El pueblo que no puede superar la Guerra Civil
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Nacho Carretero
Casasimarro 14 ENE 2017 - 20:28 CET
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Miembros de Ahora Casasimarro en el parque Ángel Rodríguez Leal. CARLOS ROSILLO
Cuenta el canónigo Sebastián Cirac en su Martirologio de Cuenca que Casasimarro, casi en la frontera con Albacete, era un pueblo “extraordinariamente católico” y de “espléndida piedad”. El martirio, dice el autor, comenzó en 1931, cuando —según el relato— milicias de jóvenes marxistas asaltaron la iglesia, la quemaron y robaron todo lo que de valor había en ella. Quemaron también cuatro ermitas y mataron al párroco y dos colaboradores eclesiásticos. Cuando estalló la guerra, en 1936, Casasimarro quedó en plena retaguardia republicana. Las milicias campaban a sus anchas y ajustaron cuentas: 19 vecinos asesinados. Todos ellos confesos católicos y de derechas. Todos ellos sacados de sus casas y ejecutados con escopetas de caza.
Al terminar la guerra, en 1939, llegó la venganza. Al menos 22 vecinos de Casasimarro fueron fusilados por el nuevo régimen franquista en juicios sumarísimos acusados de delitos de sangre y auxilio a la rebelión. Otro par de decenas de familias del pueblo con muertos en su memoria.
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Ocurrió todo esto hace más de 80 años, pero si se saca el tema en Casasimarro, parece que fue ayer. Una realidad mil veces repetida en otros tantos pueblos de España.
Ocurrió un 24 de enero en Madrid. España ensayaba democracia y Casasimarro quería hacer borrón y cuenta nueva. Pero un comando terrorista de ultraderecha vinculado a Fuerza Nueva revivió fantasmas.
Cuatro pistoleros llamaron al timbre del despacho de abogados laboralistas de la calle Atocha 55 y mataron a tiros a los abogados Enrique Valdevira, Luis Banevides y Francisco Sauquillo. También asesinaron al estudiante Serafín Holgado y al administrativo Ángel Rodríguez Leal, hermano de José Luis y vecino natal de Casasimarro.
“Recuerdo que aquella noche estaba viendo en la televisión la serie ‘Los hombres de Harrelson’ y llamaron al teléfono. Era Macarena, compañera del Partido Comunista, todavía entonces ilegal. Me dijo: ‘ha habido un tiroteo en Atocha’. Yo le dije: ‘Pues ya me contará mi hermano cómo ha sido, que estará al llegar. Y ella me respondió: ‘No. Tenemos que ir para allá ahora. Es urgente”.
En Casasimarro hay una sensibilidad muy grande con respecto a la guerra civil. La mala sangre por lo ocurrido permanece hoy y ha generado mucho odio y mucho sufrimiento
Se fue allí José Luis, se saltó el cordón policial y comenzó a subir escaleras de dos en dos hacia el despacho. “Recuerdo que por los escalones había un reguero de sangre. Cuando estaba a punto de entrar, un policía me cogió y me llevaron otra vez abajo”. A José Luis, 40 años después, en una cafetería frente al que fuera el despacho de su hermano, le tiembla la voz.
“Me contaron después que mi hermano estaba en la calle, tomando una caña, pero que se había olvidado el periódico en el despacho, así que subió. Y justo cuando estaba arriba, llegaron los pistoleros. Abrió él la puerta”. Ahora sí, José Luis llora.
“Lo enterramos en Madrid pero después trasladamos los restos a Casasimarro”. Allí descansa hoy Ángel bajo una lápida: ‘Ángel Rodríguez Leal, vilmente asesinado por la extrema derecha’.
El suceso devolvió la tensión que nunca terminó de irse a Casasimarro. Reabrió las heridas que las familias trataban de cerrar. “Yo regresé un mes después al pueblo —cuenta José Luis— y hubo gente que me conocía y ni se acercó. La mayoría sí, pero algunos no quisieron. Todo lo pasado en la guerra y la dictadura regresó como un bofetón. Yo creo que es que nunca se fue”.
En el año 2001, y con el PSOE en el Ayuntamiento, se decidió poner el nombre de Ángel Rodríguez Leal a un parque del pueblo. Los concejales del PP no votaron a favor de la propuesta y algunos de ellos, además de muchos vecinos, no asistieron a la inauguración. La división de posguerra se mostraba. La resaca de la guerra civil permanecía.
Casasimarro tiene 3.800 habitantes. Casas bajas, de aspecto antiguo y calles mal asfaltadas. Una iglesia en su corazón y frente a ella, el Ayuntamiento. En su calle principal hay un gran supermercado, varias oficinas bancarias y un puñado de negocios y bares. Es enero y un viento helado se cuela por el pueblo. Apenas hay vecinos paseando a media tarde. Los que se paran a hablar se muestran educados y muy cordiales.
Pepe pide usar este nombre ficticio. Tiene una ferretería. “Pedir que se coloque esa placa tiene una intención política. A esta gente les da igual ese chico, lo hacen con otras intenciones. De hecho, ya tiene un parque con su nombre. ¿A qué viene pedir una placa ahora?”, dice Pepe mientras saluda a los vecinos que se cruzan. “Quieren remover cosas y buscar el enfrentamiento”.
¿Podría herir sensibilidades? “Pues sí. Porque aquí fusilaron a 19 personas de derechas y no tienen ninguna placa. ¿Por qué a este sí y a ellos no? Es volver a los bandos”.
El alcalde asegura que la placa reabriría heridas y dividiría al pueblo
La pregunta de Pepe se traslada a José Luis, el hermano de Ángel, y es claro en su respuesta: “La placa a mi hermano no es por ser de izquierdas, es por ser un demócrata víctima del terrorismo. Tenemos que estar todos unidos contra las víctimas del terrorismo, me da igual que sean de derechas o de izquierdas”. Después saca un folio en el que se puede leer el discurso que pronunció cuando inauguraron el parque. “¿Ves? —señala con el dedo sobre el folio—. Aquí hablé de Miguel Ángel Blanco. A mí me da igual que fuera del PP, primero de todo fue una víctima del terrorismo”.
También piensa así Esperanza, de 54 años y vecina de Casasimarro. Se agarra el cuello del abrigo para proteger su garganta del frío. “¿Pero qué sensibilidades puede herir una placa a una víctima? ¿La sensibilidad del asesino, no? Porque otra cosa… Yo creo que tenemos que superar de una vez estas cosas. Si a alguien le molesta un homenaje a una víctima porque sea de izquierdas o derechas, tiene un problema”.
José Luis retoma: “En Casasimarro hay una división histórica y sociológica. Hay muchas familias que no han olvidado y eso se traslada al ambiente del pueblo. No hemos superado la guerra civil”.
Manuel regenta un quiosco a pocos metros del Ayuntamiento. Sentado en su interior, con sonrisa cínica, asegura que él le da igual que pongan la placa o no. “A mí me parece bien que la pongan o que no la pongan, pero lo que sí digo es que habría gente a la que le molestaría. No me preguntes si eso está bien o mal que le moleste, pero ocurriría. La gente es como es aquí. Y por eso entiendo al alcalde”.
El alcalde es Juan Sahuquillo, de 60 años y carrocero agrícola de profesión. Lleva seis años al mando con mayoría absoluta. Abre la puerta de su despacho. Es un hombre menudo y con profundo acento manchego. Se define, dando un golpe de nudillos sobre su mesa, como “católico y de derechas”. Y explica la situación: “Lamentamos y condenamos el asesinato de ese chico, pero este pueblo tiene sus más y sus menos con lo que ocurrió. Y este chico ya tiene un parque. Y ahora mismo el pueblo está unido y tranquilo. Desde fuera esto se puede ver de una manera, pero yo sé que si pongo esa placa hubiera habido sus más y sus menos en el pueblo. No veo prudente ponerla”.
Andrés Fernández es el concejal de Ahora Casasimarro que propuso la colocación la placa. La idea era descubrirla el próximo día 28 de enero, coincidiendo con el 40 aniversario del asesinato. Ese día, en el parque, va a haber una serie de actos con diversos invitados, todos del ámbito de la izquierda, como representantes de IU y Podemos de Castilla-La Mancha. También está invitado el alcalde Sahuquillo, pero no asistirá. “Nuestro objetivo con esto es hacer un homenaje a una víctima del terrorismo —dice Andrés—, la única en la historia de la democracia de este pueblo. Y el alcalde se lo toma como una provocación. Todo lo que proponemos se lo toma como algo personal”, explica en una cafetería cercana al Ayuntamiento. “Creen que queremos revivir aquello. Al revés: lo que queremos es normalizarlo. ¡Si esto ni siquiera ocurrió en la guerra, fue en democracia!”.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] El alcalde de Casasimarro, Juan Sahuquillo (PP), frente al Ayuntamiento del pueblo. CARLOS ROSILLO
El alcalde no se muestra convencido con los argumentos de Andrés y replica indirectamente, ya que ambos mantienen una tensa relación personal. “Cuando un alcalde ve que puede haber conflictos su deber es intentar evitarlos. ¿Por qué hay que poner ahora la placa? ¿Tiene que ser ahora, cuando estamos tranquilos, que saque la patacabra?”.
Aquí todavía se habla de sus muertos y mis muertos. De que si este era comunista o no. Incluido el alcalde. No se hace pedagogía
La placa, a día de hoy, ya se ha encargado y se está haciendo. La inscripción será la misma que el titular del periódico Mundo Obrero el día siguiente del atentado: ‘Hasta siempre en la libertad por la que distéis la vida’. El acto en el parque se celebrará de todas formas, sin placa. Y la mitad del pueblo no asistirá. “A muchos vecinos les molestaría. Son los mismos que me dicen que no les gusta que en la lápida de mi hermano hayamos puesto ‘asesinado por la extrema derecha’. Me dicen: ‘hombre, eso es muy duro”, comenta José Luis.
La visión más alejada de la división que parece atenazar todavía a Casasimarro llega de un grupo de chicos de 16 años que caminan por una de las calles del pueblo. Son cuatro y, tres de ellos, ni siquiera se han enterado de la polémica de la placa. Sólo uno, Rubén, conoce el asunto y se pronuncia: “No entiendo qué tiene de malo poner una placa. Seguro que no la ponen porque no tienen cuartos”. Dicen que es por política. ¿Sabéis lo que es el asesinato de los abogados de Atocha? Todos miran a Rubén y este, con una mueca, se encoge de hombros.
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En Casasimarro (Cuenca) muchos se niegan a que se coloque una placa en memoria de un vecino asesinado en el atentado de los abogados de Atocha
Nacho Carretero
Casasimarro 14 ENE 2017 - 20:28 CET
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Miembros de Ahora Casasimarro en el parque Ángel Rodríguez Leal. CARLOS ROSILLO
Cuenta el canónigo Sebastián Cirac en su Martirologio de Cuenca que Casasimarro, casi en la frontera con Albacete, era un pueblo “extraordinariamente católico” y de “espléndida piedad”. El martirio, dice el autor, comenzó en 1931, cuando —según el relato— milicias de jóvenes marxistas asaltaron la iglesia, la quemaron y robaron todo lo que de valor había en ella. Quemaron también cuatro ermitas y mataron al párroco y dos colaboradores eclesiásticos. Cuando estalló la guerra, en 1936, Casasimarro quedó en plena retaguardia republicana. Las milicias campaban a sus anchas y ajustaron cuentas: 19 vecinos asesinados. Todos ellos confesos católicos y de derechas. Todos ellos sacados de sus casas y ejecutados con escopetas de caza.
Al terminar la guerra, en 1939, llegó la venganza. Al menos 22 vecinos de Casasimarro fueron fusilados por el nuevo régimen franquista en juicios sumarísimos acusados de delitos de sangre y auxilio a la rebelión. Otro par de decenas de familias del pueblo con muertos en su memoria.
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Ocurrió todo esto hace más de 80 años, pero si se saca el tema en Casasimarro, parece que fue ayer. Una realidad mil veces repetida en otros tantos pueblos de España.
La herida
“En Casasimarro hay una sensibilidad muy grande con respecto a la guerra civil. La mala sangre por lo ocurrido permanece hoy y ha generado mucho odio y mucho sufrimiento”. Lo cuenta José Luis Rodríguez, vecino del pueblo y hermano de Ángel Rodríguez Leal, una de las victimas del atentado de 1977, recién agotada la dictadura, que volvió a reabrir las viejas heridas de la localidad.Ocurrió un 24 de enero en Madrid. España ensayaba democracia y Casasimarro quería hacer borrón y cuenta nueva. Pero un comando terrorista de ultraderecha vinculado a Fuerza Nueva revivió fantasmas.
Cuatro pistoleros llamaron al timbre del despacho de abogados laboralistas de la calle Atocha 55 y mataron a tiros a los abogados Enrique Valdevira, Luis Banevides y Francisco Sauquillo. También asesinaron al estudiante Serafín Holgado y al administrativo Ángel Rodríguez Leal, hermano de José Luis y vecino natal de Casasimarro.
“Recuerdo que aquella noche estaba viendo en la televisión la serie ‘Los hombres de Harrelson’ y llamaron al teléfono. Era Macarena, compañera del Partido Comunista, todavía entonces ilegal. Me dijo: ‘ha habido un tiroteo en Atocha’. Yo le dije: ‘Pues ya me contará mi hermano cómo ha sido, que estará al llegar. Y ella me respondió: ‘No. Tenemos que ir para allá ahora. Es urgente”.
En Casasimarro hay una sensibilidad muy grande con respecto a la guerra civil. La mala sangre por lo ocurrido permanece hoy y ha generado mucho odio y mucho sufrimiento
Se fue allí José Luis, se saltó el cordón policial y comenzó a subir escaleras de dos en dos hacia el despacho. “Recuerdo que por los escalones había un reguero de sangre. Cuando estaba a punto de entrar, un policía me cogió y me llevaron otra vez abajo”. A José Luis, 40 años después, en una cafetería frente al que fuera el despacho de su hermano, le tiembla la voz.
“Me contaron después que mi hermano estaba en la calle, tomando una caña, pero que se había olvidado el periódico en el despacho, así que subió. Y justo cuando estaba arriba, llegaron los pistoleros. Abrió él la puerta”. Ahora sí, José Luis llora.
“Lo enterramos en Madrid pero después trasladamos los restos a Casasimarro”. Allí descansa hoy Ángel bajo una lápida: ‘Ángel Rodríguez Leal, vilmente asesinado por la extrema derecha’.
El suceso devolvió la tensión que nunca terminó de irse a Casasimarro. Reabrió las heridas que las familias trataban de cerrar. “Yo regresé un mes después al pueblo —cuenta José Luis— y hubo gente que me conocía y ni se acercó. La mayoría sí, pero algunos no quisieron. Todo lo pasado en la guerra y la dictadura regresó como un bofetón. Yo creo que es que nunca se fue”.
En el año 2001, y con el PSOE en el Ayuntamiento, se decidió poner el nombre de Ángel Rodríguez Leal a un parque del pueblo. Los concejales del PP no votaron a favor de la propuesta y algunos de ellos, además de muchos vecinos, no asistieron a la inauguración. La división de posguerra se mostraba. La resaca de la guerra civil permanecía.
El parque
Y permanece hoy, a tenor de lo que está sucediendo estos días en el pueblo. Hace un par de semanas, Andrés Fernández, concejal de Ahora Casasimarro (el único de una formación local vinculada a Podemos) propuso colocar en el parque una placa en recuerdo de Ángel Rodríguez. Pero el alcalde y los ocho concejales de los que dispone el PP de la localidad, se opusieron. Alegó el edil en un comunicado escrito que la colocación de la placa “podía herir sensibilidades” en el pueblo. De nuevo los fantasmas nunca eliminados.Casasimarro tiene 3.800 habitantes. Casas bajas, de aspecto antiguo y calles mal asfaltadas. Una iglesia en su corazón y frente a ella, el Ayuntamiento. En su calle principal hay un gran supermercado, varias oficinas bancarias y un puñado de negocios y bares. Es enero y un viento helado se cuela por el pueblo. Apenas hay vecinos paseando a media tarde. Los que se paran a hablar se muestran educados y muy cordiales.
Pepe pide usar este nombre ficticio. Tiene una ferretería. “Pedir que se coloque esa placa tiene una intención política. A esta gente les da igual ese chico, lo hacen con otras intenciones. De hecho, ya tiene un parque con su nombre. ¿A qué viene pedir una placa ahora?”, dice Pepe mientras saluda a los vecinos que se cruzan. “Quieren remover cosas y buscar el enfrentamiento”.
¿Podría herir sensibilidades? “Pues sí. Porque aquí fusilaron a 19 personas de derechas y no tienen ninguna placa. ¿Por qué a este sí y a ellos no? Es volver a los bandos”.
El alcalde asegura que la placa reabriría heridas y dividiría al pueblo
La pregunta de Pepe se traslada a José Luis, el hermano de Ángel, y es claro en su respuesta: “La placa a mi hermano no es por ser de izquierdas, es por ser un demócrata víctima del terrorismo. Tenemos que estar todos unidos contra las víctimas del terrorismo, me da igual que sean de derechas o de izquierdas”. Después saca un folio en el que se puede leer el discurso que pronunció cuando inauguraron el parque. “¿Ves? —señala con el dedo sobre el folio—. Aquí hablé de Miguel Ángel Blanco. A mí me da igual que fuera del PP, primero de todo fue una víctima del terrorismo”.
También piensa así Esperanza, de 54 años y vecina de Casasimarro. Se agarra el cuello del abrigo para proteger su garganta del frío. “¿Pero qué sensibilidades puede herir una placa a una víctima? ¿La sensibilidad del asesino, no? Porque otra cosa… Yo creo que tenemos que superar de una vez estas cosas. Si a alguien le molesta un homenaje a una víctima porque sea de izquierdas o derechas, tiene un problema”.
José Luis retoma: “En Casasimarro hay una división histórica y sociológica. Hay muchas familias que no han olvidado y eso se traslada al ambiente del pueblo. No hemos superado la guerra civil”.
Manuel regenta un quiosco a pocos metros del Ayuntamiento. Sentado en su interior, con sonrisa cínica, asegura que él le da igual que pongan la placa o no. “A mí me parece bien que la pongan o que no la pongan, pero lo que sí digo es que habría gente a la que le molestaría. No me preguntes si eso está bien o mal que le moleste, pero ocurriría. La gente es como es aquí. Y por eso entiendo al alcalde”.
El alcalde es Juan Sahuquillo, de 60 años y carrocero agrícola de profesión. Lleva seis años al mando con mayoría absoluta. Abre la puerta de su despacho. Es un hombre menudo y con profundo acento manchego. Se define, dando un golpe de nudillos sobre su mesa, como “católico y de derechas”. Y explica la situación: “Lamentamos y condenamos el asesinato de ese chico, pero este pueblo tiene sus más y sus menos con lo que ocurrió. Y este chico ya tiene un parque. Y ahora mismo el pueblo está unido y tranquilo. Desde fuera esto se puede ver de una manera, pero yo sé que si pongo esa placa hubiera habido sus más y sus menos en el pueblo. No veo prudente ponerla”.
Andrés Fernández es el concejal de Ahora Casasimarro que propuso la colocación la placa. La idea era descubrirla el próximo día 28 de enero, coincidiendo con el 40 aniversario del asesinato. Ese día, en el parque, va a haber una serie de actos con diversos invitados, todos del ámbito de la izquierda, como representantes de IU y Podemos de Castilla-La Mancha. También está invitado el alcalde Sahuquillo, pero no asistirá. “Nuestro objetivo con esto es hacer un homenaje a una víctima del terrorismo —dice Andrés—, la única en la historia de la democracia de este pueblo. Y el alcalde se lo toma como una provocación. Todo lo que proponemos se lo toma como algo personal”, explica en una cafetería cercana al Ayuntamiento. “Creen que queremos revivir aquello. Al revés: lo que queremos es normalizarlo. ¡Si esto ni siquiera ocurrió en la guerra, fue en democracia!”.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] El alcalde de Casasimarro, Juan Sahuquillo (PP), frente al Ayuntamiento del pueblo. CARLOS ROSILLO
El alcalde no se muestra convencido con los argumentos de Andrés y replica indirectamente, ya que ambos mantienen una tensa relación personal. “Cuando un alcalde ve que puede haber conflictos su deber es intentar evitarlos. ¿Por qué hay que poner ahora la placa? ¿Tiene que ser ahora, cuando estamos tranquilos, que saque la patacabra?”.
La placa
José Luis Rodríguez, el hermano de Ángel, opina que el alcalde muestra “una enorme falta de sensibilidad”. “Todavía piensa en clave de mis muertos y sus muertos. No se esfuerza por hacer pedagogía. Es que este era un comunista, es que no sé qué… Mantiene una equidistancia entre víctima y verdugo para preservar la unidad del pueblo. No sabe hacerlo de otra manera”.Aquí todavía se habla de sus muertos y mis muertos. De que si este era comunista o no. Incluido el alcalde. No se hace pedagogía
La placa, a día de hoy, ya se ha encargado y se está haciendo. La inscripción será la misma que el titular del periódico Mundo Obrero el día siguiente del atentado: ‘Hasta siempre en la libertad por la que distéis la vida’. El acto en el parque se celebrará de todas formas, sin placa. Y la mitad del pueblo no asistirá. “A muchos vecinos les molestaría. Son los mismos que me dicen que no les gusta que en la lápida de mi hermano hayamos puesto ‘asesinado por la extrema derecha’. Me dicen: ‘hombre, eso es muy duro”, comenta José Luis.
La visión más alejada de la división que parece atenazar todavía a Casasimarro llega de un grupo de chicos de 16 años que caminan por una de las calles del pueblo. Son cuatro y, tres de ellos, ni siquiera se han enterado de la polémica de la placa. Sólo uno, Rubén, conoce el asunto y se pronuncia: “No entiendo qué tiene de malo poner una placa. Seguro que no la ponen porque no tienen cuartos”. Dicen que es por política. ¿Sabéis lo que es el asesinato de los abogados de Atocha? Todos miran a Rubén y este, con una mueca, se encoge de hombros.
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