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| La chica del anillo | |
| | Autor | Mensaje |
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Sukubis Veterano/a
Mensajes : 986 Edad : 56
| Tema: La chica del anillo Vie Jun 01, 2012 12:58 pm | |
| El anillo en tu dedo
Tu mano jugueteando con mi sexo, el anillo adornando tu dedo, tu voz en mi oído contando perversas fantasías, masajeando mis ganas, alentando mis deseos. Te cierro contra mi cuerpo, bajo mi mano por tu espalda, abrazo tu cintura y acaricio tus nalgas. Mía -pienso- mi chica. Me siento muy afortunado de tenerte a mi lado, al fin le he ganado de mano a Ángel.
Aunque no puedo confiarme, sé que te ronda. Parece al acecho todo el tiempo, dejándome notas e insinuaciones de sus supuestos encuentros contigo. Tendría que estar loco para no gustar de ti, es que lo contrario es imposible. Eres una delicia, toda y esa cabecita me lleva loco. Arrebatado por el bullicio de mis pensamientos, te aprieto contra mí y te digo:
-Cecilia, eres una explosión de vida. Suspiro y agrego: Eres una mujer inteligente, sexy y hermosa. Sonríes y me dices: – Y eso, ¿a qué viene? – Estaba pensando, en la manera cómo nos conocimos. Desde que te conocí te deseaba, pero no quería que confundieras mis intenciones, deseaba el paquete completo.
-Tú también me gustaste desde el principio, para mí, simplemente, era una delicia conocerte un poco más día a día.
- De seguro tienes muchos pretendientes. Podías creer que era como cualquiera de esos babosos o como Ángel. Tu mano se detiene, levantas la cara hacia mí y me dices
- ¡Ángel! Ese sólo desea mi cuerpo –tu enojo fingido, no pasa desapercibido por mí-. Tenías razón sobre él, no debía darle confianza.
-Si, Ángel es un cabrón. ¿Te ha hecho algo? Digo alterado, temiendo que alguna de sus insinuaciones sea cierta.
- No, no me ha hecho nada, pero se propasa todo el tiempo. Me dices algo incomoda.
- No se lo permitas, mi niña. No tienes por qué aguantarlo. Llevas tu mano a mi mejilla, me regalas una caricia y veo de nuevo el anillo en tu dedo.
- ¿Recuerdas la conversación sobre el “anillo”? Te digo, recordando aquella tarde que te propuse embarcar juntos en esta relación.
- ¿Por qué me lo pediste? Me sorprendió que lo hicieras de esa manera, me dices acariciando mi pecho.
- Quise saber si lo aceptabas, si aceptabas lo que implicaba portarlo, si estabas dispuesta.
- Siempre he estado dispuesta para ti, cielo. Y remolcas un besito a mi mejilla.
- Recuerdas cuando viste la inscripción dentro del anillo. “Mi Puta”. Cuando pedí que grabaran eso dentro del anillo, quería que al aceptarlo, desearas ser mi niña, mi novia, mi puta. Que te entregaras a mí por completo.
- Y así ha sido, mi niño.
- Pero no quería, -ni quiero- una mujer que se someta a mis deseos, quiero una “igual”, que me posea y me lleve por la calle. Que me seduzca día a día. Como en el deporte de la caza, la protagonista es…
- La presa, dices emocionada, cortándome el discurso, cautivada y excitada por mis palabras.
-¡Claro! El cazador “la adora” es lo que justifica que esté allí. La búsqueda, la conquista y cuanto más le cuesta, más lo valora. Por eso “mata”, asalta, captura. Lo hace por desesperación. No espera que sea fácil, quiere disfrutarlo a cada instante, alargar el placer.
- Soy tu presa. Me dices coqueta. Aunque tu mano en mi polla, me hace saber que me tienes por los huevos –literalmente.
- Si y no. Te digo, manteniendo ese tono íntimo y pausado. Eres sujeto de mi deseo, mi anhelo. Eres -¿cómo decirlo?- una mujer con ganas de probarlo todo, si prefieres llamarlo así. De vivir. A una sumisa “la llevas por donde quieres” y lo que me gusta, digo, haciendo una pausa, es que cuando te pusiste mi anillo era yo el que me estaba poniendo otro. Por eso digo “de igual a igual”.
- Recuerdo cuando me dice el anillo… dices casi ronroneando.
- Cuando te pedí que aceptaras el anillo, yo estaba temblando de la excitación, no quería ser vulgar, pensaba que me mandarías al infierno. Temía ofenderte con mi propuesta, la inscripción. “Mi Puta” fue el único detalle que me permití. MI, te quería –y te quiero- mía, era una necesidad, una propuesta, una tentación, una prueba.
- Desde entonces no he dejado de llevar el anillo, en el dedo y en la mente, dijiste, mientras yo acariciaba tu mano.
- Lo hice sabiendo que tú eres tan “MI PUTA ” como yo “TU CABRÓN”
- Soy tuya porque lo deseo y te dije que no me importa emputecerme por quien amo.
- Si, eso me llegó al alma y te besé. Giré hacia ti y acaricié tu rostro el contorno de tus labios, las esquinas de tu cuerpo. “Mi niña”. Cuánto te quiero, con inmensa dulzura y cuanto te deseo con animal pasión. Veo en ti a la más guarra de las zorras, la más perversa de las amantes, la novia más dulce, la mujer más fiel, mi diablesa en la cama, el súcubo que me secuestra el alma. Correspondiste a mis besos, entregando tu tacto suave a mi piel sedienta de caricias y supe que no necesitaba ser tu dueño para saber que me pertenecías, que había encontrado mi complemento. Te amé, te hice el amor de manera suave y delicada. Aplazando mis deseos más salvajes. Deseos que han sido mis compañeros desde aquel día en que por casualidad uno de tus relatos cayó en mis manos. Lo recuerdo vívidamente.
Estaba en mi despacho un tanto aburrido, esperando que fuera a hora para ir a almorzar con Ángel. Para mi sorpresa, Ángel llegó a tiempo, pero no salimos de inmediato, él tenía unos pendientes y me pidió leer un texto mientras lo esperaba y vaya texto. Abrí el documento “Lección Aprendida” y me sumergí en una lectura rápida, ligera, fresca, sin dobleces, tan vital como pocas. Lo volví a leer, intentando imaginar a la persona detrás de estas líneas. Al llegar Ángel de nuevo, le pregunté quién había escrito esto.
- Un bombón de mujer. Una chica E X P E C T A C U L A R
- ¿Una conocida tuya?
- Algo así, realmente apenas la conozco, hablamos por teléfono, nos tomamos el otro día un café –está como quiere. Dice que escribe por afición, pero leerla me puso los pelos de punta.
- ¡Los pelos! Reí a carcajadas… dudo que hayan sido los pelos, cabrón. Más si está cómo dices.
-Más. ¿Quieres que almorcemos con ella?
- Claro, dije sin dudarlo. Por el camino me contaba que se habían comenzado a tratar por internet, cosa que me extrañó en él. Es que hay tanto loco suelto, que pensar que Ángel conociera a alguien medianamente interesante por esa vía, se me hacía difícil, por no decir imposible. Comimos en un restaurantito muy chulo cerca del trabajo y allí llegaste. Vestidito camisero, zapatillas bajas, curvas generosas, cabello rizado y una sonrisa que me cautivó a la primera mirada. Por dentro me decía “¿esta es la de los relatos?”
- Cecilia, por aquí te dijo Ángel, apagando el cigarrillo.
- ¡Fumando! Dijiste en tono de reproche, él te estampó un beso en cada mejilla.
- Oscar, dijo dirigiéndose a mí, esta es Cecilia, la del relato de los pelos de punta.
- Mucho gusto dijiste y te inclinaste para darme un beso en la mejilla. Tu perfume, tu roce, tu mano.
- El gusto es mío, dije. Embobado.
- Capullo, cierra la boca… que se nota la baba caer. Tú reíste, yo me derretía cada vez que lo hacías. Ángel intentaba llevarte a su terreno y tú lo toreabas, impidiendo sus avances. Yo disfrutaba de observarte, absorto en el regalo de tu sonrisa fácil, atontado con tus movimientos, cautivo.
- Capullo, no estás muy parlanchín hoy, te han comido la lengua los ratones.
- Es mejor callar y parecer idiota y no hablar y demostrarlo.
- Touché, dijiste y soltaste una sonora carcajada. Ángel te has puesto en evidencia, reíste divertida.
- ¿Me estás llamando tonto, Ceci?
- Sólo un poquito.
- Cecilia, si me permites un consejo, no te fíes de éste. De Ángel sólo el nombre. Volviste a reír.
–Buena señal.
- Sí, he sabido que ibas a ponerte contra mí y no te traigo, capullo. Al despedirnos, me diste tu tarjeta y dos besos. Pero fue Ángel quien te tomó por la cintura para acompañarte al taxi. Volvimos al despacho conversando sobre ti. Le pregunté a Ángel si tenías otros escritos y al volver a la oficina me los facilitó. Me encantó lo que leí, sensualidad, calidez, capacidad natural para contar cosas, un talento que podía pulirse y los daños colaterales. Quería más de ti, estar contigo, conocerte más.
Si bien me asombraba lo familiar que era estar contigo, lo cómodo de tu trato, aun así me lo pensé. Decidido a escribirte pensé cuidadosamente cada una de mis líneas, para nada quería que mal interpretaras mis intenciones. Te escribí al mail que aparecía en tu tarjeta personal. Me respondiste cálida, cariñosa, bebí tus líneas, me apresuré a responderte, lo demás fue una seguidilla de encuentros, un rosario de detalles mágicos. Al saber la música que te gustaba, reuní canciones para regalarte un disco. El brillo de tus ojos me indicó que había acertado. Al escuchar las canciones ellas hablarían por mí. Un día inspirado te escribí un poema, lo grabé para ti y te lo envié. No cabía en mí de los nervios. Valió la pena, decidiste invitarme a salir.
Cenamos, luego fuimos al cine. Sin forzar llegó el primer beso y como una lluvia de pétalos, uno tras otro llegaron los siguientes, las caricias, las confidencias, la manifestación abierta de nuestros deseos. Esa noche conocí tu casa, tu cama, tu intimidad, el paraíso reservado a aquellos capaces de tocar lo divino. Me deshice en mimos. Tenía razón eras deliciosa. La pulpa y la carne. Nuestra relación fue a más, llegado el momento superamos las preguntas sobre tu relación con Ángel y me sentí bien de no haber interrumpido nada. Un día hablando de tus relatos, surgió una conversación que marcaría para siempre nuestra relación.
- Dime ¿cuál te gusta más? Preguntaste, refiriéndote a tus relatos.
- No puedo decidirme, de los que tienes escritos hasta ahora, me gusta mucho el del sexo oral, me parece muy sensual. Pero…
- ¿Pero? - Hay uno que me da hasta celos…
- ¿Cuál? - El de autosatisfacción, el de las bolas chinas.
- ¿Pensando en ti?
- Ojalá hubiera sido, pensando en mí. Reí disimulando mis celos.
- Te abrazaste a mí y me miraste a los ojos y preguntaste. ¿Qué responderías tú, si te preguntara: ¿Cielo, te gustaría ser mi Amo?
- Te propondría otra cosa. Dije, reteniendo el aliento e incorporándome en la cama. Verás, no quiero una sumisa. Tus ojos se clavaban en mí, primero extrañados y luego juguetones, expectantes ante lo que te propondría. Yo quiero una igual. Dije midiendo mis palabras.
- Una igual… y ¿cómo es eso?
- Imagina que te ofrezco un anillo, dime ¿lo aceptas? Me mirabas como si leyeras a través de mí.
- Si, lo acepto. Notaba tu excitación, la tensión sexual entre nosotros, el rigor de las palabras.
- Imagina ese anillo, por dentro tiene una inscripción, hice una pausa y me aventuré. En la inscripción dice “Mi Puta”. ¿Lo aceptas? Apenas un breve silencio y respondiste.
- Si, lo acepto. Pienso que cuando se ama a alguien, esta una dispuesta a emputecerse para esa persona. Ser su puta, su amante, su novia, su amiga.
- Mi mujer, mi niña, mi puta…
- Si, dijiste y me besaste. Saqué el anillo del bolsillo y lo puse en tu anular con un beso, chupando tu dedo. Esa noche, no hicimos el amor. Esa noche follé con mi puta, disfruté de tu cuerpo, el cual e entregabas, haciéndome a la vez esclavo de tus deseos, de tus fantasías, de tu sexo. Dispuesto a hacer cualquier cosa en el marco de nuestro juego. | |
| | | PANORAMIX Profesional
Mensajes : 2028 Localización : Bosque de Los Carnutes. GALIA
| Tema: Mar Jun 05, 2012 5:22 pm | |
| SUKUBIS Escandilazaste a este niño (Y le gustó). Y, ahora, ¿Quién le explica que es un cuento, una fantasía? Y si no se me duerme ¿Qué le cuento? ¿El de Blancanieves en plan progue? ¿O el del suegro de Undargarín y la elefanta? O...!Dadme idas lesches, Qe no se me duerme! | |
| | | Sukubis Veterano/a
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| Tema: Re: La chica del anillo Miér Jun 27, 2012 2:11 am | |
| - PANORAMIX escribió:
- SUKUBIS
Escandilazaste a este niño (Y le gustó). Y, ahora, ¿Quién le explica que es un cuento, una fantasía? Y si no se me duerme ¿Qué le cuento? ¿El de Blancanieves en plan progue? ¿O el del suegro de Undargarín y la elefanta? O...!Dadme idas lesches, Qe no se me duerme! Perdonadme buen druida, debí poner alguna advertencia del contenido para que su "niño" no se levantara y permaneciera dormido... prometo al menos mantenerle alegremente despierto en la continuación de la historia. Quiere además que le de un besito en la frente al "niño" es lo menos que puedo hacer luego de haberle despertado. | |
| | | Sukubis Veterano/a
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| Tema: Re: La chica del anillo Miér Jun 27, 2012 2:14 am | |
| El anillo en tu dedo
Esta noche, mientras duermes, me apoderaré del anillo de tu Amo y, con ello, de su más preciada pertenencia.
Así serás mía una noche y haré de ti lo que me plazca.
Tal vez se lo devuelva antes de despertar y quizás nunca se de cuenta, si tú no lo confiesas…
¿Será nuestro el secreto?
Anoche tuve un extraño encuentro. Estaba yo acostada y unas manos me abrazaron desde atrás, acariciaban mis senos, mientras me susurraba al oído. Al ver su mano me tranquilice y me entregué a sus deliciosas caricias, porque en su dedo portaba el anillo de mi Dueño. Levanté el vestidito con el cual dormía y lo saqué por mi cabeza, quedando desnuda para el portador del anillo.
Sus manos descendieron a mi intimidad y al sentir su toque en mi sexo, me estremecí; al poco tiempo, los temblores se adueñaron de mi. Estaba totalmente húmeda y caliente, urgida de sus caricias y me volví hacia él para besarlo y fue en ese momento que la realidad me golpeó la cara, eras tú.
Tú con el anillo de mi Dueño…
No perdiste tiempo, llevaste mis brazos a la espalda y seguiste besándome, quise resistirme, pero apenas…
Era un beso salvaje, profundo, casi violento, desesperado…
Tomaste algo de tu bolsillo y con eso me ataste los brazos a la espalda, lo cual me llenó de angustia y de excitación (lo confieso). Lo que sigue lo recuerdo por flashes, yo arrodillada en la cama, tu frente a mi besándome, a veces en la boca, a veces en los senos. Los cuales chupabas, por momentos y hasta mordías, dejando magulladuras que iban desapareciendo poco a poco. De no haber estado amarrada, habría intentado protegerme, creo. No lo se con certeza, porque me gustaban tus besos, aun a pesar de lo fuerte.
Estaba muy excitada y mojada, aunque a la vez, muchas cosas pasaban por mi mente, ¿te habría dado Mi Dueño el anillo?, de no ser así se lo habrías hurtado, me preguntaba cómo se sentiría él si supiera lo que sucedía entre nosotros. Pero tus caricias y esas sensaciones interrumpían una y otra vez mis pensamientos, mientras mi cuerpo pedía más… debes haberlo notado.
Te quitaste la ropa, no te tomó nada de tiempo, apenas llevabas un calzoncillo y la camiseta, me miraste un momento y te acercaste para decirme:
- putita hoy me lo vas a mamar y quiero una buena…
Una mezcla de rabia y de indignación me recorría el cuerpo, verme en esa situación, deseándote, engañando al Dueño de mi anillo, contigo y además escucharte tratarme como una puta. Con esa misma rabia te lo mamé, chupándote la polla, como para causarte dolor, pero en cambio tú te excitabas más. Y eso me ponía a mil.
Tus 16 y poquito cabían perfectos en mi boca, se dejaban hacer por mis labios y mi lengua y respondía a mi ritmo, en ese momento supe que me tenías, pero yo también te tenía a ti, preso de tu deseo.
- Termina ya zorra, decías, pero sujetabas mi cabeza para que continuara.
Aun así no terminaste en mi boca, tenias otros planes, te costó trabajo pero te separaste de mi boca, entonces te miré, directo a los ojos, te sonreí, sabía que había ganado varios puntos a mi favor y dada las circunstancias sacaría toda la ventaja posible.
Ese gesto te puso a millón, te acercaste y me dijiste al oído, con una voz que era una mezcla de rabia y deseo (eso me hizo saltar el corazón de susto y una extraña emoción) dijiste:
- te voy a comer la cola, zorrita, de una manera que se te va a hacer vicio, pero me gustan los culos calientitos… no sabía si reírme o qué esperar, sabía, eso sí, que no traerías una manta eléctrica.
Te perdí de vista un par de minutos y luego sentí tus manos recorrer mis nalgas, más que acariciarlas, las amasabas, una que otra palmada caía, de vez en cuando. Todo eso me llevaba a otros niveles. Al momento que uno de tus dedos entró en mi orificio, sentí que me corría… traté de disimularlo, pero me pones muy mal. No necesitaba más, lo sabías y entonces dijiste:
Voy a poseerte putita, vas a sentir mi polla en tu agujerito y quiero que la aprietes, que no pienso salir de él hasta venirme.
Me empujaste hasta quedar mi cara contra el colchón y así con mi culo en pompa, me penetraste. Una mezcla de dolor y de placer que recorrió mi espalda, como hielo de sur a norte y luego una breve espera que se me hacía interminable, te quedaste allí con tu polla, apretada en mí, sin moverte. El dolor en mis brazos en esa posición comenzaba a causar algo más que una molestia, pero no era el momento de pedir clemencia. Al fin comenzaron tus arremetidas, tu pene, se deslizaba a buen ritmo en mis entrañas, tus manos en mis caderas: zas!, zas!, Zas!, ZAS! Con saña, casi con violencia.
Mi ano recibía al visitante y mi esfínter acariciaba todo lo largo de tu tranca, cada vez que casi salías para volver a penetrarme. Cada vez llegando más hondo, hasta hacerme sentir tus huevos chocar con mi vulva. Para marcar tus penetraciones, dejabas caer una palmada seca y sonora, sobre mis nalgas, te juro que eres el más cabrón, sin embargo el detalle me excitaba.
… yo estaba al borde, al punto de desfallecer, el sudor cubría mi cuerpo, me mordía los labios, escuchaba tus gemídos y distinguía pocas de las palabras que intentabas decir. Llevaste tus dedos hacia mi clítoris y presionaste mi botón, una descarga recorrió mi cuerpo. Sentí tus temblores, apreté aun más y sentí los chorros de tu leche caliente en mis entrañas, jadeos, tu aliento, tu peso y tu pene aun dentro de mí. Quedamos exhaustos, tú sobre mí con un sudor frió en todo el cuerpo y tus espasmos.
- Eres una putita deliciosa… (te escuché decir)
- ¡Desátame cabrón! te urgí, lo hiciste apenas recuperaste el aliento, acariciaste mis brazos y me abracé a ti… escondiendo mi frente en tu cuello, por un rato que no sé cuanto duró.
Al despertarme, sólo encontré la confirmación de envió del siguiente mensaje en la pantalla…
Te escribo desde la dirección de tu “niña”, a quien me comí todita y por partes anoche mismo. Tiene la misma costumbre que tu de dejar el correo abierto. Por eso aprovecho que descansa, te imaginaras por qué… para decirte qué tienes mucha razón, es una “mujer de bandera”, me la tuvo dura, durísima toda la noche.
Pensé que pediría clemencia, pero no, se comportó a la altura, más de lo que esperaba, te confieso. Toda una hembra, la muy guarra.
Yo tuve que hacer acopio de fuerzas para no venirme en su boca, que lindos sus labios, jugosos, una miel. Mi polla nunca había estado en sitio más acogedor…uhm, qué suerte tienes.
Te la traté bien, si no me crees pregúntale… ya te digo, no se quejó ni un segundo, no paraba de gemir mientras le daba por el culo y cómo se movía, un espectáculo, hacía círculos con sus caderas y cuando me retiraba… echaba hacia atrás su culo para tragarse de nuevo mi polla, con ese agujero estrecho, cómo me apretaba.
Cuando yo tenía tiempo de pensar, pensaba en ti “capullo” en la suerte de tener a tu disposición esta mujer deliciosa.
Lo que me lleva a decirte que ella pensaba que eras tú, porque tomé tu anillo, pero cuando me vio, apenas si se resistió. De todas formas, por prevención, ya sabes como soy, le amarré los brazos a la espalda con la cinta de seda que tu mismo me recomendaste.
No sabía cómo se lo tomaría, veía su rabia y también su excitación en su mirada. Me entenderás, tú habrías hecho lo mismo, la poseí.
Comí sus “premios” con una voracidad y gula total; tenías razón son de puro dulce de leche, “arequipe” que dice ella misma.
Al menos esta vez, no te dejé el cartón vació en la nevera… lo dejé llenito y caliente.
No te descuides capullo, que cada descuido tuyo lo aprovecharé.
Ceci.Sukubis | |
| | | Sukubis Veterano/a
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| Tema: Re: La chica del anillo Miér Jun 27, 2012 4:47 am | |
| Encuentro nocturno
Decidido a no darme cuartel, luego de la noche que me tomaste usando el anillo de mi dueño, comenzaste a frecuentarme casi a diario insinuándote, recordando lo ocurrido para encenderme, haciendo que te deseara, ganando terreno cada día. Así fue como acepté tu apuesta una cita, en mi casa, escogiste el color de mi vestuario, escaso, muy escaso.
Alrededor de las 11 p.m. entraste por la puerta principal de mi morada, te esperaba como había prometido, sólo con el conjunto verde que seleccionaste y una batita corta de seda color mantecado, la oportunidad perfecta para resarcirte por mis desplantes… los cuales, creo, habían hecho más que aumentar tus ganas de poseerme a la mala, sin piedad…
Allí te esperaba, sin saber qué esperar realmente. Aunque hacerlo me excitaba, me llenaba también de angustia, ya que no sabía qué esperar de ti esta noche. Lo primero que me pediste me resultó divertido, querías tomarme fotos, me pediste que buscara la cámara y te dedicaste a tomarme fotos, con aquella prenda. Posé divertida, sonriente, juguetona, pícara y con “tus alas” puestas. Esas que colocaste una tarde en mi cuello. Me excitó recordar el momento cuando luego de cerrar el broche por detrás en mi cuello, bajaste tus manos hasta el dije “mis alas en tu cuello”, las bajaste aun más hasta acariciar mis senos y agregaste “justo en medio de tus senos”… “qué diría el capullo de tu novio, si supiera que las llevas para mí”.
Me descubrí perversa ante el lente, pensando en la cara de O si me viera, con tus alas en mi cuello. Puse mis manos tras de la cabeza junté mis senos, las alas en medio lucían voluptuosas, el bra casi transparente de color verde, apenas contenían mis senos dentro, dejé caer la batita y me expuse para ti casi desnuda.
Luego todo se desarrollo de manera más vertiginosa, dejaste la cámara de lado, te acercaste a mi, me besaste con pasión, penetrando una y otra vez mi boca con tu lengua, mordiendo mis labios, tratando de arrancar alguna queja, que no llegó… sin aviso, me separaste de ti, tomándome por los hombros, me diste vuelta, dejando escapar un suspiro, (ains). Levantaste mi cabello, dejando mi nuca al aire, la besaste, la chupaste, deslizaste tus dedos por el tirante del brasier, tanteaste mis pezones, apretaste luego mis senos, mientras seguías besando mi cuello… yo sentía tu excitación. Menos de un palmo, me separaba del bulto de tu pantalón. Mi coño era un desastre, húmedo, cálido, esperando tus caricias, mojando la tela de mis bragas.
Bajaste tus manos por mi espalda, deslizando el reverso de tus manos, suavemente, de manera tan delicada, que no parecías tú, desabrochaste mi brasier, dejando libres mis senos, besaste mi espalda… de nuevo tus manos subieron a mis hombros, me sujetaste con un poco más de fuerza, noté tu frustración acumulada, tu rabia, por no aceptarte antes, por no aceptarte siempre, por dejarte las migajas… entonces, bajaste tu mano izquierda hacia mi muñeca y me halaste tras de ti, por los pasillos de mi casa; me llevaste así a medio vestir hasta el espejo del pasillo, me colocaste frente asiéndome por mis brazos, juntando hacia atrás mis codos, acercándome al espejo, tú detrás de mí… me forzaste a ver la imagen que devolvía el espejo…
- Quiero que veas quién te va a follar esta noche… soy yo y no otro quién comerá tu coño, quien te gozará como la putita que eres.
Giré hacia ti. Intenté protestar a tus palabras, pero tu beso cerró mi boca, estaba muy cabreada, pero me excitaba la forma como comías mi boca, tu intensidad y por qué no decirlo tu pasión, que es lo que tratabas de esconder detrás de tu aparente violencia.
Volviste a halarme de la mano, ahora a la sala, al detenerte te miré directo a los ojos, interrogando sobre tus intensiones, sobre tus maneras… tus pretensiones. Pensar que yo misma me había puesto en aquella situación, yo lo había provocado, te había invitado. Ahora estaba en tus manos, a tu real antojo… pero no estaba dispuesta a hacértelo fácil.
- Ya, -le dije- basta Ángel, te estas pasando de la raya. Sus protestas no se hicieron esperar… - Eres injusta conmigo. Me sonríes malévola cuando coincidimos en el messenger, me muestras la visión tentadora de un vestido rojo, te pones mis alas… … pero, después, los mejores regalos son para otro. Mientras yo… modero mis modales, renuncio a las prisas, te escribo… y sólo obtengo las migajas. Luego preguntarás por qué me enfado o te ofendes por mis reacciones.
Volví a responderte que eras tú quién había aceptado esa situación desde el principio, sabías bien que amaba a otro y que si accedía a estar contigo era sólo a falta de la presencia de mi novio.
Eso produjo el efecto deseado, aparentemente recuperaste tu sangre fría, te sentaste en uno de los sillones, allí me dijiste:
- ¿Así lo quieres Cecilia? Por mí está bien, sólo quiero tu cuerpo, follarte salvajemente –encendió un cigarrillo- y a eso he venido esta noche, para eso me invitaste –soltando la bocanada de humo- date vuelta, quiero ver lo que traes puesto. - Ya lo has visto –respondí. ¿Si no es más? Puedes largarte… Nada quiero ya hacer contigo. - Pues no “mi niña” –dijo en tono irónico- ya estoy aquí, ven a mi lado. No me hagas buscarte.
Pero yo ya caminaba hacia mi habitación con ganas de encerrarme, cosa que no logré. Detrás de mi venías, negado a dejarte hacer otro desplante, me tomaste del cuello y me atrajiste hacia ti para besarme. Mi resistencia fue poca -lo admito- de pronto tu lengua me penetraba de nuevo, adueñándose de mi boca. Al sentir que mi resistencia no era más que una postura y que mis manos -otrora puños en su pecho- ahora se convertían en caricias, deslizaste tus manos hacia mis pechos desnudos y los amasaste a mansalva. Te sentaste en la cama y me pusiste sobre tus rodillas -mi vientre sobre sus muslos, mis senos al aire caían pesadamente y mi culo quedaba en pompa- sabía lo que harías, pero no te creía capaz…
- Te mereces una tunda por la manera cómo me has tratado y no dudaré en dártela, putita. Ah, se me olvidaba que no te gusta que te llamen así “putita”. Y reíste, al tiempo que dejaste caer tu palma en mis nalgas.
Tu brazo derecho me sujetaba la espalda, apretándome contra tus piernas, tu mano izquierda arremetió contra mis nalgas, el calor y ardor mezclado en mis nalgas era intenso, estaba a punto de llorar de rabia e impotencia. Cuando sentí tu palma acariciar el sitio donde me habías palmeado, tus dedos jugar con el elástico de mi braga, tu otra mano acariciar mi espalda… intenté incorporarme y me lo impediste. Comenzaste a bajar mis bragas, dejándolas a medio muslo, tus dedos fueron entonces a mi ano, di un respingo, - No se me olvida que este agujero ha sido mío. Me excitó escucharlo. Recordaba bien aquél encuentro. ¿Se lo has dado a O…?
Guardé silencio, O jamás había penetrado mi ano. Tus dedos entraron en mi coño y aunque no quería que lo notaras, estaba mojada, hecha un desastre, eso te dio tu primer triunfo de la noche. Puedo decir que no fue el único. Jugaste un rato con tus dedos en mi raja, de mi vagina a mi culo, evitando mi clítoris. Lo sentía palpitar.
Me bajaste entonces de tus piernas, cuando ya había satisfecho su deseo de jugar con mis jugos. Y me dejaste caer suavemente de rodillas al piso. Te desabrochaste tu pantalón, tenías ya una fuerte erección. – A ver, putita, quiero tu dulce boquita en mi capullo. Comete golosa mi polla. -Más que una orden una súplica, una urgencia-.
Me entregué a la labor de chuparte, sin detenerme a pensar, quería atormentar tu capullo, chuparlo, tragar toda tu polla, una y otra vez. Acariciar con mi lengua todo su tronco, dedicar a la punta los lametones y chupones más intensos, para escucharte gemir. Provocar que te derramaras en mi boca, pero cuando yo lo quisiera. Sabía que en esa posición yo tenía el control, tú estabas a mi merced y no tendría misericordia.
Te mamé con saña, quería vengarme por las nalgadas que aun calentaban mi culo. Al darte placer también me excitaba muchísimo más. Se acercaba tu orgasmo, acaricié tus huevos, pajeé tu tronco, acelerando tu venida, hice círculos con mi lengua en su capullo y esperé el primer chorro de tu semen. Lo recibí en mi boca, cálido y espeso, lo paladee, lo tragué, justo cuando llegaba el segundo chorro, el cual guarde en mi boca, para besarte. Con el sabor de tu semen en mi boca.
Mis maneras, enardecieron tu actitud, me tomaste por la cintura y me subiste a la cama, se colocaste sobre mí y seguiste besándome como un desesperado. Tu pantalón a media pierna como mis bragas, y aunque acababas de eyacular, tu polla aun estaba erecta. La acaricié, aun estaba sensible. Me acariciaste abriendo con tus dedos mis labios vaginales mientras me besabas profundamente en la boca, comiéndonos el uno al otro. Pronto diste cuenta de mi abultado botón, lo atormentaste aun más, llevándome casi al orgasmo, pero deteniéndote justo en ese momento.
Descendiste por mi cuello hacia mi pecho, chupando todo a tu paso, describiendo con tu lengua y con tus labios un camino de saliva y rojos chupetones. Chupaste –al fin- mis pezones, mordisqueando por momentos mis aureolas, dejándolos ardidos. Como ardía también mi entrepierna. Bajaste hacia mi vientre, chupando como un huracán todo a su paso, describiendo suaves remolinos al pasar, hacia tu destino final. Colocado en medio de mis piernas… te separaste para verme. Yo te miraba desafiante, te sonreía pícara. Era tu turno de hacerme delirar de gusto. Haciéndome dar gritos de placer y yo sintiendo tus chupones, tus lengüetazos, tus dedos hundirse dentro de mi vagina o masajear mi clítoris, atormentarme hasta pedirte que te detuvieras, hasta desencadenar uno a uno mis orgasmos, cada cual más fuerte que el anterior. De temblor en temblor. De espasmo en espasmo. Mi cuerpo se estremecía, perdiendo independencia, autonomía. Ambos disfrutándonos al máximo.
Al igual que yo lo había hecho, me besaste con mi sabor en su boca, mi bouquet en su cara, te separaste de mí para verme. Ver mi mirada acuosa, bordada de lágrimas de placer, mi rostro surcado de sudor. Mi expresión de deseo. Te miré levantarte, sonreír complacido. Me quedé en la cama, recostada, mientras terminaste de desvestirte sin apuro. Aun quedaba buena parte de la noche por delante y sobraba deseo.
Volviste a mi lado en la cama, te recostaste e inesperadamente me diste un azote en la nalga, me voltee para protestar, pero tu boca se apoderó de nuevo de la mía, tus manos fueron a mi cuerpo, recorriéndolo centímetro a centímetro, poro a poro. Jugando con las gotitas de sudor esparcidas por todas partes, mientras yo me dejaba hacer, recuperaba fuerzas, -sabía lo que me esperaba-. Tus caricias iban cada vez más al límite de mis fuerzas, me tocabas y se retirabas a verme. Te arrodillaste en la cama, me separaste las piernas obscenamente, separando mis labios vaginales. Dejando a la vista mi clítoris. Inclinándote para torturarme con tus lengüetazos.
Yo trataba de cerrar las piernas y tú me dabas una palmada en la cara interna del muslo y me solicitabas quedarme tranquila. Seguiste de esa manera, hasta que los líquidos que salían de mí eran abundantes. Te separaste, saliste de la cama y te dirigiste a mi armario, buscaste entre mis cajones, hasta conseguir mi consolador. Reunido conmigo en la cama, te arrodillaste en medio de mis piernas y con mis jugos lubricaste el consolador, para introducirlo en mi vagina y comenzar a jugar con él. Adentro, afuera, a veces lento, otras más rápido. Mis manos se asían a las sábanas con fuerza tratando de soportar tanto placer, mis ojos por momentos cerrados, por momentos abiertos viendo tu sonrisa, Ángel, que no cesabas en tu juego perverso.
De pronto se te ocurrió introducir el vibrador en mi ano, sentí que enloquecía. Me follaste con el vibrador por un rato, pero al parecer cambiaste de idea. Te levantaste y halando de mi mano, con tal rapidez que me causó sorpresa. Fuimos de nuevo a la sala, te sentaste en el sillón, me atrajiste hacia ti. Tenías el vibrador en la mano. Entendí lo que quería, me coloque entre sus piernas y volví a chuparte, hasta dejarle la polla dura de nuevo, me subí a horcajadas sobre ti y comencé a cabalgarte, empalándome a fondo. Sin dejar de mirarte mientras te cabalgaba. Mis ojos en tus ojos fijamente, con malicia, la misma que veía dibujada en tu rostro, en tu sonrisa.
Sin aviso y de un solo golpe, introdujiste el consolador en mi ano, intentando acompasar el ritmo de nuestras embestidas, hasta llevarme a un orgasmo que no tardó mucho en llegar. Me sostuviste por las caderas, mientras mi espalda se arqueaba y mis piernas temblaban, dejaste de atormentar mi ano y abrazándome por la cintura, desencajaste tu verga de mi coño. Me pediste al oído que me volteara, dirigiendo tu polla hacia mi ano y empalándome sin miramientos.
Gemí profundamente, jadeé como loca, mientras me asías con fuerza por las caderas, obligándome a seguir su ritmo. Una de tus manos en mi seno por momentos me apretaba, en otros momentos bajaba hacia mis nalgas y acompañaba sonoramente tus embestidas. A cada una yo respondía moviendo mis caderas, clavándome yo misma profundamente. Seguimos hasta que no pudimos más, sentí tu orgasmo inundando mi ano, el calor de tu leche hizo mi orgasmo más fuerte. Cansada, recosté mi espalda en tu pecho, hasta que tu pene -ya flácido- se escurrió de mis entrañas y dejó escapar sus fluidos.
Respirábamos aun con dificultad, besaste de nuevo mi cuello, me abrazaste, apretando mi cintura, ahogando un suspiro. Me levantaste, me llevaste a la cama y nos recostamos uno al lado de otro, coloqué mi cabeza sobre tu hombro y me abrazaste por la cintura, después de darme otra nalgada. Ambos sonreímos, “eres el peor” te dije. Y tú eres una zorra deliciosa. Luego me dormí. Al despertarme ya no estabas, me dirigí al ordenador y encontré el siguiente mensaje.
Ciertamente, estuviste soberbia, gloriosa… y no parecían demás las nalgadas que te anunciaban cada una de mis embestidas. Más parecía que las esperabas (que las reclamabas), a decir por las ansias con las que te clavabas tu misma en mi polla.
¿Aun permanece en tu lengua el sabor de mi semen? En mi paladar aun tengo el bouquet de tu coño…
A. P.
P.D. / Dispuesto a repetirlo cuando quieras con las bragas rojas y su orificio “multiusos” | |
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