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Juan se temía lo peor. Habían ido a visitarle a las cinco de la mañana y sacado de su cama. Tenía que ser interrogado le dijeron. Fue llevado por una pareja de militantes del partido dictatorial en el poder al sótano de un edificio oficial. Una de las acusaciones era que pronunció que las naranjas de Valencia eran más dulces que las naranjas sevillanas, que éstas eran amargas, y el interrogador, era sevillano.
—Tú —le dijo el interrogador al tenerlo delante— no te has referido solo a las naranjas valencianas sino que sabiendo que me desayuno con una naranjada sevillana, me has llamado amargado. Eres un antipatriota, y eso te costará caro.
—Yo no tenía idea de que tú... (así comenzó el acusado)
—¿Cómo te atreves a llamarme de tú, desgraciado? Ahora la pena es mayor, cinco años de condena.
—Le ruego me perdone, como usted me llamó de tú...
—¿Es que pretendes decir que somos iguales? Yo puedo llamarte como quiera, pero tú no, desgraciado. Diez años de condena por tu insinuación.
—Pero si yo no he insinuado nada...
—¿Y ahora me llamas mentiroso?: Veinte años de condena.
—Por favor, no, que tengo hijos.
—Eres un insensato, por intentar sobornarme con lo de los hijos: Treinta años.
—No era un soborno, era intentar hacerle ver de la situación de mis hijos si soy condenado.
—¿Intentar hacerme ver? Me estás llamado ignorante y me quieres dar lecciones: Cadena perpetua.
—Por favor, tenga un poco de piedad.
—¿Lo que me faltaba! Me estás llamando despiadado: Fusilamiento entonces. Mañana a las seis en punto irás ante el pelotón de ejecución. Yo os enseñaré a saber quién manada aquí.
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—Señor interrogador. Que este es Juan Olivera, no el Juan Gorgoja que es quien dijo lo de las naranjas. Este pobre hombre no ha dicho nada contra usted ni contra nuestro régimen. Ha sido un error el traerle aquí.
—Pues yo no voy a desdecirme. Que lo fusilen pues para cumplir mi sentencia, pero no a las seis, de la mañana que hace frío, sino a la siete y media, que ya habrá salido el sol.
El P©stiguet