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Mi bisnieto se llama Mateo, no por mi gusto, sino por sus padres que ya es querer martirizar a una criatura con tal nombre. Y es encantador —qué voy a decir yo, ¿verdad?— Tiene cinco años, y no he podido saber explicarle lo de la figura de la lavandera del Belén. Y es que un Belén si Reyes Magos, sin pastores ni ovejas, sin la mula y el buey, sin el ángel sobre el tejado dando glorias al niño, no se entiende. Ni se entiende sin el palacio de Herodes allá al fondo, o el cielo estrellado y el cometa apuntando hacia el portal...  Como tampoco se entiende sin el río de papel plata de las tabletas de chocolate y la lavandera. Pero Mateo, a sus cinco años, quiere una lavandera con una lavadora eléctrica, nada de paletazos contra la ropa para quitarle la suciedad. Ni lavar en el río, que esas cosa, los ríos, ya ni se conocen con esta terrible sequía. Pero por mucho que he preguntado en establecimientos y mercadillos navideños, no tienen la figura de la lavandera junto a la lavadora. Y Mateo, con sus cinco preciosos años, me ha dicho que no le gusta el belén y que lo quite. ¡Vaya! Tres días sin parar montándolo, y ahora el belén me lo monta él.

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