Son los Abogados de Atocha, los que han quedado en nuestra memoria, pero ahora que se cumplen 45 años desde que aquellos pistoleros ultraderechistas decidieron irrumpir en el despacho de abogados laboralistas de la calle Atocha para disparar a bocajarro contra los nueve que se encontraban allí reunidos.
Cinco resultaron muertos, Enrique Valdelvira, Francisco Javier Sauquillo, Javier Benavides, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez Leal. Otros cuatro resultaron gravemente heridos, aunque sobrevivieron marcados por el horror de aquella noche, el dolor de aquellos días, Lola González Ruiz, Miguel Sarabia, Luis Ramos y Alejandro Ruiz-Huerta.
Porque aquella noche en la que la muerte se cruzó con los abogados de barrio, los que defendían los derechos siempre pisoteados del cinturón rojo de barrios obreros que circundaba Madrid, fue la más triste de una semana cargada de momentos en los que parecía que todo el esfuerzo de la Transición iba camino de despeñarse hacia una nueva noche franquista sin Franco.
Una semana negra, los Siete días de enero que nos legaría Juan Antonio Bardem, una nueva semana trágica que había comenzado el domingo 23 de enero con el asesinato de un estudiante de 19 años llamado Arturo Ruiz, que participaba en una manifestación que reivindicaba la amnistía, esa misma amnistía que luego terminaría beneficiando también a algunos asesinos, miembros de aquellos grupos de la ultraderecha franquista empeñados en cerrar todas las puertas que se abrían hacia la democracia y la libertad.
Al día siguiente, día 24 de enero, el paro en la universidad era total y una manifestación de protesta acaba con una estudiante alcanzada en la cabeza por un bote de la policía. Una estudiante llamada Mari Luz Nájera que moría poco después en la Clínica de la Concepción.
Pero la dureza de un día interminable no iba a quedarse ahí porque tres pistoleros de extrema derecha que preguntaban por el sindicalista de las CCOO del transporte Joaquín Navarro, irrumpieron en el despacho de abogados de Atocha y cometieron el atentado que durante años fue recordado como Matanza de Atocha.
Joaquín se había marchado poco antes del despacho y el joven abogado Luís Menéndez de Luarca no había llegado, porque se había entretenido en sus tareas como abogado de las organizaciones vecinales. Ambos han muerto a finales del año pasado, con muy pocas horas de diferencia.
Las CCOO, el Partido Comunista, las organizaciones vecinales, en el centro de las obsesiones de quienes querían torcer de nuevo el destino de España para impedir la libertad. Esas mismas organizaciones que llamaron inmediatamente después del atentado a la firmeza en la lucha por la democracia, pero también a la serenidad para evitar cualquier disculpa que justificase un movimiento de involución y retroceso. El 26 de enero se convirtió en una demostración de fuerza, serenidad, dolor y convicción democrática.
Hay gente que nunca envejece.
Las balas preservaron su memoria
y quienes los quisieron muertos,
congelaron su tiempo siempre joven.
Inmunes, desde entonces, al olvido.
La fragilidad de sus vidas
es la frontera que defendemos cada día.
TEXTO INTEGRO:
https://www.nuevatribuna.es/articulo/actualidad/matanza-atocha-abogados-laboralistas/20220121200530194751.html
Cinco resultaron muertos, Enrique Valdelvira, Francisco Javier Sauquillo, Javier Benavides, Serafín Holgado y Ángel Rodríguez Leal. Otros cuatro resultaron gravemente heridos, aunque sobrevivieron marcados por el horror de aquella noche, el dolor de aquellos días, Lola González Ruiz, Miguel Sarabia, Luis Ramos y Alejandro Ruiz-Huerta.
Porque aquella noche en la que la muerte se cruzó con los abogados de barrio, los que defendían los derechos siempre pisoteados del cinturón rojo de barrios obreros que circundaba Madrid, fue la más triste de una semana cargada de momentos en los que parecía que todo el esfuerzo de la Transición iba camino de despeñarse hacia una nueva noche franquista sin Franco.
Una semana negra, los Siete días de enero que nos legaría Juan Antonio Bardem, una nueva semana trágica que había comenzado el domingo 23 de enero con el asesinato de un estudiante de 19 años llamado Arturo Ruiz, que participaba en una manifestación que reivindicaba la amnistía, esa misma amnistía que luego terminaría beneficiando también a algunos asesinos, miembros de aquellos grupos de la ultraderecha franquista empeñados en cerrar todas las puertas que se abrían hacia la democracia y la libertad.
Al día siguiente, día 24 de enero, el paro en la universidad era total y una manifestación de protesta acaba con una estudiante alcanzada en la cabeza por un bote de la policía. Una estudiante llamada Mari Luz Nájera que moría poco después en la Clínica de la Concepción.
Pero la dureza de un día interminable no iba a quedarse ahí porque tres pistoleros de extrema derecha que preguntaban por el sindicalista de las CCOO del transporte Joaquín Navarro, irrumpieron en el despacho de abogados de Atocha y cometieron el atentado que durante años fue recordado como Matanza de Atocha.
Joaquín se había marchado poco antes del despacho y el joven abogado Luís Menéndez de Luarca no había llegado, porque se había entretenido en sus tareas como abogado de las organizaciones vecinales. Ambos han muerto a finales del año pasado, con muy pocas horas de diferencia.
Las CCOO, el Partido Comunista, las organizaciones vecinales, en el centro de las obsesiones de quienes querían torcer de nuevo el destino de España para impedir la libertad. Esas mismas organizaciones que llamaron inmediatamente después del atentado a la firmeza en la lucha por la democracia, pero también a la serenidad para evitar cualquier disculpa que justificase un movimiento de involución y retroceso. El 26 de enero se convirtió en una demostración de fuerza, serenidad, dolor y convicción democrática.
Hay gente que nunca envejece.
Las balas preservaron su memoria
y quienes los quisieron muertos,
congelaron su tiempo siempre joven.
Inmunes, desde entonces, al olvido.
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