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Me resulta muy extraño que tras varios años entre ustedes, pues años son entre idas y venidas, ausencias y presencias, y algún que otro baneo, y discúlpenme que use esta palabra que me desagrada, no se hayan percatado, la mayor parte, que todo en esta vida, desde que cumplí los 70 años, hace ya 11, me lo tomo como una diversión, un divertimento que he escrito en muchas ocasiones.
Mucho antes de la maravillosa película “La vida es bella” siempre la tomé como tal. Cuando ustedes cumplan los 70, cosa que en perfecta salud les deseo, entenderán que cada día que se conoce es un regalo de la madre Naturaleza, a la que hay que agradecer infinitamente. Ya no importan las riquezas, aunque en verdad no soy un potentado sino que puedo vivir bien y con cierta comodidad fruto de mi mucho esfuerzo trabajando en mi juventud.
Ahora, en esta segunda juventud, que no tercera edad quizás por mi optimismo y fortaleza, la deseo vivir en mayor paz y correspondencia con otras gentes que con anterioridad he vivido, y si antes no me importó raza, religión, ideas políticas, riqueza o pobreza, inclinación sexual de nadie, ahora mucho menos, y en cada ser humano quiero verme reflejado. No me importa ser negro, ser extranjero, ser comunista o capitalista (siempre que se respete la vida humana) o gay si fuera preciso. Mi prójimo soy yo, y por eso me duelo de la pobreza ajena, del dolor ajeno, y de la muerte violenta de alguien, de aquí o de allá, joven o viejo, mujer u hombre.
Pero no soy un pardillo y conozco al mundo, y sé de lo doloroso que son las frustraciones, las carencias, las injusticias, el desprecio y el sentir la prepotencia del otro, por eso, desde mi pequeña atalaya, lucho con la palabra para que esto llegue a desaparecer un día. ¿Iluso? Sí, puedo serlo, y puede que mis ideas solo sean quimeras, pero me reconforta saber, o creer que sé, que el ser humano es capaz, igual que hace tanto mal, cambiar radicalmente y hacer del mundo un Edén del bien, de la solidaridad, de la libertad individual y colectiva, del respeto entre los hombre, y eliminar de un plumazo la codicia, la avaricia, el desprecio y todas las fobias que crean desesperanza y desencuentro.
Y ahora seguiré con mis bobadas, mis divertimentos, en soledad o en compañía, disparando, desde mi puesto de mando, mi cañón de amistad y sinceridad.
Perdón por la extensión, pero me apetecía confesarme. Este es el verdadero P©stiguet; no el que muchos se han inventado, pero incapaz de enojarme, no lo tomo en cuenta.
