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¿VOLVERÁ LA GOLONDRINA?

Esa pregunta nos la hacíamos cada año, durante siete u ocho, y sí volvía, hasta que un día, vaya usted a saber por qué, dejó de visitarnos.

No sabría decirles si era la misma, pero sí que durante esos años de visita ocupaba el mismo lugar, en una esquina de una de las vigas de madera que soportan el techo del porche de nuestra vivienda rural.

Llegamos a bautizarla con el nombre de Altea, el nombre de una bonita población marítima de Alacant, y nombre de un pequeño arbusto de la familia de los hibiscus.

Cada año, el primero que la veía reposar en esa viga, nos comunicaba al resto que ya la teníamos de visita, y, quietamente y sin ruidos, nos asomábamos a verla al anochecer. En esa parte del porche, eliminamos la luz artificial para no molestarla.

El primer año que dejó de visitarnos, pueden creerme que nos sentimos doloridos, pensando si habría muerto, o había escogido otro lugar para ella más confortable. Ya no ocupó su lugar ninguna otra, sin entender nosotros el motivo, pero así ocurrió, y así lo cuento.



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