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Jorge Armando Martínez tiene 28 años, pero el pasado 21 de febrero volvió a nacer. Fue cuando unos pescadores lo descubrieron agitando los brazos en uno de los islotes deshabitados de los Cayos Marquesas, al sur de Florida, a donde llegó tras una travesía de cuatro días en el mar desde Playa Jibacoa, al este de La Habana.
Lo hizo tras sobrevivir en una tabla de windsurf con una botella de agua y diez caramelos en las aguas infestadas de tiburones del estrecho que separa Cuba de Estados Unidos.
Estaba deshidratado, muy cansado, hambriento, con ampollas en las manos y quemaduras de sol en el cuerpo. Pero lo único que le importaba en ese momento era que por fin había cumplido su mayor sueño: tocar suelo estadounidense.
Por eso, cuando los pescadores lo encontraron, lloró como un niño.
"Mi sueño siempre ha sido estar aquí; en un país desarrollado donde existe la oportunidad de uno trabajar honradamente y poder vivir como una persona", le dice Martínez a BBC Mundo en una playa de Miami, ya recuperado de la odisea.
Y como el joven "bien emprendedor y cabezota" que dice ser, no paró hasta dar con la manera de conseguir su objetivo, aunque eso le costase dedicarse nueve meses a aprender y perfeccionar la técnica del windsurf, estudiar el clima del Estrecho de la Florida, vender todo lo que tenía e incluso dejar de lado el resto de su vida.
Cubano narra cómo llegó a Florida en una tabla de windsurf
Estuvo entrenando durante meses para lograr la fuerte travesía
Una cama, un ventilador y una tabla de windsurf
"Vendí todas mis cosas de donde yo vivía. Me quedé prácticamente con mi cama, mi ventilador y solamente el equipo con el que estaba haciendo el viaje", explica.
Originario de la localidad costera de Santa Fe, en La Habana, este joven que en Cuba se dedicó a la informática y a la joyería, asegura que hacía tiempo que había tomado la decisión de salir de su país, pero no fue hasta hace menos de un año cuando decidió que lo haría en tabla de windsurf.
Fue después de que el plan para comprar un motor para huir de Cuba hacia Estados Unidos en lancha junto con otros amigos fracasase y poco después de ser padre por primera vez.
"Tengo una bebé que tiene un año y siete meses y fue cuando de verdad se me apretó la cosa. Yo podía pasar hambre y necesidad. Estaba acostumbrado. Pero la criatura esa que yo tuve, no podía. La veía casi sin comida y tenía que buscar una forma de darle una mejor vida", afirma.
Entonces compró una tabla de segunda mano por $340 y comenzó a ejercitar la resistencia y la fuerza para preparar su incursión en el mar.
"Nadaba, corría para preparar la resistencia, hacía ejercicios con pesas en el gimnasio y cada vez que había viento, iba al agua para perfeccionar la técnica", afirma. "Estuve sobre los nueve meses entrenando muy fuerte casi sin alimentación (...) Pasaba muchas horas en el mar. Desde medio día que subía el viento hasta casi por la noche", recuerda.
"Durante la preparación me desvinculé prácticamente del mundo. Dejé de hacer todo lo que me gustaba: nada de cine, nada de novias, nada de películas, nada de juegos. Solamente enfrascado en tratar de salir de ese país", dice.
Pero Martínez no emprendió la aventura solo. Entrenaba con su primo Humberto, que en el último momento decidió no viajar, y con otros dos amigos: Henry y Duarte.
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Diez caramelos y una botella de agua
El día para el que tanto se habían preparado llegó el 17 de febrero. Martínez empacó su tabla y su vela y metió en una mochila una botella de agua a la que le echó un sobre de nutrientes que consiguió, diez caramelos, ropa para navegar y protegerse del sol y una brújula de plástico que le regaló un amigo, a la que su abuela le tejió una correa para que la pudiera usar como un reloj.
Sin embargo, su familia no sabía qué se traía entre manos.
"Les dije que me iba a un campismo, que íbamos a navegar cerca de Playa de Jibacoa. A la única persona que sí que se lo dije fue a mi niña, pero como es una bebé no lo entendió (...) Me tiré unas imágenes, le regalé una muñequita pequeña que tenía y se lo dije", recuerda.
Ya una vez en Playa Jibacoa y a punto de comenzar la travesía, llamó a su hermana y le confesó que iba a EE.UU.
Pero lo que había planificado como un viaje de 5 o 6 horas en tabla de windsurf, se acabó convirtiendo en una odisea de cuatro días y tres noches en el mar.
Las dificultades empezaron, según explica, cuando uno de sus compañeros, Duarte, comenzó a tener problemas con su equipo y a caerse, lo que hizo frenar en varias ocasiones al grupo.
Tres días a remo
A mitad de camino, los tres hombres se vieron obligados a separarse y Martínez se dio cuenta de que no le quedaban fuerzas para seguir navegando en la tabla de windsurf.
"Estaba solo en el Estrecho de Florida y no me podía desesperar. No me podía quedar ahí y no me podía morir. Tomé la decisión muy rápido de no perder más tiempo y abandonar la vela", señala el joven al relatar el momento en el que comenzó a remar con el mástil.
"Me administraba el agua, me daba un buchito diario, tenía mucha sed. El sol estaba demasiado fuerte, me castigaba mucho, me daba dolores de cabeza. En la noche del miércoles empecé a alucinar. Veía como si fuera alrededor mío un bosque".
Martínez dice no haber visto tiburones en su travesía, pero explica que tuvo que huir de varios barcos mercantes por temor a que le subccionasen.
Al amanecer del cuarto día, cuando estaba a punto de cambiar de rumbo por la desesperación de no encontrar tierra, notó el cambio en el agua y vio a lo lejos los Cayos de Florida. "Mi alegría era enorme", recuerda.
En aquel momento, su compañero Henry ya había llegado a Estados Unidos. Lo hizo en sólo 9 horas tras salir de Cuba y cuando tocó tierra en un resort de Cayo Hueso, avisó a las autoridades de que había dos hombres más en el mar, por lo que comenzó un operativo de búsqueda.
A Duarte lo encontraron casi inconsciente en su tabla, desorientado, flotando a la deriva al sur de los Cayos y lo repatriaron. Martínez no quería correr la misma suerte.
"Tenía muchos helicópteros buscándome, embarcaciones. Pero cada vez que se me acercaba una, me acostaba en la tabla para que no me encontraran. Era el momento final, y sé que si me cogían en el agua me iban a deportar".
El joven conocía bien la doctrina "Wet Foot-Dry Foot" de la ley de Ajuste Cubano por la que los ciudadanos de ese país que lleguen por sus propios medios a tierra estadounidense tienen derecho de permanecer.
"Me va a ir bien aquí"
Y él lo consiguió. Llegó a una playa de Cayo Marquesas, donde lo encontraron.
"Pasan unos pescadores muy cerca y es donde me ven y me gritan: '¿Oye, tú eres un balsero?'. Y yo les digo: 'No, no, tengo mucha sed. Por favor, regálenme si tienen agua'. Y ven la tabla y todas las cosas donde yo había venido y ellos no se lo creían".
Los pescadores llamaron a los guardacostas que le trasladaron a un hospital donde pasó cuatro días porque, según explica, le "estaban haciendo nuevo".
Y ahora que ha vuelto a nacer en un lugar en el que todo es nuevo para él, advierte que se quiere comer el mundo.
"Yo pienso que me va a ir bien aquí porque me gusta trabajar, me gusta luchar", explica Martínez que está viviendo en la casa de unos cubanos que vieron su historia por televisión y le ofrecieron ayuda.
Y mientras espera los papeles para poder trabajar, ha comenzado a estudiar inglés y ya ha recibido una oferta de empleo de una tienda de windsurf.
"A nivel profesional voy a hacer mucho. Pienso trabajar fuerte, reunir mi dinero y montar mis negocios para poder traer a mi hija y ayudar a mi familia".
Y a la pregunta de cómo se ve de aquí a cinco años, la respuesta va acompañada de una gran sonrisa.
"Increíble. Eso es increíble. Yo todavía ni me lo imagino porque aquí sí tengo oportunidades de salir adelante. Yo me desempeño en cualquier oficio. Y quiero recuperar el tiempo que he perdido cuando estuve allá en Cuba. Recuperarlo lo antes posible".
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Jorge Armando Martínez tiene 28 años, pero el pasado 21 de febrero volvió a nacer. Fue cuando unos pescadores lo descubrieron agitando los brazos en uno de los islotes deshabitados de los Cayos Marquesas, al sur de Florida, a donde llegó tras una travesía de cuatro días en el mar desde Playa Jibacoa, al este de La Habana.
Lo hizo tras sobrevivir en una tabla de windsurf con una botella de agua y diez caramelos en las aguas infestadas de tiburones del estrecho que separa Cuba de Estados Unidos.
Estaba deshidratado, muy cansado, hambriento, con ampollas en las manos y quemaduras de sol en el cuerpo. Pero lo único que le importaba en ese momento era que por fin había cumplido su mayor sueño: tocar suelo estadounidense.
Por eso, cuando los pescadores lo encontraron, lloró como un niño.
"Mi sueño siempre ha sido estar aquí; en un país desarrollado donde existe la oportunidad de uno trabajar honradamente y poder vivir como una persona", le dice Martínez a BBC Mundo en una playa de Miami, ya recuperado de la odisea.
Y como el joven "bien emprendedor y cabezota" que dice ser, no paró hasta dar con la manera de conseguir su objetivo, aunque eso le costase dedicarse nueve meses a aprender y perfeccionar la técnica del windsurf, estudiar el clima del Estrecho de la Florida, vender todo lo que tenía e incluso dejar de lado el resto de su vida.
Cubano narra cómo llegó a Florida en una tabla de windsurf
Estuvo entrenando durante meses para lograr la fuerte travesía
Una cama, un ventilador y una tabla de windsurf
"Vendí todas mis cosas de donde yo vivía. Me quedé prácticamente con mi cama, mi ventilador y solamente el equipo con el que estaba haciendo el viaje", explica.
Originario de la localidad costera de Santa Fe, en La Habana, este joven que en Cuba se dedicó a la informática y a la joyería, asegura que hacía tiempo que había tomado la decisión de salir de su país, pero no fue hasta hace menos de un año cuando decidió que lo haría en tabla de windsurf.
Fue después de que el plan para comprar un motor para huir de Cuba hacia Estados Unidos en lancha junto con otros amigos fracasase y poco después de ser padre por primera vez.
"Tengo una bebé que tiene un año y siete meses y fue cuando de verdad se me apretó la cosa. Yo podía pasar hambre y necesidad. Estaba acostumbrado. Pero la criatura esa que yo tuve, no podía. La veía casi sin comida y tenía que buscar una forma de darle una mejor vida", afirma.
Entonces compró una tabla de segunda mano por $340 y comenzó a ejercitar la resistencia y la fuerza para preparar su incursión en el mar.
"Nadaba, corría para preparar la resistencia, hacía ejercicios con pesas en el gimnasio y cada vez que había viento, iba al agua para perfeccionar la técnica", afirma. "Estuve sobre los nueve meses entrenando muy fuerte casi sin alimentación (...) Pasaba muchas horas en el mar. Desde medio día que subía el viento hasta casi por la noche", recuerda.
"Durante la preparación me desvinculé prácticamente del mundo. Dejé de hacer todo lo que me gustaba: nada de cine, nada de novias, nada de películas, nada de juegos. Solamente enfrascado en tratar de salir de ese país", dice.
Pero Martínez no emprendió la aventura solo. Entrenaba con su primo Humberto, que en el último momento decidió no viajar, y con otros dos amigos: Henry y Duarte.
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Diez caramelos y una botella de agua
El día para el que tanto se habían preparado llegó el 17 de febrero. Martínez empacó su tabla y su vela y metió en una mochila una botella de agua a la que le echó un sobre de nutrientes que consiguió, diez caramelos, ropa para navegar y protegerse del sol y una brújula de plástico que le regaló un amigo, a la que su abuela le tejió una correa para que la pudiera usar como un reloj.
Sin embargo, su familia no sabía qué se traía entre manos.
"Les dije que me iba a un campismo, que íbamos a navegar cerca de Playa de Jibacoa. A la única persona que sí que se lo dije fue a mi niña, pero como es una bebé no lo entendió (...) Me tiré unas imágenes, le regalé una muñequita pequeña que tenía y se lo dije", recuerda.
Ya una vez en Playa Jibacoa y a punto de comenzar la travesía, llamó a su hermana y le confesó que iba a EE.UU.
Pero lo que había planificado como un viaje de 5 o 6 horas en tabla de windsurf, se acabó convirtiendo en una odisea de cuatro días y tres noches en el mar.
Las dificultades empezaron, según explica, cuando uno de sus compañeros, Duarte, comenzó a tener problemas con su equipo y a caerse, lo que hizo frenar en varias ocasiones al grupo.
Tres días a remo
A mitad de camino, los tres hombres se vieron obligados a separarse y Martínez se dio cuenta de que no le quedaban fuerzas para seguir navegando en la tabla de windsurf.
"Estaba solo en el Estrecho de Florida y no me podía desesperar. No me podía quedar ahí y no me podía morir. Tomé la decisión muy rápido de no perder más tiempo y abandonar la vela", señala el joven al relatar el momento en el que comenzó a remar con el mástil.
"Me administraba el agua, me daba un buchito diario, tenía mucha sed. El sol estaba demasiado fuerte, me castigaba mucho, me daba dolores de cabeza. En la noche del miércoles empecé a alucinar. Veía como si fuera alrededor mío un bosque".
Martínez dice no haber visto tiburones en su travesía, pero explica que tuvo que huir de varios barcos mercantes por temor a que le subccionasen.
Al amanecer del cuarto día, cuando estaba a punto de cambiar de rumbo por la desesperación de no encontrar tierra, notó el cambio en el agua y vio a lo lejos los Cayos de Florida. "Mi alegría era enorme", recuerda.
En aquel momento, su compañero Henry ya había llegado a Estados Unidos. Lo hizo en sólo 9 horas tras salir de Cuba y cuando tocó tierra en un resort de Cayo Hueso, avisó a las autoridades de que había dos hombres más en el mar, por lo que comenzó un operativo de búsqueda.
A Duarte lo encontraron casi inconsciente en su tabla, desorientado, flotando a la deriva al sur de los Cayos y lo repatriaron. Martínez no quería correr la misma suerte.
"Tenía muchos helicópteros buscándome, embarcaciones. Pero cada vez que se me acercaba una, me acostaba en la tabla para que no me encontraran. Era el momento final, y sé que si me cogían en el agua me iban a deportar".
El joven conocía bien la doctrina "Wet Foot-Dry Foot" de la ley de Ajuste Cubano por la que los ciudadanos de ese país que lleguen por sus propios medios a tierra estadounidense tienen derecho de permanecer.
"Me va a ir bien aquí"
Y él lo consiguió. Llegó a una playa de Cayo Marquesas, donde lo encontraron.
"Pasan unos pescadores muy cerca y es donde me ven y me gritan: '¿Oye, tú eres un balsero?'. Y yo les digo: 'No, no, tengo mucha sed. Por favor, regálenme si tienen agua'. Y ven la tabla y todas las cosas donde yo había venido y ellos no se lo creían".
Los pescadores llamaron a los guardacostas que le trasladaron a un hospital donde pasó cuatro días porque, según explica, le "estaban haciendo nuevo".
Y ahora que ha vuelto a nacer en un lugar en el que todo es nuevo para él, advierte que se quiere comer el mundo.
"Yo pienso que me va a ir bien aquí porque me gusta trabajar, me gusta luchar", explica Martínez que está viviendo en la casa de unos cubanos que vieron su historia por televisión y le ofrecieron ayuda.
Y mientras espera los papeles para poder trabajar, ha comenzado a estudiar inglés y ya ha recibido una oferta de empleo de una tienda de windsurf.
"A nivel profesional voy a hacer mucho. Pienso trabajar fuerte, reunir mi dinero y montar mis negocios para poder traer a mi hija y ayudar a mi familia".
Y a la pregunta de cómo se ve de aquí a cinco años, la respuesta va acompañada de una gran sonrisa.
"Increíble. Eso es increíble. Yo todavía ni me lo imagino porque aquí sí tengo oportunidades de salir adelante. Yo me desempeño en cualquier oficio. Y quiero recuperar el tiempo que he perdido cuando estuve allá en Cuba. Recuperarlo lo antes posible".
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