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A: – Pues sí. Este título nos ha gustado. Describe perfectamente los distintos temas que componen el libro, y al mismo tiempo, nada dice de él.
B: – Eso es verdad. El sustantivo es conocido en el mundo entero, y la adjetivación causa mucha sorpresa, pero es el adverbio la parte clave del título, pues cuando dimos con él, nos hizo dudar, y fue entonces cuando decidimos que era el correcto.
C: – Definitivamente tendrá fuerte efecto en el público. Es poseedor de una seducción tal que ya verás, atraerá la mirada de los compradores más cautos, la de varios escépticos, y la de unos cuantos intelectuales. ¡Ya ni hablemos del público fácil! Ese quedará enganchado y correrá a comprar el libro apenas vea la obrita de arte que hemos encargado a los publicistas.
A: – Te auguramos un rotundo éxito. No será como tu ignorado primer título.
C: – Claro que no. No existe siquiera un punto de comparación. Contratamos a un lingüista, a una socióloga, a un historiador, y a un catedrático de la facultad de humanidades, todos ellos excelentes en lo suyo. Le han dado a tu obra un toque de distinción que la hará sobresalir entre las publicaciones de los últimos diez años.
E: – De eso quería hablarles. He leído mi libro y casi no me reconozco en él. ¡Ni siquiera el título es el que escogí!
C: – ¡Ah! Hablando de eso... Olvidamos mencionar algo muy importante. Es absolutamente necesario que escojas un nombre artístico. No podemos permitir que esta obra sea asociada al fiasco que resultó tu primer título.
E: – Pero... ¡Es que con tantos cambios que le han hecho ni siquiera podría considerarme el autor del libro! ¿Qué clase de escritor sería entonces?
C: – ¿Escritor? ¿Tú quieres ser un escritor? ¿Acaso piensas que ese libro que publicaste hace dos años, y del que solo se han vendido cien ejemplares, te convierte en un escritor?
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