Sí, que ya me he hartado de tanto respeto. Y después, tras mis insultos, que pase lo que tenga que pasar.
—Así es que, Todo el Mundo, escúchame, te digo que eres un gilipuertas
—A mí ¿por qué?
—Porque me da la gana y basta. Y también eres un tonto del haba.
—¿Que te he hecho yo para que me insultes?
—¿Qué te he hecho yo?, me dice el papanatas, te insulto porque quiero, y es más, eres un bocazas.
—No te pases, Posti, que estás quedando muy mal.
—¿Y qué?, cuando acabé mi condena, me vi muy sólo y perdido...
—Haber empezado por ahí.
—Mira, caramono, yo empiezo por donde me pasa por la azotea, ya que ella se murió de pena...
—¿Y?
—... Y yo, que la causa he sido, sé que murió siendo buena.
—Y ahora, seguro que me dirás que la enterraron por la tarde.
—Pues sí, hijo de la matraca, la enterraron por la tarde a la hija de Juan Simón.
—¿Y qué sé yo, ni me importa, quién era ese Juan Simón?
—Normal, mamarracho e ignorante, a ver si te enteras de una que era el único enterrador del pueblo.
—Cosas de los recortes, seguro...
—Mira, cazurro, no estamos en política, no te me vayas por ahí que tienes las de perder.
—No me amenaces, Posti, que te puedo dar una hostia.
—¿Ya te ha salido la vena de curita?. Yo te doy un sopapo que te crees que son torraos y son los dientes que se te han caído.
—No te atreverás...
—¿Que no me atreveré, so fantasma de la ópera? ¡Toma ya!
—¡Toma tú también!
—¡Ay!...
—Más ¡hay!...
—¿Corten, muchachos, corten! que no hay para tanto. Tengan en cuenta uno y otro, que en una mano llevaba la pala y en la otra el azadón, y que los amigos, al verlo llegar del camposanto, le preguntaban, con algo de sorna, que de dónde venía... Y él, Juan Simón, lo explicaba todo sin importarle ciertas risicas que a su alrededor notaba. ¡Acabemos!
¿Acabemos?, pues fin.
El P©stiguet