Cuando sonó el estruendo a nuestra espalda los asaltantes que quedaban por el lado del río a los que rechazábamos empezaron a huir pero sin particular prisa, en uno de ellos, un filipino marcado por la viruela con pañuelo carmesí enrolado la cabeza y collares de cuentas noté cierta sorpresa, si tal cosa es posible distinguir en la gente que vive aquí. Atrás estaba el depósito de los bienes de la casa comercial, situada atrás y mediamente escondida por los ´árboles estaba hecha a propósito para pasar por una habitación sin importancia. Corríamos a investigarlo sucedido y se me pasó por la cabeza evidente: mientras nos ocupábamos del grupo de bandidos algunos se habrían colado conociendo de antemano el qué buscar.
Pronto salimos de dudas, unos seis bandidos yacían en el suelo enfrente de la cámara de recaudación, esparcidos. Cuatro de ellos inmóviles y muertos, uno muy malherido que gritaba quejumbroso , y otro que trató de ponerse en pie y cayó al instante.
-¡Vigílenme a ese!
Necesitaba una explicación sobre esto y me fijé en Márquez, el contable. Le acompañaba un sirviente de la casa y el cañón de adorno con incrustaciones humeaba en su boca y estaba rajado en una grieta de consideración que por suerte no lo había hecho reventar. La estancia olía a pólvora concentrada quemada. Saludo breve e innecesario l y le pregunté a Márquez si estaba bien y lo que había ocurrido. No estaba en condición de hablar demasiado, tembloroso y con aspecto pesaroso dijo sofocado:
- No quería matarles, ¿y ustedes dónde estaban, donde?
El sirviente peroraba en tagalo y mi conocimiento de su lengua no era suficiente. Por mímica señaló al cañón, lo habían movido y girado , ahora cogía del montón de monedas y piedras preciosas y a la boca del arma , Suficiente, la suerte había estado a su lado y no les había explotado en la cara a los defensores. Los muertos presentaban u aspecto curioso y particular, en especial uno de ellos. La metralla de monedas le había alcanzado en el pecho, en el cuello y en la cara en forma de adornos y una piedra verde, un trozo de esmeralda tallada se había depositado en uno de sus ojos. Con un pequeño tirón la quité y me la guardé en el bolsillo, demasiado desfigurada como para ser repuesta al tesoro, demasiada valiosa como para ser enterrada junto a este hombre. Dije a los hombres que no les quitasen los trozos de monedas y los enterrasen así como estaban por los prisioneros tomados, y luego que fuesen liberados . Uno de ellos replicó que no lo entendía, y le conté que mejor que explicase a cualquiera de sus compañeros que estábamos dispuestos a lo que fuese. El bandido malherido seguía gritando de dolor desesperado hasta que cesó por completo tras un estertor y un sonido de borboteo de los pulmones.
A un buen trecho de la casa de comercio de Yandé existe una pequeña loma desde la cual ver la cinta verde negruzca del río bajando con pereza, la cinta del camino a duras penas trazado amarillento y la inmensa jungla. Atardecía y pensé en la pequeña mentira que había contado. Estos bandidos y piratas son gente desesperada, lo mismo les daría la historia de cuerpos enterrados con metralla de riqueza, les convencería aún más de que desperdiciamos los bienes. Como suelen ellos decir al ser interrogados lo mismo les da vagar y morir por la jungla sin nada que morir por lograr robar y poseer algo, aunque sea por unos miserables días. . El trozo de esmeralda cuarteado lo hacía mover, lo impulsaba con la mano al aire y lo recogía en la palma sin mirarlo, yo diría que servía de estímulo para pensar. Como medida pondría un cañón real y efectivo guardando la cámara con dotación para que Márquez ni cualquier otro tuviese que afrontar una experiencia parecida. . La estancia de la cámara de los bienes se mantendrá allí, alguien nos había traicionado y era imperativo conocer quién , y la casa de contratación y comercio de Yandé seguirá en pie una temporada más.
Pronto salimos de dudas, unos seis bandidos yacían en el suelo enfrente de la cámara de recaudación, esparcidos. Cuatro de ellos inmóviles y muertos, uno muy malherido que gritaba quejumbroso , y otro que trató de ponerse en pie y cayó al instante.
-¡Vigílenme a ese!
Necesitaba una explicación sobre esto y me fijé en Márquez, el contable. Le acompañaba un sirviente de la casa y el cañón de adorno con incrustaciones humeaba en su boca y estaba rajado en una grieta de consideración que por suerte no lo había hecho reventar. La estancia olía a pólvora concentrada quemada. Saludo breve e innecesario l y le pregunté a Márquez si estaba bien y lo que había ocurrido. No estaba en condición de hablar demasiado, tembloroso y con aspecto pesaroso dijo sofocado:
- No quería matarles, ¿y ustedes dónde estaban, donde?
El sirviente peroraba en tagalo y mi conocimiento de su lengua no era suficiente. Por mímica señaló al cañón, lo habían movido y girado , ahora cogía del montón de monedas y piedras preciosas y a la boca del arma , Suficiente, la suerte había estado a su lado y no les había explotado en la cara a los defensores. Los muertos presentaban u aspecto curioso y particular, en especial uno de ellos. La metralla de monedas le había alcanzado en el pecho, en el cuello y en la cara en forma de adornos y una piedra verde, un trozo de esmeralda tallada se había depositado en uno de sus ojos. Con un pequeño tirón la quité y me la guardé en el bolsillo, demasiado desfigurada como para ser repuesta al tesoro, demasiada valiosa como para ser enterrada junto a este hombre. Dije a los hombres que no les quitasen los trozos de monedas y los enterrasen así como estaban por los prisioneros tomados, y luego que fuesen liberados . Uno de ellos replicó que no lo entendía, y le conté que mejor que explicase a cualquiera de sus compañeros que estábamos dispuestos a lo que fuese. El bandido malherido seguía gritando de dolor desesperado hasta que cesó por completo tras un estertor y un sonido de borboteo de los pulmones.
A un buen trecho de la casa de comercio de Yandé existe una pequeña loma desde la cual ver la cinta verde negruzca del río bajando con pereza, la cinta del camino a duras penas trazado amarillento y la inmensa jungla. Atardecía y pensé en la pequeña mentira que había contado. Estos bandidos y piratas son gente desesperada, lo mismo les daría la historia de cuerpos enterrados con metralla de riqueza, les convencería aún más de que desperdiciamos los bienes. Como suelen ellos decir al ser interrogados lo mismo les da vagar y morir por la jungla sin nada que morir por lograr robar y poseer algo, aunque sea por unos miserables días. . El trozo de esmeralda cuarteado lo hacía mover, lo impulsaba con la mano al aire y lo recogía en la palma sin mirarlo, yo diría que servía de estímulo para pensar. Como medida pondría un cañón real y efectivo guardando la cámara con dotación para que Márquez ni cualquier otro tuviese que afrontar una experiencia parecida. . La estancia de la cámara de los bienes se mantendrá allí, alguien nos había traicionado y era imperativo conocer quién , y la casa de contratación y comercio de Yandé seguirá en pie una temporada más.
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