marapez escribió:Esperemos que no pase eso nunca. 

Gloriana escribió:Los lugares cambian demasiado con el tiempo y nosotros también. Me sentí muy desplazada.

Una cosa que es bastante frecuente, por la forma de funcionar de nuestro cerebro es, que cambian nuestros recuerdos sin que seamos conscientes de ello.

Manué escribió:

Gloriana escribió:Los lugares cambian demasiado con el tiempo y nosotros también. Me sentí muy desplazada.

Una cosa que es bastante frecuente, por la forma de funcionar de nuestro cerebro es, que cambian nuestros recuerdos sin que seamos conscientes de ello.

Eso es absolutamente cierto... aunque algunos recuerdos (como cuando recordamos que 1+1=2) no cambien a no ser por una avería cerebral importante.

Salú y República.

Manué escribió:

Gloriana escribió:Los lugares cambian demasiado con el tiempo y nosotros también. Me sentí muy desplazada.

Una cosa que es bastante frecuente, por la forma de funcionar de nuestro cerebro es, que cambian nuestros recuerdos sin que seamos conscientes de ello.

¿Por lo de tiempos pasados siempre fueron mejores? Es posible...aunque no acostumbro a idealizar. También habían sus más y sus menos.

El llobu escribió:

Manué escribió:

Gloriana escribió:Los lugares cambian demasiado con el tiempo y nosotros también. Me sentí muy desplazada.

Una cosa que es bastante frecuente, por la forma de funcionar de nuestro cerebro es, que cambian nuestros recuerdos sin que seamos conscientes de ello.

Eso es absolutamente cierto... aunque algunos recuerdos (como cuando recordamos que 1+1=2) no cambien a no ser por una avería cerebral importante.

Salú y República.

En este caso concreto, es el "1+1"  . El recuerdo es exacto, pero el lugar evolucionó y el cambio es grande.

Gloriana escribió:

El llobu escribió:

Manué escribió:

Gloriana escribió:Los lugares cambian demasiado con el tiempo y nosotros también. Me sentí muy desplazada.

Una cosa que es bastante frecuente, por la forma de funcionar de nuestro cerebro es, que cambian nuestros recuerdos sin que seamos conscientes de ello.

Eso es absolutamente cierto... aunque algunos recuerdos (como cuando recordamos que 1+1=2) no cambien a no ser por una avería cerebral importante.

Salú y República.

En este caso concreto, es el "1+1"  . El recuerdo es exacto, pero el lugar evolucionó y el cambio es grande.

Cuando el llobu tenía 9 años volvió de Bilbao a Xixón definitivamente. A los 27, aprovechando un viaje a Salou, el llobu volvió a pasar exactamente por el lugar en el que había vivido en Bilbao: en la calle donde había vivido el llobu todo estaba prácticamente igual, sin embargo todo parecía extrañamente mucho más pequeño. Las zonas aledañas sí que habían cambiado mucho (menos el trazado de las calles) y le parecía al llobu estar muy fuera de "su" sitio.

Salú y República.

Pues por eso mismo, a veces te arrepientes de volver. Yo, al menos, las veces que me ha pasado me ha dado pena, porque el buen recuerdo que guardaba ya no es el mismo. Y nunca me ha pasado que la nueva experiencia fuese mejor que el recuerdo.

Nostálgicos que somos... 

Tormenta de verano

Me despiertan los graznidos de los cuervos. Tacaños, caen como mercurio de sus picos, sin desperdiciar una sola gota. Ráfagas cortas y pesadas que hacen eco en la parábola del acantilado. Tres aletas negras, brillantes, sondean el mar grisáceo. Me levanto y miro el cielo. Me siento en uno de los bancos de madera que hay frente a la casa. El bochorno me aplasta y sepulta. Los pájaros no cantan. Solo el río susurra entre bandadas de mosquitos. Las nubes rugen, encrespadas en un horizonte espumoso, metálico, y como azul acero en nebulosas rozan las copas llenas de los pinos. Las hojas parpadean incrédulas. Se acerca una tormenta.

Hasta mis fosas nasales llega ese olor de ozono previo a la lluvia. Olor frígido y turquesa. Nada se mueve. La tierra sedienta se postra ante el agua. Las nubes avanzan con rapidez desde el norte, pero no siento el aire que las empuja. Aquí abajo, ahora, no hay nada, ni aire ni voluntad de vida, nada; solo unas pocas cosas momificadas bajo la gasa constreñida del delirio de agosto.

Ya está aquí la lluvia con sus manos pequeñas. Oigo las primeras gotas golpear la boca sedienta de la mesa. Se retuerce y oscurece y brilla como cuero mojado. Miro hacia arriba y, entre parpadeos, veo el prisma borroso e irisado de la lluvia. Me desnudo y me tumbo sobre la mesa. Quiero el lustre de la tierra para mí. La lluvia está templada, no refresca. Del suelo se eleva vapor y polvo. Unos cuantos golpes más y ya no le quedará fuerza. El herrerillo común se posa en la morera; oigo entre la lluvia el cristal de su canto; oigo el gorjeo del río arremolinarse bajo las gotas. Cuando llueve, el río se para y se endurece. Es una tela elástica con millones de dedos que la tantean. No oigo nada más. La tierra se ha hundido en el silencio. Después de unos minutos, la lluvia cesa. Ha durado poco. La tierra sigue sedienta. El sol avanza entre cutículas de nubes de magnesio.

Podría quedarme aquí eternamente; consumirme en una taracea de huesos nacarados sobre la mesa. Los mirlos recuperan su cháchara; los arrendajos sus discusiones. La lagartija colilarga, que vive en un hueco en el muro de piedra, al lado de la puerta, ha subido al escalón para divisar el sol que avanza. El gorgojo de la malva asoma la cabeza bajo el verde paraguas. El río vuelve a correr lánguido. Arrastra con él partículas color chocolate y avellana. La tormenta se lleva el bochorno con ella. Le sigue una bruma de azul plateado. En su lugar, el aroma de la tierra. Geosmina, lo llaman. Las hormigas forman hilera. El zorzal real canta desde su percha. Las golondrinas manchan de negro el mar calmo del cielo. 

Noé ha abierto de nuevo las puertas del arca.