El reencuentro.
Linda y su madre estaban aquel día en la estación esperando el tren de las 9,15 que les llevaría a la ciudad. Los sábados, día en que libraba en su oficina de venta y alquileres inmobiliarios, aprovechaba para ir de compras, cosa que a madre e hija les gustaba mucho.
Puntual como siempre, a las 9,10, el tren paraba para que los pasajeros de aquel apeadero subieran en él. Y así Linda y su madre lo hicieron; entraron en el vagón que paró frente a ellas y al ir a tomar asiento Linda se llevó una gratísima sorpresa. Allí, sentado frente a ella vio a Enrique, un antiguo amigo que hacía algunos años no veía y del que en cierto modo estuvo enamorada.
Enrique también se vio sorprendido, y el gesto instintivo fue levantarse y saludar a su antigua amiga, pero no le fue fácil, porque unido a él mediante unas esposas, estaba otro hombre, algo mayor que Enrique. Linda se fijó en ese detalle, y la sorpresa recibida por ver a Enrique aún fue mayor. Enrique miró al hombre al que le unían las esposas, le hizo un gesto y dirigiéndose a Linda comenzó a hablar.
—Ya ves, ahora soy policía, y llevo a este hombre ante el juez para que sea juzgado por un grave delito. Bajaremos en la próxima estación y ha sido para mí, reencontrarte después de tanto tiempo, además de sorpresa una inmensa alegría, pues créeme que lo he deseado siempre, pero no sabía dónde ni cómo localizarte,
—Es cierto, Enrique, y créeme que te he echado mucho de menos también yo a ti; lamentaba haber perdido toda pista tuya y mira por donde, ahora, te encuentro en el lugar más insospechado.
—Ya te contaré de mi vida en esos años en que no nos hemos visto. Estudié para detective y el trabajo no me va nada mal. Creo que con la captura de este hombre, al ser alguien muy buscado por todo el cuerpo de policía, posiblemente me suban de categoría, cosa que lo deseo para ir ascendiendo peldaños en el cuerpo policial.
El hombre miraba de vez en cuando a ambos jóvenes, y sonreía maliciosamente, bajando la vista al diario que en su mano derecha ojeaba.
Los jóvenes intercambiaron muchas anécdotas recordando su vieja amistad, mientras el tren avanzaba hacia los destinos de ambos.
—Deberíamos vernos más a menudo, Linda, ¿qué te parece si la semana próxima te llamo por teléfono y quedamos una tarde para retomar nuestra vieja amistad.
—Creo que sería algo muy agradable —y diciendo esto sacó de su bolso una tarjeta que entregó a su viejo amigo.
—Sí, Linda, la próxima semana te llamaré. No lo dudes.
En esos momentos el tren paraba en la estación donde Enrique y su acompañante bajarían, no antes de, puestos en pie, abrazarse los dos jóvenes y besarse en las mejillas como dos buenos camaradas. El hombre, con la misma sonrisa sarcástica del principio, le envió un guiño a Linda que a la joven le resultó molesto y desagradable.
—La próxima semana nos veremos, Linda.
—Conforme Enrique, espero tu llamada.
Ambos hombres bajaron del tren y Linda los vio perderse tras pasar por la puerta que daba a los andenes.
—No te llamará. —Esta frase severa y lacónica la dijo su madre, que durante toda la conversación estuvo callada y al margen, con gesto grave y pensativo al propio tiempo— No te hagas ilusiones, Linda; no podrá llamarte.
—¿Por qué lo dices, madre?
—Porque nunca en mi vida he visto a un policía que lleve esposado a un delincuente en su mano derecha. El policía era el otro. Enrique era el delincuente.
Por la estación andaban los dos hombres, y Enrique dirigiéndose a su acompañante le decía:
—Muchas gracias, señor policía, por no haberme descubierto.
—No hay de qué; supe inmediatamente que de hacerlo hubiera provocado en su amiga un gran disgusto. Entendí que ella no se lo merecía.
(Es un copiado y pegado. Autor: E.P.)
Linda y su madre estaban aquel día en la estación esperando el tren de las 9,15 que les llevaría a la ciudad. Los sábados, día en que libraba en su oficina de venta y alquileres inmobiliarios, aprovechaba para ir de compras, cosa que a madre e hija les gustaba mucho.
Puntual como siempre, a las 9,10, el tren paraba para que los pasajeros de aquel apeadero subieran en él. Y así Linda y su madre lo hicieron; entraron en el vagón que paró frente a ellas y al ir a tomar asiento Linda se llevó una gratísima sorpresa. Allí, sentado frente a ella vio a Enrique, un antiguo amigo que hacía algunos años no veía y del que en cierto modo estuvo enamorada.
Enrique también se vio sorprendido, y el gesto instintivo fue levantarse y saludar a su antigua amiga, pero no le fue fácil, porque unido a él mediante unas esposas, estaba otro hombre, algo mayor que Enrique. Linda se fijó en ese detalle, y la sorpresa recibida por ver a Enrique aún fue mayor. Enrique miró al hombre al que le unían las esposas, le hizo un gesto y dirigiéndose a Linda comenzó a hablar.
—Ya ves, ahora soy policía, y llevo a este hombre ante el juez para que sea juzgado por un grave delito. Bajaremos en la próxima estación y ha sido para mí, reencontrarte después de tanto tiempo, además de sorpresa una inmensa alegría, pues créeme que lo he deseado siempre, pero no sabía dónde ni cómo localizarte,
—Es cierto, Enrique, y créeme que te he echado mucho de menos también yo a ti; lamentaba haber perdido toda pista tuya y mira por donde, ahora, te encuentro en el lugar más insospechado.
—Ya te contaré de mi vida en esos años en que no nos hemos visto. Estudié para detective y el trabajo no me va nada mal. Creo que con la captura de este hombre, al ser alguien muy buscado por todo el cuerpo de policía, posiblemente me suban de categoría, cosa que lo deseo para ir ascendiendo peldaños en el cuerpo policial.
El hombre miraba de vez en cuando a ambos jóvenes, y sonreía maliciosamente, bajando la vista al diario que en su mano derecha ojeaba.
Los jóvenes intercambiaron muchas anécdotas recordando su vieja amistad, mientras el tren avanzaba hacia los destinos de ambos.
—Deberíamos vernos más a menudo, Linda, ¿qué te parece si la semana próxima te llamo por teléfono y quedamos una tarde para retomar nuestra vieja amistad.
—Creo que sería algo muy agradable —y diciendo esto sacó de su bolso una tarjeta que entregó a su viejo amigo.
—Sí, Linda, la próxima semana te llamaré. No lo dudes.
En esos momentos el tren paraba en la estación donde Enrique y su acompañante bajarían, no antes de, puestos en pie, abrazarse los dos jóvenes y besarse en las mejillas como dos buenos camaradas. El hombre, con la misma sonrisa sarcástica del principio, le envió un guiño a Linda que a la joven le resultó molesto y desagradable.
—La próxima semana nos veremos, Linda.
—Conforme Enrique, espero tu llamada.
Ambos hombres bajaron del tren y Linda los vio perderse tras pasar por la puerta que daba a los andenes.
—No te llamará. —Esta frase severa y lacónica la dijo su madre, que durante toda la conversación estuvo callada y al margen, con gesto grave y pensativo al propio tiempo— No te hagas ilusiones, Linda; no podrá llamarte.
—¿Por qué lo dices, madre?
—Porque nunca en mi vida he visto a un policía que lleve esposado a un delincuente en su mano derecha. El policía era el otro. Enrique era el delincuente.
Por la estación andaban los dos hombres, y Enrique dirigiéndose a su acompañante le decía:
—Muchas gracias, señor policía, por no haberme descubierto.
—No hay de qué; supe inmediatamente que de hacerlo hubiera provocado en su amiga un gran disgusto. Entendí que ella no se lo merecía.
(Es un copiado y pegado. Autor: E.P.)
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