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He conocido personalmente a Monseñor Cases, Obispo de Canarias, cuando era simplemente un sacerdote en Alacant, y puedo decir, de aquellos días, que jamás me pareció un ultraconservador; a mi entender era un sacerdote con todo lo que ello lleva de fe y creencia en su religión, y su entrega hacia la misma.
Per es verdad que me ha sorprendido, desagradablemente, sus palabras recientes cuando manifestaba haber sentido más dolor por la burla hacia sus creencias en los carnavales tinerfeños que ante la muerte de unos ciudadanos en un accidente de avión que se dirigía desde Barajas hacia ese mismo lugar donde ejerce su sacerdocio. Entiendo, por otra parte, que nadie gusta de ver burladas sus creencias, que nadie puede ver bien cómo se ríen y mofan de los símbolos para ellos importantes o en su caso sagrados, pero una vida humana vale más que toda la simbología de una religión, de una creencia, de una organización.
Hay en esta vida mucha hipocresía. Le damos excesiva importancia a lo nuestro y desmerecemos lo del vecino, sin darnos cuenta que cada uno ponemos nuestro empeño en lo que creemos, ambicionamos, o adoramos. Es deprimente, al menos para mí, esa sempiterna vara de medir de dos medidas diferentes, o esa llamada ley del embudo, donde para unos la estrechamos y para nosotros buscamos la parte más ancha, fácil y cómoda.
Somos, y espero que nadie se ofenda, un mal trabajo del alfarero que nos hizo. No usó la tierra adecuada, no nos amasó debidamente, y el cocimiento no fue el adecuado; en algunos casos se pasó de grados en el horno y en otros no llegó a la temperatura necesaria. No pretendo decir que todos iguales hubiese sido una buena cerámica, pero sí el que hubiese empleado más tiempo en lograr un acabado más perfecto.
Pero el señor Cases, Monseñor, convendrá conmigo, en el aspecto religioso, que poco se puede esperar de un Dios vengativo, de un Dios injusto, que siendo el artífice de toda vida humana a unos hace su pueblo elegido y a otros los abandona. ¿Qué obra perfecta puede hacer un imperfecto? Porque imperfección, bajo el punto de vista humano, y el mío lo ve así, puede crear quien crea odio entre los primeros hermanos del mundo. Su preferencia por Abel despreciando a Caín, sólo puede partir de un insensato, porque tarde o pronto nacerá el odio, y del odio puede venir, como vino, el crimen.
Y si ese Dios con quien Monseñor cree, es injusto ¿puede pedir justicia al hombre, su criatura? Somos injustos, vengativos, desconfiados, temerosos hacia el otro, porque hemos sido creados con mala tierra, modelados con torpes manos, y poca profesionalidad.
El P©stiguet
