Imagina que un tranvía ha desbocado y, sin frenos, se dirige hacia cinco trabajadores que se encuentran en las vías. No puedes avisarles de ninguna manera ni parar el tren, lo único que está a tu alcance es una palanca que si se acciona lo desvía hacia otra vía. Allí hay otro trabajador que está solo, ¿Debes entonces apretar la palanca que le matará y salvará a los otros cinco?
Este es el famoso dilema del tranvía, que fue presentado por primera vez en 1967 por la filósofa Philippa Foot en un artículo. Desde entonces, ha sido debatido éticamente en numerosas ocasiones y los resultados tienen muchas variantes. La mayoría de personas sí pulsarían la palanca, al igual que tú probablemente también lo habrás pensado.
Judith Jarvis Thompson
Una de las variantes más conocidas de este problema la propuso otra filósofa en un artículo de 1985. En este caso, Judith Jarvis Thompson propuso que estás en un puente y ves cómo el tranvía se dirige hacia los cinco trabajadores. Eres un experto en tranvías, por lo que rápidamente te percatas de que solo hay una manera de pararlo, y es empujando a un chico corpulento al que conoces y que se encuentra a tu lado en ese momento. Él morirá seguro, pero con su muerte te aseguras que las otras cinco personas se salvan.
En este caso la gente se lo piensa más y en la mayoría de los casos afirman que no podrían empujar a una persona hacia una muerte segura. Todo eso lo dicen teniendo en cuenta que objectivamente estamos ante la misma situación que antes, elegir salvar a cinco o a una persona.
Posiblemente tú también te hayas puesto en situación y estés de acuerdo con el 90% de las personas, salvarías a cinco en la primera ocasión y los matarías indirectamente en la segunda.
¿Por qué reaccionamos así?
Lifeder
Esta pregunta se ha planteado muchas veces, y después de varios estudios es que todo está en nuestro cerebro. Al parecer, en el caso de la palanca, lo que se activa son las regiones del cerebro asociadas al razonamiento, mientras que en el del empujón las regiones activadas están relacionadas con la emoción. Esto es, salvamos a cinco por economía y porque es más razonable al ser cinco vidas, y los matamos al tener que decidir sobre la vida de otra persona con sentimientos.
La diferencia entre causar una desgracia y dejar que ocurra
Según el neurocientífico Joshua Greene, tendemos a censurar las conductas dañinas que suponen la aplicación de fuerza de manera personal. Por ejemplo, nos parece peor empujar a una persona que accionar una palanca que provoque que se caiga a las vías. También solemos ver peor el daño nos lleva a obtener un fin, como empujar a alguien para parar el tren, que una consecuencia imprevista, como tropezarnos con ella y que “sin querer” se caiga a la vía.
Así es como ve nuestro cerebro ambas acciones, sean moralmente más acertadas o no. Una explicación de este tipo de elecciones la dio hace ya siglos Tomás de Aquino, que defendía que matar en defensa propia es moralmente aceptable. Realmente, sea en defensa propia, el resultado es el mismo: un muerto. El asunto es que matando para defendernos lo que hacemos es eso, pretender salvar nuestra vida, y no acabar con la de otra persona, aunque lo hagamos.
Varias corrientes filosóficas han opinado sobre este tipo de decisiones, como se puede ver, y una de ellas es el utilitarismo, para el cual lo importante es salvar vidas. De esta forma, sus seguidores salvarían a las cinco personas en ambos casos, en detrimento de la otra. Para el utilitarismo es mejor buscar el bien general y, viendo que salvando cinco vidas los resultados benefician a más personas (esas cinco y sus familias), la otra tendría que fastidiarse y morir “por el bien común.”
Kant hubiese accionado la palanca por no usar al hombre solitario como medio de salvación (para él la Humanidad era un fin y no un medio). Thompson propone un bucle en el que el tren gira y vuelve al camino listo para atropellar a los otros cinco, por lo que necesita parar el tren usando el cuerpo del hombre solitario como tope… Y así hasta llegar a la opinión de muchísimos pensadores.
Circuito de Thomson y su versión del dilema
¿Y si nosotros somos una de las víctimas?
Lo interesante vuelve cuando nos preguntan si accionaríamos la palanca en lugar de empujar al hombre si nosotros fuésemos a ser una de las víctimas al accionarla. En este caso, muy pocos serían los que no se lanzarían para empujar al hombre y salvar sus vidas.
Como es de esperar, actualmente han llegado hasta a hacerse memes con el dilema y a plantearse situaciones inesperadas y divertidas, como que no sabemos si los cinco morirán seguro o qué haría un niño de dos años en esta situación.
¿Y tú? ¿Qué harías en esta situación?
Fuentes consultadas:
http://verne.elpais.com/verne/2017/03/27/articulo/1490625074_938459.html