Manual de instrucciones
Permitidme que hoy cuente mi vida, pero no desde un punto de vista privado.
Cumplir años, vivir, es un ejercicio que deja secuelas no ya en la piel, sino también en el corazón y la cabeza. El poeta Ángel González lo escribió así cuando vivía un mal momento: “Para vivir un año es necesario / morirse muchas veces mucho”. Y, desde luego, hay situaciones en las que vivir resulta duro: “¡Mover el corazón todos los días / casi cien veces por minuto”.
En el mejor de los casos, el paso de los años y las muertes convierte al mundo en un lugar "ancho y ajeno". El título de la novela del peruano Ciro Alegría refleja bien la sensación de habitar un tiempo que ya no es tuyo, una luz que ya no te pertenece, cada vez más alejada no de la actualidad, sino de la manera en la que se vive la actualidad. Ahora que el tiempo se ha convertido en una mercancía de usar y tirar, la memoria corre el peligro de abrirse como una caja de Pandora cuando uno se empeña en mirar el mundo.
Hay que tomar precauciones. El Prometeo que quiso otorgarle el fuego a los seres humanos tuvo que colocar en su equipaje el valor de la previsión. Necesitó analizar los rumbos que iban a seguir de día en día las antorchas encendidas. Ser amigo de los mortales conlleva sus riesgos.
La primera precaución es no comportarse como un viejo cascarrabias, como un anciano empeñado en que el mundo gire con los mismos códigos de la propia juventud. La mercantilización del tiempo rompe en su vértigo el diálogo generacional y los vínculos de la memoria, porque los viejos cascarrabias y los jóvenes adánicos, esos que se lo inventan todo, todo, como si nada hubiera sucedido antes de ellos, impiden con su soberbia una conversación al calor de la hoguera.
Los años con su rencor nos dan un fuego de la vida poco dialogante, nos queman, nos reconstruyen como Víctor Frankenstein fabricó a su monstruo, a su moderno Prometeo. Y conviene ser precavido, tener cuidado.
Pero el peligro de no querer apoderarse de la razón, de procurar no ser un viejo cascarrabias, es que poco a poco la vida se hace ancha y ajena. Resulta difícil que el sentimiento del amor, que nos ata a los compromisos privados, se convierta en una virtud política. En medio del caos, de las mutaciones, de las nuevas formas de control y manipulación, de ese nuevo Frankenstein de la inteligencia artificial, de los debates sobre la democracia y los sentidos de la identidad y la pertenencia, es conveniente hacerse una guía para negociar los mil matices de la desorientación. No me gusta andar del todo a tientas.
En este mundo que no es mi mundo, en este tiempo que no es el mío, la forma de anclaje con mi propia ideología tiene que ver con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y con algunas reflexiones experimentadas a lo largo del tiempo. Paso a enumerarlas, confesando así mi propio manual de instrucciones:
[list="color: rgb(0, 0, 0); font-family: Roboto, sans-serif; box-sizing: inherit; margin-bottom: 1rem; overflow: hidden;"]
[*]La libertad democrática no debe confundirse con la ley del más fuerte.
[*]No deben confundirse los deseos con los derechos.
[*]El respeto a la diversidad no puede ser un camino a la fragmentación sectaria, sino una invitación a la convivencia.
[*]Cuidado con las expresiones poéticas: la inteligencia artificial no existe.
[*]Cuidado con las buenas causas que se convierten en legitimaciones de malas injusticias.
[*]El olvido es la peor negación del futuro.
[*]Las guillotinas ideológicas separan las cabezas y los corazones.
[*]Antes de decir lo que pensamos conviene pensar lo que decimos.
[*]El concepto de pueblo es peligroso en manos de quien se dedica a invertir en analfabetismo e incultura.
[*]La injusticia social y el desamparo hacen que los discursos totalitarios arraiguen entre los seres ofendidos.
[*]Sólo el amor es más fuerte que el odio. Sólo el amor resiste a la muerte.
[/list]
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Permitidme que hoy cuente mi vida, pero no desde un punto de vista privado.
Cumplir años, vivir, es un ejercicio que deja secuelas no ya en la piel, sino también en el corazón y la cabeza. El poeta Ángel González lo escribió así cuando vivía un mal momento: “Para vivir un año es necesario / morirse muchas veces mucho”. Y, desde luego, hay situaciones en las que vivir resulta duro: “¡Mover el corazón todos los días / casi cien veces por minuto”.
En el mejor de los casos, el paso de los años y las muertes convierte al mundo en un lugar "ancho y ajeno". El título de la novela del peruano Ciro Alegría refleja bien la sensación de habitar un tiempo que ya no es tuyo, una luz que ya no te pertenece, cada vez más alejada no de la actualidad, sino de la manera en la que se vive la actualidad. Ahora que el tiempo se ha convertido en una mercancía de usar y tirar, la memoria corre el peligro de abrirse como una caja de Pandora cuando uno se empeña en mirar el mundo.
Hay que tomar precauciones. El Prometeo que quiso otorgarle el fuego a los seres humanos tuvo que colocar en su equipaje el valor de la previsión. Necesitó analizar los rumbos que iban a seguir de día en día las antorchas encendidas. Ser amigo de los mortales conlleva sus riesgos.
La primera precaución es no comportarse como un viejo cascarrabias, como un anciano empeñado en que el mundo gire con los mismos códigos de la propia juventud. La mercantilización del tiempo rompe en su vértigo el diálogo generacional y los vínculos de la memoria, porque los viejos cascarrabias y los jóvenes adánicos, esos que se lo inventan todo, todo, como si nada hubiera sucedido antes de ellos, impiden con su soberbia una conversación al calor de la hoguera.
Los años con su rencor nos dan un fuego de la vida poco dialogante, nos queman, nos reconstruyen como Víctor Frankenstein fabricó a su monstruo, a su moderno Prometeo. Y conviene ser precavido, tener cuidado.
Pero el peligro de no querer apoderarse de la razón, de procurar no ser un viejo cascarrabias, es que poco a poco la vida se hace ancha y ajena. Resulta difícil que el sentimiento del amor, que nos ata a los compromisos privados, se convierta en una virtud política. En medio del caos, de las mutaciones, de las nuevas formas de control y manipulación, de ese nuevo Frankenstein de la inteligencia artificial, de los debates sobre la democracia y los sentidos de la identidad y la pertenencia, es conveniente hacerse una guía para negociar los mil matices de la desorientación. No me gusta andar del todo a tientas.
En este mundo que no es mi mundo, en este tiempo que no es el mío, la forma de anclaje con mi propia ideología tiene que ver con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y con algunas reflexiones experimentadas a lo largo del tiempo. Paso a enumerarlas, confesando así mi propio manual de instrucciones:
[list="color: rgb(0, 0, 0); font-family: Roboto, sans-serif; box-sizing: inherit; margin-bottom: 1rem; overflow: hidden;"]
[*]La libertad democrática no debe confundirse con la ley del más fuerte.
[*]No deben confundirse los deseos con los derechos.
[*]El respeto a la diversidad no puede ser un camino a la fragmentación sectaria, sino una invitación a la convivencia.
[*]Cuidado con las expresiones poéticas: la inteligencia artificial no existe.
[*]Cuidado con las buenas causas que se convierten en legitimaciones de malas injusticias.
[*]El olvido es la peor negación del futuro.
[*]Las guillotinas ideológicas separan las cabezas y los corazones.
[*]Antes de decir lo que pensamos conviene pensar lo que decimos.
[*]El concepto de pueblo es peligroso en manos de quien se dedica a invertir en analfabetismo e incultura.
[*]La injusticia social y el desamparo hacen que los discursos totalitarios arraiguen entre los seres ofendidos.
[*]Sólo el amor es más fuerte que el odio. Sólo el amor resiste a la muerte.
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