Alain Finkielkraut en su obra “À la première personne”, con gran maestría retrató, hace unos años, el comportamiento de determinada izquierda europea que no soporta lo que él denomina “la aversión a los hechos inclasificables”. Finkielkraut explicaba, y razonaba ampliamente, la existencia de una izquierda perezosa, en el sentido de poco trabajadora intelectualmente. De una izquierda que cuando pasa algo que no encaja en el marco mental en que está acostumbrada a vivir, y a través del cual suele mirar el mundo que le rodea, simplemente la niega, asumiendo el precio de mostrar unas incoherencias más que notables y, muchas veces, también el precio de perder la razón moral.
En estos momentos tan críticos, está pasando con la invasión rusa de Ucrania y sorprende mucho ver como cierta izquierda europea se refugia en los tópicos más antiguos para evitar de colocarse junto al pueblo ucraniano. Y lo hace recurriendo a los viejos rifirrafes de la guerra fría, como si Rusia todavía fuera la URSS (el soñado Paraíso Terrenal) y la OTAN no se hubiera movido un milímetro de donde estaba. O jugando peligrosamente con el mote nazi para referirse aun país, Ucrania, atacado hoy de manera injustificable, canalla y sanguinaria, por un poder imperialista.
La comodidad, el confort intelectual donde se apoltrona esta izquierda, es siempre muy peligroso e indigno. No tener la valentía de cuestionar lo que fuimos, aquello que creímos o aquello que fue nuestro mundo en el pasado, es una actitud profundamente conservadora. Muy cómoda, es verdad, pero nada revolucionaria. Y funcionar a base de eslóganes caducos es, precisamente, lo que hizo posible la destrucción de sociedades nacidas revolucionarias y populares, pero que murieron porque se habían desconectado, hasta tal punto de la realidad, que no era posible ofrecer el mínimo de dignidad necesaria a sus propios ciudadanos. Siempre he sostenido que ser una verdadera izquierda necesita de una verdadera autocrítica, pero cuando ésta se transforma en conservadora, por desgracia es más perniciosa para la sociedad que el propio conservadurismo, porque hace desaparecer toda posibilidad de cambios.