Soy un enamorado de la mar, algo habrá influido en ello el que naciera a escasos cien metros de la orilla del Mediterráneo, en la tranquila y bonita playa de El Postiguet que en la foto de cabecera la pueden contemplar. Y nadie podrá imaginarse, pese a lo extraordinario que resultó para mi vida profesional, social y familiar, el haberme marchado tantos años fuera de España y residir en ciudades no marítimas... ¡lo que lo añoraba!
Una vez ya aquí, contemplarla diariamente o darme un paseo en ella con mi vieja pero muy marinera Taylor, la que ya no está bajo mi control por haberla vendido, es lo mejor que podía sucederme.
Y abro este hilo para comentar cosas de ella, de la mar, de mi mar… sin ninguna otra pretensión que escribir sobre la misma con todo el amor del mundo hacia ella.
Pues puede empezar el Postiguet a contarnos por qué la gente de la mar la llamamos la mar y por qué la gente que no es de la mar lo llama el mar. Es una broma, no cree el llobu que nadie sepa ese por qué.
El llobu escribió:Pues puede empezar el Postiguet a contarnos por qué la gente de la mar la llamamos la mar y por qué la gente que no es de la mar lo llama el mar. Es una broma, no cree el llobu que nadie sepa ese por qué.
Salú y República.
Conocí un marinero gallego, de los que van a Terranova, que decía la mar como una expresión femenina, y de amor al mar, pero puede tener los dos términos, masculino o femenino, por ejemplo "el hacerse a la mar" lo emplean muchos pescadores, los de tierra adentro no entendemos mucho del tema, solo vemos mucha mas agua que el embalse del pueblo.
El llobu escribió:Pues puede empezar el Postiguet a contarnos por qué la gente de la mar la llamamos la mar y por qué la gente que no es de la mar lo llama el mar. Es una broma, no cree el llobu que nadie sepa ese por qué.
Salú y República.
Conocí un marinero gallego, de los que van a Terranova, que decía la mar como una expresión femenina, y de amor al mar, pero puede tener los dos términos, masculino o femenino, por ejemplo "el hacerse a la mar" lo emplean muchos pescadores, los de tierra adentro no entendemos mucho del tema, solo vemos mucha mas agua que el embalse del pueblo.
No es una cuestión de entender, es una cuestión de uso. El masculino, más generalizado, es el considerado más normal, pero el femenino también es válido, precisamente porque así lo usa la gente de la mar.
Lo normal hoy es usar mar como masculino (el mar), pero también es normal y válido su uso como femenino en algunos contextos y expresiones: alta mar, hacerse a la mar, etc.
Conocí un marinero gallego, de los que van a Terranova, que decía la mar como una expresión femenina, y de amor al mar, pero puede tener los dos términos, masculino o femenino, por ejemplo "el hacerse a la mar" lo emplean muchos pescadores, los de tierra adentro no entendemos mucho del tema, solo vemos mucha mas agua que el embalse del pueblo.
No es una cuestión de entender, es una cuestión de uso. El masculino, más generalizado, es el considerado más normal, pero el femenino también es válido, precisamente porque así lo usa la gente de la mar.
Lo normal hoy es usar mar como masculino (el mar), pero también es normal y válido su uso como femenino en algunos contextos y expresiones: alta mar, hacerse a la mar, etc.
¿Es «el mar» o «la mar»?
Salú y República.
Dejando claro que usen el o la como quieran vengo de gente que se dedicaba a la mar. Tambien que no fuese cuando estaba revuelta porque la mar llama. Yo ni caso, claro.
Instrumento, también llamado pito, utilizado en los buques para producir sonidos para avisar o hacer señales. Pueden ser de mano o fijos; utilízase los primeros para llamar la atención o transmitir órdenes a la tripulación por medio de señales convencionales, insuflándoles aire emitido por los pulmones. Los fijos van por lo general colocados en la chimenea de proa, estando formados por una campana cerrada por su parte alta en la que se introduce un chorro anular de vapor o aire comprimido, el cual sale por una ranura practicada a cierta distancia del fondo, produciendo un sonido más grave que el de la sirena cuya gravedad viene regulada por la distancia del fondo de la campana a la ranura de salida del fluido; la llegada de vapor o aire viene regulada por una válvula, mantenida cerrada por un soporte, la cual se abre por medio de una palanca accionada desde el puente de mando por un cable de acero.
El llobu escribió:Pues puede empezar el Postiguet a contarnos por qué la gente de la mar la llamamos la mar y por qué la gente que no es de la mar lo llama el mar. Es una broma, no cree el llobu que nadie sepa ese por qué.
Salú y República.
Lo ignoro por completo. Por lo general yo digo la mar, pero pudiera ser porque no hay marinero que no la ame, y como si fuera una mujer, la añora si está lejos, la teme y respeta.
Como dijera Serrat en su Mediterráneo:
Y te acercas, y te vas después de besar mi aldea, jugando con la marea te vas, pensando en volver. Eres como una mujer perfumadita de brea, que se añora y que se quiere, que se conoce y se teme.
Reproduzco a continuación las historia de mi amigo Yelo, un forista compañero de varios foros cristianos por donde yo andaba. Forista ateo convertido a agnóstico por el relato que a continuación les traigo. Aunque contado en primera persona, el escritor de dicho relato es su primo, también amigo mío de otras andanzas.
Hola.
Me llamo Olsen Ángel y ustedes no me conocen. En justa reciprocidad debo admitir que yo tampoco les conozco a ustedes, pero no importa; lo importante es la historia que les voy a contar. Una historia tan cierta como que usted está ahí leyéndola.
No es exactamente una historia del mar ocurrida a gentes de la mar. Es una historia ocurrida en la mar de la cual fui testigo y protagonista. O mejor dicho, de la cual fui testigo y sujeto pasivo, puesto que no protagonicé nada.
Ocurrió ahora hace casi cuatro años, tal vez algo más, pues desde entonces el transcurso de los días apenas tiene importancia para mí. ¡Cuánta razón tenían los filósofos griegos cuando especulaban acerca de lo relativamente rápido o lento del transcurrir del tiempo según las circunstancias! ¿Son exactamente iguales en duración las horas de alegría y felicidad que las de angustia y ansiedad? ¿Y qué decir del tango que predica que veinte años no es nada?
Haré una breve presentación de mí mismo para situar un poco mejor la historia que me ha traído hasta aquí.
A pesar de ser mi padre y mis abuelos españoles yo viví mi infancia en Canadá, el país de mi madre, donde nací, y mi adolescencia en Italia, donde cursé buena parte de mis estudios universitarios. España era para mí solamente el país de una de mis nacionalidades -canadiense y española- y el lugar de residencia de mi tío abuelo Carlitos, con quien pasábamos las vacaciones mis hermanas y yo. Hoy es, sin ya lugar a dudas, mi verdadero país.
Si bien mis dos diplomaturas, mis dos licenciaturas y mi doctorado en diferentes disciplinas me permitirían ejercer cualquier profesión relacionada con la enseñanza, el Derecho o el periodismo, soy reportero gráfico y mi campo de acción siempre había sido hasta la época en que ocurrieron los hechos que trato de relatar, Italia, Canadá, Francia, Luxemburgo y Bélgica, por mi dominio de los idiomas italiano y francés, con algunas incursiones en Hispanoamérica y Oriente Medio, este último sospecho que por un afán en fastidiarme que de vez en cuando muestra la Agencia de noticias para la cual trabajo. Éste iba a ser mi primer trabajo en España.
Tras añadir que soy soltero y pronto cumpliré treinta años de edad, considero hechas las presentaciones.
Los hechos sucedieron más o menos como lo voy a relatar.
La Agencia me había enviado a Galicia, a la Mariña lucense, concretamente a una aldea, parroquia dicen allí, llamada Rinlo, donde debía embarcar en un buque pesquero para realizar un reportaje gráfico sobre el trabajo de los pescadores en la Costa de la Muerte, la famosa Costa da Morte.
Ya sé, ya sé que la Costa de la Muerte no está en Lugo. Había un poco de trampa, pues entre la Mariña lucense y la Costa da Morte median al menos doscientos o trescientos kilómetros por carretera y muchas millas marinas si el viaje se hace en barco. Son pequeños trucos del oficio. ¿Acaso creen ustedes que esas fotografías de mariposas tan bonitas publicadas en revistas de naturaleza son instantáneas? No quiero decir que no lo sean alguna vez, pero por lo general, se caza la mariposa, se la ensarta con un alfiler y se la ilumina convenientemente para fotografiarla. Pues esto es lo mismo. ¿Por qué arriesgarse en aguas peligrosas si al lado las hay más tranquilas? Basta con evitar fotografiar la matrícula del buque. A fin de cuentas, se lee el artículo y se miran las fotos. El articulista a veces se inventa la historia con solamente ver el documento gráfico que se le entrega. Y tú, que lo sabes, realizas un trabajo de presunto riesgo en un escenario diferente donde ese riesgo es inexistente. ¡Cuán lejos estaba este caso de la realidad.
Al descender del avión en Santiago de Compostela ya se notaba un tiempo demasiado revuelto para la época. Era la primavera y negros nubarrones adornaban el horizonte miraras hacia donde miraras. A la mañana siguiente, tras alquilar un automóvil, inicié el viaje a Rinlo; cabe destacar que fue un viaje pasado por agua. No conocía Galicia, pero cada vez me recordaba más a Irlanda, la tierra de mi abuela materna.
En el pequeño puerto de Rinlo estaba amarrado el buque cuyo patrón, Pepe de Bretoña, había accedido a facilitarme el trabajo. Se trataba del Concepción II, un bonito barco pesquero pintado de rojo y blanco cuyas características técnicas, tales como la manga, la eslora, el tonelaje, conceptos tan recurrentes en las conversaciones en los muelles, no sé especificar, lo siento. Las presentaciones fueron rápidas y el embarque lo fue más aún. Me esperaban el día anterior por la tarde para zarpar de noche; solamente la excusa, por otra parte falsa, de que quise conocer al “Santiño” (1) hizo que algunos marineros me dedicaran una franca sonrisa. He de aclarar que en esta zona los conceptos marinero y pescador son casi sinónimos.
El barco zarpó. Abandonamos las aguas tranquilas del puerto protector y de la ría amiga, entramos en mar abierto; sonó la sirena tres veces, los pescadores se quitaron el gorro de la cabeza, se lo volvieron a poner, tal vez una superstición marinera, supuse, y comenzamos la faena, cada cual la suya.
En fin, a partir de este momento los hechos se desarrollaron rápidamente. Tan rápido que se pueden resumir en una frase: embarcamos a las once de la mañana y cinco horas más tarde habíamos naufragado.
Yo no entiendo de términos marinos, lo diré una y mil veces. Dijeron que había sido un golpe de mar. Solamente vi cómo el barco, en su loca cabalgata sobre las olas, fue sorprendido por una que se presentó de improviso. Era enorme. Nos pilló por atrás, la popa decían los marineros, y nos llevó sobre su cresta como un niño lleva un juguete. Al caer de ella, el morro del buque, la proa decían cuando daban explicaciones en la Comandancia de Marina, se hundió en el mar. Y detrás de la proa se fue todo lo demás con nosotros encima de ello.
Insisto en que no soy gente de mar y ruego sea perdonado mi desconocimiento del lenguaje y de los términos marineros. Toda mi experiencia como navegante se reduce a paseos en botes de remos por los estanques de los parques o a lo máximo en una de esas motoras para turistas tan placenteras en los puertos de las ciudades costeras.
Hago esta aclaración porque no sé si aquello fue una tormenta, o una borrasca, o una galerna, o un tifón, o un huracán; no sé si era mar gruesa o muy gruesa ni si eran vientos de fuerza siete o fuerza setenta de componente Nordeste o Noroeste. Solamente sé que nueve hombres, algunos con trajes térmicos, todos con chalecos salvavidas anaranjados, luchábamos para mantenernos a flote unidos en medio de las olas más altas que yo había visto en mi vida, tan grandes como edificios de cuatro plantas; unos días después supe que era mar arbolada a montuosa.
Agua salada por abajo y agua dulce por arriba, no cesaba de llover. Y frío, mucho frío. Mi costoso equipo fotográfico en el fondo del mar, el ordenador portátil y el teléfono móvil en el fondo del mar, el Concepción II en el fondo del mar, nuestras posibilidades de sobrevivir... en el fondo del mar.
Gritaba y no oía mi voz, tal era el bramido del mar y del viento. Solamente sabía que mientras nos mantuviéramos reunidos podríamos prestarnos alguna mínima ayuda. Aquello no aflojaba. Las olas cada vez eran mayores o lo parecían, el viento se hacía más fuerte por instantes, las esperanzas disminuían por momentos; me dolían los brazos y las piernas, la boca me sabía a sal por el agua que tragaba por ella y por la nariz y ya en dos ocasiones alguien había tirado de mi media melena para que no hundiera la cabeza en el agua a causa del cansancio. Confieso que mi estado de ánimo era cada vez más pesimista y ya me había entregado a la idea de una próxima muerte. Aquello parecía que iba a durar poco para nosotros. No tenía miedo, pero deseaba no morir, aunque ya se diluía cada vez más la pugna que libraban mi razón y mi voluntad en tan opuestas realidades. Voluntad de vivir frente al razonamiento que demostraba la imposibilidad de ver cumplido mi deseo.
Y entonces sucedió. Dicen que fue un milagro.
Un pescador, en cuya voz reconocí a Xan Calderín, el marinero de Xeixadelo, gritó con voz que todos pudimos oír nítidamente: “¡Virxe de Vilaselán, sálvanos!”. (2)
Lo que vino a continuación es inenarrable.
Aunque yo tuviera la facilidad para escribir de don Miguel de Cervantes y de don Francisco de Quevedo jamás hallaría palabras para contarlo porque no creo que esas palabras existan. Sencillamente se obró un prodigio: las olas cesaron y cesó la lluvia, amainó el viento y desaparecieron las nubes. Y todo de repente, como cuando el director de una orquesta manda callar a la vez a todos los instrumentos porque la partitura ha llegado al final. Puedo asegurar que apareció el sol y juraré hasta el último día de mi vida que además, como guinda, apareció en el cielo el más perfecto Arco Iris jamás visto por ojos humanos excepto, tal vez, los de Noé y sus familiares. Los nueve náufragos nos reagrupamos y nos mirábamos sorprendidos, algunos se santiguaban y otros rezaban. Yo era ateo.
Un silencio tan espeso que me atrevería a denominar de ensordecedor nos rodeaba y sólo era tímidamente roto por un leve rumor del ahora manso mar, las toses de algunos, el lloriqueo de otros y el incesante murmullo de plegarias en una lengua totalmente desconocida por mí, la lengua galega. Busqué con la vista a Xan Calderín, el marinero de Xeixadelo, para preguntarle qué había ocurrido, pero no podía verle, yo ya no podía ver nada porque el cansancio se había apoderado completamente de mis fuerzas. El cansancio y el relajamiento tan brutal sobrevenido tras el titánico esfuerzo realizado por sobrevivir me dejó sin fuerzas. Por eso no sé si entonces o si mucho después, ya digo que desde ese día el tiempo no tiene importancia para mí, apareció en el horizonte la lancha de la Guardia Civil del Mar; lo que sí recuerdo es cómo todos fuimos izados a bordo por unos hombres vestidos de azul o de verde que nos miraban con caras circunspectas. Luego supe que un helicóptero de la Cruz Roja también intervino en el salvamento. Daba lo mismo, estábamos salvados.
Fuimos trasladados al Hospital de Burela, donde permanecimos ingresados dos días tras los cuales, al ser dados de alta y después de una interminable sucesión de trámites administrativos, nos dirigimos a Rinlo, en cuyo muelle nos despedimos -me despedí- con lágrimas, con abrazos y besos, como lo hacen los hombres de verdad, como lo hacen los camaradas en que nos había convertido para siempre el mar, la mar, y que habían visto una vez más (yo la segunda, ellos a diario en su profesión) la cara a la muerte, pero no sin antes informarme de algo vital para mí en esos momentos: que la Virgen de Vilaselán es una talla de la Virgen María venerada desde hace siglos en el santuario del mismo nombre a unos cuantos kilómetros de donde estábamos.
El automóvil de alquiler continuaba en el puerto y las llaves permanecieron en el bolsillo de mi pantalón durante toda la odisea recientemente vivida y no hace falta decir que no me planteé una opción distinta a la de dirigirme a conocer la imagen tan enigmática para mí. No tenía otra prioridad. Algo sumamente poderoso en mi interior me impulsaba a acercarme a Vilaselán, un impulso tan fuerte que ni una tormenta como la recientemente vivida lo hubiera impedido.
Y a Vilaselán me fui ese mismo día, día soleado y tranquilo, diferente a los tres o cuatro que le precedieron. Solamente era seguir una carreterita local que transcurre entre praderas y pinares.
Se sucedían las aldeas (parroquias unas veces y barrios otras dicen por allí): Río, Outeiro, Piñeira... son los únicos nombres que recuerdo. ¡Cuántas cosas sabía ahora que antes ignoraba! Sabía de la devoción de la gente de mar hacia la Virxe de Vilaselán; conocía el significado de los tres silbidos de sirena lanzados por el buque cuando abandonamos las aguas tranquilas de la ría para salir a alta mar, sabía que ese documento sonoro, producido al tiempo que los marineros se descubrían la cabeza de sus gorros, no era una superstición, sino un saludo y una despedida a la Santísima Virgen de Vilaselán, su patrona, su protectora, su otra madre. Sabía... ¡yo no sabía nada de nada!
Describir el santuario de Vilaselán es quizás lo más agradable de esta historia. Al borde de la carretera, con una amplia pradera ante sus dos puertas accesibles, una de ellas con un agradable atrio, se alza el pequeño santuario, a poca distancia de Piñeira y de Ribadeo, cerca del faro de Isla Pancha y del fuerte de San Damián, guardianes silenciosos de la entrada a la ría, tarea que comparten con su hermano pequeño, el cargadero de mineral, o cargadeiro.
Las proporciones del templo, tanto en base como en altura, me parecieron equilibradísimas; la altura de su modesta torre, provista de dos humildes campanas está en la proporción exacta con la longitud y anchura de la mínima única nave abovedada que la conforma. Sencilla, acogedora, recoleta, con olor a cera de velas y a perfume de flores que luego supe que nunca faltan en tan modesto recinto. ¡Cuánta paz y tranquilidad en un espacio tan agradable!
Allí estaba el párroco, don Manolo, imposible de olvidar, retocando un jarrón con flores blancas destinadas a adornar el altar mayor, y, lo más importante, allí estaba, en el lugar de honor del retablo de ese altar mayor, el objeto de mi visita, la venerada imagen de la Virgen de Vilaselán, Nuestra Señora de la Encarnación de Vilaselán, la Santísima Virgen María. Una talla difícil de describir, con un rostro serio, grave e impenetrable enmarcado en un rostrillo de plata, una imagen de mujer con un vestido blanco y un manto azul que en los brazos lleva al Niño Jesús, el Pícaro en el cariñoso decir de los lugareños, rodeada de flores y por algunas reproducciones de antiguos barcos veleros colgados de las paredes y del techo, navíos naufragados hace muchos años, intercalados con cuadros de antiguos bajeles pintados en medio de espantosas olas en una instantánea anterior al momento justo de irse a pique, los cuales supe después no eran sino exvotos depositados a través de los siglos por marinos agradecidos de haber salvado la vida en desastres ocurridos siglos atrás por todos los mares del mundo, y que la salvaron precisamente por el hecho de haber invocado con fe a la Virxe de Vilaselán.
Fe. Aquellos marineros de la antigüedad tuvieron la misma fe que tiene Xan, el marinero de Xeixadelo, pensé.
Y allí estaba la imagen, estaba el cura y estaba yo, náufrago ateo en el mar de la vida que no sabía qué hacer ni qué decir. Y hablamos, hablamos los tres: la imagen, el cura y yo.
Unos meses después, en la procesión de la Virgen del Carmen de Viveiro, a virxe mariñeira, exactamente el 16 de Julio del mismo año, desfilaban detrás de la imagen ocho hombres de mar, pescadores o marineros, tanto da, pero inconfundibles en su manera de vestir y de andar, descalzos y asidos del brazo, entrelazados formando un solo cuerpo en torno a don Manolo, el cura párroco de Vilaselán. Yo estaba allí trabajando y les reconocí a todos. Guardé en el bolso la cámara y me arrojé a sus brazos, a los brazos de Xan Calderín, o mariñeiro de Xeixadelo, a los de Pepe de Bretoña, el patrón, a los brazos de mis camaradas, y lloramos.
Sin palabras. ¿Para qué las palabras?
Lloramos todos. Nos abrazamos, nos besamos y lloramos, como el día no tan lejano de nuestra despedida en el muelle de Rinlo; lloramos como solamente lloran los hombres, porque quien diga que los hombres no lloran, miente. Lloramos nosotros y lloraron quienes nos vieron. Lloraron los que miraban pasar la procesión y lloraron los músicos de la Banda de Infantería de Marina de El Ferrol que hasta ese momento solemnizaban la ahora interrumpida procesión. Por llorar, lloraron unos niños vestidos de marineros y pescadores y lloraron las monjitas que contemplaban y adivinaron la escena desde las ventanas de un cercano convento. La gente se arremolinó en torno a nosotros, nos estrechaban la mano y nos abrazaban unos o nos palmeaban la espalda otros, pues todos comprendían lo que significaba aquella interrupción, todos eran gente de mar o que vivía de cara al mar. Sin palabras, sin explicaciones, comprendían nuestro abrazo y se unían a él; y miraras hacia donde miraras veías rostros cuyos ojos certificaban la emoción del momento a través de las lágrimas. Curioso ver a las lágrimas actuar como improvisados notarios.
Y llorando, llorando, pues dicen que este mundo es un valle de lágrimas y aquella situación ya semejaba un verdadero mar, penetramos en el templo y cantamos -mejor dicho, cantaron- la Salve Marinera. ¡Qué fácil recordar hoy los primeros versos de la oración!:
¡Salve, Estrella de los mares, De los mares Reina de eterna ventura...!
Y desde ese día, yo soy un poco menos ateo.
Porque como dice el cantar popular, el que no sepa rezar, vaya por esos mares... (3)
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1.- Se refiere a Santiago Apóstol, en cuyo honor está edificada la Catedral de Santiago de Compostela, en la cual se venera su sepulcro. 2.- En gallego. En castellano sería: “¡Virgen de Villaselán, sálvanos!”. 3.- Se refiere a una copla popular entre marineros y pescadores:
El que no sepa rezar, vaya por esos mares. Verá qué pronto aprende sin enseñarle nadie.
Mitología. Perverso hijo del dios de los mares Poseidón, que realizaba grandes maldades en la costa del istmo de Corinto. Forzaba dos pinos a que se doblasen; ataba en ellos a un pobre náufrago que llegara a sus costas o a un simple viajero de los caminos y cuando soltaba las ligaduras de los árboles éstos despedazaban al desgraciado. Indignado Teseo por tal proceder hizo sufrir al propio Sinis su mismo suplicio.
¡EH, PETREL! CUADERNO DE UN NAVEGANTE SOLITARIO Julio Villar En su ligero Mistral, desde que salió de Barcelona en 1968 hasta que llegó al puerto de Lequeitio en el verano de 1972, Julio Villar recorrió unas 38.000 millas marinas. Fue una vuelta al mundo vivida sin prisas, saboreada, tranquila, a veces dramática. Pero el relato de sus peripecias no sigue el rumbo habitual en este tipo de libros. Aunque evoca inolvidablemente sus largos periplos de navegación y escalas, el propósito de Julio Villar ha sido recoger el curso anímico de su deambular. ¡Eh, Petrel! oscila entre la divagación lírica y sus escuetas anotaciones del cuaderno de bitácora. Sus párrafos rozan más de una vez la estructura de un poema y hay en ellos asombro y fervor hacia Walt Whitman, inquietas preguntas y sentimientos “de una sencillez y de una pureza que sólo hace muchos, muchos años, cuando era niño, era capaz de sentir”. Un relato de viajes que es en sí mismo el alma del viajero. Este es un libro maravilloso, lleno de paz, mar, aves marinas, peces voladores, soledad serena, libertad y alegría de vivir que se contagia cuando tienes la suerte de poder sumergirte en sus páginas llenas de los espontáneos y bellos dibujos que hizo Julio en su viaje.
Navegación forzada que se hace corriendo en popa con solo el trinquete por la fuerza del viento en un temporal. Esta maniobra se expresa con la frase de “correr una trinquetada”, la cual significa también, según los casos, haber tenido una navegación trabajosa a causa de los tiempos contrarios, mal estado del buque, etc., y aún se usa figuradamente para denotar cualquier trabajo o escasez parecida por más o menos tiempo.
Navío inferior a fragata. En el siglo XVII era una especie de barcalonga con palo mayor y un trinquete pequeño, izando solo velas bajas, gavias y cebadera, y se ayudaba de remos en lagunas ocasiones.
A mediados del siglo XVIII aumenta de tamaño y un tercer palo, el mesana, viene a completar su arboladura, que en adelante será de fragata o navío en muchas de las pertenecientes a las armadas, donde su cometido era el de buque de exploración. Sin embargo, reina cierto confusionismo en torno a la corbeta, y es que debe distinguirse la de guerra de la mercante. La corbeta de guerra que hacia 1750 solía tener una eslora de veinte metros, aproximadamente, y montaba doce cañones en cubierta, fue haciéndose cada vez más grande y el número de sus piezas de artillería llegó a dieciséis por banda.
Como buque mercante la corbeta, se define por el aparejo, trinquete y mayor cruzados, igual que una fragata, y el mesana con cangreja y escandalosa, sin cofa ni vergas o con verga seca.
Nombre dado en Catalunya al laúd con el yugo angular, con el timón más alto que el codaste, cerca del cual tenía un palo pequeño en el que se izaba una mesana latina.
Falucho de grandes dimensiones y características semejantes al laúd anterior.
Familia de peces marinos, acantopterigios, de cuerpo comprimido en la mayoría alto, con una sola aleta dorsal cuya porción anterior está sostenida por radios espinosos, mientras que los de la posterior son blandos. Pectorales ligeramente falciformes. Boca más bien pequeña y poco protráctil, con dentición muy característica para las diferentes especies. Pertenecen a esta familia el besugo, besugo del norte, boga, cachucho, dorada (foto acompañada), chopa, mojarra, oblada, pagel, pargo, raspallón, salpa, sama, etc.
el.loco.lucas escribió:Yo soy más de atún rojo. Tanto su pesca como a la plancha.
Lo cortés no quita lo valiente. Hay espáridos que, al horno, quitan el sentido, sin que esté reñido, no sólo con al atún rojo, sino con otros túnidos. Y lo dice el llobu en cuanto a la cocina, no en cuanto a la pesca: pescar túnidos desde tierra, que es como pesca el llobu, no es muy factible, por mucho que se intente.
el.loco.lucas escribió:Yo soy más de atún rojo. Tanto su pesca como a la plancha.
Lo cortés no quita lo valiente. Hay espáridos que, al horno, quitan el sentido, sin que esté reñido, no sólo con al atún rojo, sino con otros túnidos.
Salú y República.
Yo no digo que el atún sea lo mejor, pero es lo que más conozco. Lo que he pescado desde niño. De hecho el único atún fresco que he probado es el pescado por nosotros.
Divinidad secundaria en la mitología asirio-babilónica, que provoca las tempestades. El fragor de sus tormentas, truenos y huracanes llegaba hasta el cielo. No era sólo una deidad marina; cuando Bel (el señor, equivalente al Júpiter de los romanos) decretó el Diluvio, fue Adad el encargado de abrir las cataratas del cielo para que se cumpliera la orden. Otro gran atributo de Adad, compartido con Shamash (deidad solar) fue predecir lo venidero.
Arte de playa actualmente en decadencia, como todos ellos, pero antiguamente el más extendido.
Pertenece al grupo de artes de playa evolucionados, que además de envolver el pescado, rastrean el fondo, aunque la captura principal siguen haciéndola en el cerco y no en el rastreo. La jábega consiste en un saco ancho y bastante largo denominado copo, de la boca del cual y por cada lado parte una larga red denominada banda, de altura igual a la del copo a su nivel y cada vez más estrecha en sentido opuesto, donde se fija un palo transversal denominado calón. Cuando se cala el arte, el copo se hincha como un zepelín partido transversalmente, y las bandas quedan en posición vertical, divergiendo una de otra a medida que se alejan del cono.
Aunque hoy desaparecida esta pesca, por estar las playas llenas de turistas, y aunque más modestas en cuanto al tamaño del arte, recuerdo que de niño, en la playa de Guardamar del Segura, que allí se llamaba “pesseta”, he pescado muchas veces. Pero hoy, que los peces que han huido de las playas, por la proliferación de turistas, y por el cambio climático que hace que las aguas estén a una temperatura muy elevada, su uso no daría el resultado de ver capturar sargos, mabres, vidriadas, salmonetes de playa… y que luego, asados con sarmientos, eran una delicia.
El llobu escribió:¿El pagel es la breca (Pagellus erythrinus)?, pica en asturianu.
Al llobu le encanta tanto su pesca como al horno.
Salú y República.
No cabe duda de que el pagel al horno es un buen bocado, pero ignoro cómo se le puede llamar en Asturias.
Saludos marineros.
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Por eso pregunta el llobu si en castellano es la breca, con nombre científico Pagelluserythrinus. No se preocupe el Postiguet, ya lo ha buscado el llobu en internet y cree que sí.
El barco que recorrió el Atlántico sin tripulación y fue a encallar en Irlanda.
"Problemas no identificados a bordo provocaron un corte de energía y el Alta se quedó a la deriva durante 20 días unos 2.100 km al sudeste de Bermudas, hasta que fue detectado por la Guardia Costera de Estados Unidos.
Con solo dos días de comida a bordo para la tripulación, los guardacostas estadounidenses les arrojaron alimentos y otros suministros.
Pero como se acercaba un huracán, los patrulleros decidieron rescatar a los 10 miembros de la tripulación y llevarlos a Puerto Rico. "El barco de motor Alta sigue a la deriva hacia el sudeste de Bermudas mientras continúan los intentos de rescate de los propietarios", dijo un portavoz del Centro de Operaciones Marítimas de Bermudas en ese momento.
Parcialmente dañado y sin tripulación, el Alta quedó a la deriva.
Luego, un año después, en septiembre de 2019, un buque de patrulla de hielo británico lo divisó en medio del Atlántico."
El Octavius, la leyenda del barco fantasma que estuvo navegando 14 años. [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
En pleno siglo XVIII, el mundo de la navegación comenzó a obsesionarse con un reto: encontrar el paso del Noroeste. La época de los descubrimientos de continentes o de islas perdidas ya había tocado a su fin y, por aquel entonces, uno de los grandes objetivos que quedaban pendientes en el mar era encontrar una vía que, bordeando América del Norte, consiguiera conectar el Océano Atlántico con el Pacífico mediante una ruta corta. Sin embargo, para ello habría que cruzar el temido Océano Ártico, donde el hielo y los icebergs complicaban la misión. Muchos barcos se lanzaron a la aventura sin éxito.
Posiblemente, el caso más conocido sea el del Terror y el Erebus, dos embarcaciones que quedaron atrapadas en el hielo del Ártico en 1845 y que no fueron localizadas hasta el año 2016. El principal problema que tenía esta vía era cruzar el estrecho de Lancaster, una franja muy estrecha de agua que solo podía atravesarse en verano pues, en el momento en el que entraba el frío, las gélidas temperaturas convertían el agua en un bloque, impedía la navegación y terminaba por provocar que los barcos quedaran encallados en un desierto de hielo donde sus tripulantes terminaban falleciendo ante la falta de agua potable y de comida, a miles de kilómetros de distancia de cualquier punto civilizado. Precisamente, en ese contexto aparecio la leyenda del Octavius.
Esta goleta comenzaría su viaje el 10 de septiembre de 1761, cuando la embarcación partió de Londres con destino a China. Comandada por el capitán Hendrick van der Heul —quien fuera exgeneral del capitán Kidd—, tardó varios meses en llegar al país asiático. Una vez allí, cargó sus bodegas con el objetivo de regresar a Reino Unido…, pero nunca lo hizo. Varios meses más tarde, cuando el barco no había regresado a Londres, comenzaron las pesquisas para tratar de saber qué había pasado con él, pero nadie sabía absolutamente nada, solo que había alcanzado su destino y que había partido de regreso a las islas británicas.
De esta manera, el Octavius desapareció en algún momento de 1762, pero nadie había conseguido encontrar su rastro. En principio, la ruta original del barco solo planteaba un viaje de ida y vuelta desde Londres a China, sin más objetivos que hacer un intercambio comercial bastante habitual en aquella época. Sin embargo, la sorpresa llegaría 14 años después de que la embarcación hubiera desaparecido. Era el 11 de octubre de 1776 cuando otra embarcación, el Herald, se encontraba faenando en el Atlántico Norte cuando, de repente, su vigía pudo observar cómo otro barco se acercaba a ellos.
El vigía le comunicó al capitán, Alex Warren, lo que estaba viendo, momento en el que el máximo responsable de la embarcación trató, sin éxito, de descubrir de qué barco se trataba. Su sorpresa llegó cuando pudo observar que era una goleta, una embarcación bastante inusual para la zona, pues era un barco con tres palos y numerosas velas que no era muy común ver por una zona donde el frío y el hielo eran habituales. Así, el general decidió que su barco se acercara, pero cuando les gritaron desde la cubierta, no recibieron ninguna respuesta. Era un mal presagio para la tripulación, tal y como cuenta 'National Geographic'.
Prácticamente a su lado, tanto Warren como el resto de tripulantes pudieron ver que buena parte de la cubierta del barco se encontraba congelada, con el casco muy dañado y con las velas rotas. Así, decidieron mandar una pequeña avanzadilla en una barcaza para ver de cerca qué es lo que había ocurrido. Cuando llegaron al barco, aquellos miedos se hicieron realidad: los 28 marineros que formaban la tripulación estaban tumbados en sus literas, cubiertos por numerosas mantas, pero todos muertos por congelación. A continuación, acudieron a las despensas, donde vieron que todas las reservas de agua y alimentos se habían agotado.
Misterio en el cuaderno de bitácora
Antes de abandonar el barco, Warren acudió al camarote del capitán en busca del libro de bitácora, donde se podía dar alguna explicación de lo que había sucedido. Pero en aquel habitáculo había cuatro cuerpos más: una mujer abrazada a su hijo, un hombre con un pedernal y una barra de metal y el propio capitán, sentado en una silla frente a su cuaderno de bitácora, aún con la pluma en la mano. En vista de lo sucedido, el capitán ordenó a uno de sus hombres que recogiera aquel librito para analizarlo más tranquilamente desde el propio Herald, poniendo aquella avanzadilla rumbo hacia su barco.
Pero las sorpresas no habían acabado. Cuando el capitán revisó pormenorizadamente el cuaderno, descubrió que que solo tenía la primera y la última página, pero en ellas había suficiente información: el barco estaba realizando la ruta entre China y Reino Unido pero, entonces, ¿qué hacía perdido allí? Efectivamente, era el Octavius, algo que confirmaban las fechas del cuaderno de bitácora: la primera página había sido escrita el 10 de septiembre de 1761, es decir, el día que comenzó su viaje a China y la última fue escrita el 11 de noviembre de 1762, en la que aseguraba que el barco llevaba 17 días atascado en el hielo y que la situación era catastrófica.
O, dicho de otra manera, el barco que acababan de encontrar, es decir, el Octavius, llevaría perdido 14 años. Quizás había decidido tratar de encontrar el paso del Noroeste en su regreso a casa y, aunque no lo supieran, en realidad habían logrado su objetivo de forma póstuma. A día de hoy, los expertos se debaten entre si la historia es real o simplemente es una leyenda, pero, sea como fuere, alentó a que numerosas embarcaciones trataran de encontrar posteriormente el paso del Noroeste. No sería hasta el año 1906 cuando Roald Amundsen lo consiguiera, abriendo una ruta que hasta la fecha había sido impenetrable. Salvo por el Octavius, aunque su tripulación nunca llegó a saberlo.
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