Relato de hace algunos siglos, de cuando el Ñaka Ñaka y el frenesí amatorio, era pecado, estaba perseguido, y solo era licito después del bendecido sacramento matrimonial.
Un anuncio en la prensa de la mañana lo cautivó. "Nenas de dieciocho a treinta años, bien dotadas, sanas y robustas, hacen filigranas, echan las cartas, la buenaventura, dan masajes corporal y espiritual, te alivian el cuerpo y la cartera”. Y hacia allí fue el españolito de la España retrograda pero bendecida por la iglesia. Paraíso de Occidente en la castidad auto impuesta, púdico de cada cristiano católico y apostólico.
La dirección estaba clara, y el piso de la casa milagrosa, marcado en rojo en el telefonillo de la portería. Aquello que hacía, su temeraria acción, era muy audaz, peligrosa y hasta motivo de excomunión. Pero para el españolito era más fuerte el instinto, el furor y el calor de las partes pecadoras que la vergüenza publica, y el riesgo de que lo descubrieran.
No se atrevía, y allí frente al portal solo ante el peligro, acuciantes dudas le asaltaban. ¿Y si me equivoco de piso? ¿Y si me encuentro con alguien conocido?,
Que será de mi entonces, ¡Ho dios! Toda mi honestidad, todo mi honor se caerá por los suelos de la indecencia y el pecado!
Mirando a todos lados por si veía a alguien conocido que pudiera reconocerle, se fijo que enfrente, en la acera, había un concurrido bar que por aquella hora de la mañana del bocadillo, estaba casi al completo de clientela.
Cabizbajo, huidizo, temeroso, y como para asegurarse de la verdad de la dirección. De que era allí exactamente donde le señalaba la dirección del periódico, entró en el bar y tímidamente se acercó a la barra y por encima de las cabezas de los clientes con un hilo de voz solo, lo perceptiblemente sonoro para que no lo ahogara el murmullo de los que comían y bebían a su alrededor, se atrevió a preguntar, mas bien por señas que con palabras, al que atendía en el mostrador,si enfrente estaba la casa de la niñas benefactoras de la sastifacción corporal.
Ojalá no lo hubiera hecho nunca. Aquel era un mal día, el dueño del bar estaba harto, muy cansado y cabreado de que todo el mundo le preguntara por lo mismo. Estaba que trinaba
El hombre, estaba cansado de ser el servicio de información de la calle. Y entonces el grito salió de la barra y se paseo por media calle, calló todas las conversaciones, y al momento todas las cabezas del bar, al unísono se volvieron para el españolito.
¡¡¡¡¡¡¡¡"Siiiii joerrrr siiiii hay enfrente está la casa de niñas....¡¡¡¡si cuantas veces lo he de repetir¡¡¡¡que me tenéis harto manada de guarros, indecentes puteros!!! Viciosos, siiiii hay enfrente, en el piso segundo joeeeerr!!!
El españolito mayor de edad con la mili hecha, y que no se había comido un rosco desde la jura de bandera, diana de todas las furiosas miradas, estaba blanco, luego morado, y después intentaba mover las piernas para salir corriendo y no podía.
Mientras le iban cayendo todas clases de piropos, ¡So guarro,! ¡A esta hora de la mañana! ¡Pecador,! ¡Sacrílego.! ¡Se lo diremos a tu familia!. ¡Te echaran del trabajo! .Cuando por fin pudo huir de la situación perseguido por los gritos que le siguieron a lo largo de toda la calle, en las escaleras de bajada al Metro, el españolito se prometió, como una promesa a cumplir, no desear jamás a ninguna mujer del prójimo, ni pagando ni gratis. Era mucho el riesgo que se corría.
Desde entonces es misógino.
Rocinante