aeropuerto de Barcelona con destino Dakar, un joven senegalés maniatado y escoltado por dos policías pedía ayuda a gritos. “Estoy enfermo”, gritaba el joven, que hizo que el buenismo presente en aquel vuelo comercial despertase. Vaya por dios. Un grupo de personas protestó ante la tripulación por la situación en la que se hallaba este chico, retrasando así la salida del vuelo. El joven ilegal fue finalmente expulsado y quienes se amotinaron en el avión se podrían enfrentar a grandes penas y multas económicas, explicaba en el telediario Pedro Piqueras. Les puede salir caro, decía enfundado en un traje gris, poniendo algo de cordura ante la dantesca situación creada por el buenismo de ese grupo de personas. Lección aprendida.
El buenismo no sirve para nada. El buenismo, esa forma infantil de ver la vida que consiste en pedir lo justo o en ponerte en la piel del otro, no trae más que frustraciones y problemas, como nos explican a diario los avispados y el telediario. Descartado el buenismo, seamos responsables: dejémonos llevar. No pensemos, no pongamos en duda lo que nos venden como inevitable. Veamos al diferente como una amenaza y al dirigente que nos vacía la cartera como un compañero de viaje. Pidámosle a Rosa Parks que se deje de numeritos, acepte la ley y se siente en su sitio. Las cosas son como son. Sigamos siendo sensatos hasta que no podamos más. Hasta que todo reviente de moderación o hasta que nos toque personalmente sufrir en nuestras carnes el malismo. Un concepto que, si la gente sensata, moderada y avispada que nos rodea nunca usa, será porque tal cosa no existe. Dantesco.
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