Sobre la formación de Al-Andalus, sus orígenes y su configuración como entidad histórica se ha debatido a menudo. En ocasiones, también, ese debate ha derivado en una evolución hacia el mito, hacia la entidad ideal o idealizada.
Expresada a veces en la propia literatura, baste recordar los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving para encontrar una de esas idealizaciones.
Una manera de abordar el tema es comenzar por la cuestión fundacional, esto es, por la irrupción musulmana en la Hispania de inicios del siglo VIII y la primera consecuencia que tuvo: la desaparición del reino visigodo de Toledo.
La primera controversia sobre este asunto es el carácter y la definición de la llegada de los musulmanes a Hispania, dicho de otra forma, la cuestión de la consideración o no como una invasión de dicha llegada.
Dicho con todos los respetos para quienes sustentan la hipótesis "no invasora", ésta no se sostiene por lado alguno; podremos considerar positiva o negativa la invasión y sus efectos, pero lo que no se puede hacer es considerarla una cosa distinta a una invasión, con fines de conquista. Entraremos en los argumentos en los que se basa la "no invasión" y, también, en los que demuestran que lo que se produjo, a partir del año 711, fue una invasión en toda regla.
La hipótesis de "no invasión" suele defenderse a partir de tres baremos: a) la existencia de un conflicto civil con base religiosa (al margen o como fondo a las tradicionales tensiones sucesorias en la monarquía goda), b) el carácter del arrianismo (al que se identifica como el soporte o sustrato ideológico/religioso de una de las partes supuestamente en conflicto), c) la llegada de los musulmanes sólo como apoyo a una revolución interna ya en marcha y su identificación con la misma.
El primer punto es la existencia de un conflicto civil con base religiosa. Es innegable que la sucesión de los monarcas visigodos se veía, en muchas ocasiones, sacudida por tensiones sucesorias, bien fuesen "dinásticas" (por ejemplo, el caso de Leovigildo y la rebelión de su hijo Hermenegildo), bien fuesen producidas por la presión de las diferentes facciones o grupos de poder (por ejemplo, el caso que afectó a Rodrigo, el último monarca visigodo).
Ahora bien ¿eso es equiparable a una guerra civil? ¿es equiparable a un conflicto por cuestión de religión? ¿era algo inusual o era "habitual" en cada sucesión? (por tanto factor estructural del propio sistema); y, por último y más concretamente, ¿cómo se produjo ese fenómeno y cuales fueron sus características en la sucesión que elevó a Rodrigo al trono? .
En puridad, las situaciones de tensión provocadas en las sucesiones de los monarcas no pueden considerarse, en el caso de la monarquía visigoda de Toledo, como guerras civiles, lo más cercano a ello fue el intento de golpe de Hermenegildo, que buscaba apoyarse en la mayoría católica (y a remarcar la condición de “mayoría”) y en la Roma de Oriente, y aún así este caso no pasó de rebelión puntual y de “golpe de palacio”.
Por otro lado, se ha exagerado mucho la debilidad que el teórico carácter electivo de la monarquía goda representaba para el sistema; a fin de cuentas ese carácter electivo entroncaba perfectamente con las leyes e instituciones romanas (que los visigodos siempre reclamaron y quisieron representar, de hecho, el estado godo de Toledo es el último estado tardorromano de Occidente; el modelo franco ya es otra cosa) y con las tradiciones de raíz germánica.
Ese factor de inestabilidad es tan poco inestable que, de hecho, no se registra en toda la Historia del reino guerra civil alguna comparable a las que asolaron el Bajo Imperio romano, e incluso algunas del Alto (por ejemplo, la crisis del 69). Esas tensiones sucesorias son, pues, eso mismo, tensiones. Es dudoso que ni siquiera puedan calificarse, en la mayoría de los casos, de verdadero conflicto.
Jamás ninguna fue traumática. Los traumas, para el estado visigodo, vinieron siempre del exterior: la guerra con los francos y la muerte de Alarico II, la Renovatio Imperii y la creación de la provincia bizantina en Hispania, la invasión musulmana,...
Todos esos traumas fueron guerras exteriores, todos ellos pusieron en peligro la existencia y continuidad del reino, y, el último, acabó con él, pero fue eso: una agresión exterior (igual que los anteriores), con independencia de que los agresores quisiesen ayudarse en disensiones o facciones internas (también lo intentó Justiniano a partir de la endémica rebelión de la católica y romana Córdoba, que rechazaba orgullosamente los títulos de legitimidad romana de los visigodos y, frente a ellos, exhibía los de sus propios senatores).
Por tanto, la existencia de una guerra civil o de una división notable en la sociedad de la Hispania visigoda hacia el 711 es por completo descartable, tan descartable como pueda serlo bajo el reinado de Recaredo, la conflictividad que hubiese no pasaban de ser meras tensiones entre facciones aristocráticas.
Otro factor a tener en cuenta es el carácter del arrianismo. Se esgrime su supuesto parecido a lo que postula el Islam con una mera diferencia nominal: no existe tal similitud en modo alguno, no existe en lo más mínimo identificación posible entre arrianismo e Islam, ni desde un punto de vista doctrinal, ni desde un punto de vista formal, ni tampoco desde la concepción de la divinidad que ambas creencias esgrimen.
Se puede y se debe ser taxativo: el arrianismo no es el Islam con otro nombre, el arrianismo es cristianismo. Lo es por su doctrina y dogmas, lo es por las Escrituras en las que se basa, lo es por la divinidad que invoca.
Por todo ello, es totalmente imposible considerar que la invasión de Tarik fuese una maniobra militar en “auxilio de sus hermanos de fe”, es imposible porque, en el 711, Tarik no tenía hermano de fe alguno a los que auxiliar en la Península.
Expresada a veces en la propia literatura, baste recordar los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving para encontrar una de esas idealizaciones.
Una manera de abordar el tema es comenzar por la cuestión fundacional, esto es, por la irrupción musulmana en la Hispania de inicios del siglo VIII y la primera consecuencia que tuvo: la desaparición del reino visigodo de Toledo.
La primera controversia sobre este asunto es el carácter y la definición de la llegada de los musulmanes a Hispania, dicho de otra forma, la cuestión de la consideración o no como una invasión de dicha llegada.
Dicho con todos los respetos para quienes sustentan la hipótesis "no invasora", ésta no se sostiene por lado alguno; podremos considerar positiva o negativa la invasión y sus efectos, pero lo que no se puede hacer es considerarla una cosa distinta a una invasión, con fines de conquista. Entraremos en los argumentos en los que se basa la "no invasión" y, también, en los que demuestran que lo que se produjo, a partir del año 711, fue una invasión en toda regla.
La hipótesis de "no invasión" suele defenderse a partir de tres baremos: a) la existencia de un conflicto civil con base religiosa (al margen o como fondo a las tradicionales tensiones sucesorias en la monarquía goda), b) el carácter del arrianismo (al que se identifica como el soporte o sustrato ideológico/religioso de una de las partes supuestamente en conflicto), c) la llegada de los musulmanes sólo como apoyo a una revolución interna ya en marcha y su identificación con la misma.
El primer punto es la existencia de un conflicto civil con base religiosa. Es innegable que la sucesión de los monarcas visigodos se veía, en muchas ocasiones, sacudida por tensiones sucesorias, bien fuesen "dinásticas" (por ejemplo, el caso de Leovigildo y la rebelión de su hijo Hermenegildo), bien fuesen producidas por la presión de las diferentes facciones o grupos de poder (por ejemplo, el caso que afectó a Rodrigo, el último monarca visigodo).
Ahora bien ¿eso es equiparable a una guerra civil? ¿es equiparable a un conflicto por cuestión de religión? ¿era algo inusual o era "habitual" en cada sucesión? (por tanto factor estructural del propio sistema); y, por último y más concretamente, ¿cómo se produjo ese fenómeno y cuales fueron sus características en la sucesión que elevó a Rodrigo al trono? .
En puridad, las situaciones de tensión provocadas en las sucesiones de los monarcas no pueden considerarse, en el caso de la monarquía visigoda de Toledo, como guerras civiles, lo más cercano a ello fue el intento de golpe de Hermenegildo, que buscaba apoyarse en la mayoría católica (y a remarcar la condición de “mayoría”) y en la Roma de Oriente, y aún así este caso no pasó de rebelión puntual y de “golpe de palacio”.
Por otro lado, se ha exagerado mucho la debilidad que el teórico carácter electivo de la monarquía goda representaba para el sistema; a fin de cuentas ese carácter electivo entroncaba perfectamente con las leyes e instituciones romanas (que los visigodos siempre reclamaron y quisieron representar, de hecho, el estado godo de Toledo es el último estado tardorromano de Occidente; el modelo franco ya es otra cosa) y con las tradiciones de raíz germánica.
Ese factor de inestabilidad es tan poco inestable que, de hecho, no se registra en toda la Historia del reino guerra civil alguna comparable a las que asolaron el Bajo Imperio romano, e incluso algunas del Alto (por ejemplo, la crisis del 69). Esas tensiones sucesorias son, pues, eso mismo, tensiones. Es dudoso que ni siquiera puedan calificarse, en la mayoría de los casos, de verdadero conflicto.
Jamás ninguna fue traumática. Los traumas, para el estado visigodo, vinieron siempre del exterior: la guerra con los francos y la muerte de Alarico II, la Renovatio Imperii y la creación de la provincia bizantina en Hispania, la invasión musulmana,...
Todos esos traumas fueron guerras exteriores, todos ellos pusieron en peligro la existencia y continuidad del reino, y, el último, acabó con él, pero fue eso: una agresión exterior (igual que los anteriores), con independencia de que los agresores quisiesen ayudarse en disensiones o facciones internas (también lo intentó Justiniano a partir de la endémica rebelión de la católica y romana Córdoba, que rechazaba orgullosamente los títulos de legitimidad romana de los visigodos y, frente a ellos, exhibía los de sus propios senatores).
Por tanto, la existencia de una guerra civil o de una división notable en la sociedad de la Hispania visigoda hacia el 711 es por completo descartable, tan descartable como pueda serlo bajo el reinado de Recaredo, la conflictividad que hubiese no pasaban de ser meras tensiones entre facciones aristocráticas.
Otro factor a tener en cuenta es el carácter del arrianismo. Se esgrime su supuesto parecido a lo que postula el Islam con una mera diferencia nominal: no existe tal similitud en modo alguno, no existe en lo más mínimo identificación posible entre arrianismo e Islam, ni desde un punto de vista doctrinal, ni desde un punto de vista formal, ni tampoco desde la concepción de la divinidad que ambas creencias esgrimen.
Se puede y se debe ser taxativo: el arrianismo no es el Islam con otro nombre, el arrianismo es cristianismo. Lo es por su doctrina y dogmas, lo es por las Escrituras en las que se basa, lo es por la divinidad que invoca.
Por todo ello, es totalmente imposible considerar que la invasión de Tarik fuese una maniobra militar en “auxilio de sus hermanos de fe”, es imposible porque, en el 711, Tarik no tenía hermano de fe alguno a los que auxiliar en la Península.
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