Estaba yo tranquilamente leyendo el diario de la mañana, cuando un griterío de voces me llegó desde la calle. Abrí mi balcón y me asomé para ver de qué se trataba, viendo a un numeroso grupo de manifestantes aclamando el independentismo catalán. Portaban banderas de la cuatribarrada estelada, pancartas reivindicativas, y fotos del líder Artur Mas.
El vocerío no sólo me llamó a mí la atención, pues al mismo tiempo que el mío otros balcones y ventanas se abrieron asomándose mis vecinos. Llegada la manifestación al nivel de mi vivienda, numerosos objetos salieron volando hacia los manifestantes, incluso alguno tan pesado y peligroso como tiestos con geranios y albahacas. Tal fue la lluvia recibida que algún manifestante cayó a tierra, así como otros salieron en estampida. Uno de los de tierra que me llamó la atención, era un anciano que intentaba colocarse bien la barretina, mientras una jovencita de unos 14 años intentaba levantarlo, al parecer era nieta suya. Más allá una joven buscaba afanosamente algo por el suelo, eran sus gafas que habían sido pisoteadas, una señora mayor lloraba desconsolada mientras de su cabeza un hilillo de sangre empañaba su rostro. El espectáculo de esa gente dolorida y en el suelo, para mí que soy hombre pacífico, me causó un gran pesar.
Los gritos contra ellos desde las ventanas y balcones no cesaban: separatistas cabr…s, hijos de p…, traidores, que los fusilen, peseteros… y otras lindezas por el estilo.
De repente, por la parte derecha de la calle, apareció un grupo de jóvenes portando banderas rojigualdas, alguna de ellas con el águila imperial y acompañados con cánticos patrióticos. Prietas las filas, caras al sol, montañas nevadas, etc. Se dirigían contra el grupo que había quedado maltrecho en el suelo, y sus ademanes, firmes , enérgicos, con brazo derecho en alto y mano extendida, correajes paramilitares, presagiaba algo no muy bueno.
Mis vecinos cambiaron de actitud, y ahora eran vítores y aplausos hacia los nuevos visitantes. El señor Paulino, del ático, se colocó su gorrito de legionario y a grito pelado cantaba aquello de ser el novio de la muerte, y doña Paquita, la boticaria, colocó todo lo más alto que pudo su gramola con el Oriamendi del que todos los domingos nos daba buena cuenta. Los separatistas estaban asustados, lisiados, en tierra y a expensas de lo que se avecinaba. Los jóvenes patriotas, cada vez más ufanos ante los aplausos vecinales, cantaban con más brío; recuerdo su frase de “Franco a ti te juramos seguir, por la victoria lucharemos hasta el fin”.
De repente me vi zarandeado, y la voz de mi esposa que me decía: “Postiguet, despierta: ¿qué significa esa pesadilla que tienes?” Efectivamente estaba soñando, un mal sueño desde luego. Me asomé rápidamente al balcón, y por mi calle solo pasaban unos vehículos, algún viandante y mi vecina Marisol en su bicicleta. Me asee y me vestí dispuesto a salir a la calle a comprar el diario, y al coger mi billetera la abrí viendo mi documento de identidad donde ya no estaba la bandera española, ahora estaba impresa la cuatribarrada y a su lado la leyenda “Estado de Catalunya”, estábamos en el año del Señor de 2021.
El Postiguet