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¿Pensando en Puigdemont?
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Millones de españoles están dispuestos hoy a salir de viaje aprovechando el puente de octubre. Unos en busca del mar y sus playas, otros hacia las montañas, otros hacia los pueblitos preciosos que hay por toda la geografía, y otros, cómo no, hacia las grandes ciudades para ver sus museos, hacer sus compras, ver sus obras de teatro, etcétera. Y todos ellos, como los 50.000 llevados el domingo pasado a Barcelona, con abanico, banderita rojigualda y bocadillo de chorizo de regalo, pensando y obsesionados con que Puigdemont nunca se libre de la cárcel.

Miren las carreteras: a tope. Miren ustedes los restaurantes, chiringuitos, moteles y hoteles, campings… ¿y de verdad se cree que a estos españolitos les quita el sueño ver o no al político catalán entre rejas? Yo creo que no. Quizás hayan puesto mala cara al llenar de combustible el depósito del coche, pero Puigdemont no tiene la culpa de ello. Saben que la ración de calamares o patatas bravas será un poco más caro, y lo asumirán, pero no llevarán su índice hasta Puigdemont culpándole de todos los males. Para eso, como una cantinela, como un disco rallado, como un deseo de buscar y agrandar conflictos, están Feijóo, el pacificador, y Abascal, el pecho lobo. De Ciudadanos ya no queda ni las ganas. Bastante tienen con ver de qué manera pagan los alquileres de sus sedes, antes de que los desahucien.

En definitiva, que los autobuses llegados a Barcelona desde todas las Españas, para llevar el cartelito de “Puigdemont a prisión”, no ha servido más que para dar a conocer el escaso poder de convocatoria de la derechita cobarde y la derecha fascista. Y es que si al menos en vez de bocadillo con fotografía pepera (léase chorizo) lo hubiesen rellenado de jamón de Jabugo, igual en vez de 50.000 hubiesen alcanzado 50.008, que tal como están las cosas, 8 son 8.

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