No recuerdo cuanto tiempo ha pasado desde aquella conversación bruscamente interrumpida. Solo sé que mientras miraba el teléfono mudo me invadió una sensación de tristeza y desolación; me sentí tan sola y esa soledad se me agarró al estómago horadándolo. Al principio fue como un pinchazo, luego sentí como si una mano cruel me hurgase en el mismo y al hacerlo apareciese un boquete por el que manaba mi angustia.
Tan poco recuerdo cuando el teléfono volvió a sonar, para darme la noticia. La imagen se me instaló en el cerebro y éste retrocedió rápidamente al pasado. Te vi en esos largos pasillos, donde las palabras tienen esa carga tan fuerte que hace daño, que nos aplastan como si fuésemos hormigas.
El mundo se derrumbó en ese momento. Fue la gota que desbordó todo el río que con mucho trabajo había mantenido en su cauce.
Fue el último día que fuí al mar y no volveré hasta que sepa que tú, no tendrás que pasar por lo mismo que hemos pasado nosotros. No lo haré, ni siquiera quiero su consuelo, quiero meterme en un agujero y permanecer allí hasta que suene de nuevo el teléfono y tu voz me diga "no te preocupes, ya todo está bien.