Ser feliz en la vejez

Liberarnos de la obsesión de que el sentido de la vida reside en el efecto físico que podamos provocar en los demás, sobre todo en el sexo contrario, es actitud muy necesaria e imprescindible, y pronto reconoceremos que, como todas las demás etapas de la vida del ser humano, también la madurez y la vejez pueden ser felices y proporcionarnos tranquilidad y satisfacciones.

Es muy importante que la persona llegue a estas edades sanas, lo que dependerá en gran parte de ella misma. Al envejecer deberemos cambiar nuestro régimen de comidas, adaptándolo a las circunstancias. Una alimentación bien planeada, a base de mucha fruta, verduras, leche, zumos de frutas, bebidas dosificadas, ejercicio al aire libre, limpieza muy cuidada y alguna gimnasia de acuerdo con la edad, siempre resultará beneficiosa. Los más prudentes se harán examinar por un médico una o dos veces al año, después de haber cumplido los cuarenta y cinco.

Nadie se libra de ciertos síntomas seniles. Cuando mayor sea la resignación y disciplina con que los soportamos, menos molestos nos resultarán. La mujeres, especialmente, disimularán estas molestias y no les darán excesiva importancia, porque aquellas que se lamentan constantemente se hacen insoportables para los demás, al margen de que con esa actitud no se consigue arreglar nada.

Estos son los preceptos para llegar a una vejez feliz en lo que al cuerpo se refiere y en cuanto a los espirituales, que son mucho más difíciles de practicar, diré lo siguiente:
Requieren una gran cantidad de “arte de vivir” y empiezan por algo que al ser humano nunca le gustó: la autocrítica. Por lo tanto, cuando el espejo te diga que ha llegado tu hora de envejecer no hay que contradecirle con indignación, es entonces cuando hay que acostumbrarse a que hay que disminuir un poco la velocidad del motor de nuestras vidas; habrá que cambiar algunas de nuestras costumbres, cosa que ya lo hemos hecho en etapas anteriores, y aunque creamos sinceramente que seguimos siendo igual que antes, no pensarán lo mismo de nosotros la gente más joven.

Al principio esto puede resultarnos difícil, pero pronto notaremos que esa adaptación a la nueva vida no es penosa ni complicada. Habrán determinadas cosas que para nosotros no sufrirán transformación alguna: la naturaleza, el arte, las amistades y familia, los hijos, tal vez los nietos… Si poseemos buena voluntad y sentido del humor hasta notaremos algo que nos resultará agradable: que todos nos tengan consideración o la posibilidad de “escapar” de una reunión sin necesidad, caso de no gustarnos, de tener que retirarnos a horas avanzadas; nos permitirá dejar de hacer mil cosas molestas y disfrutaremos del espectáculo de ver a juventud que corre siempre en pos de los placeres pasajeros y que vive atormentada por mil problemas sin importancia y por una vanidad sin límites.

El Postiguet