PRÓLOGO
¿Alguna vez escuchaste algo sobre el hilo rojo?
Existe una leyenda japonesa que explica cómo los dioses atan los dedos meñiques de dos personas con un hilo rojo. Exactamente el dedo meñique ya que este está relacionado con la arteria cubital, la cual conecta nuestro corazón con esta parte de la mano. Una vez los dioses unen a las dos personas, estas están destinadas a encontrarse y estar juntas, de la manera que sea.
No sé muy bien si el hilo rojo existe o simplemente es el destino, pero lo que tengo muy claro es que él y yo estábamos totalmente condenados a conocernos y a formar parte de la vida del otro, sin importar qué tipo de amor hubiese entre nosotros.
Porque, sino, ¿qué explica lo que nos pasó a nosotros? ¿Qué hecho científico explica esa conexión desde el minuto cero?
Fuera lo que fuese, él es mi hilo rojo, mi alma gemela, mi otra mitad, mi media naranja… ¿Pero acaso soy yo la suya también?
CAPÍTULO 1
一 Kaia no puede seguir así. Tendremos que ingresarla en un hospital de día de inmediato. Tendrían que haberlo hecho hace tiempo incluso. Su situación es crítica por lo que hay que tomar medidas al respecto ya.
Después de que mi nuevo psiquiatra soltase la bomba en nuestra primera consulta, miré a mis padres, sabía que eso no les haría nada de gracia, pero a mi… A mi, sorprendentemente, me invadió un sentimiento de tranquilidad que llevaba mucho sin sentir.
Ingresarla. Hospital de día. De inmediato.
Esas palabras acaparaban mis pensamientos desde que aquel doctor la pronunció.
Supe que no solo penetraron en mi cabeza ya que mi madre no se veía especialmente tranquila desde entonces. Ni mi hermana. Ni nadie.
En ese momento nadie, y mucho menos yo, se esperaba el impacto que tendría en nuestras vidas aquella frase.
Las semanas posteriores a la noticia pasaron rápido. Todo se basó en llamadas a hospitales de día, llamadas al psiquiatra, incluso llamadas y visitas de mi padre. Sorprendentemente eso último fue lo que más me impactó. Mi madre no acostumbraba a hacerlo, no acostumbrada a hablar con mi padre y mucho menos a verlo. Y yo tampoco lo estaba. Para qué mentir, nadie de mi entorno estaba acostumbrado a aquello. Pero tuvimos, en especial mis padres, que hacerlo. Tuvimos que pasar por alto los roces que habían, por llamarlos de alguna manera.
Todo esto ocurrió en noviembre después de que mi primer psiquiatra se jubilase y, por razones obvias, tuviésemos que buscar a otro profesional.
En este caso mi padre también intervino. Siempre que la situación tratase de mi salud mental él aparecía, aunque yo no lo quisiese, aunque suplicara que no sucediese. Pero mi opinión en esos momentos importaba entre poco y nada, desgraciadamente.
Las semanas pasaron, me aceptaron en un hospital de día de la ciudad, mis padres intentaban soportarse y yo solo me centraba en seguir con todo sin morir en el intento.
No pasaba por mi mejor momento ni mucho menos pero, cuando me dijeron aquello, algo en mi mente cambió y dejé de hacer eso que ya era costumbre en mi vida.
En febrero del año próximo ingresaría, es decir, en 3 meses y medio mi vida cambiaría mucho más de lo que jamás llegué a esperar. Y no tenía miedo, simplemente estaba expectante de una manera positiva, solo quería que todo cambiase de manera drástica.
Durante el mes de noviembre y principios de diciembre quedé mucho con mis amigos. Solo éramos un pequeño grupo con cuatro integrantes pero eso era más que suficiente para mí. En su momento fuimos cinco pero, por razones que no mencionaré en este momento, acabamos así.
Nuestro grupo, llamado “El cuarteto incomprendido”, lo era todo para mí. Eran mi manera de escapar de todo lo que pasaba en mi casa y en mi vida.
Mentiría si digo que quería a todos por igual, había una persona en concreto que con el paso del tiempo se había convertido en algo parecido a un hermano, a una familia con la cuál no compartes sangre. No sé hasta qué punto nuestra relación era lo suficientemente sana para llamarse amistad, pero me daba igual. Él me había comprendido a su manera desde el primer momento, y solo nosotros sabíamos por todo lo que habíamos pasado. Él era Pau, mi mejor amigo, mi hermanito.
Aunque, durante ese frío y solitario mes de diciembre, Gala se había convertido en una persona imprescindible en mi vida. Había logrado que me abriese con ella como no lo había hecho nunca con nadie, ni siquiera con Pau. Habíamos pasado tardes enteras fumando y hablando de absolutamente todo lo que nos preocupaba.
Le había contado desde mis problemas con aquel chico hasta las veces que había deseado que todo acabase. Ella igual me había contado cosas, sobre todo sobre su familia y sobre esa persona que le había destruido tanto.
Y es que con ella todo era tan sencillo. Era tan fácil abrirme, sentirme comprendida y cómoda sabiendo que no había motivos ocultos que se convirtió en un todo para mí.
Luego estaba el cuarto y último integrante de nuestro grupo, Samuel. Con él era más difícil abrirse porque era muy reservado, pero su compañía era agradable y tranquila. Era la típica persona que te hace bien tener en tu vida, aunque no sea de manera continua.
Pero de repente las cosas cambiaron y, poco antes de las navidades el grupo desapareció. Samuel y Pau dejaron de quedar tanto, Gala y yo nos volvimos inseparables y el grupo acabó disolviéndose.
Ya apenas hablaba con Pau, parecía que me ignoraba hasta que un día recibí ese mensaje suyo en el que me explicaba, en una simple frase, que no me hablaba porque yo le daba “penita”. En ese momento nuestra amistad acabó.
Podrán tacharme de dramática y de sensiblona por esta decisión pero, para mí, una gran parte de mi mundo se derrumbó al leerlo. También le podríamos sumar el hecho de que los chicos se salieron del grupo de Whatsapp y yo estaba demasiado susceptible a todo.
Para mí, ellos eran la única cosa en mi vida que era estable, eran mi vía de escape y me ayudaban, sin saberlo bien, a seguir hacia delante.
Pero se acabó y solo quedamos Gea, mi mundo a punto de estallar y yo. Por eso, desde ese momento, ella ha sido tan importante para mi vida. Fue la única que se quedó a pesar de todo, de las dificultades y de mi mil inseguridades y miedos.