Capítulo Nosecuantos.
El político republicano de gran prestigio en el parlamento italiano, Paolo Brusceratto, que solicitó la mano de Batty de Piomonte, pertenecía al Partido Conservador. De una oratoria cautivadora era el parlamentario más admirado de toda la nación. Se decía que a no muy tardar sería Presidente del Gobierno.
A instancias de Batty, su futura esposa, la boda se celebraría en la Basílica de santa María la Mayor y se esperaba que la celebrase el propio pontífice romano dada la gran amistad personal que le unía con el político. En el caso que no pudiera ser, el celebrante sería uno de los cardenales en aquellos días con más prestigio y poder en la curia romana, el cardenal Pietro di Sicilia.
El traje de la novia, pues Batty consideró inoportuno llevar el mismo que estaba destinado para su boda con el duque de Valleproscrito, a quien ella misma dio muerte envenenándolo, sería confeccionado por la modista francesa más afamada, Ninet de la Balustré. Traslada a Italia ésta comenzó a su confección con los tules más sutiles traídos desde el Oriente. En una ocasión como ésta, el padre de Batty no reparó en gastos.
Batty se mostraba feliz a todo el mundo, pero en su interior seguía enamorada del duque. Era un amor entremezclado con un odio intenso y una satisfacción por su reciente venganza, de la que nadie, ni siquiera la policía, sospechó, pero la imagen de Valleproscrito no se escapaba de su mente, y muchas noches, en la soledad de sus habitaciones, Batty lloraba amargamente por la pérdida de su amado.
Al fin llegó el día de la boda, el domingo 15 de julio. Un día espléndido en la ciudad de Roma donde, como regalo papal a los contrayentes, todas las campanas romanas, desde la Basílica de san Pedro a la ermita más humilde, no pararon de comunicar al pueblo, desde bien temprano, la buena nueva. La gran explanada frente a la Basílica de santa María la Mayor, presentaba un aspecto impresionante desde las primerísimas horas, miles de romanos esperaban el acontecimiento, y toda la nobleza italiana y gran parte de la europea acudió masivamente.
El novio, un cincuentón de buen ver, presentaba un aspecto inmejorable y envidiable mientras esperaba a su prometida en el mismo soportal de la Basílica. Cuando el carruaje de la novia llegó a la explanada un murmullo casi ensordecedor llenó el espacio, y Batty, como una reina, como una princesa de cuento infantil, salió del coche acompañada de su padre, y con un caminar elegante, majestuoso, iba recorriendo el centenar de metros alfombrado de pétalos de toda clase de flores, que le separaban de su futuro esposo.
En el preciso momento del encuentro, las campanas de santa María repicaron a gloria, y decenas de palomas blancas fueron soltadas al cielo romano. La muchedumbre irrumpió en un sonoro aplauso, y todo el cortejo comenzó su caminar hacia el altar mayor y las bancadas.
La ceremonia fue impresionante incluída la homilía. La Basílica estaba iluminada como nunca lo había estado y adornada de enormes jarrones con lirios y tulipanes blancos. Grandes macetones con camelias rojas adornaban el altar mayor y el cardenal oficiante, Pietro di Sicilia, iba a celebrar el rito nupcial acompañado de un centenar de oficiantes, entre ellos varios cardenales entre los que figuraba el cardenal español Primado de Toledo.. Una vez acabada la ceremonia, y antes de que los novios entrasen a firmar el acta, y tal como es costumbre, el novio, Paolo Brusceratto, abrazó suavemente a Batty para darle el beso nupcial, pero Batty, que emocionada hasta el momento no se había fijado en su novio ahora ya su esposo, observó extrañada algo raro en el rostro de éste. Puso sus manos como parapeto impidiendo el beso y un grito como un alarido salió de su boca. Con la rapidez del rayo intentó zafarse, pues ya se había dado cuenta que aquella persona que iba a abrazarla, a la que momentos antes había dado el sí y ensortijado su dedo con un anillo nupcial, llevaba una máscara. Efectivamente la llevaba, y el enmascarado, en un gesto rápido dejando atónita a Batty de Piomonte, se la arrancó... Era el duque de Vallesproscrito.
El duque la cogió en brazos, y con una velocidad casi inhumana salió corriendo por el pasillo central buscando la salida de la basílica. Todo el mundo se quedó anonadado ante aquel espectáculo extraño, y el cardenal, arrodillado frente al altar sólo sabía exclamar. “Dios mío, ¿qué significa esto?”
En la puerta de la basílica —pues al parecer estaba todo calculado—, un ligerísimo coche estaba dispuesto para abandonar el lugar, y el duque colocó a Batty en el interior, tomó las riendas y entre la multitud que se dispersaba asustada ante el peligro de ser atropellada, salió de estampida en dirección Trastevere y al poco se perdió de vista.
(Seguirá)
YO, el proscrito
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