Una de las canciones que faltan es Glory days. Supongo que ya habreis visto que tuvo unas coristas de excepción: Michelle Obama y Kate Capshaw (mujer de Spilberg)
Bruce Springsteen sacude Barcelona con la autenticidad como bandera
Bruce Springsteen llevaba siete largos años sin tocar en España y sin actuar en un estadio, y se desquitó en su ciudad europea preferida. “¡Hola, Barcelona!, ¡hola, Catalunya!”, exclamó nada más pisar el escenario, minutos antes de la hora prevista, cuando todavía no se había hecho de noche. Con su rock musculado y arrollador, el cantante se puso en su bolsillo tejano a las casi 60.000 personas que llenaron el Estadi Olímpic Lluís Company de Barcelona en la primera de sus dos citas. El domingo, segunda dosis.
Fue en la capital catalana donde el cantante y la infalible E Street Band –cada vez suena mejor– quisieron iniciar su gira europea con parada en 16 ciudades más. Y en algunas, como París, Londres y Amsterdam, también marcándose un doblete. Y en el Estadi Olímpic se constató, una vez más, la reciprocidad de un idilio que el músico y los fans barceloneses mantienen imperturbable. Pleitesía pues ante el vecino más icónico de New Jersey, visiblemente más envejecido cuando está como para andar por casa, pero vigorosamente rejuvenecido cuando salta a la tarima y logra enardecer a una audiencia llegada de diferentes partes del planeta.
De hecho, entre el entregado público destacaron vips como el director Steven Spielberg y su pareja, la actriz Kate Capshaw, así como Barack Obama y su mujer, Michelle. Con el expresidente de Estados Unidos le une una larga amistad que le animó a coescribir un libro que surgió a partir del podcast que grabaron juntos sobre temas como la política, la familia y la paternidad, Renegados: Born in the USA. Y tampoco faltaron personalidades políticas locales, como cinco de los alcaldables a Barcelona: Ada Colau (BComú), Ernest Maragall (ERC) el socialista Jaume Collboni (PSC), el exalcalde Xavier Trias (Junts), y la concejal Eva Parera (Valents). Ahora lo interesante será que también acudan a la llamada de los músicos locales a los que optan a gobernar y asistan a sus conciertos. Durante más de dos horas y media de abrumadora actuación, la intergeneracional legión de fans de Springsteen aplaudió tanto las canciones como las palabras de uno de los cantautores que más se ha entregado a la causa de explicar qué significa nacer en Estados Unidos. Los brillos y las nebulosas de una sociedad supuestamente libre pero profundamente desigual, con sus sueños rotos a golpe de promesas en la tierra prometida. The promised land figuró en un repertorio que fue un repaso a sus grandes e inevitables éxitos con algunas licencias a sus últimos discos. La universalidad de sus canciones tan localistas sigue conquistando a personas de diferentes procedencias, sin que haga falta saber situar en el mapa a su tan fielmente retratada New Jersey. Tampoco faltó Born in the USA, un himno nada patriótico que el expresidente Ronald Reagan se tomó como un halago por error. El recientemente galardonado con la Medalla Nacional de las Artes por Joe Biden lleva años sin tratar de huir de la “ciudad de perdedores” de Thunder road. Tema que también interpretó y canción perfecta sobre un hombre que intenta convencer a un antiguo amor de hacer un último intento por buscar la redención en la carretera. Solo Springsteen puede escribir “no eres una belleza, pero no estás mal” y salirse con la suya. The Boss no tiene necesidad de ir en busca de un próximo éxito discográfico: sabe que son muchos los seguidores que siempre esperan con devoción sus nuevos trabajos. Tras la apertura con No surrender, del clásico Born in the USA, el setlist incluyó canciones más recientes como Ghost y Letter to you, que contó con subtítulos en catalán: “Els estels de la fosca nit” (“las estrellas de la oscura noche”), entonó mientras el cielo empezó a oscurecerse del todo. Tampoco faltaron hits como Out in the Street, en la que aprovechó para bajar hasta el foso y comprobar de cerca cómo los presentes coreaban con ganas el pegadizo estribillo. El público encendió las linternas de sus móviles por primera vez durante la velada con Kitty’s Back. Y tras la ovación, espetó: “Catalunyaaaaaa, Barcelonaaaa. Us estimem. Us estimem. Us estimeeem” (“os queremos”), estirando las palabras. Seguramente uno de los momentos más emotivos fue cuando interpretó Last man standing en una acertada versión acústica y en solitario, reconociéndose el último superviviente de la primera banda en la que tocó, The Castiles. Compuso la pieza después de que muriera el viejo colega George. “La vida pasa, pero el sueño que persigues desde niño perdura”, filosofó para introducir la pieza. Enlazó Backstreets con la inevitable Because the night que popularizó la gran Patti Smith. No se entiende por qué Springsteen la descartó para Darkness cuando encajaba perfectamente con la temática del álbum. Por suerte, recurre a ella muy a menudo en sus directos y anoche no fue la excepción.
Michelle Obama a los coros
En Wrecking ball animó al público a que le hicieran palmas. ¡Y vaya si las hicieron! Y siguió con The rising. Su respuesta a los atentados del 11 de septiembre del 2001 le granjeó un gran éxito de crítica y ventas, además de múltiples Grammys, y dio lugar a una de sus giras más completas. Tocó Badlands y la aplaudida Bobby Jean. Todo esto ocurrió ya durante el tramo final en el que siguió haciendo vibrar al personal con Born to run, Glory days –con la mismísima Michelle Obama sumándose a los coros–, y, cómo no, con Dancing in the dark. Tras los primeros acordes de Tenth Avenue Freeze-Out, presentó eufórico a toda la banda. Y, de nuevo, volvió con el socorrido “Barcelona, Catalunya, Catalunyaaaa”, para gritar luego “E Street Band” y desabrocharse la camisa. El abuelo del rock –el año pasado tuvo a su primer nieto– exhibió buena forma a sus 73 años y una sólida y abrumadora puesta en escena: sonido e imágenes impecables. Springsteen debutó en España en primavera del 81 (también en un mes de abril) en su mejor momento, embarcado en la gira de The River, el disco publicado el año anterior, y con la E Street Band en plenitud de facultades. Entonces tenía 31 años, aún no era el ídolo de masas en el que se convertiría con el posterior Born in the USA, pero entre los melómanos ya era el tipo al que había que ver en directo sí o sí. Su brutal intensidad y sus litros de sudor derramados sobre las tablas permanecen intactos, sin necesidad de artificios ni de postureo. El Boss exhibió rejuvenecedora vitalidad flanqueado por Roy Bittan (piano, sintetizador), Nils Lofgren (guitarra, voz), su mujer Patti Scialfa (guitarra, voz), Garry Tallent (bajo), Stevie Van Zandt (guitarra, voz), Max Weinberg (batería, con dificultad para caminar pero que parece poseído cuando coge las baquetas), Soozie Tyrell (violín, guitarra, voz), Jake Clemons (saxofón, y sobrino del mítico Clarence Clemons), y Charlie Giordano (teclados). Y absolutamente a todos se les vio disfrutar de la velada. Mantienen su fe ciega en el jefe vitalicio porque saben que su fiabilidad es pétrea y que fluyen como un dream team. Bruce Springsteen parece haber renovado los votos que un día le empujaron a componer y a cantar ante el público. “A los 15 años todo son mañanas. A los 73 son muchas despedidas. Por eso hay que aprovechar al máximo el ahora mismo”, dijo cuando anunció esta gira. Siguen vigentes el rock sincero y la vida honesta de una estrella que en su biografía reconoció batallar contra la depresión. Cuarenta y dos años después de su primer concierto en España, Bruce Springsteen logró demostrar que incluso solo, arropado únicamente por su guitarra acústica y su armónica, es capaz de emocionar a golpe de autenticidad. Y así fue como se despidió, cantando de esta forma la pieza I’ll see you in my dreams. Los subtítulos rezaban: “Et veuré en els meus somnis” (“Te veré en mis sueños”). “We love you. ¡Bona nit, Barcelona!”.
Una de las mejores reseñas que he leido... y eso que es del "inmundo".
Un Bruce Springsteen memorable sacude Barcelona
Aquí lo tienen, este hombre de negro cantando "Hicimos una promesa que juramos recordar siempre/ No nos retiramos, baby, no nos rendimos". El anochecer se derrama por el cielo de Barcelona como tinta negra que cae en un vaso, un vaso medio lleno o medio vacío, así ha visto siempre la vida Bruce Springsteen y así lo ha contado en canciones de euforia pero también de sufrimiento, de celebración y de resistencia, canciones de esperanzas y derrotas, como las que hoy ha venido a cantar una vez más. Así es: Bruce Springsteen tiene 73 años y no se retira y no se rinde. Así lo dice en la primera canción de su concierto en el estadio Lluís Companys, con la voz caliente y dura, un músculo tenso que va a acompañar a casi 60.000 personas durante unas cuantas horas de música. "¡Hola, Barcelona. Hola, Cataluña!". Grabó 'No Surrender' en 1984 como un juramento y un compromiso: como una promesa. Y aquí está cuatro décadas después dispuesto a llevarnos más allá de la fiesta que es un concierto, intentando explicar algo que está por encima de los estribillos densos y las cuatro guitarras entrelazadas con nudos marineros, Steven Van Zandt con el flow suave, Nils Lofgren a zarpazos. Esta noche, un pletórico Bruce Springsteen no viene a despedirse (¿o sí?), pero quiere recordarnos que ya está en la época de las despedidas, que su gran catarsis del rock no es interminable y que, a su edad, la muerte ya es una sombra que le persigue. De eso trata su disco 'Letter to You', publicado en 2020 e inspirado por el fallecimiento de sus compañeros en la E Street Band Clarence Clemons y Danny Federici y de un muy viejo compinche, el primero de todos, George Theiss, el chico que le invitó a formar parte de su primer grupo, cuando tenía 15 años. Algunas de las canciones de 'Letter to you' forman el pilar narrativo del concierto. 'Ghosts' y el tema que pone título al álbum entran en el comienzo del sobrio show, canciones atenazadas por los clichés, pero trascendentes por su celebración vitalista. "Estoy vivo y vuelvo a casa", canta con entusiasmo, aunque sombrío. Incluso esa idea sobrevuela la versión de 'Nightshift' de los Commodores que hacen como una agridulce balada de soul. Saltando adelante y atrás en el tiempo, con un sonido resplandeciente, las canciones recientes se encadenan sin pausa con viejos clásicos de los años 70 como 'Prove it All NIght', 'The Promised Land', 'Out in the Street' ("¡Oh-oh-oh!") y 'Candy's Room' en interpretaciones recias, precisas y brutalmente contundentes. Memorables. Algunas incluso cumplen 50 años en 2023 como unas atómicas y llenas de 'swing''Kitty's Back' y 'The E Street Shuffle': divertidísimas. Canciones que aspiraban a la eternidad, a una arcadia pagana de calles nocturnas, sueños de redención y tierras prometidas al final del desierto. De algún modo, invocarlas de nuevo con la mirada endurecida del superviviente es un ejercicio anticipado de añoranza, es como si estuviera echando de menos a su yo de hoy, el yo de esta noche magnífica. Aquel chaval despeinado, desafiante y vacilón de los años 70 asociaba el rock con la juventud, con su rebeldía e independencia, con una épica que planteaba la vida entera como un continua historia de superación. Hoy, el rock se identifica con la madurez y Springsteen tiene los mismos seguidores mensuales en Spotify que, por poner un ejemplo, Aitana, y la tercera parte que Rosalía. 'Backstreets' (con una potencia abrasadora), 'Because the Night' (escalofriante) o 'She's The One' (el órgano serpenteando como un embrujo) son canciones de tamaño mitológico y, aunque su celebración es pura nostalgia, lo que Springsteen está demostrando es que no hace falta ser joven para tener esa actitud desafiante y audaz. Esa confrontación, las fantasías de juventud frente a las reflexiones de la madurez, es un viaje que puede comprender bien su público, que ha crecido, madurado y envejecido con él. En el estadio predominan los oyentes mayores de 40, de 50 años, personas que probablemente ya han visto alguna vez en el pasado a Bruce Springsteen y la E Street Band fundiendo el cemento de las gradas, sacudiendo el suelo bajo sus pies. Las entradas de este concierto y del que ofrecerán el domingo en el mismo lugar, dos noches que dan comienzo a su gira europea, se agotaron hace 10 meses en un cuarto de hora, algunas de ellas con precios muy elevados, lo que provocó una oleada de protestas en redes sociales. Es el concierto número 52 del rockero de New Jersey en España, uno de los países que más veces ha visitado en su carrera. El número 20 en Barcelona, una de sus ciudades de adopción. Y se nota que él está cómodo. Ya no se tira al suelo ni alcanza el trance ni corre de un lado a otro empapado en sudor, pero no muestra ni un signo de decadencia. Incluso se ha traído a algunos de sus amigos a disfrutar de la experiencia, amigos muy especiales: el ex presidente de EEUU, Barack Obama, y su mujer, Michelle Obama, y el director de cine Steven Spielberg y su mujer, la actriz Kate Capshaw. Sobre esa tarima, el grupo lo llega a formar casi una veintena de músicos. La sección de vientos tira de espaldas, con dos trompetas, trombón, saxofón barítono y ese torrencial saxo tenor que es emblema del grupo y que en 2011 heredó Jake Clemons cuando murió su tío Clarence. Además, cuatro coristas, un percusionista y músicos asimilados a la estructura de la E Street Band como la violinista y guitarrista Soozie Tyrell y el acordeonista y organista Charles Giordano. Es decir, un huracán. Una apasionadora. Un bombardeo. Un pedal apretado hasta el fondo... Elige la metáfora, podría estar así toda la noche. Pero es un huracán menos devorado por la urgencia y la intensidad, con las canciones un pelín más lentas que hace años. En la arquitectura de su sonido, sigue siendo el pilar central el batería Max Weinberg, un discreto prodigio que proporciona la textura necesaria a cada momento, un metrónomo humano que es el alma de la E Street Band y que, una vez más, escuchadlo bien, mantiene el sonido más firme que los glúteos de un gimnasta. Springsteen ofreció los conciertos más largos de su carrera en su anterior gira con la E Street Band, en 2016. El grupo acababa cada noche visiblemente exhausto. Ahora es otro tipo de maratón. Ya no quiere demostrar que puede ser eternamente joven (aunque al terminar el concierto, un guiño, sonará de música ambiente mientras la gente abandona el recinto una versión de Forever Young). Miradle ahora, cantando solo con su guitarra acústica ante casi 60.000 personas en silencio 'Last Man Standing'. Es su canción sobre ser el último superviviente del primer grupo en el que estuvo siendo un chaval: "Soy el último hombre en pie", repite el estribillo. En la introducción ha dicho eso tan manido y sin embargo con tanta verdad como es "lo más importante es vivir y disfrutar cada momento". El concierto va avanzando y las versiones se alargan, van creciendo en densidad y épica. El núcleo central del repertorio, cuando ya pasa la hora y media, evoca el camino de la vida que ha sido su carrera, con canciones de todas las décadas. Con 'Human Touch' se llena la grada de linternas de móvil y 'Mary's Place' la tocan como si el rock fuera gospel, pero nada hace que dejen de ser las canciones olvidables que en el fondo son. Caso distinto es el de la versión de 'Pay Me My Money Down' de Pete Seeger, incorporada a sus favoritas de directo en 2006. Devoto de la música folk, este Bruce del gran poder también ha tratado la música como un elemento vertebrador de las comunidades, como un pegamento social que fortalezca la identidad de los grupos humanos, particularmente los desfavorecidos. Por eso sus conciertos parecen la reunión de una congregación religiosa, con ritos y esperanzas compartidas, y no se ve mejor como con esta adaptación. Tan autobiográficas y festivas como son, 'Wrecking Ball' y 'The Rising' suenan realmente especiales: parecen acontecimientos. La idea de incluir referencias de toda su carrera sacrifica algunos temas que han sido fijos en la trayectoria de Springsteen. Un concierto son las canciones que suenan, pero también las que no suenan, y probablemente hubo fans que hubieran preferido volver a casa con el recuerdo de 'Hungry Heart', 'The River', 'Growing Up' o 'Sherry Darling', clasicazos que esta vez no interpretó. Pero el tramo final es una sucesión de momentos de apogeo, una etapa reina en la que solo hay, en sentido estricto, cumbres fuera de categoría. Pensadlo: llevamos dos horas y pico y se suceden 'Badlands' (arriba), 'Thunder Road' (lagrimote) y, comienzo del bis, 'Born In the U.S.A.' (tono de himno, el estadio encendido, el sonido más duro que el mármol), 'Born to Run' (la catarsis máxima y definitiva), 'Glory Days' (arribísima, todo el mundo bailando, ya volando fuera de los radares, y hasta con Michelle Obama como corista), 'Bobby Jean' (¡Himno! ¡Himno!), 'Dancing In The Dark' (fiestón) y un 'Tenth Avenue Freeze-Out' que fue una juerga y una verbena funk y un puro desmadre, la canción 27 tras casi tres horas.
¿Cómo explicamos esto? Verán, no es posible, no lo es. Porque no tiene ningún sentido. Es la sublimación del springsteenismo, es una felicidad suprema, es otro milagro, otro y otro. ¿Pero Bruce Springsteen no tiene 73 años? ¿Y no los tiene su grupo? Pero, callad, acaba el concierto y está solo con la guitarra acústica cantando 'I'll See You in My Dreams', otra canción de despedida y muerte que nos recuerda que la fiesta ha terminado y que algún día esto serán unos buenos viejos tiempos que no volverán.
Me da un poco de vergüenza admitirlo, pero nunca había ido a ver Bruce Springsteen. Y no por falta de admiración o ganas, sino por una variada mezcla de factores: económicos la mayoría de las veces, cierto prejuicio en contra de los macroconciertos otras y, durante la última década, la desesperación de ver cómo volaban las entradas en segundos y te quedabas sin la posibilidad de ver a Bruce desde pista (¡me niego a verle en grada!). Pero esta vez no. Gracias al cielo, para la segunda fecha de Springsteen en Barcelona conseguimos entradas de pista… trasera. Lo de pagar un plus por estar delante es algo que llevo francamente mal, yo que he crecido en la época de las colas y las carreras y el más fan era el que más esperaba, más corría y conseguía la primera fila. Llamadme nostálgica, pero que ahora las primeras filas sean para el que las pague, me enfada mucho. Que sí, que en los conciertos de Springsteen la puntualidad se sigue premiando… Pero previo desembolso. Maldita lógica capitalista. Volvamos a lo importante: Bruce. Bruce es tan grande, que no sólo nos trae la música, sino que encima nos trajo la necesaria lluvia. El domingo nos calamos para llegar a l’Estadi Olímpic: los chubascos fueron nuestros compañeros durante todo el trayecto y un buen rato de la previa. No importaba. Éramos felices. Mojados, pero felices por estar allí. El arco iris apareció para certificarnos que sí, que esa iba a ser una noche especial. Springsteen está en un momento discográficamente dulce: ‘Letter to You’ y ‘Only the Strong Survive’ son obras muy notables. Se encuentra muy lejos de ser una vieja gloria viviendo de hits pretéritos. Al contrario, en su concierto hubo mucho presente. Puntual como un reloj, emerge la E Street Band. Grandes ovaciones para Jake Clemons y Steve Vand Zandt. Pero, claro, l’Estadi se viene abajo cuando aparece Bruce, de negro, con camisa vaquera y su pose chulesca de siempre. Encima del escenario, Bruce no tiene edad. Está pletórico de voz y de actitud. Las enormes pantallas (quizás las mejores que he visto nunca en un evento) hacen que no pierdas comba de absolutamente nada, aunque desde la pista trasera se ve muy bien todo el global del enorme escenario a a doble altura. No hay más alharacas: sólo músicos, escenario y pantallas. Bruce nos dedica sus clásicos “Hola, Barcelona! Hola, Catalunya!”, arranca la eufórica ‘My Love Will Not Let You Down’ y todo el mundo se viene arriba, aunque aún más arriba con ‘No Surrender’. Quizás ‘Ghosts’ y ‘Letter to You’, más recientes, no se reciben con tanta algarabía, pero Bruce las toca con la misma devoción. El sonido es fantástico. El público más aún. Me trago todos mis prejuicios sobre los asistentes a macroconciertos en general y los fans de Springsteen en particular. Hay un respeto absoluto. Nadie habla durante las canciones, nadie te importuna y el trasiego por cervezas es de lo más educado. Aquí solo hay devoción por Springsteen. Las pantallas van mostrando al público de la pista delantera. Sorprende ver a tantísimo menor de treinta años entre las primera filas, entregados y emocionados. O descubrir que entre los carteles que piden temas o aclaman al “Boss”, hay también vecinos reivindicando su pueblo, Peralejos de las Truchas (provincia de Guadalajara). ¿Momentos favoritos? Pues toda la jam desatada de soul y swing que se pegan en ‘Kitty’s Back’ con los metales en pleno delirio; cómo Bruce deja sola a la banda para que se luzca mientras él se pavonea para entusiasmo del personal. El momento soul dedicado a su último disco ‘Only the Strong Survive’ con el ‘Nightshift’ de los Commodores. Recuperar el ‘Johnny 99’ de ‘Nebraska’; el jolgorio de ‘The E Street Shuffle’ , con los metales luciéndose otra vez. Toda la emoción que desborda en acústico ‘Last Man Standing’: Bruce nos explica que la escribió tras ver morir al último miembro de su primer grupo, en el que entró con 15 años y cómo él, Bruce, era ahora el último superviviente. La melancolía se extiende a ‘Backstreets’, pero no mucho más, porque llega la mítica y súper tarareada ‘Because the Night’. Es un privilegio enorme siempre poder escucharla de boca de sus dos responsables, ya sea Patti Smith o Springsteen. Aunque hay concesiones a sus últimos veinte años (unas estupendas ‘Wrecking Ball’ y ‘The Rising’), la emoción se desata ya en el tramo final, que arranca con ‘Badlands’ y ‘Thunder Road’. Bruce se mueve arriba y abajo, para que las primeras filas puedan disfrutar de tenerle cerca, hace el payaso con Steve, muestra su total complicidad con Jake… Todos esos gestos de gran frontman, todas esas muestras de su carisma que, por mucho que las repita, te ganan igual. A Bruce te lo crees. A la E Street Band te la crees. Son un montón de tipos y tipas felices de estar ahí y de tocar en la mejor banda la mejor música posible. Incluso Bruce tiene un momento de abrirse la camisa y mostrar el pecho en plan “Eh, que aún estoy en plena forma”. Teóricamente hay bis… si es que se puede llamar “bis” a que la banda esté treinta segundos parada antes de entrar con ‘Born in the USA’: para mí, el más flojo de sus hits, pero la coreé como si no hubiera un mañana. Los “lololos” (¡esa plaga!) se comieron el brutal inicio de ‘Born to Run’, simplemente una de las canciones más emocionantes de la historia, pero los pelos como escarpias se me pusieron igual. Unos críos que estaban detrás de mí agitaron felices su pancarta de ‘Glory Days’ (destrozada por la lluvia) cuando finalmente la tocaron. Aunque a mí si hay una canción que me lleva a las lágrimas es ‘Bobby Jean’, su exaltación, su piano, sus versos: “We liked the same music, we liked the same bands, We liked the same clothes…” con el toque del saxo de Jake… Imposible sustraerse. Y, ehem, ‘Dancing in the Dark’, que estará todo lo sobadísima que queráis, pero siempre es un subidón. La soulera ‘Tenth Avenue Freeze-Out’ sirve para presentar a “the legendary” E Street Band, mientras las pantallas pasan imágenes de los fallecidos Danny Federici y, claro, Clarence Clemons. Despedida, adiós. ¿Adiós? No. Cuando creíamos que ya había acabado todo, Bruce emergió de las sombras, con su armónica y guitarra, para ofrecernos, solo, una desnuda ‘I’ll See You in My Dreams’, aún más emotiva que la versión que aparece en ‘Letter to You’. Tres horas de reencuentros, pero también de primeras veces, en mi caso y supongo que también en el de la cantidad de niños y niñas que vi acompañando a sus padres. Tres horas repletas de todo lo que esperas en un concierto de Bruce: rock, músicos entregados, carisma, canciones legendarias y definitivas, emoción y comunión. Sí, todo lo que esperas, pero que no puedes llegar a imaginar hasta que lo vives y lo sientes: la magia de Springsteen. La cuestión es que, después de este concierto, ya no piensas en que va a ser el último, sino en “¿cuándo nos volvemos a ver, Bruce?”.
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