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LOS INDULTOS EN ESPAÑA DESDE OTRA PERSPECTIVA
"Los catalanes son emprendedores. Hacen cosas. Exportan"
La frase que encabeza este escrito fue pronunciada en 2012 por Mariano Rajoy. Pocos años después, los catalanes "hicieron cosas", por ejemplo montar un referéndum por su cuenta y riesgo, y Rajoy, cosa muy habitual en él, no supo cómo responder proporcionalmente. Con anterioridad —y la cosa ya estaba anunciada—, no hizo nada, esperando ver si la cosa se evaporaba sola, como el que espera que caiga el higo maduro de la higuera, y cuando el referéndum se llevó a cabo, envió a miles de policías a zurrar a la gente que se acercaba a las urnas. Así de claro.
Los gobiernos centralistas españoles (que lo son todos) nunca han sabido muy bien qué hacer respecto al problema catalán, y muy especialmente desde que el TC verificase, año 2020, a la baja el "Estatut de Catalunya". En la política centralista española existen dos enfoque respecto al problema: utilizar mano de acero o paños calientes. Los partidarios de emplear mano de acero consideran que al enemigo (en este caso los independentistas) ni agua, ya que de hacerlo (darles cosas) es desfavorable, porque los catalanes, si les das cosas, hacen otras "cosas" con ello: más independentismo. Los que son partidarios de la —necesaria si queremos avanzar— reconciliación (los paños calientes) entienden que lo que acrecienta más independentismo es la política de embestida siendo necesario tesónpara tender puentes y reducir la tensión social y política.
La derecha en España —las derechas—, se sitúan, sin apenas matices, en la primera posición: la mano dura. De hecho, visto el pasado, quizás fuera Rajoy uno de los dirigentes conservadores menos dados al choque, de ahí su postura de no hacer nada. Ya que, siendo conservador (puede que así pensase) si hacía algo sin duda tendría que iren el sentido del enfrentamiento con el independentismo, como así ocurrió al decidirse. Pero, fuera del Gobierno Rajoy, los tres partidos que representan a la derecha en España, PP, Ciudadanos y Vox, rivalizan obsesionados y absurdamente, en ofrecer mayor dureza frente al independentismo.
En la parte opuesta, la izquierda, prevalece generalmente la segunda postura, aunque hay que reconocer que sin desmesurado entusiasmo, seguramente temiendo las consecuencias electorales. Esto ocurre en las filas socialistas. No hay más que escuchar las reacciones difundidas desde el seno del PSOE ante la posibilidad de un indulto, por parte del Gobierno, a los dirigentes independentistas responsables del referéndum del 1-O. Aquí destaca el trío de tenores autonómicos socialistas de la España profunda: Lambán, García Page y Fernández Vara; éste con menor intensidad pero por el mismo camino.
No cabe duda de que el conflicto catalán tiene una solución compleja, pero por muy compleja no debiera pasar por la política de choque. No hay más que ver lo sucedido el 1-O y resulta complicado afirmar que aquello fue un golpe de Estado violento, comparable a lo sucedido en España el 23F de 1981, quienes, por otra parte, sus responsables sífueron indultados.
El planteamiento judicial, así reconocido en la Europa a la que pertenecemos, fue desmedido desde su inicio; y sin duda decepcionante que el nuevo Gobierno del PSOE en 2018 sólo entendiera rebajar la petición de penas desde la rebelión hasta la sedición, ya que la diferencia entre PP y PSOE, en este tema, consistía en el número de años de cárcel para los independentistas, incluyendo en ello a personas que ni siquiera ocupaba cargos políticos (Jordi Sànchez y Jordi Cuixart).
El Gobierno del PSOE debió plantear el tema de los indultos en el momento en que produjo la durísima sentencia, en vez de esperar más de un año para hacerlo. En estos momentos, quizás porque ve que se le difumina la mayoría electoral se entiende necesitado en ofrecer algo a los partidos independentistas catalanes, con la finalidad degarantizarse sus apoyos en el Congreso de los Diputados. Incluso en una eventual reelección. Es acudir a la aritmética: sin los independentistas, Sánchez no puede gobernar tranquilamente estos dos años que le quedan de legislatura; y, sin su apoyo, casi seguro que no revalida.
El indulto posiblemente le enajene al PSOE votantes, aquellos socialistas partidarios de la línea dura contra losindependentistas, sobre todo en la España interior y profunda, que no entiende otra concepción de España que la uniformidad conforme a sus gustos y maneras. Para los socialistas, es claro, electoralmente hablando, no hay solución que les sea buena. La cuestión sería preguntarse si por una vez dejamos el tema electoral aparcado, si tiene sentido estratégico, como país, si lo que en realidad deseamos es convivir de una vez en paz, o sencillamente si creemos que el sistema democrático en el que vivimos, es de justicia aplicar a los líderes independentistas una vara de medir, tremendamente peor, que a los golpistas del 23F; que éstos sí hubiesen llegado, nuevamente, a llevar a España a otra guerra civil.
¿Deseamos alcanzar alguna opción de arreglar, o como mínimo encauzar este conflicto, o queremos enquistarlo eternamente y sin solución?
No obstante, además, con independencia de criterios estratégicos de lo que convenga al país, la cuestión es si es justo indultar a los presos independentistas. Sin duda sí. La "independencia" de la República catalana, reconozcámoslo, fue propia de una farsa, en absoluto una tragedia. El castigo a la "evidente" insubordinación y vulneración del marco constitucional nunca debió cuantificarse en años de cárcel, sino de inhabilitación política. Si el poder judicial, por una interpretación estricta de la ley, o mirando únicamente su parte más dura, ha establecido penas exageradas e inadecuadas para lo que en realidad se estaba juzgando, el Gobierno tiene (sin duda) toda la legitimidad, y hasta el deber, de aplicar el indulto. Aunque, como siempre con Sánchez (como casi con todos los políticos) y lo ha demostrado en muchas ocasiones, las cosas no las haga por nobles razones morales, o por sentido de Estado, sino pensando en rendimientos electorales.
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LOS INDULTOS EN ESPAÑA DESDE OTRA PERSPECTIVA
"Los catalanes son emprendedores. Hacen cosas. Exportan"
La frase que encabeza este escrito fue pronunciada en 2012 por Mariano Rajoy. Pocos años después, los catalanes "hicieron cosas", por ejemplo montar un referéndum por su cuenta y riesgo, y Rajoy, cosa muy habitual en él, no supo cómo responder proporcionalmente. Con anterioridad —y la cosa ya estaba anunciada—, no hizo nada, esperando ver si la cosa se evaporaba sola, como el que espera que caiga el higo maduro de la higuera, y cuando el referéndum se llevó a cabo, envió a miles de policías a zurrar a la gente que se acercaba a las urnas. Así de claro.
Los gobiernos centralistas españoles (que lo son todos) nunca han sabido muy bien qué hacer respecto al problema catalán, y muy especialmente desde que el TC verificase, año 2020, a la baja el "Estatut de Catalunya". En la política centralista española existen dos enfoque respecto al problema: utilizar mano de acero o paños calientes. Los partidarios de emplear mano de acero consideran que al enemigo (en este caso los independentistas) ni agua, ya que de hacerlo (darles cosas) es desfavorable, porque los catalanes, si les das cosas, hacen otras "cosas" con ello: más independentismo. Los que son partidarios de la —necesaria si queremos avanzar— reconciliación (los paños calientes) entienden que lo que acrecienta más independentismo es la política de embestida siendo necesario tesónpara tender puentes y reducir la tensión social y política.
La derecha en España —las derechas—, se sitúan, sin apenas matices, en la primera posición: la mano dura. De hecho, visto el pasado, quizás fuera Rajoy uno de los dirigentes conservadores menos dados al choque, de ahí su postura de no hacer nada. Ya que, siendo conservador (puede que así pensase) si hacía algo sin duda tendría que iren el sentido del enfrentamiento con el independentismo, como así ocurrió al decidirse. Pero, fuera del Gobierno Rajoy, los tres partidos que representan a la derecha en España, PP, Ciudadanos y Vox, rivalizan obsesionados y absurdamente, en ofrecer mayor dureza frente al independentismo.
En la parte opuesta, la izquierda, prevalece generalmente la segunda postura, aunque hay que reconocer que sin desmesurado entusiasmo, seguramente temiendo las consecuencias electorales. Esto ocurre en las filas socialistas. No hay más que escuchar las reacciones difundidas desde el seno del PSOE ante la posibilidad de un indulto, por parte del Gobierno, a los dirigentes independentistas responsables del referéndum del 1-O. Aquí destaca el trío de tenores autonómicos socialistas de la España profunda: Lambán, García Page y Fernández Vara; éste con menor intensidad pero por el mismo camino.
No cabe duda de que el conflicto catalán tiene una solución compleja, pero por muy compleja no debiera pasar por la política de choque. No hay más que ver lo sucedido el 1-O y resulta complicado afirmar que aquello fue un golpe de Estado violento, comparable a lo sucedido en España el 23F de 1981, quienes, por otra parte, sus responsables sífueron indultados.
El planteamiento judicial, así reconocido en la Europa a la que pertenecemos, fue desmedido desde su inicio; y sin duda decepcionante que el nuevo Gobierno del PSOE en 2018 sólo entendiera rebajar la petición de penas desde la rebelión hasta la sedición, ya que la diferencia entre PP y PSOE, en este tema, consistía en el número de años de cárcel para los independentistas, incluyendo en ello a personas que ni siquiera ocupaba cargos políticos (Jordi Sànchez y Jordi Cuixart).
El Gobierno del PSOE debió plantear el tema de los indultos en el momento en que produjo la durísima sentencia, en vez de esperar más de un año para hacerlo. En estos momentos, quizás porque ve que se le difumina la mayoría electoral se entiende necesitado en ofrecer algo a los partidos independentistas catalanes, con la finalidad degarantizarse sus apoyos en el Congreso de los Diputados. Incluso en una eventual reelección. Es acudir a la aritmética: sin los independentistas, Sánchez no puede gobernar tranquilamente estos dos años que le quedan de legislatura; y, sin su apoyo, casi seguro que no revalida.
El indulto posiblemente le enajene al PSOE votantes, aquellos socialistas partidarios de la línea dura contra losindependentistas, sobre todo en la España interior y profunda, que no entiende otra concepción de España que la uniformidad conforme a sus gustos y maneras. Para los socialistas, es claro, electoralmente hablando, no hay solución que les sea buena. La cuestión sería preguntarse si por una vez dejamos el tema electoral aparcado, si tiene sentido estratégico, como país, si lo que en realidad deseamos es convivir de una vez en paz, o sencillamente si creemos que el sistema democrático en el que vivimos, es de justicia aplicar a los líderes independentistas una vara de medir, tremendamente peor, que a los golpistas del 23F; que éstos sí hubiesen llegado, nuevamente, a llevar a España a otra guerra civil.
¿Deseamos alcanzar alguna opción de arreglar, o como mínimo encauzar este conflicto, o queremos enquistarlo eternamente y sin solución?
No obstante, además, con independencia de criterios estratégicos de lo que convenga al país, la cuestión es si es justo indultar a los presos independentistas. Sin duda sí. La "independencia" de la República catalana, reconozcámoslo, fue propia de una farsa, en absoluto una tragedia. El castigo a la "evidente" insubordinación y vulneración del marco constitucional nunca debió cuantificarse en años de cárcel, sino de inhabilitación política. Si el poder judicial, por una interpretación estricta de la ley, o mirando únicamente su parte más dura, ha establecido penas exageradas e inadecuadas para lo que en realidad se estaba juzgando, el Gobierno tiene (sin duda) toda la legitimidad, y hasta el deber, de aplicar el indulto. Aunque, como siempre con Sánchez (como casi con todos los políticos) y lo ha demostrado en muchas ocasiones, las cosas no las haga por nobles razones morales, o por sentido de Estado, sino pensando en rendimientos electorales.
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