Sobre el buen tono
Los antiguos pueblos nórdico y germánico consideraban la hospitalidad como una virtud, cosa que alabaron tanto Tácito como César, y si éste tiene memoria así nos lo confirmará si lee este escrito.
Era costumbre que el anfitrión esperara personalmente a sus invitados a la puerta de su casa y que los invitara a entrar. En el “Edda” se relata cómo Thorkel Refil llegó a casa de Gunnar Hlifrson durante la noche y fue recibido por un criado que, no queriendo despertar a su señor, pretendía hacerlo pasar al interior él mismo. El invitado exclamó airado: “¡Anuncia mi llegada como corresponde o te acariciaré la nariz con mi sable!”. El asustado criado no tuvo más remedio que despertar a su señor y transmitirle el mensaje, y el invitado fue tratado como correspondía, siendo recibido por el dueño de la casa en persona.
Después del saludo de ritual, se ofrecía al invitado una bebida de bienvenida; luego se le conducía al lado del hogar, que en las casas nórdicas siempre estaba encendido, para que se secara la ropa, se calentara y descansara. Una vez sentado en su sitio, el dueño de la casa podía preguntar a su huésped quién era, de dónde venía, cuál era su misión, etc.
Juan Scherr, en su libro titulado “Historia de las costumbres y la cultura” nos ilustra sobre el recibimiento dispensado a los huéspedes en los castillos medievales. Cuando el vigía divisaba desde su torre la llegada de un extranjero, los señores del castillo se preparaban a recibirle con todos los honores. En el patio de honor, la dama del castillo daba la bienvenida al huésped en cuanto éste bajaba de su caballo, le despojaba de su pesada armadura y le facilitaba ropa limpia. Acto seguido se ofrecía al huésped una bebida y se le preparaba un baño. Apenas acababa de asearse se reunía con la familia que ya estaba dispuesta para comer. El huésped ocupaba el sitio de honor frente al dueño del castillo; la dama del mismo, o en su defecto la hija mayor, se sentaba a su lado para ofrecerle los manjares y servirle las bebidas.
El P©stiguet
Los antiguos pueblos nórdico y germánico consideraban la hospitalidad como una virtud, cosa que alabaron tanto Tácito como César, y si éste tiene memoria así nos lo confirmará si lee este escrito.
Era costumbre que el anfitrión esperara personalmente a sus invitados a la puerta de su casa y que los invitara a entrar. En el “Edda” se relata cómo Thorkel Refil llegó a casa de Gunnar Hlifrson durante la noche y fue recibido por un criado que, no queriendo despertar a su señor, pretendía hacerlo pasar al interior él mismo. El invitado exclamó airado: “¡Anuncia mi llegada como corresponde o te acariciaré la nariz con mi sable!”. El asustado criado no tuvo más remedio que despertar a su señor y transmitirle el mensaje, y el invitado fue tratado como correspondía, siendo recibido por el dueño de la casa en persona.
Después del saludo de ritual, se ofrecía al invitado una bebida de bienvenida; luego se le conducía al lado del hogar, que en las casas nórdicas siempre estaba encendido, para que se secara la ropa, se calentara y descansara. Una vez sentado en su sitio, el dueño de la casa podía preguntar a su huésped quién era, de dónde venía, cuál era su misión, etc.
Juan Scherr, en su libro titulado “Historia de las costumbres y la cultura” nos ilustra sobre el recibimiento dispensado a los huéspedes en los castillos medievales. Cuando el vigía divisaba desde su torre la llegada de un extranjero, los señores del castillo se preparaban a recibirle con todos los honores. En el patio de honor, la dama del castillo daba la bienvenida al huésped en cuanto éste bajaba de su caballo, le despojaba de su pesada armadura y le facilitaba ropa limpia. Acto seguido se ofrecía al huésped una bebida y se le preparaba un baño. Apenas acababa de asearse se reunía con la familia que ya estaba dispuesta para comer. El huésped ocupaba el sitio de honor frente al dueño del castillo; la dama del mismo, o en su defecto la hija mayor, se sentaba a su lado para ofrecerle los manjares y servirle las bebidas.
El P©stiguet
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