No hay luz en la habitación, respira tranquila, abraza la almohada e intenta dormir. Pero no puede, una mano temblorosa se acerca, cuidadosa, queriendo acariciar sin atreverse a hacerlo. La quietud de su cuerpo le da alas y, ahora ya con más firmeza, toca su cuerpo, sintiéndolo relajado, fuerte, dibujando cada curva, y volviéndola a dibujar con sus manos. Y ella cierra los ojos, a pesar de no verle, cierra los ojos, por que de esa forma es más fácil imaginarte. Cada caricia genera calor, cada caricia hace que todo se vuelva más húmedo. Sus pechos, su cintura, sus brazos y sus labios se ponen alerta, sin querer dar más, esperan a que todo suceda. Su respiración se acelera, pero baja la cabeza, la aprieta contra la almohada y piensa, y piensa, y no para de pensar, cuando lo que tendría que hacer es sentir. Pero la excitación la puede, ya no puede permanecer quita, su espalda se curva, sus manos le buscan, sus labios empiezan a besar, y todo se acelera. Y a pesar de no saber que pensar, ya le da igual, ya todo es derroche. Se deja llevar, deja que el sentimiento se apodere de ella, deja que el corazón lata rápido, que sus dedos jueguen y jueguen hasta dejarla sin aliento, hasta no poder más, hasta el grito contenido, el grito hacia dentro. Se tensa, todo se tensa. En ese momento añora mostrarse así, añora deshacerse contigo, dejarse llevar y mostrar lo más irracional que tiene, para que ya no quede más.
Y sin luz se abrazan, y llega el sueño.