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Hacía años que el maño y la argentina, en otros tiempos muy enamorados, no se habían visto tras una separación a causa de los desentendimientos, pero no se habían olvidado el uno del otro por los buenos tiempos pasados en la ciudad costera de Todoslosforos, allá por el mediterráneo español.
Aquella tarde, la argentina, llamada Purificación, acompañada de una de sus mejores amigas, se dispuso a coger el tren que las llevaría a su residencia, en una pequeña población cercana a la capital. Al entrar en la vagón y tomar asiento, vio sorprendida que enfrente estaba su antiguo amor, el mañico Antitetánico, acompañado de otro hombre. Antitetánico intentó levantarse y saludar a su amiga, pero haciéndole a ésta una seña hizo que la argentina desviara su mirada a las manos. Ambos hombres estaban unidos por un artilugio metálico llamado “esposas”.
Tras los saludos de rigor y un pequeño recuerdo de sus antiguos encuentros, Antitetánico le dijo que una vez acabada la carrera de abogado decidió opositar para inspector de policía, donde había alcanzado un puesto muy importante por sus grandes servicios en la lucha contra el crimen, que sus jefes lo tenían en una estima muy alta y que en esos momentos marchaba a la capital para entregar al hombre que le acompañaba a los jueces. Hablaron después de muchas cosas, de los recuerdos agradables que tenían, y él, ya cercana la estación donde Purificación y su amiga se apearían, prometió llamarla por teléfono para recordar los viejos y agradables buenos tiempos.
Llegado el tren a la estación donde la argentina debía bajar se despidieron hasta más ver. Una vez en el andén, la amiga de Purificación le hizo ver de las mentiras contadas por Antitetánico. Él —le dijo— no podía ser el inspector de policía, en todo caso era el delincuente. Purificación, alarmada por la respuesta de su amiga, le preguntó en qué se basaba.
—Es muy sencillo, Pur —le dijo la amiga—, nunca verás que un inspector de policía, cuando lleve un detenido esposado, lo lleve en su mano derecha, mano que era la que tu amigo llevaba esposada.
En el vagón, que ya había tomado rumbo hacia la capital, el amigo de la argentina, Antitetánico, daba las gracias al hombre que lo trasladaba esposado. “Dije —le comentó— la mentira que dije, para no hacerla sufrir; en algún tiempo nos quisimos mucho”. El inspector, llamado El Postiguet, calló, pero en su interior pensó que un bien se le hace a cualquiera por muy poco que se lo merezca.
El P©stiguet