Hola Sart. Buenos dias!
He encontrado este artículo de opinión que me ha parecido muy bueno. Podria ser uno de esos despolitizados que pides? Como economista que eres, que te parece lo que dice su autor? 
Todos despedidosComencemos por el principio: existe el derecho casi natural a tener un trabajo, pero no la obligación de crear empleo. Nadie nace, ni se hace, con esa condición involuntaria, como quien tiene los ojos marrones, es de Cuenca o dispone de un aparato reproductor femenino.
Aquellas sociedades que padecen una crisis vocacional de empresarios o simplemente no tienen o no quieren, suelen resolver el problema poniendo a trabajar a todo el mundo para el Estado, en una idea genial de no ser por un ligero matiz: hasta ahora al menos, esa solución sólo esparcía miseria, para todos eso sí.
A falta de una alternativa mejor, pues, el empleo lo proveen las empresas, que no tienen obligación de existir como hemos dicho antes. Depende de un impulso personal y voluntario que supone un riesgo, llamado inversión, y busca cubrir una expectativa: ganar dinero. Para hacerlo, hay que asumir un riesgo y soportar unos cuantos gastos, entre ellos el del personal.
Sólo hay una manera razonable de que los empleados participen en la riqueza que obviamente generan: que haya riqueza. Estamos, pues, ante una coincidencia de expectativas y aspiraciones que se persiguen de distinta manera, pero complementaria; y se construye con distintos esfuerzos, pero también paralelos: unos con inversión económica, conocimiento y a menudo trabajo; otros con trabajo y formación. Pero todos quieren lo mismo: ganar dinero. Sin duda también otras cosas (realizarse, divertirse, asumir una responsabilidad social o soñar), pero antes que ninguna otra ganar el máximo posible
La mejor manera de regular el reparto de dividendo es que lo haya. Y en cuantas más empresas mejor. Si sólo lo tiene una, corremos el riesgo de que se lo quede por completo el empresario, creyendo erróneamente que el mérito es suyo y cometiendo el error de despreciar la participación de su plantilla en el éxito. A la media, o a la larga, conocería el fracaso: le conviene cuidar a los suyos, compartiendo la ganancia.
Es más fácil esto es un mercado sano: si una empresa gana y la de al lado también, no sólo será más fácil ofrecer buenas condiciones laborales de entrada, sino que además se tendrán recursos para mejorarlas y fidelizar al empleado: mejor salario, flexibilidad, participación accionarial, promoción y formación… y todo eso que también dan en los buenos restaurantes, desde el aperitivo hasta el servicio, para evitar la fuga del comensal y mantener las mesas llenas.
Recapitulemos, pues. El trabajo lo crean las empresas, que son al mercado laboral lo que la democracia a la política según Churchill: el peor sistema… a excepción de todos los demás. Y para que éstas compartan sus ganancias, no hay mejor garantía que tenerlas, y a ser posible altas y por doquier.
En nada de lo descrito hay sentimientos ni emociones, ni tampoco prejuicios sobre empleado y empleador: todos quieren lo mismo, y a partir de ahí actuarán las inevitables cuotas de malas personas, inútiles, inmorales, insolidarios, perezosos y estúpidos que caracterizan al ser humano con independencia de raza, credo, género o condición.
Un último apunte: si me aceptan el juego teórico, en esa bonanza hay beneficio también para todo aquel que no participe en la rueda o se caiga temporalmente de ella. Porque una parte de las rentas empresariales y de trabajo irá al Estado, que a su vez podrá asumir la protección social, los servicios públicos y la gestión del espacio colectivo con más recursos, sin necesidad de confiar al empresario una misión impropia de su génesis ni de condenar al empleado a disfrutar de su auxilio sólo por una indemnización o durante un tiempo limitado, vinculado a su cotización previa.
Esto es: sin recurrir a dudosas descripciones psicológicas o intelectuales de nadie, la mejor manera de que todo el mundo gane los justo, de que lo justo sea lo máximo, de que el Estado de Bienestar mejore y de que a nadie le falte lo básico es que haya abundancia. Esto es un negocio, como decía El Padrino, y hay que dejar los sentimientos fuera o al menos después de las cuentas.
Sensu contrario, lo que provoca todos los problemas, es la carencia. No es una cuestión, de nuevo, de sentimientos ni de instintos, sino de meros recursos: generalmente te quedas sin trabajo porque la empresa se cierra, pierde dinero o vende menos; en la misma medida en que se tiene por la razón opuesta. En la macroeconomía sucede básicamente como en la micro: se ajustan los gastos en función de los ingresos, ante la certeza de que el Espíritu Santo no va a descender de lejanos cielos para obrar un milagro que sólo Santa Visa podría perpetrar, pero ya sabemos que nunca gratis ni por tiempo limitado.
Hete aquí, pues, la conclusión: no puede irle mal a unos y bien a otros ni viceversa, así que tendremos que intentar, siempre, que nos vaya bien a todos. Ocurre que la política y los agentes sociales han preferido especializarse en la gestión de la miseria, que es más lucrativa, haciendo todo lo posible por crearla, mantenerla e incentivarla para beneficiarse con ella y encontrar una triste razón de ser.
Y lo ha hecho con contumacia de dos maneras: la primera, provocando siempre todas las crisis, por acción u omisión, al permitir la existencia y el funcionamiento kamikaze de eso que llaman mercado pero tiene poco que ver con el mercado real. Nos referimos a sectores tan intervenidos como la banca, el ladrillo, la energía o los productos financieros: aunque ahora hablan de manos negras y déficit regulatorio, en realidad todos los excesos bárbaros cometidos en esos sectores necesitaron que las instituciones miraran para otro lado, legislaran a favor o todo ello a la vez.
No hay plan general de ordenación urbana ni subida de la luz ni salida a Bolsa ni tipo de interés ni producto financiero que no necesitara en su momento del visto bueno del organismo oportuno, frecuentemente dirigido por un engolado individuo cuya inepcia es recompensada por un oneroso puesto en el Consejo de Administración de la empresa beneficiaria. Una empresa, conviene decirlo, que tiene poco que ver con la habitual: ésta genera el 70% de los ingresos fiscales y del empleo en España y apenas factura 60 millones de euros de tope, aunque soporta el estigma de esa minoría privilegiada que sólo crea el 5% del trabajo pero goza del 100% del respaldo político en todos los sentidos.
La segunda manera de gestionar la miseria es presentarse como la Policía en el escenario de un crimen que, en realidad, ha cometido, para buscar falsos culpables y mantener un estatus propio: si el mercado funcionara, en ese hábitat maravilloso que tendría arenas movedizas pero también oasis, el Estado podría especializarse en quitarle a mucha más gente un poco de su dinero vía impuestos de sociedades y de la renta; pero todos ellos serían más innecesarios como embajadores del miedo.
Hay que procurar, pues, que nada funcione para que los patéticos sindicatos, las infames patronales y los bochornosos dirigentes políticos parezcan más necesarios de lo que son y su función sea más sencilla: es más cómodo, por ejemplo, incentivar en el aspirante a una plaza en una escuela infantil la idea de que siempre se la queda un rumano que procurar que haya tantas como aspirantes, especialmente si los excluidos son sistemáticamente los que financian lo que nunca disfrutan.
Así que, con innegable habilidad, un paternalismo con olor a naftalina y una falta de escrúpulos notable; se lanzan a enfrentar a los depositarios de su miseria adjudicando al impulso malvado de una parte lo que en realidad es una simple consecuencia de la miseria compartida, con un agravante que también procuran ocultar entre soflamas incendiarias: si acaso antes de la carencia hubo abundancia, prefirieron gastársela en sí mismos que invertirla en todos, creando una estructura política, sindical y patronal que ha derrochado el dinero de ese manido ‘nuevo modelo productivo’ en sí mismos: no hay nada menos público y menos rentable para el ciudadano que los 65.000 millones de déficit anuales que genera esta recua de liberados de UGT, CC.OO, CEOE, PP, PSOE, IU en 4.0000 chiringuitos infames en un país sin AVE a Francia, aviones a Shangai, universidades de prestigio internacional, puerto de mercancías para todo el Mediterráneo y todos las infraestructuras materiales y éticas imprescindibles para edificar el progreso.
En España hay una relación de causa y efecto entre el triste desempleo de cinco millones de personas y el terrible cierre de 440.000 empresas que no se supera enfrentando a dos socios maltratados, sino evitando que ambos lo pasen mal a la vez y procurando que su progreso egoísta esparza dividendos directos al Estado, mediante la presión fiscal, e indirectos, a través del consumo.
No hace falta negar la existencia de un empresario cabrón o de un trabajador perezoso para entender que la solución es imposible si quienes debieran tener ideas prefieren optar por acuñar eslóganes agresivos, por incentivar peleas entre pordioseros, por instigar los bajos instintos; obviando peligrosamente que la miseria y la peste siempre han precedido a las guerras a lo largo de la historia.
Si de eso se trata, van por buen camino: todos pobres y coléricos, pero unos buenos y otros malos para que nadie se dé cuenta de dónde están los responsables, cuáles son las causas y cuáles son los únicos remedios. El espectáculo ya está servido.
Posdata. En Dinamarca el despido es libre. Pero disfrutan de la mayor protección social de Europa. Y el menor paro, también el femenino pese a su espléndida tasa de maternidad. Hace tiempo que el periodismo se ha contagiado de la mala política, que es casi toda: tiene creencias, antes que ideas, y lanza opiniones sin molestarse primero en conocer los datos. Faltan pastores, pues, y no será por rebaños.
Antonio R. Naranjo.
Todos despedidos
Hace unos dias me acorde de ti y me di cuenta de que hacia mucho tiempo que no entrabas y me pregunté: Onde andara Sart? 
