TROMPETAS

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Cuando las trompetas, de un sonido u otro, asoman por las atalayas con notas ensordecedoras, mala. Algo debe oler a podrido en Dinamarca cuando los políticos necesitan, en vez de mostrar su buen y bien hacer, que asomen las trompetas para desviar la atención. 

Ciertas trompetas, no hace mucho, asomaban en lo alto y en sus notas se deslizaban un conjunto de ellas que sonaba como una voz que dijese: fascistas, fascistas, fascistas… y las buenas gentes, desde sus casas, asomaban a su ventana llenos de perplejidad. ¿De dónde sale tanto fascista? se preguntaban, y no hallaban respuesta. Pero las trompetas, como mala fotocopia de esas otras que un día nos anunciarán el fin del mundo apocalíptico, gozosas sonaban: fascistas, fascistas, fascistas... Y de nuevo las gentes se asomaba perplejos a ventanas y balcones… pero esa perplejidad viose en aumento cuando las calles se llenaban de verdes fascistas. Las trompetas, como hembras preñadas, seguramente sin pretenderlo, sembraron las calles y plazas de nuevos neonatos, eran otras gentes que no sabían del fascismo nada, pero que, intrigados en el qué sería tanta doctrina de la extremidad rojilla, se acercaron a las puertas de los azulillos, y éstos, pícaros, intrigantes, avispados, les mostraron sus alacenas llenas de tarros de rica mil de la Alcarria —así rezaban sus etiquetas—, y sucumbieron ante el dulzón regalo que se les ofrecía. 

Se sabe, pues de esta historia hace años luz que ocurrió, que fueron engañados, que en vez de miel en los tarros había vinagre, pero aupados al pedestal del poder los azulillos, desde allí hicieron como quisieron. Mientras tanto, los tañedores de las trompetas lilas, que líbrenme los dioses olímpicos de llamarles trompetistas (pues el horno no está para bollos) tuvieron que echar a correr, eso sí, dejando las trompetas en las cunetas, para que otros las recogieran e hicieran su nuevo trabajo desde las atalayas. El sonido ya no era: fascistas, fascistas, fascistas… ahora con notas muy subidas, sonaban así: filoetarras, rojazos, bolivarianos… Y vuelta a empezar.

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