...
Mr. Al, apellidado Capone, al que de tanto crimen se le acusaba, estaba tranquilo en su despacho-guarida, ya que allí no llegarían los agentes federales ni había acusación que se sostuviera por falta de pruebas. Al, conocedor de la flaqueza humana, compraba muchísimas voluntades, a buen precio eso sí, y las voluntades, ya desde la policía hasta jueces y políticos, se dejaban comprar.
Pero un aciago día, por dejar caer un paquete de cigarrillos vacío a la acera, un municipal lo multó, y, honrado a carta cabal no se dejó embaucar por los billetes verdes que Al le mostraba.
Y de esa multa, pequeña, ridícula, fue creciendo y creciendo la investigación y se supieron muchas cosas: que el máster de Gánster, que nunca hizo, se lo regaló la Universidad de California por unos cuantos billetes y un regalito al rector consistente en un chalet en Torrevieja (Alacant) España/Europa. Que un tal Wárcenas, conocido entre el hampa de Chicago como the Kábron, le enviaba sobres marrones llenos de estampitas de George Washington cada mes a su despacho-guarida. Que una de sus colaboradoras, la noble Esperience D’elguirre tenía un criadero de ranas ilegal, y de ranas muy gordas, pues las alimentaba con comida basura de Macdonald. Alguien dijo que su despacho-guarida se remozó con billetes negros como el carbón, y que entre sus acólitos los habían gurtelanos (la nueva religión). Pero nunca pudo probarse nada, y, ante la multa que el juez le iba a imponer por lo de la cajetilla de tabaco, otro gánster de la competencia, un tal Albert the Riveryellow juró ante tres biblias y un compendio de los putos de la falange del dedo gordo, que Al no pudo tirar el cajetín a la acera porque ese día, y a esa hora, se encontraban juntos tomando un café con leche con una colega en la Plaza Mayor de Madrid.
Fue absuelto.
...