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He dicho en más de una ocasión que si en un día frío nos encontramos a la intemperie y sólo tenemos el orgullo para taparnos, es posible que acabemos congelados y en el otro mundo. El orgullo de poco sirve, y menos si es por algo de lo que no tenemos arte ni parte, como es el nacer en un lugar u otro del mundo. Como mucho, y excepcional para mí, es sentirse orgulloso de los propios hechos, no de las circunstancias que nos envuelven.
Pero ese orgullo hispano, que veo nacer más que como algo propio de lo bien hecho, como dueños de una historia mil vecen contadas y nunca en su totalidad y en parte amagada, nos hace desconocer el desprestigio de España en tantas etapas de su historia moderna, por la dejadez en las funciones de sus gobernantes, el derroche de bienes que no se tienen en propiedad y son fruto de préstamos mal empleados y el creerse superiores por nonadas.
En 13 ocasiones España se ha declarado en quiebra no pagando a sus acreedores. La primera la tenemos cuando Carlos I firmó un crédito de 850.000 florines con el banquero Fugger, dinero empleado para sobornar a los nobles castellanos para que lo reconocieran. Un préstamo, enorme en aquellos días, que nunca llegó a pagar, logrando la ruina de ese banquero y a parte de la nobleza holandesa que tenía en él depositados sus ahorros. Ni siquiera llegó a pagar todos los intereses con el oro y plata que esquilmaba en las Américas.
Felipe II no logrando hacer frente a la escandalosa deuda que había contraído, decidió suspender pagos por primera vez en 1557, a la que siguieron dos suspensiones de pagos más en 1577 y en 1597, dejando en una situación de precariedad a genoveses y venecianos, quienes se habían atrevido a financiar al rey de El Escorial.
Lo que siguió a Felipe II fue más de lo mismo y así Felipe III suspendió pagos en 1607, y Felipe IV lo hizo en cuatro ocasiones: en 1627, 1647, 1652 y 1662. Fue el sino de aquellos monarcas, incapaces de hacer frente a los préstamos que solicitaban para sus derroches y vida de lujo, pese a confiscar tierras y mercancías, aumentar los impuestos a las colonias y recurrir a la inflación que llegó a alcanzar un 250 por ciento.
Más tarde Carlos III se estuvo a punto de una nueva quiebra de la que solamente se logró salir gracias a una quita del 70 % del total de la deuda.
Felipe V, el Borbón, quiso hacer frente al drama de las finanzas públicas con una serie de profundas reformas económicas, imponiendo impuestos a los nobles y a la Iglesia (que hasta entonces habían estado dispensados de pagarlos), creando aduanas, acabando con el contrabando y apostando por el lucrativo negocio de la trata de esclavos. Pero los Borbones también tuvieron que hacer frente a situaciones financieras delicadas, al gastar más de lo que se ingresaba, y a Carlos IV le tocó suspender pagos como consecuencia de declararle la guerra a Francia.
Aquella situación de quiebra se alargó hasta la Guerra de la Independencia y cuando Fernando VII ascendió al trono, se encontró con un estado económico quebrado, situación que por la emancipación de las colonias americanas se agravó enormemente.
Con la llegada de Isabel II llegaron los primeros intentos de industrializar el país, el Estado apostó por la construcción de numerosas líneas ferroviarias en una inversión sin precedentes, aunque la mayoría de las líneas resultaron ruinosas, más o menos como los aeropuertos sin pasajeros o las autopistas de peaje que nadie utiliza (la historia en España se repite y se repite…) lo que llevó al desastre a la Corona española que, nuevamente, suspendió pagos en 1866.
A España le faltaba enfrentarse a una última suspensión de pagos (bueno, aún tenemos a Rajoy) y ese "honor" le cupo al dictador Franco que se negó a hacerse cargo de la deuda republicana, una vez terminada la guerra civil.
¿Orgullosos de ser españoles? Pues sí, ¿por qué no? Miramos hacia otra parte, no reconocemos nuestra incapacidad de ser respetuosos con los compromisos, gastamos lo que no tenemos, no trabajamos lo que debiéramos, vivimos por encima de nuestras posibilidades, pedimos créditos y luego nos reímos del prestamista si lo arruinamos, y a cantar la canción de Manolo Escobar.
He dicho en más de una ocasión que si en un día frío nos encontramos a la intemperie y sólo tenemos el orgullo para taparnos, es posible que acabemos congelados y en el otro mundo. El orgullo de poco sirve, y menos si es por algo de lo que no tenemos arte ni parte, como es el nacer en un lugar u otro del mundo. Como mucho, y excepcional para mí, es sentirse orgulloso de los propios hechos, no de las circunstancias que nos envuelven.
Pero ese orgullo hispano, que veo nacer más que como algo propio de lo bien hecho, como dueños de una historia mil vecen contadas y nunca en su totalidad y en parte amagada, nos hace desconocer el desprestigio de España en tantas etapas de su historia moderna, por la dejadez en las funciones de sus gobernantes, el derroche de bienes que no se tienen en propiedad y son fruto de préstamos mal empleados y el creerse superiores por nonadas.
En 13 ocasiones España se ha declarado en quiebra no pagando a sus acreedores. La primera la tenemos cuando Carlos I firmó un crédito de 850.000 florines con el banquero Fugger, dinero empleado para sobornar a los nobles castellanos para que lo reconocieran. Un préstamo, enorme en aquellos días, que nunca llegó a pagar, logrando la ruina de ese banquero y a parte de la nobleza holandesa que tenía en él depositados sus ahorros. Ni siquiera llegó a pagar todos los intereses con el oro y plata que esquilmaba en las Américas.
Felipe II no logrando hacer frente a la escandalosa deuda que había contraído, decidió suspender pagos por primera vez en 1557, a la que siguieron dos suspensiones de pagos más en 1577 y en 1597, dejando en una situación de precariedad a genoveses y venecianos, quienes se habían atrevido a financiar al rey de El Escorial.
Lo que siguió a Felipe II fue más de lo mismo y así Felipe III suspendió pagos en 1607, y Felipe IV lo hizo en cuatro ocasiones: en 1627, 1647, 1652 y 1662. Fue el sino de aquellos monarcas, incapaces de hacer frente a los préstamos que solicitaban para sus derroches y vida de lujo, pese a confiscar tierras y mercancías, aumentar los impuestos a las colonias y recurrir a la inflación que llegó a alcanzar un 250 por ciento.
Más tarde Carlos III se estuvo a punto de una nueva quiebra de la que solamente se logró salir gracias a una quita del 70 % del total de la deuda.
Felipe V, el Borbón, quiso hacer frente al drama de las finanzas públicas con una serie de profundas reformas económicas, imponiendo impuestos a los nobles y a la Iglesia (que hasta entonces habían estado dispensados de pagarlos), creando aduanas, acabando con el contrabando y apostando por el lucrativo negocio de la trata de esclavos. Pero los Borbones también tuvieron que hacer frente a situaciones financieras delicadas, al gastar más de lo que se ingresaba, y a Carlos IV le tocó suspender pagos como consecuencia de declararle la guerra a Francia.
Aquella situación de quiebra se alargó hasta la Guerra de la Independencia y cuando Fernando VII ascendió al trono, se encontró con un estado económico quebrado, situación que por la emancipación de las colonias americanas se agravó enormemente.
Con la llegada de Isabel II llegaron los primeros intentos de industrializar el país, el Estado apostó por la construcción de numerosas líneas ferroviarias en una inversión sin precedentes, aunque la mayoría de las líneas resultaron ruinosas, más o menos como los aeropuertos sin pasajeros o las autopistas de peaje que nadie utiliza (la historia en España se repite y se repite…) lo que llevó al desastre a la Corona española que, nuevamente, suspendió pagos en 1866.
A España le faltaba enfrentarse a una última suspensión de pagos (bueno, aún tenemos a Rajoy) y ese "honor" le cupo al dictador Franco que se negó a hacerse cargo de la deuda republicana, una vez terminada la guerra civil.
¿Orgullosos de ser españoles? Pues sí, ¿por qué no? Miramos hacia otra parte, no reconocemos nuestra incapacidad de ser respetuosos con los compromisos, gastamos lo que no tenemos, no trabajamos lo que debiéramos, vivimos por encima de nuestras posibilidades, pedimos créditos y luego nos reímos del prestamista si lo arruinamos, y a cantar la canción de Manolo Escobar.
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