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EL CARDENAL FOLCLÓRICO
Lo deben conocer todos ustedes, pues gusta el buen señor de vestir túnicas con largas colas como de novia pero en color fucsia, gasta zapatos puntiagudos de hebillas doradas y de negro charol, que más que un cardenal parece un travestido en fiesta carnavalesca tinerfeña. Más antiguo que la tos, y creyéndose por encima del bien y del mal, de vez en vez gusta mucho del protagonismo como una mala cantante buscando los royalties shows televisivos, o como se llamen, en busca del arca perdida, léase caché por debajo del salario mínimo.
Como al parecer ya no sabe qué atacar, ahora pide a los políticos que se repiensen sobre la Ley de Transexualidad, tildándola de maldad. Puede ser que él bien lo sepa, ya que sus vestidos pomposos, impropios de un hombre —de un hombre viril me refiero—, escondan alguna frustración femenil, y de lo mal que lo haya podido pasar en su niñez quiera vengarse hoy con quienes se sientan como él. Una maldad. Pero como el dinero a nadie molesta, y mucho menos a la iglesia que durante siglos lo ha ido amasando, en cuanto vea en esa ley que hay una amonestación para los colegios concertados que la incumplan, y, o se vean forzados a admitir a transexuales o no hay subvención, además de una multa por la discriminación, la cosa cambiará.
Si tanta razón tiene el prelado de que esa ideología de género es una maldad, en vez de contemplar la maldad que hay en forzar a un ser humano a que se comporte públicamente como no se siente, aunque un día vista de largas capas de seda fucsia, que se haga de valer, que pague las multas de sus colegios concertados, y que renuncie toda subvención. ¿A que no lo hace el muy cantamañanas?
Pues eso, que por un plato de lentejas, llámese unos miles de euros, hasta Antoñita la Fantástica se olvida de sus postulados y hace la vista gorda.
¡Señor, qué cruz!, ni la de Caravaca.
El P©stiguet