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No por mucho madrugar, amanece más madrugo.

¡Anda que no eres tarugo llegando a esa conclusión!

Pero esa es mi ilusión, madrugar sin que se note.

Eso dijo don Quijote a Sancho, su buen escudero.

Sí, pero fue en febrero, mes donde frío hace, y la vieja ya deshace el tejido que hizo ayer.

¡Pobre mujer! Siempre hecha un lío. Hoy teje, mañana desteje, y poco a poco envejece.

¿Acaso es malo envejecer?

No es malo, pero tampoco es un placer, mejor sería ir tejiendo, al mismo tiempo que riendo.

Pues las ganancias no te arriendo, si esa es tu filosofía.

Ten en cuenta, vida mía, y te lo digo sin rubor, que en esta apartada orilla comienza a hacer mucho calor.

¿Será amor?

¡Serán puñetas!, quítate esa chancletas que tanto afean tus pies. Calza mejor tafilete, de fino y largo tacón, aunque luego, en altura, me aventajes un montón.

Mira don Juan, ya que lo dices, yo muy franca te seré, eres tú tan retaco, que nunca me enamoraré.

¿Entonces de Mejía estás enamorada?

Sí, es mejor vate que tú y muy desenvuelto en la almohada.

¡Ah, traidora entre las traidoras! la peor entre cristianas y las conversas moras. ¡Por Belcebú que te mato!

Bien, pero espérate un rato, no seas tan impaciente.

¡Enamorada de Mejía, no se me va de la mente! ¿acaso lo estás esperando?

Sí, y pronto llegará, y de una estocada certera, sesgará tu yugular.

Eso no puede ocurrir, pues sería pesadilla, que la obra no acabase como la escribió Zorrilla. Yo mataré a Mejía, y a tu padre el comendador, y a ti también, Inés mía, cuando cante el ruiseñor.

¿Quién ha de matar a quién?

¿Quién a quién ha de matar?

Esa voz vuelvo a escuchar, ya me pongo muy nervioso.

Soy don Luis Mejía, el valeroso.

Y yo el noble comendador.

Os mataré a los dos.

Eso será improbable, pues ya te clavé mi sable.

¡Oh, ya me siento morir!

¿Pero qué has hecho, padre mío, ahora que voy a parir?

¿Acaso estás embarazada?

Sí, del canalla de don Juan.

¡Y yo lo acabo de matar! Yerno mío, despierta, que yo te perdonaré.

Si ese truhán despierta, yo lo remataré.

No lo hagáis, don Luis, pues mi hijo no tendrá padre, no tendrá un apellido, ni perrito que le ladre.

Lágrimas entre los asistentes, y...

Telón

El P©stiguet

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—¿La Hostería del Laurel?
—En ella estáis, caballero
—¿Está en casa el hostelero?
—Estáis hablando con él.
—Citado estoy con don Pedro,
cosas graves hemos de tratar
—Siendo él cumplidor y certero,
ya poco ha de tardar.
—Si es cumplidor, como decís,
le propondré un buen plan:
al inútil del Comendador Mariano,
de las Cortes bien echar.
—Bien haréis, señor don Pablo,
pues por las llagas de Cristo,
que al Comendador don Mariano
hacer algo bueno nunca he visto.
—Yo pediré a don Pedro,
ser por ello recompensado.
—Es justo recibir paga,
si bien lo habéis meditado.
—Pediré tener el control,
de todos los ciudadanos.
—Siendo algo tan sencillo,
podéis darlo ya otorgado.
—¿Don Pedro cederá
a mi simple petición?
—Sí, siempre que doña Susana
no ponga alguna objeción.
—¿Doña Susana es presa fácil
para un bello conquistador?
—Mejor enséñele ducados,
que abre todo aparador.
—Pero si ella se niega
¿quién abrirá su castillo?
—No lo dude usted don Pablo:
tenga repleto el bolsillo.

El P©stiguet

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—Vengo ante vos, noble y excelso Mejía,
llamado Iñigo Errejón por nombre,
a excusarme de lo que hice un día,
gesto cruel que no tiene nombre.

Voces lejanas a mí me llegaron
que bien me hablaban de ti,
que con grandes gestos te alabaron,
yo me creí desplazado, y tu muerte consentí.

Ya verás, me decían todas a la par,
que por su condición y entereza,
pedirá a la militancia que, como a Juan,
sea cortada tu alta y noble cabeza.

Miedo me entró, aquí os lo juro,
al ver en vos mi perdición,
y aun no estando dello muy seguro
y tras mucha meditación,

consulté, pues, con mi almohada.
Mas hoy sin ti nada soy, noble Errejón,
sin ti, noble Errejón, hoy no soy nada.
tu muerte política fue mi perdición.

Y aunque hombre de escasa fe
Heme pues, Iñigo, postrado aquí,
a deciros que si buena vida os quité,
reconoced que mejor sepultura os di.