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Estimado Nerón: Después de ¿unos sesenta años quizás? y no acordándome de ella, me he encontrado en una caja, como escondida, una novela que en su día me causó gran impacto. Su autor el valenciano Vicente Blasco Ibáñez, y su título “Los muertos mandan”, que al tratarse sobre la sociedad mallorquina y balear, supongo conocerás.
Y, nuevamente al leerla, me ha traído recuerdos de la Ibiza que conocí; hará, más o menos, esos sesenta años y pico. Una Ibiza donde el turismo se desconocía, y donde el mundo la desconocía también, para gozo, quizás, de los propios ibicencos que si la ven ahora rica, moderna, quizás la desconozcan como era al perder gran parte de su personalidad.
Eran tiempos, y lo he visto con mis propios ojos, donde el payés que deseaba mantener relaciones con una joven payesa, disparaba en un baile cerca de sus pies con un arma de fuego (cosa que los payeses tenían) como señal del amor que le profesaba. Otra cosa que me impresionó por desconocida para mí, era la manera de “pelar la pava” de los payeses ibicencos; cuando una joven tenía varios pretendientes, se acercaban a la casa y en el porche de la misma festejaban, hasta que el padre de la joven tosía fuertemente que era la señal de acabado el tiempo, y el joven payés abandonaba para que entrara otro a festejar. Y lo que aún mantengo en mi retina, es la hermosa estampa de las bellas mujeres ibicencas yendo a misa los domingos en la ermita local, con aquellos trajes regionales tan ricos y con tanto abalorio de collares y la gallardía y gravedad de los payeses. Santa Eularia des Rius, Santa Agnès,Sant Antoni, Sant Llorenç y tantas otras pequeñas aldeas. Supongo hoy extremadamente cambiadas.
El flaó ibicenco ¡qué delicia!, el palo, la bebida para tomar como aperitivo… y ¿qué decir de la auténtica sobrasada? La familia Sunyer, y sus hijos, gente extraordinaria y noble, que me introdujeron en la pequeña sociedad ibicenca.
Aún recuerdo las carreras de caballos de Blancadona, y tantas otras cosas que me enamoraron de las Pitiusas. Baleares, tan cerca de mi tierra y que hace tantos años no las visito… ¿Sabes que desde lo alto del Penyal d’Ifach, los días de mar en calma se ve la isla de Ibiza?
Pues bien, mi escrito es para que me digas (espero que sí) que el odio rancio entre “chuetas” y “butifarras” tan acusada en la novela de Blasco Ibáñez, y que yo he conocido (y padecido en mis propias carnes aunque te extrañe) ya no existe. Que es algo que ha quedado en el baúl de los recuerdos, o que por el contrario algo queda de los llamados de “la calle” refiriéndose aquella (creo que era Platería su nombre) en donde la judería tenía sus negocios.
Es pura curiosidad, y qué mejor que preguntarle a un mallorquín como tú. Si te parece bien me relatas algo de la realidad actual. A veces me da la idea de volver a vitarla de nuevo antes de morir, pero te seré sincero, guardo tan hermoso recuerdo de las islas, especialmente de Ibiza, que si la viera muy cambiada recibiría una gran decepción.
Este escrito, que bien pudiera habertelo dirigido de manera privada, lo hago público para que todo el que lo lea sepa de mi gran cariño que guardo por tu tierra. Espero no haberte molestado.
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Estimado Nerón: Después de ¿unos sesenta años quizás? y no acordándome de ella, me he encontrado en una caja, como escondida, una novela que en su día me causó gran impacto. Su autor el valenciano Vicente Blasco Ibáñez, y su título “Los muertos mandan”, que al tratarse sobre la sociedad mallorquina y balear, supongo conocerás.
Y, nuevamente al leerla, me ha traído recuerdos de la Ibiza que conocí; hará, más o menos, esos sesenta años y pico. Una Ibiza donde el turismo se desconocía, y donde el mundo la desconocía también, para gozo, quizás, de los propios ibicencos que si la ven ahora rica, moderna, quizás la desconozcan como era al perder gran parte de su personalidad.
Eran tiempos, y lo he visto con mis propios ojos, donde el payés que deseaba mantener relaciones con una joven payesa, disparaba en un baile cerca de sus pies con un arma de fuego (cosa que los payeses tenían) como señal del amor que le profesaba. Otra cosa que me impresionó por desconocida para mí, era la manera de “pelar la pava” de los payeses ibicencos; cuando una joven tenía varios pretendientes, se acercaban a la casa y en el porche de la misma festejaban, hasta que el padre de la joven tosía fuertemente que era la señal de acabado el tiempo, y el joven payés abandonaba para que entrara otro a festejar. Y lo que aún mantengo en mi retina, es la hermosa estampa de las bellas mujeres ibicencas yendo a misa los domingos en la ermita local, con aquellos trajes regionales tan ricos y con tanto abalorio de collares y la gallardía y gravedad de los payeses. Santa Eularia des Rius, Santa Agnès,Sant Antoni, Sant Llorenç y tantas otras pequeñas aldeas. Supongo hoy extremadamente cambiadas.
El flaó ibicenco ¡qué delicia!, el palo, la bebida para tomar como aperitivo… y ¿qué decir de la auténtica sobrasada? La familia Sunyer, y sus hijos, gente extraordinaria y noble, que me introdujeron en la pequeña sociedad ibicenca.
Aún recuerdo las carreras de caballos de Blancadona, y tantas otras cosas que me enamoraron de las Pitiusas. Baleares, tan cerca de mi tierra y que hace tantos años no las visito… ¿Sabes que desde lo alto del Penyal d’Ifach, los días de mar en calma se ve la isla de Ibiza?
Pues bien, mi escrito es para que me digas (espero que sí) que el odio rancio entre “chuetas” y “butifarras” tan acusada en la novela de Blasco Ibáñez, y que yo he conocido (y padecido en mis propias carnes aunque te extrañe) ya no existe. Que es algo que ha quedado en el baúl de los recuerdos, o que por el contrario algo queda de los llamados de “la calle” refiriéndose aquella (creo que era Platería su nombre) en donde la judería tenía sus negocios.
Es pura curiosidad, y qué mejor que preguntarle a un mallorquín como tú. Si te parece bien me relatas algo de la realidad actual. A veces me da la idea de volver a vitarla de nuevo antes de morir, pero te seré sincero, guardo tan hermoso recuerdo de las islas, especialmente de Ibiza, que si la viera muy cambiada recibiría una gran decepción.
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