Voy apurando el escaso jamón que no quiere ser comido de la pata negra que este año me ha visitado, y con la que he tenido largas conversaciones dé cuchilló. Casi vacío de su filosofía nutritiva, me miran sus huesos presagiando qué pronto le hará compañía a los caducos adornos caseros y festivos dé una fiesta consumísta y casi impuesta. Me despido definitivamente de ella, la tapo con sus despojos de papel, y cargo con su esqueleto hacia el contendor de nuestras miserias por las nuevas escaleras que no conozco de tantos años que hace que no las piso. La avería del ascensor me muestra un mundo largamente olvidado, y en cada rellano descubro un nuevo paisaje de macetas, luces y colores que han cambiado desde que hace tantos años que pasé por última vez por aquellos escalones.
En uno de los solitarios rellanos, en donde los sonidos de los zapatos se quedan allí y se pelean por buscar una salida rebotando en las paredes, me encuentro, topamos como dos sombras a la deriva, con Bonifacio. El saludo es convencional y obligado. Va tan tapado que solo lo conozco por las orejas de elefante que le sobresalen por el tapabocas y el gorro de esquimal encasquetado, y aunque intimidado por el silenció, rio hablamos, tanto ó casi desde la ultima reunión de vecinos, Con mi largo hueso al hombro y la pezuña indicando él nuevo inundo del próximo rellano, el vecino me mira y sonríe. No dice nada el policía local en el retiro de una vejez prematura, y me menciona casi por lo bajini y para que como en un complot decirme que la liga antífutbol ya esta en marcha. ¿-¡Si! -Levanta la voz y la cabeza y las orejas remueven él aire que nos rodea - los vecinos ya estamos hartos de qué cuando hay fútbol se nos prive dé las noticias y dé los programas de la televisión y de que todos los periódicos hablen dé fútbol, ¡ hay, habemus a quienes son nos gusta el fútbol!.- Grita en las escaleras próximas al llegar al portal ló que hace que el medió congelado cartero se remueva de sus congeladas ideas y atine con el sobre en la ranura del buzón.
Salimos a los dos grados bajo cero de la acera, y estos nos saludan encogiéndonos el pellejo. Allí él Bonifacio mas pequeño y encogido que momentos antes, y las orejas tan rojas como dos semáforos, me para con los gestos de urbano en paro, y me dice que ya está bien de que las plazas de los aparcamientos en la calle para los discapacitados -a algunos no se les ve ninguna deficiencia locomotriz- siempre estén desocupada habiendo tanta necesidad de espacio, -¡Habría que ponerle un horario! .- Grita con los cubitos de las palabras llenándole la boca, pero eso no le impide seguir echando humo por la misma como una locomotora antigua..- Si porque los vecinos podríamos aprovecharlas él tiempo que rió las usan cómo en vacaciones que la plaza se tira tres irieses desocupada.- Nadie le presta atención, solo él chinó del local de al lado y que ha salido á la puerta a congelar algo, lo mira y se sonríe. Digo que si con la mirada, y el urbano jubilado contestatario y proteston, me da la espalda y sigue su rumbo. De vuelta a mi vía crucis, con la pata y la pezuña como un indicador de dirección al hombro, recorro la estepa siberiana que me falta para llegar al cubículo de la basura domiciliaría. En el camino una beata se ha parado, santiguado, y ha hecho intención de cantarme una saeta. Al fin y en el borde del precipicio del olvido maloliente, me despido de mi pata negra recordando los buenos momentos que me ha brindado, y la mala suerte que tuve cuando la compre que a pesar de dar varias vueltas por el barrio nadie supo que me había comprado un jamón, Pata Negra.
Allí la dejé sola y casi tapada por otras basuras. Siempre te recordaré amiga Pata Negra.
Rocinante 08/01/20XX
Saludos