La gente que estaba en Sídney la semana pasada, tuvo la oportunidad única de practicar sexo con la Tierra. Solo tenían que pasarse por los Baños Ecosexuales, una instalación integrada en el festival de arte experimental Sydney LiveWorks creada por los artistas Loren Kronemyer e Ian Sinclair, de Pony Express, quienes describieron su obra como "una extravagancia sin inhibiciones con la que se pretende disolver las barreras entre especies en esta vorágine de descenso hacia el olvido" a causa de la crisis medioambiental mundial. Para ellos, la iniciativa también representa una parte de un movimiento ecosexual mucho mayor que, aseguran, está ganando impulso en todo el mundo.
Y quizá tengan razón. Jennifer Reed, doctora en Sociología por la Universidad de Nevada y que actualmente está trabajando en una disertación sobre ecosexualidad, asegura que durante los dos últimos años ha aumentado considerablemente el número de personas que se consideran ecosexuales. Las estadísticas de búsquedas de Google también confirman que el interés por este concepto experimentó un crecimiento drástico el pasado año. Por tanto, podría decirse que el 2016 marcó el momento en que la ecosexualidad se abrió a un público más amplio.
El término ecosexualidad recoge numerosas definiciones, que varían en función de las preguntas formuladas. Amanda Morgan, miembro de la Facultad de Ciencias de la Salud Comunitaria en la UNLV, participa activamente en el movimiento ecosexual y afirma que la ecosexualidad podría medirse con un baremo similar a la escala de Kinsey: en un extremo encontramos a aquellas personas que intentan utilizar productos sexuales sostenibles o a las que les gusta bañarse o hacer senderismo desnudas; en el otro, están los "que se revuelcan por la tierra y experimentan orgasmos con el cuerpo cubierto de barro", explicó. "Hay personas que follan con los árboles o se masturban bajo una cascada".
Participantes en los Baños Ecosexuales, iniciativa del grupo artístico Pony Express. Foto por Matt Sav
El auge de este movimiento se debe, en gran medida, al trabajo de los artistas de performance y activistas del área de la bahía de San Francisco y a Annie Sprinkle y Elizabeth Stephens, que han hecho de la ecosexualidad su cruzada personal. Incluso han publicado un "manifiesto del ecosexo" en su sitio web SexEcology y han producido varias películas sobre el tema, entre ellas un documental, Goodbye Gauley Mountain: An Ecosexual Love Story, en el que se da a conocer la relación "polenamorosa" entre ellas y los montes Apalaches. Además, han presentado por todo el país su obra de teatro, Dirty Sexecology: 25 Ways to Make Love to the Earth, y han oficiado ceremonias nupciales en las que ellas y otras personas ecosexuales se casan con la Tierra, la Luna y otras entidades de la naturaleza.
Sprinkle y Stephens hablan sin reservas de la ecosexualidad como una nueva forma de identidad sexual.
En la marcha del Orgullo de San Francisco del año pasado, más de cien ecosexuales se reunieron para celebrar una [url=http://theecosexuals.ucsc.edu/press-release/" \t "_blank]ceremonia [/url]con la que se añadía oficialmente la letra E a la sigla LGBTQI; Stephens afirmó a Outside que calculaba que en todo el mundo había al menos 100.000 personas que se identificaban como ecosexuales.
Según las investigaciones de Reed, el origen del término "ecosexualidad" se remonta a principios de la década de 2000, cuando empezó a aparecer en la descripción de muchos perfiles de citas por internet.
No fue hasta 2008, año en que Sprinkle y Stephens comenzaron a oficiar bodas ecosexuales, que evolucionó hasta convertirse en un movimiento social de pleno derecho. Ambas artistas participaban activamente en el movimiento a favor de los matrimonios igualitarios y quisieron canalizar toda esa energía hacia las causas medioambientales. Stephens ha asegurado que su objetivo era cambiar el concepto que todos tenemos de la Tierra y dejar de verla no tanto como una madre, sino como a una amante.
En 2008, la escritora y activista neoyorquina Stefanie Iris Weiss inició una investigación para su libro, Eco-sex: Go Green Between the Sheets and Make Your Love Life Sustainable (2010). Weiss, que por aquel entonces desconocía el trabajo de Sprinkle y Stephens, inicialmente abordó la idea desde una perspectiva más práctica y literal, mostrando el impacto medioambiental que tenía para nuestro cuerpo y el planeta la fabricación de los materiales usados en condones, lubricantes y otros productos sexuales. Weiss afirma que escribió el libro para ayudar a la gente a lograr que sus vidas sexuales sean "más sostenibles y neutras en cuanto a las emisiones de carbono" y a evitar que nos contaminemos el cuerpo cuando practicamos sexo.
El deseo de disponer de productos sexuales más seguros y sostenibles continúa siendo un aspecto importante del movimiento ecosexual, y Weiss asegura que las alternativas verdes a los productos sexuales tradicionales han aumentado considerablemente desde que escribiera el libro. Asimismo, Weiss suscribe la visión más holística de Sprinkle y Stephens de la ecosexualidad, y reconoce sin atisbo de duda una meta común en su lucha: ayudar a las personas a volver a conectar con la naturaleza y con sus propios cuerpos.
Para Reed, la ecosexualidad se diferencia de otros movimientos sociales porque se centra en el comportamiento y el placer personales, más que en la protesta y la faceta política. Esta misma razón ha sido, según cuenta, la que ha provocado que algunos activistas por el medioambiente se hayan mantenido al margen. Pese a ello, todos los activistas ecosexuales a los que entrevisté para este artículo insisten en que persiguen un objetivo serio. Morgan cree que pensar en la Tierra como en una amante es el primer paso que debemos tomar para solventar la crisis del medio ambiente como es debido. "Si cabreas a tu madre, probablemente te acabará perdonando, pero si tratas mal a tu amante, te dejará".
Por otro lado, el carácter de aparente levedad de las iniciativas como la de los Baños Ecosexuales constituye un aspecto clave del movimiento. Morgan describe la ecosexualidad como un medio para dar una paso más allá de la visión tradicionalista que se tiene del activismo medioambiental. Con este enfoque accesible y divertido, ella y otros activistas ecosexuales, como Weiss y Kronemyer, esperan poder ganarse el compromiso del ciudadano medio, generando así un sentimiento de esperanza.
Morgan y Weiss ven en el sexo una herramienta muy poderosa para motivar a la gente en la defensa del medioambiente. "Si tenemos que huir de las inundaciones, no habrá tiempo para el sexo", afirma Weiss.
Neil McArthur es el director del Centro de Ética Profesional y aplicada de la universidad de Manitoba y su trabajo se centra en la ética sexual y la filosofía de la sexualidad.
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Y quizá tengan razón. Jennifer Reed, doctora en Sociología por la Universidad de Nevada y que actualmente está trabajando en una disertación sobre ecosexualidad, asegura que durante los dos últimos años ha aumentado considerablemente el número de personas que se consideran ecosexuales. Las estadísticas de búsquedas de Google también confirman que el interés por este concepto experimentó un crecimiento drástico el pasado año. Por tanto, podría decirse que el 2016 marcó el momento en que la ecosexualidad se abrió a un público más amplio.
El término ecosexualidad recoge numerosas definiciones, que varían en función de las preguntas formuladas. Amanda Morgan, miembro de la Facultad de Ciencias de la Salud Comunitaria en la UNLV, participa activamente en el movimiento ecosexual y afirma que la ecosexualidad podría medirse con un baremo similar a la escala de Kinsey: en un extremo encontramos a aquellas personas que intentan utilizar productos sexuales sostenibles o a las que les gusta bañarse o hacer senderismo desnudas; en el otro, están los "que se revuelcan por la tierra y experimentan orgasmos con el cuerpo cubierto de barro", explicó. "Hay personas que follan con los árboles o se masturban bajo una cascada".
Participantes en los Baños Ecosexuales, iniciativa del grupo artístico Pony Express. Foto por Matt Sav
El auge de este movimiento se debe, en gran medida, al trabajo de los artistas de performance y activistas del área de la bahía de San Francisco y a Annie Sprinkle y Elizabeth Stephens, que han hecho de la ecosexualidad su cruzada personal. Incluso han publicado un "manifiesto del ecosexo" en su sitio web SexEcology y han producido varias películas sobre el tema, entre ellas un documental, Goodbye Gauley Mountain: An Ecosexual Love Story, en el que se da a conocer la relación "polenamorosa" entre ellas y los montes Apalaches. Además, han presentado por todo el país su obra de teatro, Dirty Sexecology: 25 Ways to Make Love to the Earth, y han oficiado ceremonias nupciales en las que ellas y otras personas ecosexuales se casan con la Tierra, la Luna y otras entidades de la naturaleza.
Sprinkle y Stephens hablan sin reservas de la ecosexualidad como una nueva forma de identidad sexual.
En la marcha del Orgullo de San Francisco del año pasado, más de cien ecosexuales se reunieron para celebrar una [url=http://theecosexuals.ucsc.edu/press-release/" \t "_blank]ceremonia [/url]con la que se añadía oficialmente la letra E a la sigla LGBTQI; Stephens afirmó a Outside que calculaba que en todo el mundo había al menos 100.000 personas que se identificaban como ecosexuales.
Según las investigaciones de Reed, el origen del término "ecosexualidad" se remonta a principios de la década de 2000, cuando empezó a aparecer en la descripción de muchos perfiles de citas por internet.
No fue hasta 2008, año en que Sprinkle y Stephens comenzaron a oficiar bodas ecosexuales, que evolucionó hasta convertirse en un movimiento social de pleno derecho. Ambas artistas participaban activamente en el movimiento a favor de los matrimonios igualitarios y quisieron canalizar toda esa energía hacia las causas medioambientales. Stephens ha asegurado que su objetivo era cambiar el concepto que todos tenemos de la Tierra y dejar de verla no tanto como una madre, sino como a una amante.
En 2008, la escritora y activista neoyorquina Stefanie Iris Weiss inició una investigación para su libro, Eco-sex: Go Green Between the Sheets and Make Your Love Life Sustainable (2010). Weiss, que por aquel entonces desconocía el trabajo de Sprinkle y Stephens, inicialmente abordó la idea desde una perspectiva más práctica y literal, mostrando el impacto medioambiental que tenía para nuestro cuerpo y el planeta la fabricación de los materiales usados en condones, lubricantes y otros productos sexuales. Weiss afirma que escribió el libro para ayudar a la gente a lograr que sus vidas sexuales sean "más sostenibles y neutras en cuanto a las emisiones de carbono" y a evitar que nos contaminemos el cuerpo cuando practicamos sexo.
El deseo de disponer de productos sexuales más seguros y sostenibles continúa siendo un aspecto importante del movimiento ecosexual, y Weiss asegura que las alternativas verdes a los productos sexuales tradicionales han aumentado considerablemente desde que escribiera el libro. Asimismo, Weiss suscribe la visión más holística de Sprinkle y Stephens de la ecosexualidad, y reconoce sin atisbo de duda una meta común en su lucha: ayudar a las personas a volver a conectar con la naturaleza y con sus propios cuerpos.
Para Reed, la ecosexualidad se diferencia de otros movimientos sociales porque se centra en el comportamiento y el placer personales, más que en la protesta y la faceta política. Esta misma razón ha sido, según cuenta, la que ha provocado que algunos activistas por el medioambiente se hayan mantenido al margen. Pese a ello, todos los activistas ecosexuales a los que entrevisté para este artículo insisten en que persiguen un objetivo serio. Morgan cree que pensar en la Tierra como en una amante es el primer paso que debemos tomar para solventar la crisis del medio ambiente como es debido. "Si cabreas a tu madre, probablemente te acabará perdonando, pero si tratas mal a tu amante, te dejará".
Por otro lado, el carácter de aparente levedad de las iniciativas como la de los Baños Ecosexuales constituye un aspecto clave del movimiento. Morgan describe la ecosexualidad como un medio para dar una paso más allá de la visión tradicionalista que se tiene del activismo medioambiental. Con este enfoque accesible y divertido, ella y otros activistas ecosexuales, como Weiss y Kronemyer, esperan poder ganarse el compromiso del ciudadano medio, generando así un sentimiento de esperanza.
Morgan y Weiss ven en el sexo una herramienta muy poderosa para motivar a la gente en la defensa del medioambiente. "Si tenemos que huir de las inundaciones, no habrá tiempo para el sexo", afirma Weiss.
Neil McArthur es el director del Centro de Ética Profesional y aplicada de la universidad de Manitoba y su trabajo se centra en la ética sexual y la filosofía de la sexualidad.
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