La deuda como mito
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En este caso, uso la palabra "mito" en su acepción antigua:
1- Fábula, ficción alegórica, especialmente en materia religiosa;
2- Relato o noticia que desfigura lo que realmente es una cosa, y le da apariencia de ser más valioso o más atractivo;
3- Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima. (RAE)
Durante
la era napoleónica se instauró en Europa, y hoy en el mundo, un
racionalismo delirante que provocó una nueva declinación del hombre: el
héroe, el poeta, el artista, el ideal mismo del creador, pasó a ser
visto como algo fuera de la realidad, cosa de jóvenes, tontería
infantil. Las altas miras son sueños, pérdida de tiempo. Marxismo,
positivismo, capitalismo, son nombres que incluyen en sus definiciones
reducciones de la realidad.
Una de las causas, tal vez la más
importante, de la muerte de Orson Welles, fue el estrés causado por sus
problemas financieros: Cada una de sus películas, muchas inconclusas,
fue una lucha contra el poder del dinero.
No es sorprendente el
atractivo que generan las películas y novelas con temas medievales o
fantásticos, en las cuales podemos ver como fundamento la exaltación de
valores: caballerosidad, honor, valentía, justicia, palabra.
En el
capitalismo será apreciada la persona que gaste. Poseer es prestigioso.
El sistema se encarga de grabar en las mentes lo bueno que es acumular
bienes, pero bienes de consumo, que necesariamente deben ser obsoletos
lo antes posible. No por nada los objetos son cada vez más frágiles y
contienen cada vez más partes falibles. Y si no es así, el sistema
logrará hacer pensar que ese objeto ya no sirve y que es deseable otro
nuevo.
Si uno debe mucho y a la vez paga mucho, será bien recibido por usureros y bancos, será respetado y considerado.
Si uno posee muchos objetos nuevos, será admirado y envidiado.
Es decir, con dinero se alcanza lo que antes se alcanzaba con actos heroicos y nobles.
El prestigio puede comprarse.
Deber y pagar es garantía de seriedad, responsabilidad y honradez.
Honrar
la deuda supera el honrar la vida. Está bien visto el someterse a
privaciones, a veces crueles, para pagar. El acreedor, curiosamente, no
necesita honrar nada. Exige, reclama, castiga. Le importa poco la
situación del deudor. No es su problema. El acreedor es un dios brutal y
muchas veces es un dios de los ejércitos.
El incauto, el soñador, el
que confía en sus propias fuerzas y en el futuro, contrae una deuda con
cláusulas que no maneja y desconoce por más que las lea. Las variables
económicas están fuera de su poder y con respecto al hombre de a pié,
son un azar que está siempre en su contra. Y con respecto a los
gobiernos, éstos no siempre saben qué es lo que planean los auténticos
dueños del dinero.
Todos se endeudan: individuos, empresas, estados.
Lo hacen para acceder a bienes sobrevaluados y generalmente obtenibles
de otra manera. Y peor aún, toman deudas para pagar deudas. Se supone
que la única forma de crecer es adquiriendo con dinero ajeno olvidando
que, al terminar de pagar la deuda, si se llega a ello, se encontrará
con que el bien adquirido ha costado varias veces su precio y que a la
vez se ha desvalorizado.
El usurero, y todos los banqueros lo son, es el que maneja las variables.
La
mayor de las variables es la propia capacidad de pago, pues el deudor
está sujeto a todas las posibilidades negativas: crisis, guerras,
debacles, recesiones, despidos, robos, y cuanta cosa puede uno
imaginarse. La falta de pago será luego una nueva calamidad. El acreedor
simplemente ejerce su poder para recuperar lo prestado. Lo hará de una
forma u otra. Siempre legalmente, porque las leyes y las costumbres
hacen del deudor una especie de paria semi delincuente. El acreedor, a
los ojos del pueblo, no hace más que pedir lo justo.
Los bancos son
aspiradoras de dinero. Si cobran más de lo que prestan, se entiende que
cada vez acumulan más capital, que a su vez prestan nuevamente. Para
mantener el flujo del circulante no queda otro remedio que imprimir más
billetes. Los bancos generan inflación.
Es un hecho que una persona
presta al banco (depósito) con un interés x y toma prestado (crédito)
con un interés x multiplicado por una variable que el mismo banco fija.
Es decir, la sociedad toma prestada su propia riqueza. El individuo no
lo percibe porque no se considera parte de un grupo, no siente que forma
parte de la sociedad. No por nada la publicidad de los bancos es
profundamente individualista. Es la sociedad en su conjunto que, cegada
por el mito de la deuda, no sabe que le presta al sistema bancario sus
dineros y toma ese mismo dinero en préstamo pagando varias veces su
deuda. A nivel estatal, se termina viviendo para sostener a un grupo
parasitario que arruina la moneda, arruina así al trabajo y se apodera
finalmente de los bienes tangibles.
El hombre pierde su casa, auto o
lavarropas que ya pagó; la empresa, más poderosa, solventa los intereses
que paga aumentando el precio de sus productos, disminuyendo su calidad
o explotando más al obrero. El Estado, a través del gobierno, esclavo
de la opinión, se entrega atado de manos en aras de la "eficiencia" pues
debe rendir cuentas a un electorado que no puede ver lo que está
ocurriendo.
Vemos lo que pasa en Europa y Estados Unidos.
Se
presta dinero en hipotecas impagables; los bancos piden auxilio cuando
deberían hacerse cargo de las pérdidas como lo hace cualquier persona;
los Estados aportan fortunas inmensas a esos bancos, fortunas que salen
del trabajo de sus ciudadanos. Y luego, esos Estados hundidos en deudas
deben aceptar condiciones de los bancos que han fallado escandolosamente
y a los cuales los Estados mismos han salvado de la ruina.
Una
locura desatada en nombre de la razón. La razón de la deuda. Porque si
se ha firmado un papel, se debe cumplir con lo firmado aunque eso
implique la vida misma. Se parece mucho al pacto con el Diablo en el que
siempre gana el Diablo, aunque los beneficios para el firmante parezcan
inmensos.
Y todo basado en un mito: una deuda es cuestión de honor y el que no paga es despreciable.
Está tan arraigado en nuestras mentes que nos resulta natural y honroso que una persona se hunda para cumplir con el acreedor.
Nos
resulta natural que el futuro de esta persona y de su familia esté
condicionado por situaciones fuera de su control pero no azarosas. Es
decir, bajo el control de otros.
Que la empresa en que trabaja cierre o no.
Que lo despidan de ella o no.
Que pierda la salud o no.
Que los intereses suban o se mantengan (nunca bajan).
Que en algún lugar del mundo haya una crisis o no.
Que la inflación suba más o menos (siempre sube).
Los Estados trasladan todo a los impuestos o reducen los gastos sociales, que no son gastos, son devoluciones.
Las empresas trasladan todo a los precios y a los sueldos.
Los
individuos trasladan todo a sus propias vidas, bienes y libertad y
terminan trabajando para unos parásitos en una nueva forma de
esclavitud. Eso sí, una esclavitud elegante y racional.
Es el mito de
la deuda: nací debiendo y la deuda es intemporal, natural, eterna. Sí,
la deuda es divina. Si está antes de nacer yo, ya que los Estados y mis
padres ya debían algo, si sigue durante toda mi vida y pasa a mis hijos,
si el no pagarla significa el oprobio, debo concluir que es lo más
parecido al pecado original. O a una maldición celestial. Y si el
racionalismo niega mitos religiosos, no entiendo por qué no niega mitos
sociales.
Publicado por
Luis Alberto Martinez