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No existe y no puede existir. Cada ser humano es diferentes a otro, de ahí nuestra individualidad. No obstante es justo que se intente la igualdad, aun a costa de saber de su imposibilidad. La Naturaleza nos ha hecho diferentes y su gran razón deberá tener.
Como sociedad compuesta de individuos, es de justicia establecer leyes y normas para que la gran diferencia deje de existir, pero la diferencia, en mayor o menor grado, siempre existirá, porque cada uno pensamos de diferente manera, tenemos diferentes ambiciones, y somos diferentes hasta para empeñarnos en buscar esa igualdad que debiera existir y no existe.
La igualdad de oportunidades es algo fundamental, y que la ley debe salvaguardar, pero la ley no hace cambiar los sentimientos del hombre, y cada uno vemos las oportunidades de otra manera. Los hay quienes la aceptan, y quienes la desdeñan, pues la igualdad también es igualdad en obligaciones y en entrega hacia los demás. Como no somos cortados por el mismo sastre ni la misma tijera, ni el paño de cada uno es el mismo al nacer, el resultado es que la diferencia debe prevalecer si el individuo no se aviene a comprometerse en derechos y obligaciones.
Todos, o una inmensa mayoría, estamos dispuestos siempre a recibir, si de bienes, privilegios, prebendas, dones, obsequios, se trata, pero a la hora de dar ya es otra cosa, y desde el rácano al egoísta, pasando por el espléndido y el generoso, hay matices muy variados que nos desigualan.
Por mucho que se legisle, y es bueno legislar en esta materia, si el ser humano no está dispuesto a compartir, la igualdad nunca existirá, y de hecho nadie lo ha conseguido en ningún lugar. Ya no digo en naciones, sino ni en pequeñas poblaciones o aldeas, ni si quiera en comunas, al final siempre hay una voz cantante que da órdenes, y esta voz necesita quien le obedezca. Y el que parte y reparte, ya lo dice el viejo refrán, se queda con la mejor parte.
Mientras no nazca un Hombre Nuevo, sin el lastre del arcaico tan enviciado, no hay posibilidad. Y ese Hombre Nuevo, si naciera algún día, tendría frente a sí demasiados intereses para permitirle desarrollar la Buena Nueva de la igualdad entre todos los hombres y mujeres del mundo.