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 Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros

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Sukubis
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MensajeTema: Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros   Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros EmptyLun Sep 05, 2011 5:27 pm

Mmonchi escribió:
Tercer concurso de relatos breves de Todoslosforos.

Bases del Concurso:

1.- Podrán participar con sus Relatos todos los foreros que así lo deseen, con un máximo de un texto por forero.

2.- Los textos deberán llevar un título y no haber sido publicados con anterioridad. La temática de los textos será libre, con la salvedad de que será obligatorio que en el mismo aparezcan una serie de palabras elegidas por el organizador del concurso.

3.- El tamaño de los textos no será superior a 4 páginas del Word, tamaño de la fuente 11.

4.- Los textos se enviarán por mp a la persona que esté organizando el concurso. Esta persona podrá participar si así lo desea con su relato, pero no podrá votar. Este tercer concurso lo organizo yo, el resto los irá organizando el ganador de cada concurso. La idea es hacer un concurso al mes.

5.- Habrá tres clasificados, 1º, 2º y 3º. El premio será un diploma que hará el amigo Riveira.

6.- El plazo de presentación de textos empezará mañana, día 14 de junio y terminará el 4 de julio. Es decir, se deja un plazo de 20 días en cada concurso. Cuando acabe este plazo se publicarán los textos.

7.- Para las votaciones habrá una semana. En esta ocasión empezarán el día 5 hasta el 12 de julio. Nadie podrá votarse a sí mismo y todos los participantes están obligados a votar. También pueden votar todos los foreros que así lo deseen. Se votará un máximo de 3 textos con 1,2 y 3 puntos. Cuando terminen las votaciones desvelaremos la autoría de los textos así como los ganadores, quedando fijado quién será el organizador del siguiente concurso. En caso de que haya empate entre dos textos, se volverá a hacer una votación de los mismos para desempatar. Los votos no podrán ser cambiados después de emitirse.

8.- Este hilo sólo se usará para la publicación de los textos y las votaciones, por favor, que nadie haga comentarios por aquí. Los comentarios se harán en el hilo "Comentarios sobre el concurso de Relatos Breves", esto nos facilitará a todos la tarea de leer los textos, las votaciones y su posterior recuento. Este es el enlace del hilo para comentar:

[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

Para terminar os dejo las palabras que han de aparecer en este tercer concurso:

Azahar

Libélula

Albahaca

Mandarina


Espero tener pronto llena la bandeja de entrada Very Happy .
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MensajeTema: Re: Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros   Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros EmptyLun Sep 05, 2011 6:19 pm

Mmonchi escribió:
Próximo a llegar por Tay

“Tren expreso procedente de Irún, con destino Madrid-Norte-Príncipe Pío, próximo a llegar, estacionando en vía 2. Efectúa parada en todas las estaciones de su recorrido.”

La estación de Venta de Baños era inmensa. La luz del ocaso no me permitía observarla en toda su extensión, pero le otorgaba un romántico aspecto y la hacía merecedora, y con creces, de calmada contemplación. Mercancías semi-abandonados, y vagones o máquinas que parecían tener existencia independiente, reposaban en colectiva siesta sobre las vías, dando la impresión de eternizarse, de modo consciente, en una excelsa y silenciosa instantánea, para disfrute y placer de quien la presenciara. Vagabundos oxidados, condenados a colgar eternamente de opresoras catenarias, tan sólo tenidos en cuenta, en alguna ocasión, por grupos de niños que, traviesos, lograban darles vida y sentido, haciéndoles partícipes de sus bulliciosos juegos.

El coloso gusano de hierro entró en la vía 2. Su recia máquina lucía una careta de rayas amarillas sobre fondo verde claro, lo que acrecentaba su ya de por sí aterradora apariencia. Tras ella, dos vagones-correo de diminutos y alargados tragaluces hacían alusión a la prioridad de su logística encomienda, recordando a los viajeros que el trayecto sería largo y fatigoso, e invitándoles a ir cogiendo sueño para acomodarse, si eso era posible, en los compartimentos elegidos para el desplazamiento, y a intentar dormir para acortar, en cierto modo, el pesado recorrido que nos esperaba.

Fluían. De las puertas de los coches fluía gente adormecida, fluían maletas, cochecitos de bebé y abrigos, date prisa, date prisa, en el desesperado pensamiento de, quizá, quedarse irremediablemente en el tren si no apresuraban, intentando bajar por estrechos y fastidiosos escalones sin que nadie saliera herido en la aventura.

Tan largo era el monstruo, que los dos últimos vagones quedaron fuera del andén, y pude ver cómo un caballero, resignado a su suerte, ataviado de traje de hechura, gabardina y attache, intentaba caminar sobre la grava, remangándose el pantalón, hasta terminar, trepando como le fue posible, subiendo un insalvable escalón que le situaría, por fin, sobre la estación.

Mi maleta parecía negarse a subir, y fui a escoger una puerta donde nadie podía ayudarme con el lastre. Una vez dentro y sudando a chorros, me dispuse a recorrer el tren en busca de un compartimento tranquilo, mas no hallé ninguno en tres vagones, optando finalmente por entrar en el que más cerca tenía. Dentro de él había espacio para tres pasajeros más. Allí dormían plácidamente dos mozos con uniforme militar, un hombre orondo de unos setenta años, con sombrero, y una mujer con un bebé aprisionado entre mantas de lana en un capazo instalado a su lado.

Ni mi torpeza para moverme con el tren ya en marcha, que me hacía tropezar a diestro y siniestro, ni el ruido del arrastre de mi equipaje, los despertó, lo que agradecí inmensamente, porque nada me habría generado más pesar que interrumpir el sueño a un bebé y su madre, a un jubilado, y a dos agotados chavales que cumplían sumisamente con el servicio militar y aspiraban a merecido reposo.

Como no podía ser de otra manera, no pude cargar la maleta para subirla al portaequipaje, del mismo modo que tampoco pude introducirla bajo el asiento, de manera que decidí colocarla de improvisado taburete bajo mis pies, y me senté, cansada ya, pese a los pocos metros recorridos, dispuesta a alcanzar a Morfeo, como ya habrían hecho mis compañeros de viaje quizá horas antes.

El Pisuerga me regaló por un instante un sereno anochecer. De frondosa ribera y cristalino cauce, en las pocas ocasiones que tenía de acercarme a él, hasta el tábano era, pese a sus picotazos, bien hallado. Para nada se parecía a mi añorado Turia, en cuya cercanía la albahaca casi alcanzaba el tamaño del laurel, la mandarina el de las naranjas, y las libélulas no eran tan hostiles como aquellos tábanos. Sentada sobre cantos rodados que me daban la comodidad de un cojín, en mi éxtasis, pasé plácidas jornadas cuando libraba laboralmente alguna vez entre semana, evocando a mi Paterna y su olor a azahar, a mis padres, y a los amigos que, cada sábado, esperaban mi vuelta con júbilo, como si en vez de verme cada siete días, lo hicieran, bien lo reza el dicho, de Pascuas a Ramos.

Uno de los soldados se desveló, mas no pareció reparar en mi presencia. Quedó durante unos minutos sentado en la postura en la que antes durmiere, con la única variación de tener los ojos abiertos, mirando hacia la ventana. Aproveché su desorientación para romper el hielo.

-Acabamos de pasar Venta de Baños.
Sonrió. Deduje que solamente le quedaba la mitad del camino, mas no fue así.
-Gracias. ¿ha subido allí?. Nosotros venimos de Miranda. Volvemos a Madrid, a casa.
-Yo voy a Valencia. En Madrid me espera otro tren.

El bebé emitió un gemidito lastimero, y su madre sufrió el sobresalto de su vida, acudiendo rauda a la llamada de socorro del pequeño. Tampoco me miró. Elegí, de nuevo, ser yo quien hablara.

-Ha dormido muy bien, hasta ahora, aunque apenas llevo diez minutos en el tren.
-Suele pasar las noches tranquilo, me dijo sin mirarme, mientras le arropaba lo ya inarropable, porque era imposible taparlo más, y le agitaba el chupete dentro de la boca de modo y manera que, jamas pude entender, lo juro, cómo la criatura pudo volver a sumirse en el sueño.

Decidió la mujer echarme un vistazo.
-¿Es usted enfermera?
Caray, qué observación- Pensé.
- Más o menos. ¿Cómo lo ha sabido?
La mujer sonrió mostrando un mellado diente y unos hoyuelos mejilleros la mar de simpáticos.
-Por las medias.

Me miré. En efecto, no me había quitado las medias blancas y opacas que mi uniforme de trabajo obligaba a vestir. La prisa por llegar a tiempo a la estación no me permitió reparar en que aquello podría delatar mi profesión, que decidí destapar del todo ante el hecho de haber sido descubierta.

-Soy matrona.
En ese mismo instante me arrepentí de mi confesión. No caí en el peligro que conllevaría compartir travesía con una recién parida. Ella se ocupó de mostrármelo, preguntándome sin cesar durante todo el viaje, hasta el punto de que, aun sin poder llegar a coger el sueño, hubo momentos que no tuve más remedio que fingir quedarme dormida, y así descansar del martirizante interrogatorio al que fui durante cuatro horas sometida.

El otro soldado abrió los ojos aproximadamente a las dos horas de trayecto. Y entonces, se hizo la luz en medio de la noche cerrada. El resplandor de su iris verde esmeralda se ocupó de ello. Para más delirio, el chico me sonrió, desperezándose sin pudor alguno sobre su asiento, justo frente a mi.

-¿Quiere usted que le suba la maleta arriba?, fue su saludo.
-Si no le importa, llega un momento que es incómodo tenerla bajos los pies todo el rato, - le contesté, contagiada de su sonrisa encantadora.
Se levantó y se giró, estirándose, para darle un empujón al par de petates que descansaban sobre el portaequipajes, que se desplazaron como si no pesaran más que un peine, dejando sitio para mi latoso bolsón.
Vitoreé mentalmente aquél cuerpo de nalga rotunda y espalda interminable, no te gires ahora, por favor, déjame mirate un poco más.
Mas no pareció saber leerme el pensamiento, porque se dio la vuelta de nuevo y procedió a subir la maleta, que pareció en sus manos perder la mitad de su peso.
Su compañero leía cómics, mientras tanto, aunque no dejó de hacerlo en todo el trayecto. Me miró de soslayo un instante, y creo que se dio cuenta de mi lasciva manera de observar al otro, porque reprimió una sonrisa y tosió con disimulo, para continuar con su sosegada actividad.

El hombre del sombrero despertaba por momentos, cambiaba de postura y se dormía de nuevo, roncando a veces sin pudor, ajeno a todo, indiferente, tan sólo preocupado de combatir su incomodidad y de que no se le cayera el sombrero, que debía ser harto importante para él.

La madre del bebé no paraba de hablar; de hecho, hablaba sola, a sabiendas de que no tenía más remedio que escucharla, a menos que tomara la impetuosa decisión de pedirle de nuevo al chaval que me bajara la maleta para huir de allí. Tan solo era contestada por mí con monosílabos, por pura cortesía, bastante tenía yo ya con mi trabajo como para soportar más partos, dolores, cólicos de recién nacido y suturas sépticas también durante mi vuelta a casa.

El chico de los ojos esmeralda se dio cuenta, y me miraba de modo cómplice, sonriendo siempre, regalo de dioses, en una comprensiva actitud que agradecí sobremanera durante todo el viaje. En ocasiones dormía de nuevo, en ocasiones despertaba, y el compartimento volvía a resplandecer a la luz de sus ojos.

Seis vidas, un vaje. Una noche de compartida impaciencia por llegar, a donde fuera, coincidentes en el tedio, en el sueño, en el hambre sólo matada por algunos sandwiches que de vez en cuando surgían de alguna bolsa.

Y el gusano de hierro avanzando, deteniéndose en cada pueblo y volviendo a avanzar, poderoso y robusto, brindándonos durante aquella interminable noche, con su susurrante traqueteo, el baibén de la mejor de las cunas.
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MensajeTema: Re: Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros   Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros EmptyLun Sep 05, 2011 6:22 pm

Mmonchi escribió:
Ensayo de una vida por Sukubis

[/b]Octubre 2051[/b]: Aun la recuerdo. Trepada sobre mis piernas, inundando la habitación con su risa, mientras su colgante de ámbar y plata, luchaba por volar con sus alas de libélula. Era mi niña, mi chica de piel morena. Aun la recuerdo, con su voz clara, dulce, con su acento suave y caribeño, como si el mismo mar se bañara en ella. Una delicia de mujer. Acostada, entre mis brazos, me contaba sus historias. Y yo las bebía, como quien bebe un vino añejo, sorbiendo de sus labios lo que ella tuviera a bien darme.

- ¿Por qué escogiste ese colgante de libélula, habiendo mariposas y otros bichos?
- Tenía como seis años la primera vez que fui al mercado municipal con mi mamá. Antes de irnos, subí a la terraza a ayudarla a recoger las sábanas. Flotaban en el viento unos raros animales. Le pregunté a mi madre qué era eso, ella me dijo son caballitos del diablo, anuncian la lluvia. En el cielo, apenas se veían algunas nubes en forma de cirrus, aunque a mí me parecían ovejitas yendo a misa en domingo. Más tarde, ya grande aprendí que los caballitos del diablo, eran libélulas. Así que al verla en la joyería, no pude evitar escogerla.
- Acabas de sumar valor y significado a mi regalo.
Es muy fácil recordarla en días como este, con su cabello cayendo en cascadas de ébano sobre sus hombros redonditos. Le encantaba estar al sol, dejar su piel rendir culto al astro rey, mientras que yo permanecía a la sombra de algún toldillo. La acompañaba por las tardes a la playa, en la orilla, descalza me invitaba a quitarme los zapatos y a mojar mis pies y formar zapatillas de arena, danzando entre el vaivén de las olas.

20 de julio 2009: Es maravillosa, contagia una alegría y una vitalidad tal que se me hace imposible privarme de su compañía. Hoy deseo salir de la oficina y llegar a casa y tomarla, poseer su cuerpo, acariciarla y vibrar con su toque y su tacto suave como la seda. Me apetece comer en su boca una barra de chocolate amargo, su dulzura es suficiente. Llevaré también una docena de mandarinas que complementen este postre, aunque yo llevo en mente otro, aun más delicioso. Su tersa piel, sus melones, coronados con pezones de arequipe andino. Se acerca la hora, apenas me despido de todos y yo, que nunca tuve hora de salida o prisa, tomo en un pispas el auto y conduzco a su lado, una parada en la frutería para llevar la fruta y tomo el ascensor. Introduzco la llave y la encuentro en el sofá, bajo la luz de la lámpara, aparto el libro que tiene en sus manos y le quito las gafas, para besarla. Me huele y atrapa la bolsa y saca una mandarina mientras intenta hurtarme los besos que conquisto uno por uno, mientras voy estirando su blusa y ella se queja, no sé si por efecto de mis caricias o en fingida protesta por la interrupción de su lectura, de mi boca bajo su blusa, de mi deseo alocado y urgente. Al cabo de un par de minutos, nada importa, estamos en el salón, amándonos como locos, ignorantes del reloj, cuyas manecillas nos miran curiosas desde lo alto de las nueve.

31 de diciembre 2012: eran las once y media de la noche. El vapor del cristal no permitía ver su imagen, el ruido del agua chocando contra las puertas y el olor cítrico y agradable que despide su jabón. Al descuido descubro su imagen reflejada en el mínimo espejo que utilizo para afeitarme. Sigo el transito tranquilo de su espalda, recorrida por una revolución de burbujas jabonosas. Por un momento lamento la corta visión de su cuerpo, que mi tacto conoce de memoria. Mirra y azahar despide su piel entre mis brazos, en esos momentos en que la amo, como nadie más podrá amarla en esta vida. Y presiente mi mirada en su nuca y se gira para sonreírme, desde el reflejo intruso que me sirve de cómplice. Su sonrisa transparente, de labios y dientes me arropa y me da vida. “Pon a hervir el agua, mi amor. Que me retraso”. Me ordena desde detrás del cristal “ya lo he hecho” –le miento- para quedarme un par de minutos más, recorriendo con mi vista su húmeda figura. La dejo por un momento y corro a la cocina, lleno la olla, enciendo la estufa y dejo al fuego el agua. Vuelvo al servicio, la ducha se ha cerrado y entro esperando no perder la ocasión. Sale ella de la nube de vapor, cual Venus y yo cual querubín, procedo a hurtar su imagen cubriendo con el albornoz su desnudez. Aprovechando el momento de abrazarla, de sentirla. “Se hará tarde” -me urge. “Yo estoy listo” –vuelvo a mentir, a sabiendas que luego correré hasta el último minuto. “Quiero que todo sea perfecto”. Le sonrío, “si estás tú, será perfecto”. Se detiene y me mira y no hace falta más, esa mirada lo dice todo. Nos separamos y ella va a vestirse y yo voy a la cocina, pongo sal al agua y corto una hoja de albahaca para aromatizar la salsa. Ella viene y corro de nuevo a la ducha. Y esa agua que acarició antes su cuerpo, tropieza con el mío violenta y rauda, refrescando mis ganas. Me enjabono con prisa, me enjuago y apenas me seco. Me visto y voy de nuevo a la cocina, ya ella ha puesto la pasta a hervir, la escucho cantando en el salón. Descorcho la botella de vino y sirvo dos copas. Apuro el trago de una y remuevo la pasta, que está “al dente”. La escurro en el fregadero y sirvo de inmediato en sendos platos, los riego con aceite de oliva y vierto sobre ellos la salsa que ella preparó. Me acerco con los platos al salón y observo con sorpresa que ha improvisado una mesa en la terraza y sale a mi encuentro. Poco podría decir de su atuendo, sólo me he fijado que en el cuello, porta la cadena de plata de la que cuelga la libélula de ámbar que le regalé en navidad. Recibe los dos platos y los coloca en la mesa, mientras voy por las copas y el vino. Nuestro primer brindis, justo con la primera campanada.

7 de julio de 2006: Era del todo inesperado no sabía yo si irremediable aunque definitivamente era irreversible. Ella había llegado para quedarse. La conocí de la manera más azarosa posible, un comentario de un comentario de un mensaje y los mensajes dieron paso a encuentros consecutivos, en los que nos íbamos rindiendo a la evidencia. Le robé un beso y se sonrojó y supe que era la mujer a quien estaba yo esperando.
- Quiero saber todo de ti.
- Pero si te he contado toda mi vida.
- Quiero saber incluso lo que no te atreves a contar a nadie, lo que sueñas, lo que deseas. Qué querías ser de grande cuando aún eras niña…
Ríe a carcajada limpia y me dice:-de pequeña quería ser enfermera, pero la sangre me da mareo, así que ya no quise ser enfermera. Luego quise ser como Susanita, la de Mafalda y tener un esposito y muchos hijitos. Entonces los dos rompemos en risas.
- Con o sin hijitos, con gusto pondría un anillo en ese dedo.
- ¡Qué tonto! Exclama mientras me besa.

14 de agosto 2009: Caminamos arrastrando los pasos, que pocas ganas de llevarla al aeropuerto. Hago mi mejor gesto cuando ella voltea a verme. La invito a un jugo, ambos estamos que no logramos pasar bocado. Nos sentamos frente a frente y froto mis manos sobre el pantalón para llevarlas luego sobre la mesa en busca de las de ella. Las sostengo entre las mías y las acaricio. El anillo va en su dedo, la libélula ondea en su pecho, atrevida y ese aroma de azahares y mirra de su perfume viene a mí como una promesa de regreso. No hay palabras, ambos sabemos que se irá en ese avión y ninguno de los dos será el primero en decir “hasta luego”. Dejamos las maletas en la línea aérea, nos dirigimos sin prisa, caminando uno al lado del otro, ella tropieza mi codo, hasta enlazarlo y juntarse a mí. Me besa la mejilla y nos detenemos para darnos un largo beso. No puedo acompañarla hasta la sala de esperas… aunque pienso quedarme hasta saber que se ha ido. Me cierra fuerte entre sus brazos, se separa lo justo para verme a los ojos y me vuelve a besar, un beso corto, sostenido, entonces casi huye, dejándome detrás de la banda de seguridad, pasa el punto de control y la veo desaparecer hacia el dutty free. Trago grueso. Algo vibra en mi bolsillo, un mensaje. “T <3! ☺” Una risa triste me cierra la garganta. Escribo “Te quiero mucho, como la trucha al trucho. Cobran igual por 5 caracteres que por 20” Pasan quince minutos, he caminado de un lado al otro, lamentando no poder fumar dentro del aeropuerto, salvo en las cabinas. Pero no quiero alejarme demasiado. Vuelve a vibrar el movil. “Adivina qué compré… Hojas de albahaca secas. No es lo mismo, pero dejará el gustillo.” Río, más suelto y le escribo. “Recuerda que la salsa es mejor no ahumarla”. Seguimos enviando y recibiendo sms hasta que anuncian el vuelo. Entonces me dice “toy triste. Siento que he perdido”, le respondo: “Tonta, esta es nuestra apuesta, sólo posponemos estar juntos. Te esperan, piensa en eso y en la alegría de volver”. No me lo creo ni yo, ya no recibo ningún mensaje, aun así espero diez minutos más y luego camino al auto y conduzco a casa deshecho, sin ganas de llegar y no encontrarla.

9 de Febrero 2022: el teléfono suena de madrugada. Al otro lado de la línea la escucho a alguien llorar.
- Mi niña, ¿qué ocurre?
- Mi papá…
- Ains, mi niña. Voy para allá.
- No, estoy aquí a la puerta.
- Pero pasa, pasa…
Me levanto y voy directo a la cocina, enciendo la luz y al ratito escucho sus llaves en la cerradura. Entra y la abrazo, queriendo ser consuelo para su pérdida, abrigo para la soledad que sé que ahora siente, apoyo en su momento más débil y puntilla que atice su fuerza interna. Sus lágrimas humedecen mi pecho y mi alma, beso su cabello con ese característico olor a azahares.
- Todo va a estar bien, mi niña. Una lechita con miel te vendrá bien.
- ¿Tienes te de manzanilla?
- ¡Puaj! Odio las tisanas. Digo con gesto de desagrado.
Ríe en medio del llanto, y vuelvo a abrazarla. Le preparo una taza de leche y pongo miel. También le sirvo media copa de brandy.
- ¿Vamos a la sala? Le pregunto
- Prefiero ir a la habitación. Responde.
Nos dirigimos a la pieza y toma un sorbo de brandy y yo coloco la leche en la mesita. Sentada en la cama la descalzo, busco su camisón, la desvisto y se lo coloco. Me acuesto a su lado, la animo a beber un poco más de leche y la acuno en mis brazos. Acaricio su cabello y se duerme poco a poco entre sollozos cada vez más espaciados y me quedo como otras veces a velar su sueño, hasta que yo mismo me duermo rendido por el cansancio. Mañana más, me digo y la miro antes de cerrar los ojos.

Marzo 2008: Había trabajado yo como un condenado, llegaba ya tarde. Cuando llegaba a casa por las noches ella ya estaba dormida. Me dejaba la cena en el hornillo, aunque muchas veces ni la tocaba, había ya comido algo en la calle. Por la mañana, ella se iba a trabajar, sentía su beso en mi frente, pero apenas era capaz de reaccionar. Un día, la llamé para decirle que no llegaría a cenar. Su respuesta me chocó en extremo.
- Tú veras.
- Mi niña, entiende que es una temporada difícil de trabajo y con la situación no se puede si no arrimar hombro y rogar porque no despidan más compañeros.
- Si, cuando pierdas tu mujer, también ellos arrimaran el hombro.
- Pero cómo dices eso…
- Lo siento, ya sabes tú dónde encontrarme, estoy hasta los mismísimos de esperar y que no llegues, de cenar sola y de no tenerte en casa.
Allí terminó la conversación, me había trancado el teléfono. ¡Qué carácter! Ese día al llegar a casa dormí en la habitación de visita. Al día siguiente no hubo beso. Ni cena en el hornillo. Seguí durmiendo en el cuarto de visitas y pasamos días sin dirigirnos la palabra. Estaba molesta y tenía razón de estarlo, pero yo también estaba dolido y no me apetecía discutir. Un día su cuerpo irrumpió en mi cama, su calidez arrasó todas las defensas y la amé, nos amamos. Ninguno dijo una palabra, desayunamos juntos en silencio y esa noche me acosté a su lado y hablamos, renovando el pacto de pareja que teníamos y comprometiéndonos a no dejar tanto tiempo al silencio.

Enero 2045: Una tristeza se había apoderado de mí. Sin saber cuando llegó el día azul, me vi de golpe atrapado en una depresión. Entre el desgano y el desánimo hasta las infusiones de albahaca me daban igual, incluso la manzanilla, -puajj- que ella me servía con un punto de limón, me daba lo mismo. Las bebía por no ver en sus ojos esa cara de preocupación. Me llevó a dar un paseo un día, me senté en la banca y le dije, “no puedo más”. Se detuvo, se sentó a mi lado y tomó con dulzura mi mano. “Todo está bien. Esto también pasará” Primero me llegó su voz cálida, abrigando desde dentro, luego sentí que despertaba, como si hubiera estado bajo un hechizo, giré la cabeza para verla y me encontré con sus ojos café, brillantes como cuando nos enamoramos por primera vez. Y el día azul desapareció, no hay sombra que sobreviva al brillo de sus ojos.
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MensajeTema: Re: Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros   Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros EmptyLun Sep 05, 2011 6:32 pm

Mmonchi escribió:
LUSITA Y SUS YAYOS por Lunaclara

Qué pequeñita era Lusita y cómo recuerda todavía a sus yayos.

Todos los veranos se iba al campo con ellos y pasaba las vacaciones allí con sus hermanos, mientras sus papás trabajaban y subían solo a comer y a dormir.

Tampoco estaba tan lejos de casa, sólo a cinco minutos en coche, y la casa del campo era su refugio de verano.

Una casa sencilla, que había sido algo ampliada para que cupiesen todos, pero muy sencilla, tanto, que el wc era como el de “La Casa de la Pradera”. Se encontraba fuera de la casa. Lusita y sus hermanos eran los encargados de que siempre estuviera preparado para cuando lo tuviera que utilizar cualquiera. Los pequeños tenían que facilitar las cosas a los mayores.

La yaya había puesto un gancho de la pared y le daba periódicos a Lusita, para que los cortara a cuadraditos y los enganchara allí, y tenia que estar pendiente de que siempre hubiera un cubo de agua preparado.

Pero Lusita era muy feliz, no tenía más obligaciones. El yayo era agricultor y se ponía el típico traje de “saraguey” valenciano, con sus calzones blancos, su camisa blanca, sus alpargatas de esparto y ese fajín negro, que daba vueltas y vueltas a su cintura y riñones , para que no tuviera dolores en su espalda. Se pasaba el día cuidando de todos sus cultivos. Lusita se reía siempre de su yayo, porque le decía que iba en calzoncillos y su yayo le gastaba bromas haciéndole correr por todo el campo.

Menudo bicho era Lusita. Lo que más le gustaba era ir descalza por encima de la tierra y su yayo siempre estaba vigilando que no lo hiciera para que no se pudiera hacer daño en sus piececitos. Pero Lusita era muy cabezota y no le hacía caso. A ella le encantaba ir descalza y su yayo le ataba cordeles a las zapatillas con unos nudos que solo él sabía hacer, pero el terremoto de Lusita conseguía quitárselos y enterraba sus zapatillas en cualquier sitio para que no se las pusieran. El yayo ya había perdido la cuenta de cuántas zapatillas había escondido Lusita y por mucho que buscara, nunca las encontraba.

Lusita siempre estaba haciendo trastadas. Le encantaba subir a comerse las mandarinas directamente del árbol, y dejaba las pieles en el suelo. Su yayo la reñía, pero se le veía la sonrisa por debajo de la nariz, y Lusita sabía que no se enfadaba.

El yayo cultivaba de todo, naranjas, limones, ciruelos, albaricoques, uva ,aceitunas, y dejaba siempre una parte del terreno, la más cerquita de la casa, para plantar las cosas que más le gustaba a Lusita y a sus hermanos. Los tomates que se comía nada más levantarse, mojados todavía con el rocío de la madrugada ,y cómo le gustaba levantase e ir directamente allí a coger uno todos los días.

¿ Y las sandías?.....Lusita escogía siempre las mejores sandías. Su yayo le había enseñado a darles palmaditas para saber con el sonido cuál debía coger, y enseguida se la llevaba a su yaya y le decía “ yaya, ésta es para hoy, guárdala en el pozo para que esté fresquita después de comer”. Y la yaya subía con la cuerda el cubo que había enganchado en el pozo de la cocina y lo bajaba con mucho cuidado hasta que conseguía que el cubo quedara cubierto por el agua tan fresquita del pozo.

La yaya siempre estaba cocinando y le gustaba mucho utilizar las especias que el yayo plantaba, sobre todo el romero, para las paellas que hacía. Lusita siempre se lo decía “yaya, que no se te olvide poner romero que a mí sin romero la paella no me gusta”.

Lo mismo pasaba con la albahaca. La yaya hacía un picadillo con la albahaca fresca , un ajito y aceite, y se lo ponía a esos tomates tan ricos.

Creo que Lusita hoy cocina con tantas especias gracias a su yaya. La dos pasaban muchas horas aplastando las aceitunas que recogían, y que luego dejaban días en agua, para que se les fuera el amargor, cambiándole el agua todos los días hasta que ya estaban buenas, y las ponían en unas vasijas de barro, con sal y pebrella para que tomaran ese gustito tan especial que a Lusita le gustaba tanto.

Cuántas cosas se aprendían de los yayos . Que sabios eran. Y que malcriada tenían a Lusita, era el ojito derecho de ellos, ya que sus hermanos eran más quietecitos, pero ella…no paraba un momento y siempre tenía que hacer alguna trastada. Le encantaba subirse a la moto de su yayo, que siempre dejaba apoyada en la olivera y hacía como que iba conduciéndo, hasta que un día se cayó y la moto le aplastó la pierna.
No le pasó nada, pero era una llorona y le encantaba llevar tiritas y vendas.
El yayo la cogió en sus brazos y la llevó a la casa, muy asustado porque no paraba de llorar, y le ponía su mejunque milagroso, que él mísmo se hacía para los dolores, con alcohol y unas hierbas que recogía del campo y lo dejaba macerar varios días, pero ésta niña, lo que quería era una venda en la pierna y lloraba y lloraba hasta que lo conseguía, entonces se le pasaba todo.

Sus padres ya ni hacían caso. Cada día se la encontraban con algo vendado y les entraba la risa, sabían que todo era cuento pero así y todo la cogían en brazos y le preguntaban “ ¿ que le ha pasado a la nena hoy? “…….y Lusita entre pucheritos les contaba lo que le había pasado.

Menudo bicho de niña. Le encantaba que le hicieran mimos y ser el centro de todos en casa.

El yayo era todo amor. Después de su jornada en el campo , cogía a los tres nietos y se los llevaba de paseo , no sin antes colocarles a cada uno un sombrero de paja como el suyo, un garrote y una cantimplora con agua fresquita. Se iban hasta un río pequeñito que había no muy lejos de la casa, y cogían renacuajos que luego metían en una bolsita con agua para jugar con ellos en una palancana de hierro que tenían.
Un día Lusita, como siempre, no se podía estar quieta y cuando vió una libélula, se lanzó a correr tras ella para cazarla, y pasó lo que el yayo se imaginaba, Lusita se cayó al río , que más que un río parecía una charca, y vuelta a empezar. Otra vez a llorar. Ésta Lusita podía con todos, y ya tenía excusa para no caminar, y entonces regresaba a la casa subida a la espalda de su yayo y al llegar, ya tenían las vendas preparadas.

“Lusita, ¿dónde te duele cariño?”, le decía el yayo.
“ En el bracito yayo”, decía ella haciendo pucheritos y soltándo lagrimitas de cocodrilo.
“Yayo……también me hace pupa en la rodilla”
“Venga Lusita, que el yayo te pone una venda en el brazo y una en la rodilla y ya estás curadita”

Y Lusita más contenta que nadie, volvía a sus andadas, mirando la verja de entrada, esperando a que sus papás llegaran para que le preguntaran lo que le había pasado.
Ya perdieron la cuenta de la cantidad de vendas gastaban con ella, pero Lusita las consideraba milagrosas. Eso y las tiritas, se lo curaban todo. Menudo cuento tenía la niña.

La yaya si que la reñía y la castigaba a quedarse sentada, pero Lusita ni caso, en cuanto la yaya se despistaba, ya estaba corriendo por todos los sitios, y la yaya se iba tras ella y la cogía de la oreja.

“Lusita, estoy de ti ya hasta el moño….me vas a volver loca, ¿no dices que tienes pupa?, pues a estar quieta que no me dejas hacer nada”

“Yaya…..si la venda ya me cura, mira como salto”
Y la yaya se moría de la risa con las trastadas de Lusita.

Un día el yayo se puso malito, y ya no podían subir al campo en verano. Su corazón no le dejaba ya hacer esfuerzos y no podían quedarse solos con los tres nietos. Así que los veranos ya no eran lo mísmo. Lusita ya no podía coger los tomatitos, ni las sandías, ni comerse las naranjas, ni esconder sus zapatillas, ni subirse al árbol preferido del yayo, una higuera gigante que tenía un tronco enorme en forma de brazo y que Lusita trepaba por él hasta conseguir acomodarse como si fuera una camita, aunque cuando se bajaba le picaba todo, por las hojas de la higuera. Pero ahí estaba su yaya, para ponerle una cremita refrescante.

Los árboles empezaron a marchitarse. Su papá no podía cuidar del campo y trabajar al mísmo tiempo. Pero si que cuidaba la higuera, era la “niña” del yayo.

Llegó un día en el que el yayo se durmió y ya no se despertó. Ese día las lágrimas de Lusita no eran cuento, eran lágrimas de verdad, se le había ido un trocito de su vida. Pero quedaba la yaya, que se fue a vivir con los papás de Lusita y los tres nietos, para que no estuviera solita.
Y a los pocos días la higuera comenzó a secarse, como si se quisiera ir con el yayo.

Ahora cambiaban los papeles. Lusita era la que cuidaba a la yaya hasta que se fue, ya muy viejecita. La yaya sentía pasión por ella y sólo dejaba que le diera la comida Lusita.
Esa niña tan traviesa y nerviosa se había convertido en una mujercita con mucha paciencia que cuidaba a su yaya con mucho cariño.

Quince años estuvo viviendo con ella, y la nena ya no era Lusita, la nena era la yaya y había que cuidarla las 24 horas del día, pero ella era tan buena que nunca se quejaba, y si lo hacía ,Lusita le ponía una venda y conseguía sacarle una sonrisa.

Lusita se fue un verano a estudiar fuera de España, y cuando se despidió de la yaya, les saltaron las lágrimas a las dos.

“ Mi nena, que largo se me va hacer hasta que vuelvas”, le decía la yaya.

“ Venga yaya, que sólo es un mes, y cuando vuelva te voy a poner todas las vendas que encuentre.”

Pero Lusita ya no la volvió a ver, a los 23 días de haberse ido la yaya se murió.Pero sus papás no le dijeron nada, para que no se sintiera triste.
Lusita llamaba todos los días y preguntaba por su yaya, y sus papás hacían de tripas corazón, para que no se les notara la pena.

Con todos los planes que tenía Lusita para cuando volviera. Con las ganas que tenía de salir una noche de fiesta con las amigas, pero tampoco pudo. El mundo se le vino abajo cuando sus papás fueron al aeropuerto a recogerla y vió que su mamá iba de luto.

Lusita le pedia que por favor no le dijeran lo que no quería escuchar, y no hizo falta que se lo dijeran. Solamente los ojos llenos de lágrimas confirmaban lo que no quería saber.
El viaje de vuelta a casa transcurrió con un silencio total en el coche, intentando tragar las lágrimas, con un nudo en la garganta que no la dejaba articular palabra alguna.

Pero lo peor para Lusita fue cuando llegó a casa y vió la habitación de la yaya vacía. Se sentó en una silla y se puso a llorar, y tampoco eran lágrimas de cocodrilo. Cogió la caja de vendas y se dio cuenta de que las vendas no eran milagrosas, no habían curado a su yaya.

Y cuánta razón tenía cuando se despidió. Que lejos se hizo el momento del reencuentro…..tan lejos que nunca fue posible.

Ahora Lusita sube al campo de vez en cuando, sólo quedan los naranjos, que su papá, ahora ya mayor los cuida con mucho cariño, y cuando Lusita ve sus flores de azahar, las huele y le vienen todos los recuerdos de sus yayos, y siempre coge dos flores , una para ponérsela en el pelo y la otra para seguir sintiendo ese olor, el olor que le recuerda a sus yayos y a los veranos que pasaba con ellos..

Lusita nunca los olvidará. Ellos fueron sus segundos padres , de pequeñita la cuidaban mucho y cuando se hizo mayor, ella era la que los cuidaba.

Amor con amor se paga.
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MensajeTema: Re: Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros   Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros EmptyLun Sep 05, 2011 6:34 pm

Mmonchi escribió:
Con el sudor de mi frente. Por Gloria

Cuando empecé a trabajar tenía 15 años recién cumplidos. Mi padre no era de los que se andaban por las ramas y no consentía por nada del mundo que un hijo suyo viviera de la sopa boba. El año en el que sólo conseguí aprobar “las tres marías“ - Religión, Educación Física y la Formación del Espíritu Nacional - todo cambió para mí. Cuando nos dieron las notas, mi amigo Tomás que había perdido el tiempo tanto o más que yo y sus notas eran idénticas a las mías, exclamó: ¡Menos mal que he aprobado las tres marías, la mierda, la caca y la porquería! Y su carcajada fue tan grande, que se le vio la campanilla en el fondo de la garganta atrapada por las bolas rojas de las amígdalas inflamadas. Cuando mi padre se enteró, me dijo que si no quería estudiar, tendría que trabajar. Dicho y hecho; me buscó trabajo en una frutería que estaba en el mismo barrio. El frutero ya le había comentado en varias ocasiones que necesitaba una mano para el negocio y en cuestión de días tenía puesto el mandil y ayudaba a descargar las cajas de fruta y a colocarlas en la tienda.

- Las brevas tienes que mimarlas, niño, son muy delicadas y se estropean enseguida. Hay que acariciarlas como si se tratara de la carita de tu novia, ¿entiendes?

Esa era su muletilla, el final de cada frase lo terminaba ese entiendes que a veces venía a cuento y otras no. Así que si en el barrio todos le llamaban el Entiendes, él se lo había ganado a pulso.

- Niño, rellena el cajón de las “mondarinas”, que ya se le ve el fondo, ¿entiendes?

A mí me hizo gracia eso de mondarinas y le dije que se llamaban mandarinas y a él se le pusieron unos ojos como platos por la sorpresa:

- Niño, ¿tú estás seguro de lo que dices? Que yo sepa se llaman mondarinas porque se mondan muy bien, ¿entiendes?

Nunca le pude convencer de lo contrario. Me gustaba su compañía, era un hombre de trato amable y aunque nunca me dejaba estar quieto mucho tiempo, no por eso le tomé ojeriza, pues su buen humor podía con todo. Nunca me llamó por mi nombre, para él siempre fui el niño.

Trabajé con el Entiendes hasta que se casó y su mujer pasó a ocupar mi puesto en el negocio. De esos años me quedó para siempre el grato recuerdo del olor dulce de la fruta. Allí aprendí que a las naranjas había que tenerles respeto, porque algunas llegaban aún cogidas a la rama y a pesar de que a veces venían cargadas de flores de azahar, eran muy traicioneras, porque tenían también grandes pinchos que si no estabas al quite, te los clavabas sin remedio. Y supe así mismo, que no había peor olor que el de las patatas podridas.

El Entiendes me buscó mi siguiente trabajo en una sombrerería de la calle del Rosario. El dueño era un cuñado suyo. Allí hice de todo, barría el suelo, le quitaba el polvo a los sombreros expuestos en el escaparate y atendía al público. Sobre todo a las señoras, porque sabía piropearlas con arte y Don Sebastián, el dueño, me dijo que conmigo atendiendo a las clientas, habían aumentado las ventas. Se lo dije a mi padre muy ufano y él, contento, me palmeó la espalda. A mi madre, con mi primer sueldo, le regalé uno de los sombreros de la tienda, el que más les gustaba a las señoras. Se puso muy contenta cuando se lo probó y vio que le quedaba como hecho a medida. Me comió la cara a besos mientras me hacía cosquillas por donde podía.

Don Sebastián se murió una fría mañana del mes de Enero. Su señora se lo encontró tirado en el suelo del cuarto de baño. Su cara y su pecho tenían un intenso color azulado. Cuando el médico llegó, sólo pudo certificar su muerte. Mis padres hablaron con la viuda para comprar el negocio para mí. Pero lo que pedían por el traspaso era un dineral tan grande, que estaba fuera de nuestro alcance.

Así que de nuevo me quedé sin trabajo, pero esto no duró mucho. Mientras encontraban otra colocación para mí, mi padre me llevó a dar clases de mecanografía a casa de una señora. Se llamaba doña Manolita, era una mujer muy alta y bastante delgada, de huesos fuertes y anchos. Ya estaba jubilada y aumentaba su pensión dando clases en su casa. Había sido funcionaria del Ayuntamiento. Todas las mañanas de 10 a 12 me iba a su casa y me pasaba las dos horas siguientes aporreando el teclado de una vieja Olivetti. En el mismo horario que yo, había tres alumnos más, dos chicas y un chico. Las chicas eran mayores y el chico más pequeño que yo, así que allí no hice muchas amistades. Doña Manolita se sentaba en una mesa camilla que tenía instalada al lado de la ventana y nos vigilaba mientras hacía punto de cruz. A las dos semanas de estar con las clases, escribía de corrido y sin mirar al teclado ni una sola vez, se me daba bastante bien. Era el alumno más aventajado.

Durante el verano estuve atendiendo una centralita de teléfonos, sustituyendo las vacaciones del personal que trabajaba allí de forma fija. Recuerdo que engolaba la voz al atender la llamada y decía: “Buenos días, ¿número, por favor?” o buenas tardes o noche, según la hora del día que fuera. Al principio sentía curiosidad por lo que hablaba la gente y me quedaba prestando atención. Pero un día que llamó un señor, al finalizar la llamada y antes de dejar la línea libre, dijo: Esto para el sinvergüenza que está oyendo. Acto seguido oí un sonoro pedo que me hizo sonrojar hasta la raíz del cabello. A partir de ese día jamás escuché ninguna llamada de las cientos que atendí.

Por aquel entonces había abierto sus puertas un hotel dos calles por detrás de la mía. Mi padre conocía al conserje y habló con él. Le pidió que cuando necesitasen a alguien para trabajar, que se acordara de mí. Unos meses después entré a trabajar en el Hotel Plaza Mayor. Me dieron un uniforme de color azul oscuro. La pechera de la chaqueta tenía dos hileras de botones dorados. Estos botones los tenía que llevar siempre relucientes, porque el señor Fabra, el director, me decía que unos botones sin brillo eran de tan mal gusto que desprestigiaban a todo el hotel y espantaba a los huéspedes. Así que mis botones parecían espejos relumbrantes, y gracias a ello probablemente al hotel nunca le faltó clientela. Ayudaba a los clientes a llevar sus maletas hasta las habitaciones. Les subía el periódico o lo que ellos necesitaran, también atendía el ascensor. Era un trabajo grato, conocías a muchas personas. Algunas damas iban muy lujosas, vestidas con pieles, perfectamente maquilladas y fumando, el cigarrillo puesto en largas boquillas, algo que no estábamos muy acostumbrados a ver por mi barrio. Pero si por algo trabajar en el hotel era para mí un motivo de satisfacción, fue porque allí conocí a María, la mujer más linda que había visto en mi vida. Era la recepcionista del hotel y a la semana de conocerla estaba completamente enamorado de ella. A su lado me volvía un tarugo; la mente se me quedaba en blanco mi conversación se apagaba, y llegaba incluso a tartamudear. Esto me ponía nervioso y las orejas me empezaban a arder. Ella se daba cuenta y terminaba riendo con su risa cantarina. Era mayor que yo algunos años y tenía novio formal, así que fue un amor imposible. Me conformaba con su compañía y me pasaba las horas muertas soñando con ella. La miraba a hurtadillas; los rizos sedosos de su melena negra, sus labios rojos perfectamente delineados, la sonrisa tan bonita, el brillo de sus ojos color miel, el aleteo de sus pestañas tan fugaz como el vuelo de una libélula, el gesto infantil de morderse la punta de la lengua mientras escribía a máquina, el lunar que tenía cerca de la comisura de los labios…¡Era increíblemente guapa! Hasta que un día se casó y se fue a vivir a otra ciudad con su marido. Aún hoy en día, cuando pienso en ella, puedo oír el cascabel de su risa.

En el hotel fue donde me aficioné a la lectura. Sobre todo cuando tenía que trabajar de noche, un buen libro me hacía compañía y las horas pasaban más aprisa. Por las noches, algunas de las luces del vestíbulo las apagaban, y por ello no había buena luz para leer. Así que me compré una linternita pequeña y con su ayuda, devoraba página tras página. Me sentaba en un banco que estaba cerca de los ascensores, enfrente de la puerta de entrada del hotel. El portero de noche, Carmelo, me decía:

- Chaval, vas a terminar ciego, esa linterna alumbra menos que la luz de una luciérnaga.

Pero para mí era más que suficiente. Empecé leyendo las novelas del Oeste que escribía de forma ejemplar Marcial Lafuente Estefanía. Me pasé pegando tiros certeros que vaciaban las cuencas de los ojos, más de un año. Me metí en la piel de hombres que medían más de seis pies y medio, que montaban en caballos veloces, que no había forajidos que se les resistieran y terminaban casándose en cada novela. Hasta que un día me cansé de la vida de cuatrero y me pasé a las novelas de Ciencia Ficción. Destacando por encima de todos Julio Verne y H.G. Wells, con sus mundos ficticios creados con tanta realidad, que era imposible no creer en ellos. Luego llegaron las novelas policiacas, mis favoritas eran las de Agatha Christie, sin lugar a dudas la reina del misterio. Su personaje, Hércules Poirot, era sencillamente magistral. Me gustaba mucho más que la otra protagonista de sus novelas, Miss Jane Marple, que era también muy lista descubriendo criminales, pero siempre la consideré un poco chismosa.

Así fueron pasando los años y un día suplí en la recepción a Fidel. Al pobre hombre lo atropelló un tranvía viniendo de camino hacia el hotel. No había nadie para sustituirle y el señor Fabra vino a hablar conmigo. Me dijo que estaban en un aprieto y que me necesitaba más que nunca; a ver qué tal se me daba el asunto, que tenía plena confianza en mí. Se me dio tan bien el nuevo trabajo, que ya nunca más volví a mi antiguo puesto de botones y me quedé para siempre de recepcionista.

Trabajé más de treinta años en el hotel. He conocido a miles de personas. Algunos me han contado sus vidas, de otros sólo he sabido los datos que venían en su carnet de identidad. He visto de todo y he imaginado mucho más. Nunca me llegué a casar, después de María, no me volví a enamorar. Claro está que tuve amores fugaces con alguna que otra clienta del hotel. Amoríos que no dejaron huella alguna en mí. Mujeres de besos tibios y fuego en el cuerpo, que a la mañana siguiente de una loca noche de pasión, abandonaban el hotel y no volvía a saber de ellas nunca más en la vida.

Actualmente vivo solo y no acabo de comprender a la juventud. Les llaman los Nini, ni trabajan, ni estudian… ¡A esos les daba yo un padre como el mío y verás que pocos se iban a quedar ociosos! Mi vida fue puro trabajo. Como estudiante fui un verdadero desastre, los libros no eran lo mío. Pero trabajando fui muy responsable, siempre me esforcé al máximo. Es lo que quiso mi padre para mí y gracias a ello he vivido bien.

Hoy en día, libre de las ocupaciones y de tener que cumplir con un horario, he descubierto algo que nunca se me pasó por la imaginación y es que me encanta cocinar. He hecho un curso de cocina y me paso el día entre fogones, yo que jamás hice en casa ni un huevo frito, porque siempre comía en el restaurante del hotel. Ahora soy un perfecto cocinillas, lo mismo hago una bechamel, que un soufflé o una vichyssoise… Me gusta ir al mercado, hacer un recorrido por los puestos, seleccionar los mejores productos. Hoy voy a comprar una planta de albahaca, porque al parecer le va muy bien a la pasta. La floristería a la que voy la atiende una señora poco más o menos de mi edad, muy simpática, metidita en carne y de risa fácil. Según me han dicho está viuda. No sé por qué pero se me acaba de venir al pensamiento… ¿Sería posible que le gustase la ensalada de pasta que haré para cenar?
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MensajeTema: Re: Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros   Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros EmptyLun Sep 05, 2011 6:37 pm

Mmonchi escribió:
Un recuerdo. Por Majoleta

Me llamaba libélula. Decía que olía a azahar, albahaca y mandarina.Me llamaba libélula porque decía que llegaba con la primavera y me iba cuando el verano llegaba a su fin, y porque era rechonchita, pero mis movimientos eran ágiles y rápidos. Me llamaba así porque mis ojos eran de color verde claro y mis brazos se movían como las alas de una libélula.

Yo le llamaba abuelo, y él se reía porque apenas pronunciaba la "u" y alargaba la "e" haciendo que mi boca dibujara una enorme sonrisa. Recuerdo su risa sonora y cantarina. A veces me sorprendía y me encogía un poquito, sólo hasta que me daba cuenta de que se reía y entonces yo reía también.

Le recuerdo sentado en una silla, bajo el zaguán, al refugio del calor; le gustaba hacer trabajos con el esparto, cestas, sombreros, bolsos...Trenzaba y sonreía, y me miraba y sonreía...Me llamaba libélula y sonreía.

Ya no me mira, ni me reconoce, ni me llama libélula. Yo le digo: abuelo, soy yo, tu libélula, y él me ve, pero no me mira. Sonríe cuando oye la palabra y la repite... Libélula, libélula, y señala al horizonte, allá a lo lejos, como si en alguna parte de su mente viera a una niñita aparecer al final del camino, como si recordara las primaveras pasadas cuando me llamaba libélula y me decía que olía a mandarina, azahar y albahaca, pero ya no me mira, ni me reconoce, ni me llama libélula.
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MensajeTema: Re: Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros   Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros EmptyLun Sep 05, 2011 6:37 pm

Mmonchi escribió:
LA ABUELA. Por Mmonchi

Cuando, años más tarde, sus nietos le preguntaban por el viaje a Madrid, el Viaje, ella sonreía y les contestaba que durante ese viaje cambió el mundo.


Se levantó temprano para prepararlo todo y cuando salió el sol por encima de las cumbres nevadas la encontró en el patio dando de comer a las gallinas y regando las macetas, con la fresca, para que no las quemara con sus rayos veraniegos. Mientras los niños jugaban en la tierra, el mayor corriendo y la niña gorjeando en el suelo viendo a su hermano perseguir una libélula entre los rosales, ella hizo la maleta doblando minuciosamente la ropa que podían necesitar. Cuando bajó hacia la estación por la calle empedrada, con la niña en un brazo y su maleta de cartón en la otra mano se veía poca gente, los pastores hacía rato que se habían ido a subir el ganado a la dehesa y de las huertas próximas al pueblo llegaba el sonido de la azada en la tierra. Las seguía el niño, vestido como un hombrecito con su traje de domingo, llevando en la talega la comida que su madre había preparado para el trayecto.

El tranvía iba casi lleno pero les hicieron un sitio al fondo de un banco de madera, con la solidaridad de las gentes del campo. Un hombre galantemente le subió la maleta de cartón con refuerzos metálicos en las esquinas hasta la rejilla de los equipajes, desplazando hacia los lados otros sacos y petates hasta dejarla bien segura frente a los traqueteos y las curvas de la vía. Otro, que llevaba varias cestas de fruta para vender en el mercado, le ofreció una mandarina al niño, que se la llevó a su madre para que la pelara. Mientras se acercaban a la capital cruzando puentes y túneles veían por la ventanilla como su paisaje familiar de montañas y barrancas se iba suavizando hasta convertirse en una fértil vega por la que corría el tranvía casi en línea recta.

Después de apearse del vagón tuvieron que cruzar la ciudad caminando para ir a la estación de ferrocarril, con el niño abriendo la boca ante cada maravilla que veía: las grandes mansiones, los palacios, las fachadas decoradas con estatuas y columnas, los monumentos, las fuentes que hacían sonar sus chorros de agua mientras refrescaban la mañana calurosa. Descansaron en el andén esperando que llegara su tren mientras ella cortaba trozos del queso y de la hogaza de pan para dar de comer a sus hijos. Hasta bien entrada la tarde no llegó el expreso nocturno que les llevaría, dormitando en sus asientos de tercera, a la estación de Atocha.

Llegaron a Madrid la mañana del 18 de julio de 1936. Mientras buscaba la pensión que le habían recomendado, para dejar a los niños y salir a preguntar por un sitio donde ponerse a trabajar, observó un ambiente enrarecido en la ciudad. Se palpaba la intranquilidad en el ambiente y las personas andaban deprisa y en silencio y poco tiempo después empezaron a sonar disparos lejanos. En la pensión le confirmaron que se había producido un golpe militar y estaban luchando en las calles, de modo que mientras escuchaban la radio en la salita tomó la decisión de regresar al pueblo, a la seguridad de las casas y las gentes conocidas, y esa misma noche volvieron a la estación. Dos días después entraba en su casa.

No se volvió a hablar de las razones de aquel viaje. Los niños crecieron conociendo a un padre que vivía cerca pero no se quedaba a dormir en casa, aunque iba todas las tardes a tomar café y se encargaba de que no les faltase de nada. Cuando le preguntaban a su madre que por qué se había ido de casa, por qué se fue a Madrid, por qué papá no vivía con ellos, les decía que eran demasiado pequeños para entender esas cosas. Y cuando dejaron de ser pequeños les dijo que eran historias antiguas que no interesaban a nadie y siguió sin contestarles. Su padre tampoco les explicó nada, solo les decía con gesto culpable que ya se lo contaría su madre cuando ella quisiera.

Pero nunca quiso, fueron pasando los años y ella crió sola a sus hijos en una sociedad donde eso estaba mal visto. La maledicencia del pueblo inventó mil motivos para explicar la separación de ese matrimonio que no obstante seguía, de algún modo, queriéndose, y quién sabe si alguno acertó la verdadera razón. Los niños aprendieron a convivir con una situación extraña, un padre que no vivía con ellos y al que sin embargo veían a diario a la hora del café. Después enviudó y volvió a colocar en el salón la foto del día de su boda, él serio, de negro y sin corbata, ella sonriente mientras sostenía en sus manos el ramito de azahar. Más tarde los hijos crecieron y se casaron, tuvieron sus propios hijos y formaron una gran familia alrededor de ese pilar inamovible que era la abuela.


Yo la conocí en el bautizo de uno de sus bisnietos, una fría mañana de mayo en la que cayeron dos dedos de nieve en la dehesa engalanada para la celebración. A pesar de la nevada imprevista fue una fiesta memorable en la que no faltó de nada y donde las hogueras pusieron el calor que no daba el sol de primavera, mientras los más valientes toreaban una vaquilla y el resto disfrutábamos de la carne de otra que se asaba lentamente sobre las brasas. La abuela protestaba porque no le dejaban salir del coche por miedo a que se resfriara, ella que tantos inviernos había pasado en su casa sin calefacción nunca le tuvo miedo al frío pero sus nietos no se querían arriesgar a que se constipara con los cambios bruscos de temperatura. Esa tarde visité la vieja casa familiar, con los techos altos y los muros gruesos, fresca en verano y cálida en invierno, y el huerto donde con el agua del pozo regaba sus macetas de plantas para condimentar los guisos, la hierbabuena, el perejil, la albahaca, el tomillo, el romero, y sus viejos rosales que habían florecido con la primavera.

Ya hace tiempo que murió y sus hijos, años más tarde, también la siguieron. Pero la familia sigue estando unida y de alguna manera su espíritu de fortaleza, de plantarse ante el destino, permanece en ellos. Son una familia diferente, más sólida, más fuerte, a la que supo dar su sello y en la que de alguna manera ella sigue viviendo. Los nietos y bisnietos y algún tataranieto que va llegando se siguen reuniendo todos para recordar a la abuela, cómo no se dejó doblegar por nadie, esa frase que tanto usaba de “en mi hambre mando yo” y aquel viaje a Madrid durante el que, como ella decía, el mundo cambió.
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MensajeTema: Re: Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros   Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros EmptyLun Sep 05, 2011 6:38 pm

Mmonchi escribió:
UNA LUZ EN LA OSCURIDAD por Rondero

Ocurrió en Madrid.

Era una noche asfixiante del mes de Julio.
Ana y David charlaban cordialmente mientras ella comía una mandarina y él tomaba una cerveza. El calor sofocante no les dejaba dormir, sacaron una mesa y dos sillas del interior de su casa y se sentaron a tomar el aire, con el cielo como único trecho.
Vivian en una casita baja que tenia un pequeño jardín con flores diversas: rosas, claveles, azahar
Llevaban casados diez años, no tenían hijos, rondaban ambos los cuarenta años, él era alto y delgado, ella era muy guapa.
-David-dijo Ana.
-Dime-contestó el después de dar un trago de una “mahou” bien fresquita.
-Te has fijado, allá, en el pueblo, esa luz.
David miró hacia el lugar donde le indicaba su mujer.
-Yo no veo ninguna luz.
-Ahora no se distingue, pero te aseguro que hace un momento estaba allí.
David cambió el tema de conservación. El domingo eran las elecciones municipales y se interesó por lo que iba a hacer su mujer.
-¿Irás a votar?-preguntó.
-Claro que no, te haré caso, cogeremos la bicicleta y pasearemos por aquí, no votaré a ninguno de ellos.
-Mira, otra vez esa luz.
-Si, ahora si la veo.
-¿Qué te parece si nos acercamos hasta el pueblo? ¿Quizá haya alguien en apuros?.
-Eso es un disparate ¿Es la una de la mañana?.
Ana se levantó y entró en la casa, cogió las llaves que estaban encima de la mesa y volvió a salir.
David miró unos instantes a su mujer, su mente viajó a otros tiempos pasados, la escuela, el cine, el baile y su rebeldía, ella siempre había sido una rebelde.
-Esta bien-dijo- te acompaño.
Guardaron la mesa y las sillas, cerraron la puerta de la casa y empezaron a caminar hacia la extraña luz.
El pueblo estaba a poco menos de un kilómetro, un camino de arena y algunos árboles fantasmagóricos eran lo único que les separaba de allí.
De repente, Ana saltó hacia atrás, asustando a su marido, que tenia la cabeza en otro lugar.
La figura de un hombre que iba acompañado por un perro, se recortaba en un montículo con el cielo de fondo, el perro se acercó amenazante hacia la pareja, era un dóberman.
-¡Uncas! ¡Uncas!- gritó quien al parecer era su dueño.
El perro se detuvo, mientras el extraño se acercaba a ellos.
-Buenas noches, espero no haberles asustado, no se preocupen por Uncas, es inofensivo.
-¿Asustarnos? Claro que no.- mintió Ana
David miro a su mujer mientras su corazón latía descompasadamente.
-Mi nombre es David , ella es mi mujer, Ana.
-Samuel es mi nombre y extendió la mano en señal de saludo.
-Hoy es una noche muy calurosa.
-Si, así es, como no podíamos dormir, hemos pensado en acercarnos hasta el pueblo, y así hacer un poco de ejercicio-dijo Ana.
-Muy bien, Uncas y yo seguiremos con nuestro paseo nocturno habitual, muy buenas noches y espero volver a verlos en otra ocasión.
Se despidieron y cada cual continuó su camino.
-¿Con qué no estabas asustada?- dijo él.
-¿Asustada? casi me muero.
Se acercaban a la entrada del pueblo, buscaban con su mirada algo parecido a una bombilla en movimiento, pero no había señales de nada parecido.
De pronto Ana visualizó algo al lado del campanario de la pequeña Iglesia, las calles estaban casi desiertas, en esa época del año, los pocos habitantes emigraban hacia lugares mas frescos y concurridos, miraron a todos lados sin ver señales de vida, se acercaron hacia la Iglesia, pero no estaban solos.
Una sombra que se agrandaba por las paredes de las casas bajas, se acercaba con paso firme y resuelto hacia ellos.
David cogió a su mujer por la cintura acercándola hacia él.-No te muevas y haz como si estuviéramos besándonos.
-Creo que tenemos que salir más a menudo a pasear-ironizó su mujer.
Alguien se acercaba a ellos con el rostro escondido en una capucha, estaban completamente paralizados, el desconocido se dirigió a ellos: Buenas noches hijos-dijo quitándose la capucha que cubría su cabeza.
-Joder….Padre, perdón, es que nos ha asustado.
-Como lo siento, la capucha la suelo llevar siempre que salgo de la Iglesia, la Orden a la que pertenezco, así lo hace,,soy el Padre Martín, el párroco de este humilde lugar-se presentó.
Después de las presentaciones el párroco preguntó: ¿y que os trae por aquí?.
Ana relató al Padre el motivo por el cual estaban allí.
-¡Ah, es eso!.-sonrió -Seguidme, os mostraré el motivo de vuestra visita.
El Párroco abrió la puerta de la Iglesia, indicó a la pareja que le siguiera por unos escaleras antiguas, de una madera que crujía a cada paso que daban, llegaron donde se encontraba el campanario y salía la dichosa luz.
Ana y David no podían dar crédito.
-Os presento a Cora ,Júpiter, Darío y una traviesa libélula que se ha unido al grupo.
Una gatita y dos perros jugueteaban con una linterna que colgaba del techo y casi llegaba al suelo.
-Sus dueños están de vacaciones y me han pedido que cuide de ellos durante los diez días que estarán fuera, no sé me ocurrió otra cosa para entretenerles mientras me ausentaba un par de horas, han conseguido pulsar este pequeño botón y al ver la luz, se han dispuesto a pasar el tiempo divirtiéndose.
Ana y David se miraron y rieron con ganas, mientras el Padre Martín y sus amigos les observaban.
Tras una calurosa despedida y prometiendo al párroco que le harían una visita en breve, tomaron el camino de regreso.

Charlaban y reían amigablemente mientras les llegaba el olor de la albahaca, cuando estaban cerca de la casa, David se detuvo y preguntó a su mujer ¿No has visto nada detrás de ese árbol?.
-Quizá sea el señor que paseaba con su perro.
-No , es un animal, pero no es un perro.

Ana miró a su marido.-¿Me estás tomando el pelo, verdad?

La cara de David reflejaba algo diferente a una broma, denotaba angustia, miedo…..

….Pero esa es otra historia.
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MensajeTema: Re: Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros   Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros EmptyLun Sep 05, 2011 6:40 pm

Mmonchi escribió:
¡Ya tenemos los resultados de las votaciones! En realidad los tenemos desde ayer, pero no he tenido conexión a Internet hasta ahora. Bueno, sin más demora, los premiados:

Primer premio para Sukubis, por su relato Ensayo de una vida, con 15 puntos. ¡Enhorabuena! [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Segundo premio compartido entre Gloria, por su relato Con el sudor de su frente y Majoleta por Un recuerdo, con 14 puntos. [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Tercer premio para Mmonchi por La abuela, con 13 puntos.

En realidad yo debería haber tenido el cuarto puesto, pero Sukubis, que además de ganar ha hecho los diplomas, me ha puesto tercero. ¡Muchas gracias!

Los puntos y autores de los demás relatos son los siguientes:

9 puntos para Tay por Próximo a llegar.
8 puntos para Marapez por La promesa.
4 puntos para Lunaclara por Lusita y sus yayos.
2 puntos para Rondero por Una luz en la oscuridad.

Muchas gracias a todos por participar, y también a los que han votado y han disfrutado de nuestros trabajos.

Ahora le paso el testigo a Sukubis. Te toca organizar la cuarta edición del concurso. Cool
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MensajeTema: Re: Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros   Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros EmptyLun Sep 05, 2011 6:43 pm

Mmonchi escribió:
Y los diplomas que ha hecho Sukubis, que es una artista con el photoshop además de escribiendo. Wink


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MensajeTema: Re: Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros   Tercer concurso de Relatos Breves de todos los foros EmptyLun Sep 05, 2011 6:48 pm

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