¿Dios está en el cerebro?
ALPER, MATTHEW
Podía existir algo así como “el gen del fervor religioso”, en 1999 un grupo de investigadores de la Universidad de Virginia Commonwealth decidió estudiar a 30.000 parejas de mellizos y gemelos. El porqué de la muestra respondía a la evidencia de que cuando un comportamiento o enfermedad concuerda sistemáticamente entre parejas de gemelos, los científicos pueden plantear que éstos tienen una causa biológica.
Dios está en el cerebro ALPER, MATTHEW presenta una exploración de la espiritualidad humana, basada en
las ciencias naturales y sociales. Los aportes de todas las ciencias le sirven al autor para constatar que la especie humana es la única que es plenamente consciente de su existencia y, por ende, de su mortalidad. Así, Matthew Alper presenta un argumento impresionante para demostrar que existe una programación predeterminada en nuestro cerebro para que sea posible la creencia en un dios. Para su argumentación, el autor ofrece una explicación lógica sobre cómo heredamos, a través de la evolución, un mecanismo que nos permite sobrellevar nuestro miedo más grande: el de la muerte. Finalmente, el autor presenta los datos necesarios para pensar que, así como el hombre tiene una capacidad cognitiva para el lenguaje, las matemáticas o la música, la espiritualidad y la religiosidad también hacen parte de esta evolución cognitiva.
El circuito de Dios
Los resultados expuestos por Alper apuntan a que la experiencia religiosa es un producto más de la actividad cerebral del ser humano. De alguna manera así lo comprobaron los doctores Andrew Newberg y Eugene D’aquili, de la División de Medicina Nuclear de la Universidad de Pennsylvania, quienes afirman haber encontrado el circuito de la religiosidad. Tras practicar a un grupo de monjes tibetanos y frailes franciscanos una tomografía computarizada por emisión de positrones mientras meditaban, encontraron un cambio notable en la actividad de los lóbulos frontal y parietal -centros emocionales de la personalidad-, así como en la amígdala cerebral -encargada del procesamiento y almacenamiento de las reacciones-.
El hallazgo confirmó al equipo de científicos sus sospechas: que las experiencias místicas se producen en el cerebro. De paso, insistieron en que no fue Dios el que creó al hombre a su imagen y semejanza, sino al revés. “El hombre ha sido programado de tal forma que cuando realizamos ciertas actividades como meditación, oración, cánticos, yoga o rituales, éstas produzcan percepciones o sensaciones como prueba de una realidad divina”, anota Alper.
Según los estudios citados por el filósofo, una vez que la naturaleza creó ese fantasma de origen neurofisiológico llamado Dios -una adaptación cognitiva que se dio hace unos dos millones de años-, el humano quedó programado para asumir la muerte de una forma más digerible y tranquila. De hecho, una explicación que encuentran los científicos a “la luz intensa al final del túnel”, observada por personas que han vivido episodios cercanos a la muerte, es que ésta puede ser resultado de la liberación masiva de opioides endógenos -endorfinas- o por el uso de la cetamina, una droga disociativa que puede llegar a elevar las experiencias espirituales. Con esto, en una situación de peligro, la experiencia espiritual puede convertir la realidad en un hecho gratificante y placentero, así como atenuar el pánico y reducir la pérdida de sangre. Todo gracias al hecho de que el organismo multiplica por 300 el volumen de endorfinas.
Es más, sentir cerca a Dios en momentos que peligra la vida puede aumentar las posibilidades de supervivencia. Por eso, Matthew Alper sostiene que la religiosidad es una suerte de mentira piadosa de la naturaleza para mitigar la ansiedad de la especie humana. Sólo basta con mirar el papel del sanador religioso, cuya tarea consiste realmente en facilitar la catarsis cerebral de alguien que está lleno de ansiedad. En síntesis, apunta el filósofo, la religión es un placebo muy eficiente.
ALPER, MATTHEW
Podía existir algo así como “el gen del fervor religioso”, en 1999 un grupo de investigadores de la Universidad de Virginia Commonwealth decidió estudiar a 30.000 parejas de mellizos y gemelos. El porqué de la muestra respondía a la evidencia de que cuando un comportamiento o enfermedad concuerda sistemáticamente entre parejas de gemelos, los científicos pueden plantear que éstos tienen una causa biológica.
Dios está en el cerebro ALPER, MATTHEW presenta una exploración de la espiritualidad humana, basada en
las ciencias naturales y sociales. Los aportes de todas las ciencias le sirven al autor para constatar que la especie humana es la única que es plenamente consciente de su existencia y, por ende, de su mortalidad. Así, Matthew Alper presenta un argumento impresionante para demostrar que existe una programación predeterminada en nuestro cerebro para que sea posible la creencia en un dios. Para su argumentación, el autor ofrece una explicación lógica sobre cómo heredamos, a través de la evolución, un mecanismo que nos permite sobrellevar nuestro miedo más grande: el de la muerte. Finalmente, el autor presenta los datos necesarios para pensar que, así como el hombre tiene una capacidad cognitiva para el lenguaje, las matemáticas o la música, la espiritualidad y la religiosidad también hacen parte de esta evolución cognitiva.
El circuito de Dios
Los resultados expuestos por Alper apuntan a que la experiencia religiosa es un producto más de la actividad cerebral del ser humano. De alguna manera así lo comprobaron los doctores Andrew Newberg y Eugene D’aquili, de la División de Medicina Nuclear de la Universidad de Pennsylvania, quienes afirman haber encontrado el circuito de la religiosidad. Tras practicar a un grupo de monjes tibetanos y frailes franciscanos una tomografía computarizada por emisión de positrones mientras meditaban, encontraron un cambio notable en la actividad de los lóbulos frontal y parietal -centros emocionales de la personalidad-, así como en la amígdala cerebral -encargada del procesamiento y almacenamiento de las reacciones-.
El hallazgo confirmó al equipo de científicos sus sospechas: que las experiencias místicas se producen en el cerebro. De paso, insistieron en que no fue Dios el que creó al hombre a su imagen y semejanza, sino al revés. “El hombre ha sido programado de tal forma que cuando realizamos ciertas actividades como meditación, oración, cánticos, yoga o rituales, éstas produzcan percepciones o sensaciones como prueba de una realidad divina”, anota Alper.
Según los estudios citados por el filósofo, una vez que la naturaleza creó ese fantasma de origen neurofisiológico llamado Dios -una adaptación cognitiva que se dio hace unos dos millones de años-, el humano quedó programado para asumir la muerte de una forma más digerible y tranquila. De hecho, una explicación que encuentran los científicos a “la luz intensa al final del túnel”, observada por personas que han vivido episodios cercanos a la muerte, es que ésta puede ser resultado de la liberación masiva de opioides endógenos -endorfinas- o por el uso de la cetamina, una droga disociativa que puede llegar a elevar las experiencias espirituales. Con esto, en una situación de peligro, la experiencia espiritual puede convertir la realidad en un hecho gratificante y placentero, así como atenuar el pánico y reducir la pérdida de sangre. Todo gracias al hecho de que el organismo multiplica por 300 el volumen de endorfinas.
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