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Resulta incomprensible, y hasta cómico cuando no triste, ver cómo la ciudadanía discute, en ocasiones exaltadamente, e incluso en otras se llega a las manos, en defensa de unas ideas políticas que, trajinadas por unos líderes y sus propagandistas, intentan hacerlas ver como solución a sus problemas, ya de cualquier orden y en especial el económico. Estas políticas y sus líderes, se les denomine por color o situación dentro del marco de las diversas opciones, en realidad son instrumentos del gran poder que anida en toda nación o estado, y que es, sin duda, quien lleva a término sus intereses, unas veces colocando a determinadas ideas en el escenario, en otras las contrarias, si la necesidad del engaño así lo aconseja.
Y resulta incomprensible, también, el aplauso de parte del público creyendo que los actores del momento que están en escena, serán quienes le solucionarán los problemas. No alcanzan a entender que solo son actores, con un papel aprendido para el engaño, ya interpreten a don Juan Tenorio o a Sancho Panza, y que obedecen a los que, tras las bambalinas, manejan el timón de la nave, son dueños de la misma, y si necesitan un mar tranquilo o embravecido, solo tienen que dar la orden.
¿Qué se necesita para darnos cuenta de que nos engañan? que no son lo que aparentan, que esa carta que escriben mientras en las calles sevillanas la gente disfruta del carnaval, gritando como malditos, ya está escrita con anterioridad, y que los molinos transformados en gigantes a los ojos del hidalgo de la triste figura, son de cartón-piedra como los ninots de las fallas valencianas.
Todo es mentira, lo que dicen y lo que representan. Todo está diseñado para el engaño, y si usted, amigo, cree que están ahí colocados porque así lo decidió usted con su voto, permítame que le diga que es muy simplón. En el momento que los directores digan que han de irse a otro lugar, se irán, y colocarán en su lugar a los que puedan engañar más… Ellos, los actores, con llenar sus billeteras ya tienen bastante; los potingues de los maquillajes, a veces muy compactos, les permiten no sonrojarse… si es que se sonrojan.
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Resulta incomprensible, y hasta cómico cuando no triste, ver cómo la ciudadanía discute, en ocasiones exaltadamente, e incluso en otras se llega a las manos, en defensa de unas ideas políticas que, trajinadas por unos líderes y sus propagandistas, intentan hacerlas ver como solución a sus problemas, ya de cualquier orden y en especial el económico. Estas políticas y sus líderes, se les denomine por color o situación dentro del marco de las diversas opciones, en realidad son instrumentos del gran poder que anida en toda nación o estado, y que es, sin duda, quien lleva a término sus intereses, unas veces colocando a determinadas ideas en el escenario, en otras las contrarias, si la necesidad del engaño así lo aconseja.
Y resulta incomprensible, también, el aplauso de parte del público creyendo que los actores del momento que están en escena, serán quienes le solucionarán los problemas. No alcanzan a entender que solo son actores, con un papel aprendido para el engaño, ya interpreten a don Juan Tenorio o a Sancho Panza, y que obedecen a los que, tras las bambalinas, manejan el timón de la nave, son dueños de la misma, y si necesitan un mar tranquilo o embravecido, solo tienen que dar la orden.
¿Qué se necesita para darnos cuenta de que nos engañan? que no son lo que aparentan, que esa carta que escriben mientras en las calles sevillanas la gente disfruta del carnaval, gritando como malditos, ya está escrita con anterioridad, y que los molinos transformados en gigantes a los ojos del hidalgo de la triste figura, son de cartón-piedra como los ninots de las fallas valencianas.
Todo es mentira, lo que dicen y lo que representan. Todo está diseñado para el engaño, y si usted, amigo, cree que están ahí colocados porque así lo decidió usted con su voto, permítame que le diga que es muy simplón. En el momento que los directores digan que han de irse a otro lugar, se irán, y colocarán en su lugar a los que puedan engañar más… Ellos, los actores, con llenar sus billeteras ya tienen bastante; los potingues de los maquillajes, a veces muy compactos, les permiten no sonrojarse… si es que se sonrojan.
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